domingo, 29 de septiembre de 2013

En español Vol. 3


Lo que es curiosidad al acercarse a él, acaba convirtiéndose en placer cuando uno escucha este siete pulgadas de El Beasto. En español Vol. 3 (2010) recoge a los Flaming Sideburns rebuscando en el hemisferio sur y grabando para la disquera gallega una lectura de Vox Dei (Vueltas y vueltas alrededor del sol) y otra de Radio Birdman (Man With Golden Helmet) aún más atmosférica (incluso superior) que la original y titulada El hombre del casco dorado en su paso al castellano. ¿Y qué hace una banda finlandesa de rock and roll tocando temas de un grupo argentino y otro australiano en la lengua de José Cadalso para un sello español? Pues, miren, su cantante, Speedo Martínez, es también argentino, no solo en la mitad norte del planeta se sabe componer e interpretar con categoría la música del diablo y, qué quieren que les diga, en El Beasto hay muy buen gusto. Dos canciones nada más, y ambas versiones, de acuerdo, pero magníficas y merecedoras de un pequeño lugar en este espacio.

jueves, 26 de septiembre de 2013

Songs From Northern Britain




Rebajando las influencias, por el mismo grupo reconocidas, de "Neil Young, Sonic Youth, Dinosaur Jr. o Hüsker Dü", y potenciando las de Beach Boys, Byrds o Mamas And The Papas (que siempre habían estado allí, ¡oh, California!) —manteniendo fija y estable la de Big Star—, viajaba Teenage Fanclub durante más de un lustro para llegar de A Catholic Education y BandwagonesqueThirteen y Grand Prix mediante— a Songs From Northern Britain (1997), luminosa e irresistible obra maestra que, según mi amigo Johnny, es "recomendable para mirar el horizonte y afrontar la vida con fortaleza y claridad", optimista afirmación a la que hoy más que nunca se hace necesario agarrarse. Menos electricidad y distorsión para las soberbias melodías de las guitarras, más (y más hermosas) armonías vocales: la fórmula de doce canciones que, bien sean de Norman Blake, Gerard Love o Raymond McGinley, alcanzan la destreza individual y la perfección conjunta. Bebidas de un solo y vivificante trago, el cuerpo se hinche de algo muy parecido a la alegría, asumiendo todas la cautelas que se quieran poner, pero volviendo a negar el famoso aforismo de Oscar Wilde que no reconoce utilidad alguna al arte, pues o la enmienda es a la totalidad (la vida, sí) o no vale para una de las partes. Si Songs From Northern Britain sirve a alguien para poner paz y esperanza, aun limitadas a su escucha y sus efluvios, en su triste y dura existencia, no seré yo quien se las niegue recurriendo a fáciles ironías. Más allá de lo poco o muy acertado de esta reflexión, de todos modos, está el fulgor de un disco en el que hay pop, hay rock y hay folk llegados del otro lado del Atlántico, sí, pero en el que, por encima de ellos y asumidos sin angustias prestatarias, hay Teenage Fanclub y Escocia. O —todavía— el norte del Reino Unido.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Nada

¿Quién puede entender los mil hilos que unen las almas de los hombres y el alcance de sus palabras?

(Nada, Carmen Laforet)



¿Modo imperativo del verbo nadar o vacío existencial que nos aterra y engulle? Ambos, claro, pues no es sino una orden la que recibes de los verbos nacer y morir cuando se conjugan de tal manera para que en medio de ese mandato taxativo y perentorio —"Nace", "Muere"— transcurran tus días en el planeta. Paradójicamente, la conciencia que el ser racional tiene de su mortalidad (añada futilidad quien lo considere oportuno) le da armas para burlarla temporalmente, incluso, como es el caso de Los Enemigos, bromeando directamente con la nada de la que venimos y a la que nos dirigimos.

Cuando en 1999 se publica Nada, a la carrera del grupo de Josele Santiago no le queda mucho tiempo, aunque el ya cuarteto —Manolo Benítez es por fin miembro oficial del mismo— se encuentra en un momento de forma estupendo, como corrobora uno de sus mejores discos tanto compositiva como interpretativamente. El sentido del humor surrealista y travieso de la banda, y en concreto de su líder, gobierna las letras de un disco cuya portada —la piscina vacía y calma vista desde el trampolín que encabeza esta entrada— es un cúmulo de sugerencias en ese sentido, un juego con los sentimientos más profundos y trascendentales de muchas personas, mordaz para unos, irrespetuoso para otros; si bien son las canciones y su plasmación instrumental lo que da la categoría definitiva al álbum.

