sábado, 25 de diciembre de 2010
Peter & The Wolf And The Incredible Jimmy Smith
sábado, 18 de diciembre de 2010
End Of The Century
Cierto es que en el sonido de End Of The Century se nota la mano de Spector, su famoso muro de sonido, pero las canciones, como las de Road To Ruin, mantienen intacto el espíritu adolescente de los Ramones, su querencia por el rock and roll de los años cincuenta. Composiciones simples que nadie más que ellos puede escribir, aunque no parezca difícil hacerlo y sea sencillo el interpretarlas. ¿Que en Do You Remember Rock 'N' Roll Radio hay un órgano y un saxofón? ¿Que la producción de Spector exagera algunos redobles en I'm Affected? ¿Que Danny Says y Baby, I Love You (coescrita por el propio Spector para que la cantaran las Ronettes en los sesenta y orquestada aquí siguiendo los parámetros de aquella época) son tiernas baladas? Pues sí, pero las dos primeras son canciones estupendas y las dos siguientes no están nada mal. Por si acaso, ahí están los ochos cortes restantes —todos por debajo de los tres minutos excepto The Return Of Jackie And Judie, que recupera a los personajes del primer disco— para constatar que End Of The Century, aun siendo una producción de Phil Spector, no deja de ser un disco de los Ramones con todas las de
Presidiendo toda la grabación están la fragilidad, el desasosiego y el romanticismo que trasmite Joey Ramone, la humanidad y el sentimiento escapando por los poros de un cantante tan cercano, que no establece barreras con el oyente. El instrumento más brillante de los que dan vida a los Ramones, al menos para mí, su voz suena mejor que nunca en End Of The Century. En el contraste entre la sequedad y la dureza de las guitarras, el bajo y la batería y la ternura de la voz de Joey puede estar parte del secreto de la fórmula que dio como resultado discos como éste.
domingo, 12 de diciembre de 2010
Music From Big Pink
Obra maestra atemporal, es fácil rastrear en la música del disco el folclore que trajeron los inmigrantes europeos en su colonización de América del Norte y el blues que obligaron a llevar consigo a los esclavos africanos; ambos, blues y folk, son el sustrato de toda la música popular norteamericana del siglo XX, que tiene en The Band uno de sus máximos exponentes. Si bien podemos afirmar que Music From Big Pink es un disco de rock, su modernidad radica en mirar hacia atrás sin renunciar a los elementos propios de su tiempo, en un momento en que los hallazgos de Beatles, Byrds o Dylan ya han lanzado al rock hacia un camino sin retorno. Tears Of Rage, compuesta por Richard Manuel y Bob Dylan, nos introduce en un mundo de añoranzas, de sabores perdidos de antaño que se recrean con exquisita y paciente instrumentación. To Kingdom Come, uno de los cuatro temas compuestos por Robbie Robertson, muestra que también hay gospel y soul en el bagaje del grupo, una delicia con hermosos piano y guitarra eléctrica. In A Station (Manuel) mantiene el nivel en lo más alto, pareciera que uno estuviera en un cielo en el que también habitan los Beach Boys. Bluegrass y honky tonk tienen tratamiento pop en las dos joyas consecutivas de Robertson, Caledonia Mission y la cinematográfica The Weight, single del álbum que también suena en Easy Rider y cuya letra está inspirada en películas como Viridiana y Nazarín, del genial Luis Buñuel. Tras We Can Talk (Manuel) y la versión de Long Black Veil, Chest Fever (Robertson), con ese órgano que parece tocado por Jon Lord, acerca a The Band a la psicodelia de finales de los sesenta sin salirse del tono del disco. Lonesome Suzie (Manuel) retoma el discurso pausado —como recreándose en sí mismo— del elepé. Rick Danko compone junto a Dylan This Wheel's On Fire, y el de Duluth regala, además de la portada, esa maravilla que es I Shall Be Released para cerrar Music From Big Pink de forma mágica y emocionante.
