martes, 27 de septiembre de 2011

In The Beginning

La era digital ha traído y —esperemos— seguirá trayendo miles de remasterizaciones del jazz y el blues registrados antes de los años cincuenta, para gozo de estudiosos y aficionados. Pero no por eso hemos de desdeñar los esfuerzos que ya en tiempos analógicos se hacían para salvaguardar los tesoros de tan inabarcable territorio. No hay mejor ejemplo, por sonido y contenido musical, que el doble elepé que bajo el título de In The Beginning puso en circulación Prestige Records en 1973. Remasterizados por Mike Reese, los veintitrés cortes que contiene fueron originalmente singles a setenta y ocho revoluciones por minuto, se presentan ordenados cronológicamente y, a excepción de los tres últimos (que son de 1950), todos se grabaron en 1945 y 1946, cuando "los Estados Unidos y el mundo —tal y como recuerda Ralph J. Gleason en las notas interiores— estaban en medio de una enorme agitación social que se caracterizaba por la ebullición, el caos y la alegría del final de la Segunda Guerra Mundial. No era obvio, pero el mundo estaba cambiando tan drásticamente que las cosas ya nunca serían lo mismo".

Aun limitados como estaban por la constricción que imponía el formato (pocos temas superan los tres minutos), escuchamos aquí a grandes del bebop —no están Thelonious Monk ni Max Roach pero está Charlie Parker— girando alrededor de la trompeta de Dizzy Gillespie, nexo del movimiento que se genera y aglutina en torno a tan rompedor y esencial estilo. El primero de los dos vinilos presenta a Gillespie en quinteto o sexteto aplicándose a composiciones míticas del trompetista como Blue 'N' Boogie, Groovin' High, Dizzy Atmosphere o Salt Peanuts; y ajenas como All The Things You Are o la maravillosa balada Lover Man, cantada por Sarah Vaughan. Sin negar el protagonismo a Gillespie, es también todo un placer escuchar a Charlie Parker y Sonny Stitt al saxo alto, a Al Haig al piano o a Ray Brown al contrabajo. En el nervio y el brío de la música está ya muy desarrollado el germen que dará vida —consecutivamente— a cool, hard bop, jazz modal y free jazz; o lo que es lo mismo: las bases de todo el jazz posterior.

En el segundo elepé nos encontramos con una big band ocupando toda la primera cara y la mitad de la segunda. Contrario en principio al espíritu del bebop, Gillespie y sus compañeros introducen elementos del nuevo jazz en el universo de las orquestas con resultados muy estimulantes, incluso espectaculares en temas como Things To Come o Emanon. Los tres cortes finales retoman a Dizzy Gillespie en sexteto, pero, como decíamos, unos años después. No son grabaciones tan extraordinarias como las contenidas en el primer disco, pero, desde luego, no están nada mal. (Y además nos descubren, en concreto en She's Gone Again, que Gillespie ya hacía rock and roll antes de que éste naciese.)

Hasta donde yo sé, este álbum doble jamás ha conocido reedición digital, pero, por fortuna, en los años ochenta se publicó un CD, Shaw 'Nuff, que reúne el mismo material que contiene In The Beginning excepto la sesión de 1950. Sea cual sea el formato, no creo que a nadie extrañe que la música que recoge sea mucho más revolucionaria que casi todo lo que podemos escuchar a día de hoy. Así están las cosas.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Loaded

La radical ruptura que supusieron The Velvet Underground & Nico y White Light/White Heat —en un terreno que Dylan, Beatles, Byrds, Sonics y otros habían dejado abonado para que cualquier cosa pudiera suceder a partir de 1966—, los dos primeros elepés de la Velvet Underground, tuvo su complemento en los dos siguientes y últimos del grupo en vida.* Podríamos decir que tanto en The Velvet Underground como en Loaded, las canciones, las melodías, roban el protagonismo al sonido como mecanismo de trasmisión. El volcán que se remueve en su primer trabajo y erupciona en el segundo deja paso a una banda más relajada en la que ya no está John Cale. Pero se hace necesario diferenciar: su álbum homónimo respira todavía un aire de vanguardia que se evapora en Loaded. Y dos son los motivos para ello: las composiciones de Lou Reed y la ausencia por embarazo de Maureen Tucker, cuya percusión marca y explica tanto al grupo. En su lugar, la batería de Bill Yule, hermano de Doug. Sí, la batería, y no la percusión.