Un potente riff, que bien podría haber firmado su paisano Fernando Pardo, inicia el trabajo y Me sobra carnaval, que alterna momentos duros con otros más suaves. Todo a cien, de deliciosos acordes y arpegios de guitarra, contiene versos de irónico hedonismo como los que siguen:

"No puedo parar
no puedo frenar
yo no sé decir basta.

No sé decir no,
sí sé decir más
me bebo la vida
a cucharás…".


Ná de ná es una preciosa balada dentro de lo que sería la concepción enemiga de las mismas, aunque hablando de cosas que a todos nos atañen:

"No intentes cambiarme así.
No me inventes, no me cuentes
sigo siendo el que hay enfrente…
… enfrente de ti
hay un tío de lo más corriente".

Sangre, sudor y chicles de fresa y el tema instrumental T.T.L. forman un díptico de rock fornido al que sigue An-tonio, homenaje emocionante y sensible al músico de Algeciras, a cuya memoria, junto "a la de Pepe Risi y a la de Poch", está dedicada el disco. No se lo cuentes retoma el vigor para cantar que "No me tientes más / con el bien". Fino Oyonarte tenía intención de meter una gaita en la canción —anécdota exclusiva de esta casa virtual—, pero Manolo Carro, invitado por el grupo para grabarla, se lo desaconsejó. ¡Con Dios! nos enseña a Los Enemigos en versión ska, mientras que Claro que arde es otro tema lento y hermosísimo con versos tan enormes como

"¿Qué misterio insondable es
que no tenga cara amable
lo que amable fue?",

poético epítome de la complejidad de las relaciones entre los seres humanos, pues el interior de cada cual está completamente proscrito al resto, que no nos conoce por lo que somos sino por lo que simulamos ser. Héroe o basura da con la cara más desenfadada de la banda y Razas de Caín con la más punk; dos cortes que no están mal, pero que, en mi opinión, significan la parte más floja del conjunto. Animal, sin embargo, redime este pequeño bajón mediante una pieza muy atmosférica que puede referirse, o no, a Chema "Animal" Pérez, el batería del grupo madrileño. En todo caso, queda claro que "Yo, de mayor / quiero ser animal".

Así concluía Nada, otro ejemplo de que en cuestiones de rock nadie o casi nadie tosía (ni tose) a Los Enemigos en territorio español. Su estilo hacía años que era inconfundible, y su soltura y buen hacer, incontestables. Aquí añadían matices, sólidas y brillantes ramas al tronco castizo de Malasaña del que emana toda la obra compuesta, principalmente, por Josele Santiago, pero dotada de vida por cuatro intérpretes como la copa de un pino, ya que hablamos de árboles. Todo, aunque digan Nada.

viernes, 20 de septiembre de 2013

Electric Ladyland


Personalmente, más que considerar Electric Ladyland el mejor disco de la Jimi Hendrix Experience, prefiero tomarlo como un paso más (el último) en la carrera —si acaso el que más profusamente la documenta, al ser doble el elepé— del trío del genio de las seis cuerdas hacia la desintegración de cualquier discurso previo en el planeta del rock and roll. Porque, ¿se parece a algo que no sea su propio trabajo lo que Hendrix, Noel Redding y Mitch Mitchell perpetúan en esta extraordinaria grabación? De la manía perfeccionista del zurdo, que redundará en múltiples y largas sesiones, y las distintas colaboraciones de músicos ajenos al grupo, saldrá un álbum con el que, aunque parezca mentira, rivalizarán aquel año de 1968 los que publiquen Beatles, Velvet, Van Morrison, Kinks, The Band, Creedence, Jeff Beck Group, Cream, Zombies o Stones: ¿aún respiran?