Extraño, distante, quizá molesto, observa el primer disco de The Band su entorno. Los años no han hecho mella alguna en él, y se mantiene como el mejor elepé del grupo canadiense. Clásico adorado por montones de artistas, Music From Big Pink sigue a día de hoy siendo un misterio que se repliega ante el acecho del exterior, pero tampoco parece buscar una opacidad que oculte sus influencias. Es posible que el secreto se halle en ser vanguardia alejándose de ella, pero tampoco rehuyéndola. Complicado equilibrio en el que vive un disco tan singular, aunque de prístina belleza.
miércoles, 8 de diciembre de 2010
Body Count
Quizá cercano a la demagogia en su extremismo, con el "fuck" (y vocablos con la misma raíz) constantemente en la boca, Ice-T nos habla de droga, cárcel, racismo y violencia con la experiencia de quien ha vivido ese mundo, utilizando un sentido del humor negrísimo (en todos los sentidos) que palia la dureza de sus historias y nos hace ver a alguien que relativiza, en el fondo, más de lo que pueda parecer. Capaz del moralismo más abyecto (The Winner Loses) y de la brutalidad más injustificable (Cop Killer, retirada del álbum y sustituida por el Freedom Of Speech de Ice-T en solitario: la defenderé como el que más, pero la libertad de expresión no da patente de corso), la rijosa y desternillante KKK Bitch indulta al rapero que nos cuenta cómo la hija de un líder del Ku Klux Klan —una hembra impresionante— le chupa la "polla como una puta aspiradora" y es sodomizada por Ice-T mientras su padre suelta un discurso fascista. Y añade: "Lo que realmente queremos decir es que Body Count ama a todo el mundo. Amamos a las chicas mejicanas, a las negras, a las orientales, no importa. Si eres de Marte y tienes un coño, te follaremos". Puede resultar zafio y grosero, sí, pero es, en mi opinión una manera tremendamente divertida de burlarse del racismo y la ignorancia que conlleva.
En lo musical, Body Count no inventa el punk ni el hard, pero los ejecuta con destreza y arrogancia, con la fuerza del ofendido, y es que los negros siempre han tenido muchas razones para estarlo en el país de Ronald Reagan. Ice-T y sus compinches no solucionan los problemas, pero al menos se quedan a gusto noqueando al personal con Body Count, buen y bestial debut.
viernes, 3 de diciembre de 2010
Van Halen II
Se comprueba lo dicho al escuchar Van Halen II (1979), que, al igual que el debut de Van Halen, funde el sonido heavy y la técnica refinada con la inmediatez del rock and roll de los cincuenta, como si Little Richard y Judas Priest conviviesen sin problemas en el mismo piso. Temas que rondan los tres minutos cuya metálica densidad no es enemiga del groove y la ligereza que imprime un cachondo, desenfadado David Lee Roth. Desde la versión de You're No Good que da comienzo al disco hasta el Beautiful Girls que lo cierra, Van Halen II es un festín de hard rock, un placer sensorial gracias a un grupo que consolida su estilo y unos músicos excelsos, siempre en su punto, que dotan al conjunto de un sonido intransferible. La guitarra de Eddie Van Halen, el bajo de Michael Anthony y la batería de Alex Van Halen (tan creativo como Stewart Copeland, aunque tan disímiles) logran lo que tantos buscan y casi nadie encuentra: ser singular sin perder las características propias del género practicado. Dance The Night Away (single y precedente de Jump), Somebody Get Me A Doctor, Outta Love Again, Light Up The Sky, D.O.A.… ejemplos de lo expuesto entre los que se cuela una pequeña y elegante floritura acústica de Eddie Van Halen, Spanish Fly.
