miércoles, 15 de mayo de 2019

La exactitud de la alegría de la vida



Al igual que Ser o no ser (Ernst Lubitsch, 1942), La ventana indiscreta (Alfred Hitchcock, 1954) o Río Bravo (Howard Hawks, 1959), Cantando bajo la lluvia (Stanley Donen y Gene Kelly, 1952) es un modelo de narración perfecta de la época dorada de Hollywood que trasciende géneros cinematográficos. Películas hechas de guiones exactos y puestas en escena que los subliman, ninguna de ellas renuncia a ser comedia, suspense, western o musical —son todas emblemas de sus respectivas categorías—, pero acudir simplemente a la taxonomía para su disección resulta inútil y superficial.


El mítico largometraje de Donen y Kelly es un milagro de libertad creativa dentro de unas férreas estructuras industriales que anticipa tanto la nouvelle vague como los videoclips de los años ochenta. El tránsito del cine mudo al sonoro tratado en clave de humor, danza y fantasía retrata perfectamente lo que aquello supuso para actores, directores, técnicos y guionistas, salpicado de geniales coreografías entre las que destacan la que da título al filme y la última y más extensa, Broadway Melody. Entre un número musical y otro conocemos cómo el sonido quebró muchos de los fundamentos artísticos y logísticos del mundo del celuloide mientras asistimos al enamoramiento de Don Lockwood (Gene Kelly) y Kathy Selden (Debbie Reynolds), la historia de amistad entre el primero y Cosmo Brown (Donald O'Connor) y la indisimulada estupidez de la engreída Lina Lamont (Jean Hagen). Dirección, actuaciones, decorados e iluminación trabajan sincronizados para transmitir una alegría continua y desbordante, magia a veinticuatro fotogramas por segundo que arranca la sonrisa al espectador desde el primero de ellos.


De las tres películas salidas de la colaboración entre Gene Kelly y Stanley Donen, Cantando bajo la lluvia me parece la más extraordinaria, aun cuando Un día en Nueva York (1949) y Siempre hace buen tiempo (1955) sean asimismo totalmente necesarias. Y me lo parece por su condición metacinematográfica, utilizada sin vanas pretensiones intelectuales para hablar de los mecanismos fílmicos; por su engranaje visual, encadenando secuencias con una naturalidad pasmosa, ya sean habladas o cantadas y bailadas; por su maravilloso colorido; o por saber incrustar elementos vaguardistas y rompedores en un relato fundamentalmente clásico. Por ser, en definitiva, una obra maestra absoluta de su medio creativo que gusta por igual a los críticos más exigentes y al público más frívolo. A todos nos hace olvidar durante sus cien minutos —risas, carcajadas y felicidad— cualquier cosa que no sea la que sucede en pantalla. "I'm singing in the rain…"

8 comentarios:

  1. Obra maestra absoluta, comedia y música, con retazos de crítica ácida y subliminal al mundillo. Me encanta eso de anticipo (ciertamente) a los vídeos de los ochenta.
    Abrazos.

    ResponderEliminar
  2. Lo de los vídeos está claro, Addi, aunque, por desgracia, nunca llegaron al nivel del original. La crítica es, de todos modos, simpática: personajes como Lina Lamont los ha habido y habrá siempre en el mundillo del cine.

    Abrazos.

    ResponderEliminar
  3. Coño, la estoy cantando ahorita, I´m singing in the rain..., just great man.
    Saludos,

    ResponderEliminar
  4. Desde luego todo lo que digas de este película se queda corto.
    Que mala leche tuvo Kubrick al utilizar I'm singing in the Rain en los dos momentos más desgarrados de La naranja mecánica.

    ResponderEliminar
  5. Creo que la mala leche es la principal característica del autor de "El resplandor", Luis.

    Saludos.

    ResponderEliminar