Cambiaron las pintas y el nombre y metalizaron el sonido por si colaba, pero ni por ésas. Estaba claro que los Dictators estaban destinados a no conocer el éxito masivo aunque se llamaran Manitoba's Wild Kingdom (espantoso nombre) e intentasen pasar por grupo heavy ochentero. ¡Que no!
Los Dictators, sin Top Ten, grabaron en 1988 este maravilloso disco de rock and roll que no vería la luz hasta 1990. Diez temas, menos de media hora, para corear con el puño en alto que se mueven entre el punk rock que ellos habían prácticamente inventado (I Want You Tonight!, The Perfect High), el punk metal de New York, New York (tema que ya tocaban los Dictators en directo) y Haircut And Attitude y el metal puro y duro de Fired Up o Prototype.
El disco, cómo no, fue un fracaso en ventas, como lo habían sido los tres que los Dictators habían publicado en la década de 1970. Manitoba's Wild Kingdom no volvería a grabar ningún elepé, cosa que sí haría la marca y formación original (con Top Ten de vuelta) tras varios singles y giras por tierras españolas. Pero ésa es otra historia. Por ahora pincha …And You? y grita con Manitoba "The party starts now!!".
lunes, 13 de abril de 2009
Persiguiendo un ideal
"Si alguien me preguntara qué películas en la historia del cine se han construido más claramente a partir de la "nada" o, mejor dicho, que tuvieran un punto de partida más simple para ofrecer luego un desarrollo más complejo, sin duda podría citar varias, pero creo que la primera de todas sería Stalker", dice Carlos Señor en su libro sobre Andrei Tarkovski.
La historia del rodaje de Stalker es una muestra de la fuerza interior de su director. Jorge Fernández Zicavo, uno de los mayores expertos en la obra de Andrei Tarkovski en nuestro país, lo cuenta así:
"(…) cuando ya se había rodado la mitad del guión, la película negativa Kodak aportada por un distribuidor alemán, resultó dañada en el laboratorio.
"Después de varios intentos por salvar el material, Tarkovski se enfrentó a la dura realidad de tener que comenzar otra vez desde el principio, lo cual planteaba problemas de tiempo y presupuesto que, a su vez, obligaron a modificar el guión.
"Las sospechas sobre la posible intervención del Goskino [Comité estatal de cinematografía de la Unión Soviética] (…) se convirtieron casi en certeza, cuando, al solicitar el resto del negativo virgen, el equipo de producción fue informado de que había sido entregado a otros dos cineastas.
"(…) a pesar de su precaria salud y de nuevas zancadillas propinadas por el Goskino, no sólo aceptó el reto de empezar el film otra vez desde cero, sino que lo convirtió en el más emblemático de su obra y en su testamento espiritual al pueblo ruso".
Se cumplen en 2009 treinta años de la producción de Stalker, mítico y oscuro film del realizador ruso/soviético Andrei Tarkovski, director radical y personal donde los haya y autor de sólo siete películas —además de un fundamental libro de teoría cinematográfica (Esculpir en el tiempo)— en veinticinco años de carrera. Una carrera marcada por los enfrentamientos con la censura (enfrentamientos que acabaron en el exilio) y los innumerables problemas de producción que planean sobre toda su obra, sin que sea Stalker —todo lo contrario— ninguna excepción.