No eran ya esos desconocidos que asistieron a un concierto de los Dictators los David Lee Roth y Eddie Van Halen quienes entraban en el estudio para grabar su segundo elepé. Se habían convertido en estrellas del espectáculo e integrantes de uno de los mejores grupos de hard rock existentes. Salir con Van Halen II bajo el brazo no haría sino confirmar su condición.
domingo, 28 de noviembre de 2010
Renegade
El teclado o sintetizador que abre el álbum y Angel Of Death delata una producción de la que no pudo escapar casi ningún grupo de hard rock o heavy metal de la primera mitad de los años ochenta y que rebaja, para mi gusto, la calidad de las composiciones y el pulso de las guitarras. No evita la producción, sin embargo, que la voz de Phil Lynott siga siendo única, puñal de terciopelo, para acariciar y morder al mismo tiempo cuando la banda roquea en The Pressure Will Blow, Leave This Town y Hollywood (Down On Your Luck), uno de los estribillos más adictivos que compuso Thin Lizzy. Hay también un agradable acercamiento al pop y el funk en Fats, emoción (quizá demasiado comercial) en Renegade, It's Getting Dangerorus y No One Told Him y una canción difícil de clasificar, Mexican Blood, que tiene como prólogo los acordes flamencos de lo que parece una guitarra española.
No tan notable como el anterior Chinatown, Renegade es un trabajo respetable, de ésos que se escucha con agrado pero no deja el poso de las obras esenciales. Ya tenían varias a sus espaldas Lynott, Gorham y Brian Downey y ya habían cumplido de sobra con la posteridad. Cientos de grupos en todo el mundo pueden dar fe de ello.
jueves, 25 de noviembre de 2010
Las fabulosas aventuras de Vacillatio et Revolvo
La voz de
No cede lo más mínimo el grupo en la otra cara,
"ven más cerca
que hace frío
dime algo romántico".
jueves, 18 de noviembre de 2010
Kind Of Blue
domingo, 14 de noviembre de 2010
Get Some Go Again
jueves, 11 de noviembre de 2010
Estratexa
jueves, 4 de noviembre de 2010
Jazz Flamenco vols. 1 y 2
Ha dejado aclarado Pedro Iturralde que su intención era "hacer jazz interpretando temas andaluces (o temas de compositores clásicos españoles que a su vez expresan Andalucía) y así producir un Jazz moderno con espíritu de Andalucía", y no una fusión baldía que se quedara en terreno de nadie. La visión particular del músico navarro de un género universal. No hay más que escuchar Las morillas de Jaén, pieza con la que arranca el primer volumen de Jazz Flamenco, para sentir el poder improvisador de Iturralde a los saxos alto y tenor, estupendamente acompañado por Paul Grassl al piano (bellísimo su solo en este tema), Eric Peter al contrabajo, Peer Wyboris a la batería y los elegantes toques de guitarra de Paco de Antequera. La misma formación ataca el Zorongo Gitano durante más de doce minutos, pero en Café de Chinitas y Soleares Paco de Algeciras (Paco de Lucía) sustituye al de Antequera para establecer un íntimo diálogo al principio y el final del primero de los temas con el saxo soprano de Iturralde —entre medias unos músicos que se expanden con contundencia cercana al cuarteto de John Coltrane— y durante toda la pieza en Soleares, aquí con el navarro al tenor.
La incorporación al grupo de Dino Piana y su trombón de pistones —que se adapta perfectamente al discurso establecido— es la única novedad en la continuación de Jazz Flamenco. Se ha perdido el factor sorpresa, cierto, pero el resultado es igualmente sobresaliente a lo largo de los cuatro temas que, de nuevo, contiene el elepé. Bulerías (donde destaca el lirismo minimalista de Grassl), Adiós Granada, ¡Anda jaleo! y Homenaje a Granados (improvisaciones en torno a la Danza Andaluza del compositor catalán) muestran a unos intérpretes excelentes poniendo en escena la ambiciosa propuesta de Pedro Iturralde.