…And The Gods Made Love* y Have You Ever Been (To Electric Ladyland) hacen que el disco comience con un aire alucinógeno que corta la potente y rítmica Crosstown Traffic, tema que podemos situar a medio camino de Fire y Foxy Lody. Como si quisieran resarcirse de que ninguno de los tres corte anteriores llegue a los tres minutos, Hendrix y sus acólitos llevan hasta el cuarto de hora su visión del blues mediante un espectacular Voodoo Chile en el que Jack Casidy toca el bajo en lugar de Noel Redding y Steve Winwood, el órgano. Todos los intérpretes aprueban con nota alta, pero es el guitarrista quien se lleva la matrícula de honor con su sonido lascivo y distorsionado. Little Miss Strange, compuesta y cantada por Redding, muestra el lado beat del trío (que también lo tenía) y ofrece una versión menos agresiva, aunque también muy inventiva, de Jimi Hendrix y sus dedos de oro. Long Hot Summer Night se mueve entra la psicodelia, el pop y el blues, y en ella pueden escuchar, si aguzan el oído, el piano de Al Kooper. El R&B que amamanta a Hendrix tiene su homenaje en la versión del Come On (Part I) de Earl King, a la que sigue el funk ácido de Gypsy Eyes, tema en el que la guitarra, por momentos, salta de un altavoz a otro produciendo un efecto tremendamente lisérgico. No menos psicodélica es The Burning Of The Midnight Lamp, viaje cósmico que potencian los coros de las Sweet Inspirations. Blues caliente es lo que nos ofrece Rainy Day, Dream Away, que tendrá su continuación en la última cara con Still Raining, Still Dreaming. Estas dos composiciones, que en realidad es una fraccionada, se enriquecen con el saxo de Freddie Smith, las congas de Larry Faucette, el órgano de Mike Finnigan y cuentan con la batería de Buddy Miles, no la de Mitch Mitchell. 1983… (A Merman I Should Turn To Be) —ya que hablamos de alteraciones sensoriales inducidas— es el verdadero viaje del disco, de cuya parte central pareciera haber tomado buena nota Led Zeppelin antes de grabar su Whole Lotta Love. Trece minutos largos para flotar dándose cabezazos, flauta de Chris Wood incluida, que rematan los efectos sonoros de Moon, Turn The Tides… Gently Gently Away, miniatura que enlaza con el principio del doble elepé. La mencionada Still Raining, Still Dreaming (de nuevo la guitarra saltando por los canales) precede a House Burning Down, una muy buena canción que solo palidece ante la cumbre bífida que culmina el álbum y la trayectoria de la Jimi Hendrix Experience: la impresionante expropiación —que no lectura— del All Along The Watchtower dylaniano, que se convierte en un nuevo y mejor tema que el original (reconocido por su autor) gracias a la mágica labor de Hendrix, las espléndidas baquetas de Mitchell, la guitarra acústica de doce cuerdas de Dave Mason (que según Eddie Kramer hizo cerca de treinta tomas de su parte y, añado yo, no mató a nadie) y la percusión de Brian Jones (sí, el rolling stone); y la salvaje variación de Voodoo Chile apodada Voodoo Child (Slight Return), que no es sino el trío sin apoyos, tan puro y devastador como si estuviera encima del escenario y delante de su público.


Demasiada es la categoría de Electric Ladyland como para necesitar apoyo externo alguno, rematemos, pero señalar que este disco (y la música de Hendrix en general) fue una de las influencias que recogió Miles Davis para construir el inabarcable Bitches Brew es recordar lo obvio: las etiquetas aquí estorban más que informan. El guitarrista las había dejado a las puertas del estudio y sus acompañantes supieron comprenderlo.

*Vamos a seguir en nuestro análisis el listado real de los temas, si bien el prensado de la edición inglesa (la que se replicó en la edición española de 1988, portada carnal incluida, y que yo poseo) tiene el siguiente orden: cara 1 – cara 4 – cara 2 – cara 3, por motivos técnicos que aquí no vienen al caso.


martes, 17 de septiembre de 2013

My Favorite Things


Nunca estuvo John Coltrane más cerca del Miles Davis modal y recogido de Kind Of Blue que en el transcurrir pausado y melancólico de My Favorite Things y Everytime We Say Goodbye, dos de las cuatro composiciones clásicas (escogidas por el saxofonista, como el título del álbum da a entender) que su cuarteto ataca en My Favorite Things. Él había formado parte crucial del universo Davis hasta hacía nada, el saxo soprano que suena en ambos temas se lo había regalado el trompetista meses antes de la grabación, y contaba con la compañía ideal para ponerlos en pie. Registrado en octubre de 1960 y publicado al año siguiente, el elepé tiene una segunda cara en la que nos encontramos al Coltrane más reconocible, el del saxo tenor y el hard bop (Giant Steps es todavía la referencia), lleno de inventiva, de ideas incesantes en el manar de su sonido. Tanto en Summertime y But Not For Me como en su contraparte artística disfruta el autor de A Love Supreme del apoyo imprescindible de los que serán sus fieles escuderos (junto a Jimmy Garrison) hasta casi el final de sus días: McCoy Tyner y Elvin Jones, pianista y baterista, respectivamente, que no necesitan presentación alguna, y cuya labor está a la altura de la de su jefe. Adaptándose a las diferentes exigencias que implica cada una de las dos partes del elepé, Tyner, Jones y Steve Davis (contrabajista coyuntural pero muy hábil) logran que la música fluya continua y perfectamente ensamblada y que las improvisaciones de John Coltrane reboten sobre una base inquebrantable. La de un trabajo excelente, My Favorite Things, que sumar a una obra que, en su conjunto, el tiempo no hace sino confirmar y ensanchar. Se mire por donde se mire.

