miércoles, 29 de febrero de 2012

Burn


La marcha de Ian Gillan y Roger Glover de Deep Purple dará lugar a la entrada de David Coverdale y Glenn Hughes, como bien es sabido, pero, sobre todo, hará que la música de la banda se haga más sensual ganando el funk terreno al hard sin abandonar el estricto espacio del rock. Aunque el cambio será palpable del todo a finales de 1974 gracias al excelente Stormbringer, el no menos sobresaliente Burn, en febrero del mismo año, ya avisa de una evolución que, en mi opinión, favorece y enriquece a Deep Purple, aunque a algunos no satisfará, especialmente a sus seguidores más duros y, más importante, a Ritchie Blackmore, que abandonará Deep Purple en 1975 para fundar Rainbow. Esta formación, pues, conocida como Mark III, grabará sólo los dos álbumes mencionados.

Burn es un balazo Made in Purple que, en la línea de Highway Star, todavía entronca con el sonido acuñado por la formación más gloriosa de la banda. Con Ian Paice percutiendo como varios hombres al mismo tiempo, Blackmore y Jon Lord nos regalan sensacionales solos de guitarra y teclados respectivamente, en especial el segundo, que parece volar cual bestia mitológica sobre su instrumento. Escuchen, además, a Coverdale y Hughes coreando al unísono en el estribillo ese "Buuuuuurn", y completaremos un espectáculo soberano que abre el elepé de la más rotunda de las maneras. En Might Just Take Your Life, un medio tiempo lleno de color, ya se siente esa cercanía al funk, aunque vuelva a ser Lord el protagonista al final del corte. Lay Down, Stay Down es un rock and roll desenfadado en el que Blackmore hace un largo y exquisito solo. Más funk rock hallamos en Sail Away, que, sin llegar a ser una balada, se le asemeja. You Fool No One es puro ritmo impulsado por la mano magistral de Paice. What's Goin' On Here escenifica a los Deep Purple más distendidos flirteando con el boogie-woogie. Los siete minutos y medio de Mistreated llevan el álbum a su clímax en forma de blues arrastrado que finaliza veloz con un Ritchie Blackmore reventando su instrumento. "A" 200, un instrumental que (casi) nada aporta al disco, clausura un trabajo que demostraba que, a pesar de los cambios, Deep Purple seguía en lo más alto. Stormbringer, le pese a quien le pese, no hará sino confirmarlo.

domingo, 26 de febrero de 2012

Rock 'N' Roll


Hip-hop, noise, indie, sleaze, trash metal… ¿y nosotros qué coño pintamos? Bien podían preguntarse eso, a finales de los años ochenta, Gregg Kostelich y Michael Kastelic, guitarrista y cantante, respectivamente, de los Cynics. Pero ellos —lo que se trajeran entre manos Public Enemy o Guns N' Roses, imagino, les era indiferente— sabían lo que perseguían: revivir el garage rock sin olvivar ciertas perspectivas folk y pop que matizaran su sonido y lo hicieran reconocible y propio. Así pasaba en sus dos primeros elepés, Blue Train Station y Twelve Flights Up (ambos posteriormente reeditados con material extra y título expandido: Blue Train Sessions y Sixteen Flights Up), pero para el tercero —cumplidos en mi opinión sus objetivos— iban a optar por endurecer los formidables riffs de Kostelich y centrarse en el garage sin perder en el camino su ya ganado (y granado) estilo. No sólo lo consiguieron, sino que con Rock 'N' Roll (1989) grabaron la que, con toda la razón, es tenida por su obra maestra. Canciones perfectas cuya inspiración está en la década de 1960, pero a las que los Cynics dotan de los suficientes rasgos distintivos —compositivos e interpretativos— para que lo que en otros es sólo homenaje aquí sea voz particular y válida. Por un lado, hay fuzz, hay órgano, hay garage a raudales; por otro, un grupo crecido, con ganas de aportar y explotar, desarrollando sus facultades con energía y criterio, logrando quizá más de lo que ellos podían imaginar. Baby What's Wrong o You Got The Love se han convertido en clásicos insoslayables de los Cynics en directo, que es donde la banda cobra plenamente su sentido. Si, además, sigue editando discos como Living Is The Best Revenge o Spinning Wheel Motel y no para de tocar en nuestro país, pues es para aplaudir la suerte que tenemos. Qué será del garage rock cuando el binomio Kostelich/Kastelic (o Prevost/Babiuk, sí) deje de tocarlo es ya otro cantar. Y a mí no me toca resolverlo.