Quien ya se había incorporado definitivamente en el segundo volumen, Paco de Lucía, colabora también con el Pedro Iturralde Quintet en la grabación, a finales de 1967, en Alemania de un elepé, Flamenco Jazz (no se comían la cabeza con los títulos, no), que yo no he tenido la suerte de escuchar y que queda encajonado entre las dos partes del Jazz Flamenco. Concluyamos añadiendo que en 1969, un año después de la publicación del segundo volumen, se edita Al verte la flores lloran, primera colaboración entre el maestro de Algeciras y el genio de San Fernando. Aunque anacrónica predicción a posteriori, es lícito afirmar —y cerrar así un círculo— que La leyenda del tiempo quedaba así anunciada. Incluso explicada.
viernes, 22 de octubre de 2010
Bloodbrothers
viernes, 15 de octubre de 2010
When We Cut, We Bleed
La intención de Dahl era "cruzar a los Stooges con Motörhead", como él mismo reconoce, pero no hay más que pinchar o reproducir (elija el oyente el formato, no somos sectarios) el primer corte, Demons, para notar que ahí también están el hardcore de la costa oeste estadounidense (faltaría menos para quien había sido miembro de los Samoans) y la New Wave of British Heavy Metal, Iron Maiden en concreto. En el segundo del lote, Lab Animal, un vibrante rock and roll que es mi tema favorito del álbum, se detecta, sí, a la pareja Pop/Williamson. En adelante se suceden punk y metal, que no alcanzan, a mi parecer, la nota de las dos primeras canciones, pero que consiguen buenos temas como Into My Eyes, Caught In The Act, Powertrip, el instrumental Flight Of The B.B.S o la versión de I've Got A Right —inevitable vistos los propósitos de Dahl— que cerraba la edición original del trabajo.
lunes, 11 de octubre de 2010
Tago Mago
domingo, 3 de octubre de 2010
New York Dolls y Too Much Too Soon
Producido por Todd Rundgren, New York Dolls (1973) arranca con Personality Crisis, con la que el quinteto deja claras sus intenciones de devolver el brillo al rock and roll simple y genuino, endureciendo las guitarras pero manteniendo intactas las coordenadas —a las que no es ajeno el prominente piano que se escucha en la canción— trazadas por Little Richard o Jerry Lee Lewis. Sin embargo, el que el propósito sea el descrito no significa que no haya originalidad en el resultado, más bien al contrario. El álbum trasmite un sonido diferente, peculiar, y nos deja un clásico tras otro: Looking For A Kiss, Vietnamese Baby, Bad Girl, Subway Train, la versión del Pills de Bo Diddley, que el grupo hace suyo con pasmosa facilidad, Jet Boy… Una manera de hacer las cosas que no cambiará en Too Much Too Soon (1974), aunque la producción de Shadow Morton sea más sofisticada. En contraste con su debut, hasta cuatro son aquí las versiones, y sólo seis los originales, pero de tal calidad que acallan las posibles sospechas de falta de creatividad: Human Being, Puss 'N' Boots, Chatterbox, It's Too Late, Who Are The Mystery Girls? y Babylon. El trabajo en el estudio del que fuera productor de las Shangri-Las se deja notar, no se puede negar, pero la personalidad de los New York Dolls —que roquean de lo lindo con ese sabor y ese feeling tan gozosos— permanece incólume, anticipando taxativamente a Ramones y Sex Pistols.
domingo, 26 de septiembre de 2010
Vivir bajo el agua
Antes de grabar en solitario y con los Amigos Imaginarios —aunque su obra maestra, El invierno secreto, se publicara a nombre de Santi Campos y los Amigos Imaginarios—, Campos había formado parte de Malconsejo, banda castellonense que se gano su prestigio a base de singles y dos álbumes: Una hora sin TV (qué bien le vendría a más de uno, por cierto) y este Vivir bajo el agua, grabado y editado en el año 2000.