sábado, 14 de septiembre de 2013

Sobre Beccaria y De los delitos y las penas


Hay libros que cambian el mundo.
  
¿Hay libros que cambian el mundo?

Bien lo afirmemos o nos lo preguntemos, lo cierto es que hay libros que, como reza el tópico, se adelantan a su tiempo. El existencialismo de Sartre ya estaba en Calderón de la Barca; frases extraídas de El capital de Marx son literalmente extrapolables a nuestros días; Montesquieu fue modernísimo al hablar de la separación de poderes, aunque se había inspirado… en los pensadores romanos; etc.

Nadie inventa nada, claro, el pensamiento está en el aire, que diría Bob Dylan; pero claro también que algunos autores plasman ciertas ideas de cierta manera en cierto momento que pareciera como si aquello hubiera surgido por generación espontánea, tal es la clarividencia y la verdad de sus palabras leídas siglos después. El noble milanés Cesare Beccaria es uno de esos autores bendecidos por el don de la penetración, y su libro De los delitos y las penas, uno de los más influyentes textos jamás publicados. Defensor a ultranza de la ley, la igualdad ante la misma y la proporcionalidad del castigo, estos axiomas llevaron a Beccaria a condenar la tortura y la pena de muerte —extendidísimas a la sazón— por su injusticia e ineficacia. Todo esto, que en teoría es evidente en cualquier democracia contemporánea, era de una audacia tal en 1764, que podía pasar perfectamente por herejía o badulaquería. No lo era, por supuesto, y muy pocos pensadores han sido, con posterioridad, tan insolentes y radicales a la vez (piensen, verbigracia, en el Proudhon de ¿Qué es la propiedad?, pero no muchos más). Como decía, glosándolo, Francisco Tomás y Valiente —asesinado por ETA, que no siguió los consejos de Beccaria al aplicarle la pena de muerte sin juicio alguno—, “los preceptos fundamentales de la política legislativa que él aconseja (…), dada su radical novedad e incompatibilidad con el sistema establecido, significaba, de ser admitida, la total remoción del mismo. El reformismo penal de Beccaria es ciertamente profundo”. Concluimos, pues, en consonancia con las palabras de Tomás y Valiente: Si De los delitos y las penas y Cesare Beccaria no cambiaron el mundo, al menos lo prefiguraron, que no es poco.

NOTA: Este texto fue escrito a petición de mi querida amiga Esther, y publicado originalmente en abril de este año en La Ciudad del Libro.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Discipline


Discipline (1981) no iba a ser el título del disco con el que King Crimson retornaba a la actividad siete años después de publicar Red, sino el nombre que Robert Fripp había elegido para el grupo que había formado reclutando a quien fuera batería de Crimson en sus tres anteriores elepés —Bill Bruford—, al cantante y guitarrista Andrew Belew y al bajista Tony Levin. Sin embargo, Fripp y su cuarteto deciden que Discipline pase a ser King Crimson, en una reencarnación que poco tendrá que ver musicalmente con la banda que responde a la misma denominación entre 1969 y 1974, salvo en un detalle esencial: la calidad.