Enterrado el tono ritual e hipnótico, sin Cale y Tucker, pero con Reed y Sterling Morrison, por supuesto, ¿qué queda de aquel iconoclasta combo que influirá indefectiblemente en el mejor rock que se haga desde su existencia en adelante? Pues queda, ni más ni menos, Loaded y los inmortales diez temas —grabados y publicados en 1970— que lo componen. ¿Obviedad tautológica? Yo no lo diría, pues no hay que dar nada por supuesto. La inspiración de Reed es tal que el resto de consideraciones se antoja una pérdida de tiempo. Escuchen el pop luminoso que bajo el nombre de Who Loves The Sun abre el disco; déjense mecer (y estremecer) por la exquisita cadencia de Oh Sweet Nuthin que lo cierra; degusten, entre medias, el excelente riff de Sweet Jane; disfruten de la dinámica funk de la exultante Rock And Roll ("¿Sabes?, el rock and roll salvó su vida"); e incluso contradíganme al ver restos del pasado en las vaporosas New Age y I Found A Reason. Sabrán entonces que con Loaded expiraba la carrera de la Velvet Underground de forma sobresaliente, o como demandaba un grupo de tantísima entidad. La misma que, por fortuna, observará y conservará su líder (que ya había dicho adiós antes de que el álbum fuese dado a conocer) en solitario.

Informemos antes de despedirnos que los primeros trabajos de Lou Reed (Lou Reed, Transformer y Berlin) recuperarán material grabado en las sesiones de Loaded, pero no incluido finalmente en el elepé. Así de sobrado iba el músico neoyorquino por aquel entonces.

*No creo que nadie en su sano juicio considere la Velvet Underground la formación que con el mismo nombre y liderada por Doug Yule grabara Squeeze. Yo, al menos, no lo hago.

sábado, 17 de septiembre de 2011

The Freewheelin' Bob Dylan


Una guitarra, una armónica, una voz. No hace falta nada más para que la más pura y delicada emoción recorra tu médula espinal. Suenan Blowin' In The Wind y Girl From The North Country, y sientes cómo penetran en ti, cómo te ganan para que con Masters Of War ya estés entregado a esta serie de poemas musicados con bellísimas melodías que marcarán a toda una generación para convertirse en clásicos.

Antes de sumarle el rock and roll, Bob Dylan cocina el folk a su manera en la primera mitad de los años sesenta, entregando unos elepés inolvidables entre los que destaca, en mi opinión, The Freewhelin' Bob Dylan, segundo de ellos y publicado en 1963. Con relación estrictamente inversa a su debut, son aquí todos los temas (excepto dos) composiciones de Zimmerman, su duración media es mayor, y desprenden una autenticidad y una hondura (terrenal) tan grandes que es muy difícil no caer rendido ante ellos.

Pocas razones existen, si exceptuamos el instinto de supervivencia, para que los seres humanos no terminen con sus vidas aplastados como están por su miserable realidad. Sentarse y dejar que la música de The Freewhelin' Bob Dylan —aun a sabiendas de que sus canciones no indiquen que las cosas sean así— se apodere de uno imaginando un mundo en paz y una existencia sin sufrimiento bien podría ser una de ellas.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Kings Of Oblivion

No creo que aparezca nunca en esas listas (que uno mismo ha hecho) tan pomposas —aunque al parecer inevitables y vistosas— de los mejores discos de la historia del rock. Y eso que Kings Of Oblivion (1973) poco tiene que envidiar a obras maestras del año en el que ve la luz como New York DollsBillion Dollar Babies. Tercero de los discos de los Pink Fairies, herederos de los Deviants y su acracia, la entrada de Larry Wallis sustituyendo a Paul Rudolph deviene esencial, pues no sólo se convierte en el nuevo cantante y guitarrista del grupo, sino que compone todo el material del disco, cuatro temas en solitario y los tres restantes en colaboración.