Si bien es verdad que nos encontramos con una colección de canciones de altísimo nivel en lo musical, llama la atención la calidad de unas letras sensibles y elegantes que ya desde el primer verso de Transparente ("No sé qué hago aquí, soy de barro y pretendo vivir") se zambullen en la fragilidad humana y lo inaprensible de la existencia. Nosoynosoynoestoy es una canción resplandeciente y delicada que cuenta con los impagables vibráfono de Enrique Monfort y piano de Fede Albert. Soul y dance confluyen en la fantástica Cuando callas, que vuelve a contar con Monfort y una sección de vientos. Inspirada por Pablo Neruda, la canción contiene estos afortunadísimos versos: "Me gusta cuando miras hacia ningún lugar / como si en ese sitio se escondiera toda la verdad". Avanza así el disco sin altibajos, rubricando un pop personal en el que hay mucho de Big Star o Teenage Fanclub, pero en el que te puedes encontrar, como en Perro de miel, punteos dignos de Lynyrd Skynyrd y Thin Lizzy o riffs heredados de AC/DC, como en Corazón de nieve, el último tema del disco. Es amplio y de categoría el bagaje de Malconsejo, y se deja notar en cada uno de los detalles que iluminan Vivir bajo el agua, título que pudiera describir la compleja realidad del grupo (y la de toda la trayectoria de Campos): la independencia que se sigue del aislamiento, la tranquilidad del solipsismo (con el peligro de la autoindulgencia acechando) al que te lleva y la lucha por salir de todo ello a pesar del temor al reconocimiento.
Me gustaría cerrar esta reseña con la primera estrofa de Adiós seguridad, en la que es Borges quien impulsa unas palabras que aspiran a sustituir la emoción estética por la real:
"Si volviera a vivir, si volviera a estar aquí,
me gustaría sufrir de verdad, dejar de imaginar.
Si volviera a vivir me gustaría saber llorar,
tener algún problema de verdad,
y no mentir más, dejar de imaginar".
jueves, 23 de septiembre de 2010
People Get Ready
Agiten en la coctelera soul, garage, high energy y rhythm & blues. Pongan al grupo el nombre de los dos cantantes de Can. Graben un disco para Estrus con la intención de vender millones de copias sin dejarse la integridad en el camino y ser tan importantes como Led Zeppelin. Tendrán entre las manos People Get Ready (2000), excelente debut de uno de los mejores grupos que ha practicado el rock and roll en los últimos años: The Mooney Suzuki.
Como aquel lector que rejuvenece El Quijote o Guerra y paz al enfocar desde su perspectiva moderna una obra clásica —siendo consciente de que por mucho que él aporte nunca podrá marginar el hecho de que Cervantes o Tolstoi escribían desde su punto de vista sobre otra realidad y con hechuras plásticas que han trascendido pero se deben, cómo no, a su tiempo— People Get Ready (título que explicita lo que ofrece) recoge las enseñanzas de Animals, Stones, Sonics, MC5 u Otis Redding con la clara intención de ponerlas al día, no ya reinventándolas, sino proclamando su validez para alargar unas esencias que todavía pueden ser derramadas con éxito.
La contundencia y savoir faire con la que resuelven en algo más de media hora los doce temas del álbum es, al mismo tiempo, un buen argumento para combatir a esos agoreros que pronostican desde hace más de treinta años la muerte del rock and roll como para certificar los límites de los parámetros por los que se mueve la música del demonio como tal entendida; es decir, en su sentido fundacional. Pues eso es lo que trasmite el grupo de Nueva York: diversión, alegría, fiesta. Las mismas que, dos años después, nos invitarán a bailar en su segundo y también logradísimo elepé Electric Sweat, aunque ni éste ni el anterior vendieran los millones de copias del cuarteto de Jimmy Page. Se lo imaginaban, ¿no? ¿Y el krautrock que se podría desprender del nombre de la banda? Algo hay en el espíritu de Mooney Suzuki, pero eso ya depende de la sutileza del oyente. Que no es poco.