miércoles, 22 de febrero de 2012

The Eternal


Cualquiera que siga Ragged Glory conoce la admiración que en esta casa se siente por Sonic Youth. No sólo por considerarlo el mejor grupo nacido en los años ochenta, que también, sino por haber seguido siendo coherente durante sus treinta años de existencia, fiel a unos principios plásticos radicales y fulgurantes. The Eternal (2009) —primer álbum para Matador tras dejar Geffen— no reinventa a la banda, pero la contempla en todo su esplendor gracias un soberano elepé que se acerca a hitos del pasado como Washing Machine o Daydream Nation. Melodías pop que se conjugan con hirientes guitarras y crudos pasajes atonales, referencias que van de Neu! a Minor Threat, la habitualmente exquista percusión de Steve Shelley, independencia de modas o industrias… Sonic Youth en estado puro, sí, pero también de gracia. El atractivo cuadro (Sea Monster) de John Fahey  de la portada, la fotografía interior de Johnny Thunders en 1973 tras un concierto de los Stooges y la dedicatoria ("Ron Asheton forever") al guitarrista de los maestros de la alta energía, fallecido ese mismo año, son detalles que engrandecen el disco, un conjunto de doce canciones que prueba que todavía hay —siquiera como excepción— vida y caminos en el rock and roll. Que sean personas que sobrepasan los cincuenta quienes nos lo tengan que recordar es, como mínimo, deprimente.


domingo, 19 de febrero de 2012

Cajas de música difíciles de parar


Nada perdió Manta Ray con su marcha —Esperanza y Heptágono (a medias con Schwarz) así lo demuestran—, pero mucho ganó el rock español (y en castellano) con el inicio de la carrera en solitario de Nacho Vegas. La del asturiano ha ido ensanchándose desde aquellos Actos inexplicables que dieron título a su primer álbum en 2001 hasta convertirse en referencia capital de la música popular hecha en España en lo que va de siglo. Poseía ya ese disco muchas de las características que luego desarrollará en sus múltiples trabajos (epés varios, colaboraciones con Enrique Bunbury y Christina Rosenvinge, Lucas 15, además de los tradicionales elepés), pero es en el segundo y doble CD Cajas de música difíciles de parar (2003) en el que su estilo será plenamente expuesto. Veinte canciones que se van hasta los cien minutos para que tenga tiempo Vegas de contarnos sus historias y acercarnos sus lamentos, heredero de esa senda —la de cantautor rock— hollada por Bob Dylan, Leonard Cohen y otros. Por fortuna, no es Vegas imitador sin alma, sino que su manera de cantar, las letras tan peculiares, las siempre hermosas melodías, los arreglos y la banda que le respalda hacen que lo que podía flojear en algún momento por su incontinencia —también existe el disco como triple vinilo— devenga particular y necesario. Magnéticas a lo largo de todo el recorrido, incluso sublimes en ocasiones, estas Cajas de música difíciles de parar han tenido eco hasta el día de hoy en la magnífica producción discográfica de Nacho Vegas solo o en compañía. Trabajos como Desaparezca aquí, La zona suciaEl tiempo de las cerezas (éste con el que fuera cantante de Héroes del Silencio) han corroborado y expandido la obra de aquel joven que viajó desde el noise y el kraut de Manta Ray hasta el folk eléctrico con el cambio de centuria. Si las consecuencias estéticas son de tal calado, es indiferente la singladura.



jueves, 16 de febrero de 2012

Teenage Head


El impacto provocado por Stooges y MC5 en los Flamin Groovies se traducirá en Flamingo, su segundo disco, pero se mantendrá, en parte, en Teenage Head (1971), siguiente y más elaborada propuesta del grupo californiano. Tan sólida pareja me parece el punto álgido de la carrera de los Groovies, aunque para muchos será superada por su espectacular retorno cinco años después en clave pop y ya sin Roy Loney en la banda: Shake Some Action. Dejando esta cuestión a un lado —ya le llegará su momento—, las nueve canciones de Teenage Head, siete originales y dos versiones, gritan bien alto sus bondades y contienen argumentos sobrados para defenderse a sí mismas, cotejos aparte.