El disco abre con City Kids, una bomba de high energy que Wallis se llevará a Motörhead para que el grupo de Lemmy Kilmister la incluya en On Parole, primero de los discos grabados, que no publicados, por la banda de la que Wallis será miembro fundador. I Wish I Was A Girl cruza hard, pop, glam y progresivo en sus casi diez minutos de duración, con un Wallis fabuloso a las seis cuerdas. When's The Fun Begin profundiza en la vía progresiva/psicodélica, cercana a Alice Cooper en algunos aspectos. Tanto Wallis como Russell Hunter y Duncan Sanderson, baterista y bajista respectivamente, brillan a gran altura sacudiendo sus instrumentos en los tres siguientes cortes: Chromium Plating, el instrumental Raceway y Chambermaid, que recuperan la inmediatez protopunk de City Kids. Street Urchin' utiliza similar mezcla a la usada en I Wish Was A Girl para completar tan sensacional álbum.

Pobladores del underground británico, los Pink Fairies, "Debido a su propia naturaleza —un antigrupo cuya auténtica audiencia era aquélla que odiaba el lado comercial de la música— no pudieron sobrevivir", tal y como se nos dice en las notas de la reedición digital del disco. El grupo volverá a unirse, sin embargo, en los años ochenta y grabará dos elepés (aunque uno de ellos es en realidad obra de Wallis en solitario) que no he podido escuchar. Dudo que estén a la altura de Kings Of Oblivion, un álbum realmente sorprendente cuya calidad compite con su olvido. No será Raw Power, el mejor trabajo que el rock and roll dará aquel año, pero tampoco crean que queda lejos.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Complete Live In Paris 1965


Si alguien quiere disfrutar del arte de tocar la guitarra eléctrica en su máxima expresión —ése en el que la técnica es sublime sin caer en el onanismo—, no tiene sino que escuchar la edición completa del Live In Paris 1965 de Wes Montgomery, publicada en suculento doble compacto por Definitive Records en 2003. Respaldado por Jimmy Lovelace a la batería, Arthur Harper al contrabajo y un espectacular Harold Mabern al piano, Montgomery desarrolla su estilo —hard bop de aromas funk y personalísimo sello en el que guitarra rítmica y solista, acordes y punteos, tienen la misma importancia— a lo largo de diez cortes entre los que hay composiciones de nuestro protagonista mezcladas con temas de John Coltrane, Thelonious Monk y Dizzy Gillespie, es decir, algunas de las más conspicuas figuras de la historia del jazz. Por si con esto no hubiera suficiente, Johnny Griffin colabora en los tres últimos temas del segundo disco con su saxo, yendo de lo sensual a lo arrogante en 'Round Midnight y haciendo dos largas y espléndidas improvisaciones en Full House y en el medley de Blue And Boogie y West Coast Blues, que le convierten en centro de atención por encima del guitarrista y culminan de manera inmejorable este The Complete Live In Paris 1965. No se lo pierdan bajo ningún concepto, se lo dice un amigo.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Rock & Roll Is Dead y Head Off

No parece la de los Hellacopters esa Suecia de "Personas calladas, inclinadas sobre diarios y tazas de café, cada uno con sus pensamientos y sus destinos" que se describe en la ambiciosa aunque desigual novela de Henning Mankell El chino. Pero el crujiente y electrizante rock and roll practicado por el grupo escandinavo a lo largo de su excelente carrera no significa que sus componentes no tengan ese carácter frío y reservado que, al menos en teoría, caracteriza a los suecos. El escenario y los discos son una cosa, probable fachada o excusa para ocultar miedos, complejos y dudas varias; la vida, otra.

Vintage por definición, defensores a ultranza del vinilo, los Hellacopters fueron virando —como tantos otros— del punk rock de sus dos primeros trabajos a un rock clásico menos agresivo, más accesible, en el que cada vez se advierten mayores matizaciones pop (o power pop si se quiere), matizaciones que Nick Royale, cantante, vocalista y cabeza visible, llevará hasta el merseybeat en uno de los temas del proyecto que lidera tras la separación del grupo, Imperial State Electric. Rock & Roll Is Dead (2005) y Head Off (2008) son los dos últimos capítulos de la trayectoria de una de las bandas que con mayor fe y gallardía practicó y defendió la música del diablo. El primero de ellos está compuesto por material propio; el segundo, por versiones de grupos contemporáneos que, básicamente, se mueven o movieron en el underground con una visión de la música similar, en términos generales, a la de los suecos pero sin su relativo éxito. Rock & Roll Is Dead, en honor a su irónico (o no) título, descubre a unos Hellacopters más cercanos que nunca a los años cincuenta sin perder ese sonido marca de la casa que tuvieron el mérito de encontrar desde el principio y que les hace tan fácilmente reconocibles a pesar de su evolución. Un álbum lleno de melodías irresistibles, que escuchado del tirón deja una sensación de plenitud y alegría tan rotunda como la de sus antecesores, High Visibility y By The Grace Of God.