Unidos ambos por haber colaborado con David Bowie y Talking Heads, tanto Belew (que también lo ha hecho con Franz Zappa) como Fripp trasladan su experiencia a un disco que quiere sonar (y lo consigue) a puro presente, renovando de arriba abajo la arquitectura crimsoniana —asimismo variable— que había dado lugar a obras maestras de la talla de In The Court Of The Crimson King o Lark's Tongues In Aspic. En Discipline hay ecos del pasado progresivo (la duración media de los siete cortes que contiene el trabajo es de seis minutos), de los sonidos kraut filtrados por el autor de Low y Scary Monsters o de la nueva ola étnica y vanguardista acuñada por David Byrne; pero ninguna de las influencias (del acervo propio o ajeno) define el resultado de la grabación: desconcertante al principio, apasionante según se suman escuchas, bellísimo en nuestro diagnóstico final. Esculpidos por tan magníficos instrumentistas como los que forman el grupo, los temas pasean extraños ante nosotros —pues su apuesta formal es ciertamente arriesgada y diferente—, pero dotados de una firmeza melódica y rítmica apabullante que se alza como bastión principal e inexpugnable del álbum.


Situado en algún e hipotético lugar entre Islands y Zenyatta Mondatta (sí, sí), Discipline ha quedado como el mejor elepé de King Crimson sin tener en cuenta su etapa clásica, a la que por otro lado mira de igual a igual. Antes de desaparecer de nuevo durante un década entera, el cuarteto liderado por Robert Fripp publicará dos discos más (Beat y Three Of A Perfect Pair) que, a pesar de su interés, no lograrán la perfección del primero pero mantendrán viva la ambiciosa y constante búsqueda del excepcional guitarrista y sus no menos excepcionales acompañantes. La del artista que ni se vende ni se rinde, y que nos recuerda detrás de la carátula que "La disciplina nunca es un fin en sí misma, solo un medio para lograr un fin". No lo olviden.

domingo, 8 de septiembre de 2013

Sin City Six


Fruto de la disolución de los Pleasure Fuckers, Sin City Six vino a ser la extensión del grupo de Kike Turmix sin Kike Turmix, sustituido en su primera encarnación por un Lee Robinson que moriría un año después de ver publicado el debut de su flamante banda. Más escorado al hard y el high energy que al punk (que sería el caso de los Fuckers), Sin City Six (2000) es un disco de rock and roll con todos los tópicos y clichés (musicales y líricos) que ustedes puedan imaginar asociados a la música del diablo. Sin embargo, y a pesar de no haber en él composiciones enormes, la energía con la que los integrantes del quinteto ponen en escena las mismas y el rotundo sonido logrado por Andy Shernoff (con un productor así tienes que ser muy malo para fallar) hacen del álbum un trabajo notable que suple cualquier atisbo de originalidad o experimentación por la entrega del convencido. Transmitiendo pasión, ardor en cada solo y en cada riff (Mike Sobieski y Norah Findlay); en cada nota pulsada por el bajo (Barnaby Bowles); en cada redoble y en cada golpe (Ángel Ramos); y en cada vocablo cantado (Lee Robinson), Sin City Six les hará mover el esqueleto hasta acabar revolcándose por el suelo mientras fingen tocar una guitarra o una batería en la más absoluta de las intimidades, pues si no serían tratados de enfermos mentales. Algo de eso tiene, cómo no, quien se obceca en hacer pervivir un arte tan trillado como el que practica —practicaba— Sin City Six, defendiendo a capa y espada los valores de Chuck Berry, James Williamson o Bon Scott aun a sabiendas de que jamás llegará ni de lejos a su altura. Sirva en su descarga que incluso contemporáneos de la categoría de Asteroid B-612 o Thee Michelle Gun Elephant tampoco lo estuvieron. De todos modos, expresados los peros por nuestra parte, las virtudes salen victoriosas y el disco —si éste es su negociado— se escucha del tirón con gusto. Eso es lo que importa, ¿no?, me dirán, que es usted un quisquilloso. Y les contestaré junto a Robinson: Por supuesto, "Let it roll", disfrutemos cerveza en mano de lo que queda del verano.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Bad Reputation


Los microuniversos que pueblan las diferentes disciplinas artísticas tienden a parecer absolutos, únicos en el momento histórico en el que hacen su aparición y realizan su desarrollo inicial. Un análisis retrospectivo rápido y generalizado relacionará géneros, estilos o movimientos con tal o cual periodo en el que ven la luz como si a la sazón no hubieran cabido maneras diferentes de hacer las cosas; pero en cuanto se amplía la mirada vemos que dicho barrunto, si no falso, no se ajusta a una realidad siempre mucha más lata, rica y difícil de reducir.

