Ganadora del Goya a la mejor película en 2008, La soledad (2007) es, en mi firme opinión, la obra más perfecta de Jaime Rosales hasta la fecha y uno de los films más extraordinarios que servidor haya podido contemplar en lo que va de siglo. Lo que en anteriores o posteriores trabajos del director catalán resultan brillantes detalles formales dentro de un conjunto que no cuaja del todo, o que en determinados momentos carece del rigor necesario, en el segundo de ellos fluye con una precisión y una armonía asombrosas que nacen de una coherencia estilística innegociable defendida con pundonor, pero que no se olvida del desarrollo y la progresión dramática de los hechos (excelentemente) guionizados que la alimentan. Las características visuales del largometraje de Rosales —una cámara que no se mueve, ausencia de planos detalle, uso de la multipantalla, austeridad gestual de los actores— no viven ajenas a la historia que cuentan ni quieren imponerse a ella como signos de autoría que desprecien a los personajes que retratan o las peripecias que éstos viven; sin embargo, no por ello pierden un ápice de su belleza u ocultan la maestría de la puesta en escena que inflexiblemente conforman. La muerte, la enfermedad, la violencia (terrorista en este caso), las relaciones familiares o los fracasos sentimentales —temas que se repiten en la filmografía del creador de Las horas del día (2003)— son el sedimento de unas imágenes y unos sonidos que tienen como referentes a Erice y Guerin en España y a Ozu y Bresson en el extranjero, y llevan la contención y la distancia hasta sus últimas consecuencias, lo que no quiere decir que se desentiendan del dolor o la tristeza, sino que los acompañan con un respeto y un pudor alérgicos a los sentimentalismos. Obvias para cualquiera que tenga un mínimo conocimiento del medio cinematográfico, las influencias de Jaime Rosales no constituyen losa alguna en el acabado de La soledad, pues no hay en ella asomo de mimetismo que pueda cercenar sus logros, genuinos siempre en el caso de este autor, si bien especialmente deslumbrantes y sopesados aquí. De ésos que te garantizan reconocimiento de por vida, aunque no sean del agrado de los amantes de los espectáculos épicos o apocalípticos en tres dimensiones que —diseñados para necios por artistas degenerados— pueblan las pantallas.
viernes, 1 de abril de 2016
Éxtasis formal de la contención
Ganadora del Goya a la mejor película en 2008, La soledad (2007) es, en mi firme opinión, la obra más perfecta de Jaime Rosales hasta la fecha y uno de los films más extraordinarios que servidor haya podido contemplar en lo que va de siglo. Lo que en anteriores o posteriores trabajos del director catalán resultan brillantes detalles formales dentro de un conjunto que no cuaja del todo, o que en determinados momentos carece del rigor necesario, en el segundo de ellos fluye con una precisión y una armonía asombrosas que nacen de una coherencia estilística innegociable defendida con pundonor, pero que no se olvida del desarrollo y la progresión dramática de los hechos (excelentemente) guionizados que la alimentan. Las características visuales del largometraje de Rosales —una cámara que no se mueve, ausencia de planos detalle, uso de la multipantalla, austeridad gestual de los actores— no viven ajenas a la historia que cuentan ni quieren imponerse a ella como signos de autoría que desprecien a los personajes que retratan o las peripecias que éstos viven; sin embargo, no por ello pierden un ápice de su belleza u ocultan la maestría de la puesta en escena que inflexiblemente conforman. La muerte, la enfermedad, la violencia (terrorista en este caso), las relaciones familiares o los fracasos sentimentales —temas que se repiten en la filmografía del creador de Las horas del día (2003)— son el sedimento de unas imágenes y unos sonidos que tienen como referentes a Erice y Guerin en España y a Ozu y Bresson en el extranjero, y llevan la contención y la distancia hasta sus últimas consecuencias, lo que no quiere decir que se desentiendan del dolor o la tristeza, sino que los acompañan con un respeto y un pudor alérgicos a los sentimentalismos. Obvias para cualquiera que tenga un mínimo conocimiento del medio cinematográfico, las influencias de Jaime Rosales no constituyen losa alguna en el acabado de La soledad, pues no hay en ella asomo de mimetismo que pueda cercenar sus logros, genuinos siempre en el caso de este autor, si bien especialmente deslumbrantes y sopesados aquí. De ésos que te garantizan reconocimiento de por vida, aunque no sean del agrado de los amantes de los espectáculos épicos o apocalípticos en tres dimensiones que —diseñados para necios por artistas degenerados— pueblan las pantallas.
Pues me animo con ella, no la he visto y no es la primera buena apreciación que escucho o leo, aunque la tuya es tan brillante que me obliga a verla en breve.
ResponderEliminarUn abrazo.
Joer, pues con lo que dices tengo que verla, lo que tu dices en estos temas va a misa. Por cierto, me acabo de percatar que todavía no te he contestado al tema privado troll. De hoy no pasa. Abrazos.
ResponderEliminarGracias, Addi, una película impresionante.
ResponderEliminarEspero no defraudar tus expectativas, Johnny. A mí me parece exactamente lo que digo en la entrada (y las he visto dos veces para confirmarlo). Espero tus palabras.
Abrazos.