Head Off, punto y final, supone el homenaje de los Hellacopters a tantos grupos minoritarios que en los últimos veinte años han dignificado el rock and roll mientras que auténtica bazofia parapetada en la tan a veces demasiado genérica denominación se llevaba elogios injustos e inconcebibles en los que la ignorancia del pasado y la estulticia van alegremente de la mano. Royale y los suyos se muestran respetuosos con los originales que versionan, pero los reconvierten con sutileza, adaptando las canciones a coordenadas sonoras propias. Peepshows, New Bomb Turks, Asteroid B-612, Dead Moon, BellRays, Gazza Strippers o Powder Monkeys pasan a formar parte del grupo sueco —como si en él se materializaran de nuevo—, que hace aquí una trabajo de arqueología de su tiempo impagable. Quizá sin saberlo, los Hellacopters homenajeaban también así su tenacidad y coherencia. Un compromiso que mantuvieron inquebrantable para poner colofón a su existencia, y que probablemente sea su mayor legado.

jueves, 1 de septiembre de 2011

You're Never Alone With A Schizophrenic

Con Mick Ronson de vuelta y media E Street Band en la base rítmica y el piano (Gary Tallent, Max Weinberg y Roy Bittan), sólo Ian Hunter podía haber arruinado su cuarto disco. Pero no lo hizo, claro, y escogió una excelente colección de canciones que estuviera al nivel de los protagonistas para conformar la que generalmente suele ser reconocida como su obra maestra, You're Never Alone With A Schizophrenic (1979), título que Ronson sacó de un grafiti callejero y sustituyó al inicial The Outsider.

Son precisamente los socios de Bruce Springsteen quienes acompañan a Hunter durante el primer tramo de Just Another Night antes de que la guitarra de Ronson engrandezca tan delicioso medio tiempo, al que se encadena la feliz cadencia de Wild East, o como sonar al Boss sin dejar de ser uno mismo. El ambiente se caldea con el tercer corte, Cleveland Rocks, uno de los himnos definitivos de Hunter aunque ya lo hubiera grabado dos años antes como England Rocks. (Lo que no ha sido óbice para que los habitantes de la ciudad de Ohio la hayan convertido en himno extraoficial de su población.) Ships es la primera balada del disco (nunca faltan en los álbumes del que fuera líder de Mott The Hoople), con los coros tan característicos de su autor y los sentimientos a flor de piel. When The Daylight Comes trae inevitablemente a la cabeza a Bob Dylan y su Street Legal, publicado el año anterior. Life After Death va en la línea de Cleveland Rocks, los dos únicos momentos del elepé en los que que Hunter, Ronson y demás pisan el acelerador. Tremenda. Standin' In The Light es otra balada, quizá la menos brillante con la que nos encontramos, pero aun así disfrutable. Bastard, un poderoso medio tiempo de reminiscencias psicodélicas que resulta la canción más larga del redondo y cuenta con el piano de John Cale, da paso a la tercera y —esta vez sí— mejor balada del álbum y quizá de toda la carrera de Ian Hunter, The Outsider, llamada a titular el disco completo con todo derecho —de no haber sido por la mentada intervención de Mick Ronson—, pues le pone espléndido broche.

Desluce un poco el conjunto, para mi gusto, una producción algo rimbombante que anuncia la que triunfará en la década siguiente, hinchando donde no hace ninguna falta. Lo cual no significa que You're Never Alone With A Schizophrenic no sea un trabajo de sólidas hechuras cimentado por grandes músicos en el que la personal voz de Hunter suena mejor que nunca. La calidad lograda en el estudio no la perderán Hunter y Ronson en directo durante la gira consecuente —como dejó constancia el doble elepé Welcome To The Club— a pesar de que Tallent, Weinberg y Bittan ya no estaban. Pero, como se suele decir, ésa es otra historia cuya enjundia merece capítulo aparte. Quizá en otra ocasión lo escribamos.