Nos lleva el párrafo anterior directamente al año 1977. El punk rock parece barrerlo todo, provocando a la sociedad biempensante y ridiculizando a sinfónicos, progresivos y llenaestadios de cualquier pelaje. Cualquiera puede montar una banda, escribir una canción e interpretarla ante un público evidentemente receptivo a ese retorno al rock and roll fundacional y popular. Sin embargo, no solo de Sex Pistols, Ramones, Clash, Damned, Dictators o Dead Boys se alimenta aquel año: Kraftwerk, David Bowie, Iggy Pop, Pink Floyd, AC/DC o Thin Lizzy —el grupo del que nos vamos a ocupar—, por ejemplo, publican obras que el tiempo ha convalidado exactamente igual que las que nos dejaron —tan frescas y gozosas— las hordas punks.


Thin Lizzy —entramos ya en materia— se encuentra en un momento creativamente pletórico cuando se dispone en primavera a registrar Bad Reputation bajo la batuta de Tony Visconti. Los resultados de la grabación lo confirmarán, a pesar de que Brian Robertson apenas intervenga en la misma al tener la mano dañada. Un gong inicia el álbum y Soldier Of Fortune, maravillosa canción que eleva el listón ya desde el principio, y en la que disfrutamos de nuevos punteos gemelos y melódicos del genial Scott Gorham. Bad Reputation, Opium Trail y Southbound mantienen el nivel establecido, más duras las dos primeras, más lírica la última (escuchen de fondo la armónica que toca Phil Lynott), espléndidas las tres y unificadas por una de las voces más expresivas y emocionantes que haya dado el rock. Pero no crean que todavía se ha alcanzado el súmmum. Dancing In The Moonlight es la joya del disco, un romántico homenaje de Lynott a su compatriota y maestro Van Morrison que aleja al grupo del hard rock para plasmar uno de sus temas más delicados y sobresalientes. Killer Without A Cause retoma la vía aguerrida —si bien matizada por la guitarra acústica en algún pasaje— aunque solo sea un espejismo, pues será abandonada hasta que el elepé finalice. Ni la preciosa balada Downtown Sundown ni los dos cortes que van en último lugar —That Woman's Gonna Break Your Heart, Dear Lord— pueden ser clasificados como rock duro; es rock a secas construido según las premisas de Thin Lizzy, a esas alturas de la década inconfundibles, y siempre orientadas a remover nuestros sentimientos tras regurgitar Lynott los suyos.


Concluimos diciendo que la mano de Tony Visconti —que también se ocupará de los nombrados Bowie e Iggy Pop en 1977— se nota en el acabado del producto, pero las composiciones y su definición técnica llevan el sello magistral de los autores de Jailbreak. Son ellos, los miembros de Thin Lizzy, los encargados de recordarnos que hay que desconfiar de orientaciones unidireccionales en el estudio de las manifestaciones estéticas de una época: por mucho que una sobresalga, siempre serán variadas, bien cercanas, bien esquivas. Por ruido que hicieran Johnny Rotten y compañía, lo contrario no sería lógico.

lunes, 2 de septiembre de 2013

On The Quiet


Aproximación pausada a varios de su clásicos eléctricos, On The Quiet (1996) es una curiosidad que nos muestra la faceta (semi) acústica de uno de los mejores bandas australianas si de high energy rock and roll hablamos: los Celibate Rifles. Las versiones originales no son mejoradas, sí llevadas a un terreno más tranquilo en el que se degustan de una manera diferente, en especial las letras que salen de las graves cuerdas vocales de Damien Lovelock, quien cobra especial protagonismo al eliminar voltios las guitarras. Sentinel, This Gift, No Sign o Jesus On TV —de todas las maneras— siguen siendo grandes canciones, tratadas por sus propietarios con el mismo esmero que cuando las registraban para discos tan inolvidables como The Turgid Miasma Of Existence, Roman Beach Party, o Spaceman In A Satin Suit. Sin embargo, y por si hay quejas y para que nadie se sienta defraudado, la banda de Kent Steedman realiza en el último tercio del trabajo cuatro macanudas y consecutivas lecturas —con el amplificador encendido— de los Sports, Rose Tattoo, los Sunsets y los Lisptick Killers, compatriotas todos ellos de los Rifles. Así, Boys (What Did The Detectives [sic] Say?), Astra Wally, Hot Generation e Hindu Gods Of Love retoman la "pasión por el ruido", que diría Barricada, de nuestro grupo, nos levantan del asiento y hacen patria al mismo tiempo. Se puede vivir sin On The Quiet (no sin los Celibate Rifles, ¡que conste!), en fin, pero cuando se escucha gusta bastante. Por si tropiezan con él, ahí queda eso.