Las guitarras eléctricas de High Flyin' Baby y las acústicas de City Lights muestran dos caras distintas del grupo, aunque sean las de una misma moneda en la que conviven country y blues de manera similar al tratamiento dado a dichos estilos por los Rolling Stones, influencia invariable desde sus comienzos pero que anida especialmente en los surcos de este disco. Have You Seen My Baby?, un rotundo rock and roll, parte del tema original de Randy Newman para que el personal mueva el cuerpo sin parar. Yesterdays Numbers es una canción fabulosa que recuerda al Stray Cat Blues de Jagger y Richards. Teenage Head no sólo pone título al elepé, sino que nos ofrece a unos Flamin Groovies más cercanos que nunca al hard rock primigenio. 32-20 lleva el clásico de Robert Johnson a terrenos honky tonk sin dejar de ser el blues fundacional que es. Evil Hearted Ada es rockabilly efervescente y Doctor Boogie hace honor a su nombre, quitándote su cadencia todos los males de encima. Whisky Woman, corte lento que acaba acelerando, da fe de toda la clase y versatilidad del grupo y se encarga de dejar caer el telón.

Escribía Andy Kotowicz que "Se rumoreaba que Mick Jagger decía del clásico álbum de los Groovies Teenage Head que era mejor que el propio Sticky Fingers de los Stones, que había sido publicado prácticamente al mismo tiempo en 1971. Loney había oído que el comentario se atribuía a Keith Richards". Lo diga quien lo diga, nunca me parecerá el tercer elepé de los Flamin Groovies ni siquiera tan bueno como la obra maestra de los Rolling Stones. No es ello obstáculo para alabar al grupo de Cyril Jordan, uno de mis favoritos, y su espléndido Teenage Head, pero no debe la pasión nublar la razón y justificar la hipérbole. Lo afirmo como axioma: su huella nunca será comparable a la dejada por Sticky Fingers.

lunes, 13 de febrero de 2012

Explorations


Registrada dos días después de que Scott LaFaro participase en la grabación del espléndido Ornette! de Ornette Coleman y tres semanas antes de que Bill Evans hiciera lo propio en la sesión que inmortalizó a Oliver Nelson gracias a The Blues And The Abstract Truth, la segunda incursión en el estudio —Portrait In Jazz había sido la primera— del trío que completaba Paul Motian a la batería tendrá como resultado un bellísimo álbum llamado Explorations, que, protegido como queda por los trabajos mencionados de Coleman y Nelson, no parece tener otra opción aquel 2 de febrero de 1961.

Pianista sobrio y sosegado, Evans incide aquí en sus formas, sin dar una nota de más, bien sea en baladas o tempos más rápidos. De gusto exquisito, su manera de acariciar su instrumento —improvisando él o cubriendo a sus compañeros— dota a cada tecla que toca de una dimensión propia, suerte de éxtasis que nunca corta del todo la siguiente pulsación —que trae, claro, su propia elevación— y mantiene una tensión sutil que el criterio de Evans multiplica durante la interpretación. Así pues, sin tener nada de invasora, su música penetra en el espíritu del oyente con mayor intensidad que el más salvaje esputo hardcore. Los ocho temas con los que cuenta Explorations, ninguno propio, se deslizan tan dulce como ineluctablemente en la conciencia, sólo excediendo de los seis minutos el primero de ellos, Israel.


