miércoles, 6 de marzo de 2019

Cuarteto para el fin de los tiempos

Ni la guerra ni el horror nazi consiguieron cercenar por completo la pulsión creativa del hombre. Detenido en el campo de prisioneros de Görlitz en 1940, el compositor francés Olivier Messiaen fue capaz de escribir su magnífico Cuarteto para el fin de los tiempos e incluso estrenarlo en enero del año siguiente ante una audiencia de prisioneros y vigilantes que sustituían así —momentáneamente— el apocalipsis bélico por el musical. Como se puede imaginar, las condiciones materiales del campo y el discurrir de la lucha solo parecían propicios para la desesperación y el abandono, para la fatiga y el hastío, pero Messiaen se sobrepuso a las terribles circunstancias objetivas para, desde la subjetividad espiritual, crear una partitura soberbia que se servía de los medios que el autor de Catálogo de pájaros tenía a mano.

Un cuarteto no muy ortodoxo compuesto por violín, chelo, clarinete y piano —nacido de la máxima de "hacer de la necesidad virtud"— expone las ideas estéticas de un compositor vanguardista muy influido por Músorgski, Stravinski y Debussy que desarrolla un lenguaje propio inflamado por su fe cristiana y marcado por el silbido de los pájaros, constante de sus trabajos que en la prisión germana aparece específicamente por vez primera (movimientos números uno y tres: Liturgia de cristal y Abismo de pájaros). Largos y sentidos adagios para chelo y piano, el primero, y violín y piano, el segundo, las dos loas a la eternidad e inmortalidad de Jesús, respectivamente, son los movimientos elegíacos (quinto y octavo y último) que definen esa religiosidad de Messiaen, los más extensos, graves y exquisitos de un conjunto lleno de matices en el que el timbre de los instrumentos es igual de importante que las notas que tocan, y da al Cuarteto para el fin de los tiempos su sonoridad particular y sello definitivo. El fascismo se extendía, el mundo se preparaba para responder: Olivier Messiaen al piano, Étienne Pasquier al chelo, Jean le Boulaire al violín y Henry Akoka al clarinete estrenaban —un día frío y lluvioso en la Alemania ominosa del Tercer Reich ante un público asustado, perplejo y realmente sui géneris— una pieza que casi ochenta años después sigue conmocionándonos. Por sus melodías y armonías y por el recuerdo del momento y el lugar en los que fueron creadas y dadas a conocer.

4 comentarios:

  1. Pues me has convencido. No he escuchado a este compositor, aunque adoro sus fuentes de influencia. Me lo busco.
    Abrazos.

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  2. Es una maravilla, Addison. Cito otra obra de él en el texto, "Catálogo de pájaros", tres horas para piano solo absolutamente geniales.

    Un abrazo.

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  3. Repaso los viejos números de Karate Press, sección "Las memorias de la tierra", allí se encuentran muy buenos artículos sobre la música judía en los campos de concentración nazis. No se porqué estaba esperando una entrada como esta, tan centroeuropea. Debe ser influencia de Chéjov y las múltiples referencias que hace Durrell en su Quinteto de Aviñón a Viena y Freud. Lo nuestro no tiene remedio.
    Abrazos,
    JdG

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  4. Últimamente he escrito algo sobre música de vanguardia europea, siempre me han gustado e interesado mucho compositores como Bartók, Stockhausen y Messiaen, pero no ha sido hasta hace poco que se han asomado al blog. Nada me extraña que Chéjov y Durrell te lleven al mundo del cuarteto del que hablo.

    Un abrazo, Javier.

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