Stalker es una película que se suele adscribir al género de la ciencia-ficción, género con el que tiene remotos parentescos. El guión lo escribieron los hermanos Strugatski a partir de su novela Partida de recreo en el campo, pero viendo la película no parece sino el primer eslabón de esa trilogía que cierra la filmografía de Tarkovski mediante lo que podríamos llamar un proceso de esencialización de su estilo, más marcado aún si cabe en Nostalgia (1983) y Sacrificio (1986), elegida en su momento por muchos medios como la mejor película de los años ochenta del siglo pasado. Stalker cuenta la historia de un guía (o stalker) que lleva a un científico y a un escritor a través de un prado al que llaman "La Zona" en el cual hay una casa semiderruida en la que dicen hay una estancia que concede a cada persona sus deseos más íntimos si se penetra en ella. Todo esto en un lugar y con unos decorados que remiten —en una impresionante advertencia subconsciente— al Chernobil pos desastre nuclear siete años antes de que éste sucediera. Rodada en lentos y largos planos ("Quería que todo contribuyera a dar la impresión de haber rodado la película entera en un solo plano", escribió Tarkovski) —forma de rodar que ya no abandonará hasta el final de sus días y que demuestra que su gran influencia no es Bergman, que también, sino Antonioni, con el que podemos encontrar multitud de paralelismos—, con una cámara en constante, aunque a veces imperceptible, movimiento, Stalker es una película que conjuga a la perfección la búsqueda moral y, en consonancia (siempre en consonancia, las películas de Tarkovski son oraciones, fondo antes que forma), estilística del director ruso y nos habla del miedo que los seres humanos (en opinión de Tarkovski por la falta de espiritualidad, pero no creo que el porqué sea tan importante) a enfrentarnos con nuestra esencia —sea ésta la que sea— en un mundo recubierto, hasta hacerle perder su forma primigenia, de capas y capas de mezquindad, hipocresía y apariencias. Y sirva como ejemplo la soberbia escena en la que los personajes, sentados en la entrada de la «habitación mágica», son incapaces de dar un paso y penetrar en ella. Son incapaces, en definitiva de enfrentarse a su propio yo, tienen miedo a conocer sus deseos más íntimos, que decíamos más arriba, o, quizá, ya los conocen, o los intuyen, y sienten pánico ante la posibilidad de que se hagan realidad.
En contraposición al cine clásico de Hollywood, Stalker propone lentitud frente a velocidad y frenesí y reflexión, indagación e interiorización frente a exposición e intriga (aburrimiento frente a diversión, que dirían muchos). Stalker promete que van a pasar muchas cosas y, conforme avanza, ninguna de ellas pasa. Es el mayor rasgo definitorio de la película y de lo que, en su momento, fue la modernidad. Rasgo de un cine que ya no existe, que se ha evaporado, como por arte de magia, con la ayuda de un mercado ávido de sensaciones fuertes, coyunturales y superficiales. (Y que esto no lleve a conclusiones erróneas como que hoy ya no se hace buen cine o similares, pues ahí tenemos Elephant (Gus Van Sant, 2003), Caché (Michael Haneke, 2005) o Cartas desde Iwo Jima (Clint Eastwood, 2006) entre otras varias, para desmentir semejantes afirmaciones.)
En contraposición al cine clásico de Hollywood, Stalker propone lentitud frente a velocidad y frenesí y reflexión, indagación e interiorización frente a exposición e intriga (aburrimiento frente a diversión, que dirían muchos). Stalker promete que van a pasar muchas cosas y, conforme avanza, ninguna de ellas pasa. Es el mayor rasgo definitorio de la película y de lo que, en su momento, fue la modernidad. Rasgo de un cine que ya no existe, que se ha evaporado, como por arte de magia, con la ayuda de un mercado ávido de sensaciones fuertes, coyunturales y superficiales. (Y que esto no lleve a conclusiones erróneas como que hoy ya no se hace buen cine o similares, pues ahí tenemos Elephant (Gus Van Sant, 2003), Caché (Michael Haneke, 2005) o Cartas desde Iwo Jima (Clint Eastwood, 2006) entre otras varias, para desmentir semejantes afirmaciones.)
La historia del rodaje de Stalker es una muestra de la fuerza interior de su director. Jorge Fernández Zicavo, uno de los mayores expertos en la obra de Andrei Tarkovski en nuestro país, lo cuenta así:
"(…) cuando ya se había rodado la mitad del guión, la película negativa Kodak aportada por un distribuidor alemán, resultó dañada en el laboratorio.
"Después de varios intentos por salvar el material, Tarkovski se enfrentó a la dura realidad de tener que comenzar otra vez desde el principio, lo cual planteaba problemas de tiempo y presupuesto que, a su vez, obligaron a modificar el guión.
"Las sospechas sobre la posible intervención del Goskino [Comité estatal de cinematografía de la Unión Soviética] (…) se convirtieron casi en certeza, cuando, al solicitar el resto del negativo virgen, el equipo de producción fue informado de que había sido entregado a otros dos cineastas.
"(…) a pesar de su precaria salud y de nuevas zancadillas propinadas por el Goskino, no sólo aceptó el reto de empezar el film otra vez desde cero, sino que lo convirtió en el más emblemático de su obra y en su testamento espiritual al pueblo ruso".