viernes, 17 de septiembre de 2010
Da Capo
Las mágicas ensoñaciones que contiene el exquisito Forever Changes —y que iluminarán en el futuro a formaciones como Belle And Sebastian o The Soundtrack Of Our Lives— tienen su precedente en la primera cara del segundo disco de Love, Da Capo, publicado también en 1967. No hay orquestaciones, es cierto, pero hay bellísimo pop, ya sea expansivo —¡Que Vida!, She Comes In Colors (partiendo del cual Jagger y Richards compondrían She's A Rainbow)— o introspectivo —Orange Skies, The Castle—, que advierte de lo que está por venir. También hay pop en Sthepanie Knows Who, pero su compás irregular de 5/8 y las intervenciones disonantes de saxo, guitarra y clavicordio deslizan el tema al terreno del jazz y la ubicua influencia de John Coltrane. Seven & Seven Is completa la primera parte del elepé con un furioso ataque de garage rock que entronca con el primer y homónimo disco de la banda.
En una época en la que el riesgo y la diferencia eran el denominador común del rock and roll, no es de extrañar que una jam de casi veinte minutos ocupe por completo la segunda cara de Da Capo. La aportación particular no excluía la amplitud de miras, y enriquecía el conjunto mediante la intuición individual. Entre un clavicordio que abre y cierra el tema, los miembros de Love desarrollan una improvisación —originalmente llamada John Lee Hooker, Revelation en el elepé— que es puro blues henchido por la libertad del free jazz y el hard bop, y que el grupo tocaba en directo. Pero eso no la hace buena per se, es evidente. No estamos ante el fuerte de Arthur Lee y los suyos, ni son éstos la Jimi Hendrix Experience, los Allman Brothers o Led Zeppelin. Sin parecerme nefasta, que conste, Revelation muestra las limitaciones instrumentales de Love y no acaba de convertirse en la gran jam que podría haber sido en otras manos, a pesar de que tiene buenos momentos. Sabedor de ello (o quizá no), Lee no volvería a pisar terreno similar hasta el quinto y doble álbum de la banda Out Here, aunque Forever Changes y Four Sail no lo echaran en falta.
De todos modos, y a pesar de lo expuesto, Da Capo sigue conteniendo "una de las colecciones de canciones más excepcionales de la época psicodélica", en palabras de Enrique Martínez. Que las divagaciones a las que me lleva la literatura —sin que yo mismo pueda controlarlas— no desdibujen —por favor— el valor de la música —aunque uno sostenga, como Ottó Károlyi que ésta "debe ser apreciada emocionalmente y comprendida intelectualmente", en la medida de lo posible— de Love ni su alcance real. Como siempre, queda en manos del lector decidirlo.
viernes, 10 de septiembre de 2010
Brick By Brick
Producido por Don Was, Brick By Brick muestra a un artista presuntamente más maduro y alejado de los excesos de antaño (¡qué peligro!) que canta a las virtudes del hogar y las necesidades de construirlo en la formidable Home y en Brick By Brick, busca el amor ("I need a love / not games") a dúo con Kate Pierson en la facilona Candy o defiende su integridad futura en I Won´t Crap Out, sin que pueda evitar un tufillo a sermón del que ha pasado por todo (lo malo, se entiende) y quiere aconsejar a quien le escuche. A pesar de ello hay buenos temas como el fornido rock and roll que es Neon Forest, Something Wild (cedida John Hiatt) o My Baby Wants To Rock And Roll, en la que, al igual que la mencionada Home, Butt Town y Pussy Power, Slash y Duff McKagan, por aquel entonces en la cresta de la ola con Guns N' Roses, reparten cera de lo lindo. El resto, material correcto, siendo benevolentes. Un álbum al menos digno, lo suficiente para hacer olvidar las dos cagarrutas, con perdón, más arriba nombradas que Pop había entregado en la segunda mitad de los años ochenta. Aunque uno no mate por Brick By Brick, nos quedamos con eso.