La misma serenidad que Evans, la misma elegancia en su quehacer, la transmiten LaFaro con el contrabajo y Motian con las escobillas que amortiguan el sonido de su batería. Semejante conjunción de talentos, agrupados bajo la denominación del Bill Evans Trio, no podía dar sino alegrías como la que hoy hemos traído a Ragged Glory o las de los míticos Sunday At The Village Vanguard y Waltz For Debby, también pergeñados en 1961. La muerte ese mismo año de un joven Scott LaFaro —volviendo todo tristeza— nos privó de que fueran más.

viernes, 10 de febrero de 2012

America Eats Its Young


El funk electrificado y psicodélico que —vía Hendrix— había modelado los tres primeros y torrenciales elepés de Funkadelic dará paso en America Eats Its Young (1972) a una música más sofisticada en la que la distorsión de las guitarras será sustituida por un sonido más accesible, que no menos ambicioso. El doble elepé resultante no será tan lesivo para el cerebro como Maggot Brain, pero lo que se pierda en intensidad se ganará en tersura, manteniendo la calidad instrumental las decenas de músicos participantes. Más que un grupo, el de George Clinton parece aquí una orquesta.

Funk en estado puro, soul y baladas orquestados (sección de cuerda con violín, viola, y violonchelo), largos pasajes instrumentales en los que los teclados de Bernie Worrell tienen especial importancia, vientos en su punto, bases rítmicas, percusiones y guitarras ricamente elaboradas, coros espectaculares… Esto es lo que encontramos en un álbum variado, repleto de detalles sugerentes y que no se resiente del hecho de haber sido registrado en estudios de diferentes ciudades como Toronto, Londres y Detroit. La denuncia política domina el trabajo, pero también hay sitio para el amor y la sexualidad en sus canciones, algunas de ellas ya grabadas por los Parliaments y Parliament.

Mucha tela tendrá aún que cortar Funkadelic durante los años setenta, siguiendo básicamente la senda marcada por America Eats Its Young, un doble elepé fecundo y atrevido, placer auditivo de los que no se agotan. No lejos del que aquel 1972 proporcionarán Ege Bamyasi, Neu!, Roxy Music, Ziggy Stardust, School's Out, TransformerBlack Sabbath Vol. 4. Se dice pronto, pero cuantas más veces repitan la lista en su cabeza más duras se les harán las comparaciones con el presente.

lunes, 6 de febrero de 2012

Up-Tight


Recopilaciones, DVDs en vivo, algún tema nuevo… Está bien, así es, pero disco, lo que se dice disco —una docena de nuevas canciones grabadas en estudio y empaquetadas para gozo de sus fans—, de los Nomads no lo hay desde hace ya la friolera de once años. Aunque, me dirán con razón, ¡qué álbum aquel Up-Tight publicado en 2001! Pues sí, sensacional. El garage and roll practicado por el cuarteto sueco en sus comienzos —unos años ochenta en los que versionaban, verbigracia, a los Lyres y Link Wray, por si sirve de pista— ha evolucionando sutilmente hacía un rock más personal al que todavía le quedan fuzz y arrestos, pero que tiene, en mi opinión, mejores canciones. Dando su propia versión del high energy (Can't Keep A Bad Man Down), el power pop (Crystall Ball) y el punk rock (Open Up Your Door), el álbum comienza de una manera tan irresistible que el resto del mismo no puede arrostrar tan perfecta tríada, pese a que los diez cortes siguientes (incluidos los dos regalados por Nick Royale y Javier Escovedo) bien podían conformar por sí solos un trabajo muy notable. De todos modos, el conjunto es magnífico y nos enseña a unos músicos maduros y sabios que tocan la tecla de las emociones con las notas exactas y los elementos justos, repartiendo con sobriedad y calma kilos y kilos de melodía.

Curiosamente, el éxito que se llevaban Hellacopters y otros grupos suecos y escandinavos nacidos en la década de 1990 se negaba a los Nomads, padres de todos ellos junto a Union Carbide Productions, que quedaban reducidos a banda de culto incapaz de llenar los recintos en que aquéllos colgaban el letrero de "No hay entradas". Cualquiera que les haya visto en vivo o haya escuchado sus grabaciones dará fe de que la música de los Nomads tiene un cuerpo y una categoría a las que no tienen acceso sus sucesores, por muy destacables que éstos sean. Up-Tigt es la prueba definitiva, aunque quien no les conozca puede empezar también por ese fenomenal resumen genealógico llamado Nomadic Dementia. The Best Of The First 25 Years y el DVD en directo Live In Madrid. Para paladares finos, por supuesto.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Raw Power