domingo, 5 de septiembre de 2010
Night Lights
Grabado en dos partes que sólo tienen en común al propio Murphy y al bajista Ernie Brooks, y entre las que media "una desastrosa gira teloneando", según Murphy, a un grupo llamado Sha Na Na, Night Lights es un notable ejercicio de rock salpicado y matizado por casi todas las músicas que lo conformaron y ricamente ornamentado con jugosos pianos, teclados y órganos. Diamonds By The Yard —precioso medio tiempo de delicado crescendo— abre el álbum de manera pausada con una canción cuya letra está inspirada, tal y como cuenta su autor, en el horizonte nocturno de Manhattan visto desde su apartamento y los inmortales Centauros del desierto de John Ford y John Wayne. Deco Dance lleva en su ADN trazas de dixieland, bluegrass y honky tonk iluminadas por una sección de vientos, violín y piano, cortesía éste de Billy Joel. Rich Girls tiene aires de vals, un gran solo de órgano y a Doug Yule haciendo coros. También escuchamos su guitarra junto a la de Murphy en Abraham Lincoln Continental, un rock and roll bastante inocuo que se salva de la vulgaridad gracias al trabajo a las seis cuerdas de los dos músicos. Isadora's Dancers es una hermosa balada con prominentes coros femeninos acerca de Isadora Duncan. Más hermosa todavía es You'll Never Know What You're In For, todo un clásico de la discografía de Elliott Murphy, y único tema del disco, junto al siguiente Lady Stilletto, donde hace sonar su armónica. Los coros de Doug Yule no podían faltar en Lookin' For A Hero, una gozada de canción que es puro Loaded, Who Loves The Sun más en concreto. El country rock de Never As Old As You completa un elepé que mejora el buen precedente que tenía en Lost Generation.
Decía Mr. Grieves en el ya clausurado blog The Golden Age Of Rock'n'Roll que "Basta con enchufar cualquier tema [de Night Lights] y cerrar los ojos para imaginar exactamente lo que sugiere el título del disco: la gran ciudad, ambientes oscuros, marginales, pero no desde el punto de vista de la decadencia, la drogadicción y el puterío del que hablaría Lou Reed sino desde el alegre vividor, aquel que sabe hacer suya la noche y luego narrarla para hacernos sentir parte de ella". Así es. Lástima de una horrorosa portada que quizá siga alejando a algún posible comprador.
lunes, 30 de agosto de 2010
Damned Damned Damned
miércoles, 25 de agosto de 2010
Brilliant Corners
Brilliant Corners, el tema, es el primero de los cinco —registrados en diciembre de 1956— que componen el álbum. El fraseo que, en contrapunto armónico, hacen de la melodía compuesta por Monk Sonny Rollins y Ernie Henry, saxo tenor y alto respectivamente, antes de entrar en las improvisaciones, llama la atención por su curiosa sonoridad. Los solos de Monk, Henry y Rollins son excelentes, pero destaca el asombroso trabajo de Max Roach a la batería, con ese estilo suyo tan crudo y elegante, tan primitivo y sofisticado al mismo tiempo. Ba-Lue Bolivar Ba-Lues-Are es el tema más largo del elepé, con un estupendo, extenso y contenido solo de Monk, al igual que el de Rollins y el de Oscar Pettiford al contrabajo. Pannonica, una delicia sin igual, riza el rizo, al tocar Monk —atención— con su mano derecha una celesta y con la izquierda el piano. En I Surrender Dear, el único tema de Brilliant Corners que no compone Monk, encontramos al pianista sin acompañamiento alguno, desnudo antes unas teclas que parecen gozar al sentir el contacto de los dedos de Monk. Clark Terry toca la trompeta, Paul Chambers sustituye a Pettiford y Ernie Henry ya no está en Bemsha Swing, que concluye el disco con un experimento similar al de Pannonica, pues Max Roach toca batería y timbal de orquesta y se erige en protagonista absoluto. No había límites para unos músicos en estado de gracia y conscientes —que no soberbios— de su prestancia. Los que grabaron Brilliant Corners.