En febrero de 1973, días después de la firma de los Acuerdos de Paz de París, por los cuales Estados Unidos se comprometía a abandonar Vietnam —un fracaso monumental para la maquinaria bélica norteamericana que no pudo con un pueblo heroico y sacrificado hasta el paroxismo—, se publicaba Raw Power. Si hasta ese momento se habían conocido decenas de canciones de los artistas más relevantes en las que se criticaba la invasión del país asiático, el encarnizamiento con que actuaba el ejército yanqui y otra serie de hechos (laterales o colaterales) relacionados con la guerra, el tercer disco de los Stooges era la Guerra del Vietnam llevada al rock and roll. No había juicios sobre el bien o el mal, sino el vitando latir que aquella confrontación armada había dejado en la sociedad americana, sí, pero, sobre todo, en los soldados que habían sido enviados al pandemónium en nombre de los intereses económicos camuflados de grandes ideales. Les suena, ¿no?

Obviamente, otras lecturas pueden ser tan o más acertadas, pero lo que es incontestable es la música que contiene Raw Power, una de las obras maestras más absolutas que ha conocido el rock. Milagrosamente, mantenía el estratosférico nivel de Fun House, el anterior álbum de los Stooges, aunque Ron Asheton quedase relegado a las cuatro cuerdas al ser sustituido por el también excelente, pero diferente, guitarrista James Williamson. La mítica imagen de Iggy Pop en la portada —animal distante, morboso y peligroso— presenta el sangrante y deletéreo ataque que inicia Search And Destroy —tema basado directamente en un artículo sobre la Guerra del Vietnam—, cuyo fuego destruye pero acendra al mismo tiempo. Gimme Danger es lo más cerca que jamás estuvieron los Stooges de una balada, aunque el resultado sea igual de amenazador y cortante, si no más, que Your Pretty Face Is Going To Hell, el salvaje y veloz tercer tema de la primera cara. Penetration, el último, nos invita a navegar por mundos alucinatorios y explícitamente sexuales, la hermosa pesadilla de un marine muerto de miedo en la selva, siguiendo con nuestra metáfora. La segunda mitad nos ofrece el "auténtico rock básico" del que habla Iggy Pop y pone título al elepé, Raw Power; una nueva deconstrucción del blues, I Need Somebody, operación que ya había dado una pieza maestra como Dirt en Fun House; el mejor riff salido de la punzante guitarra de Williamson, Shake Appeal; y el viaje final a la perdición y el escombro, Death Trip, la vuelta al hogar vencido y humillado, aunque la victoria habría significado la misma miseria, la misma repelencia. Cierto es que, como afirma Jaime Gonzalo, Iggy Pop cantaba "al sadomaso y el sexo torturado, a la dominación y la sumisión, a la heroína, a la paranoia", pero el trauma y el horror bélicos se pueden medir según parámetros similares. Frente al buen rollo hippie, el "corazón lleno de napalm" de los Stooges atacaba al oyente negando cualquier utopía, sustituyendo las pancartas de protesta por la descripción inmisericorde de una realidad lacerante, cruda como el poder del título.


La miasma que desprenden la producción de Pop y la polémica mezcla final de David Bowie —en la que la base rítmica de los hermanos Asheton parece una fantasmagoría bajo los feroces punteos de Williamson y los alaridos de Pop— termina por completar un cuadro bellísmo hecho a base de elementos deprimentes y agresivos. La remezcla de Iggy Pop dada a conocer en 1997 —a pesar de haber sido duramente criticado por Williamson y Ron Asheton— mejora el sonido original, pero pierde parte de su cualidad arcana sin dejar de ser —tampoco perdamos el norte— el de un álbum esencial. Sea de esto lo que fuere, con Raw Power en las tiendas, el punk, claro, estaba servido, aunque ninguno de los mejores discos que surgirá del movimiento —entre otras cosas porque el grupo de Detroit jamás hubiera formado parte de movimiento alguno que no fuera uno bautizado con su nombre— resultará tan inquietante y original como el trabajo de unos Stooges que, para aquel entonces, ya habían dado la partida por finalizada.