miércoles, 27 de febrero de 2019
Fatalismo noir en la frontera
La magnificencia barroca, desaforada de Ciudadano Kane (1941) y El cuarto mandamiento (1942) no volvió a surgir con todo su esplendor hasta que Orson Welles rodó Sed de Mal en 1958, obra maestra del cine negro a la que seguirían las sobresalientes adaptaciones de Kafka y Shakespeare —respectivamente— El proceso (1962) y Campanadas a medianoche (1965). No son ajenas las tinieblas de ambos creadores a las de la historia de corrupción, violencia y traición (el "evil" o mal del título original) que, situada en la frontera entre México y Estados Unidos, nos va a narrar el autor de La dama de Shangái (1947). La visión lúgubre y desazonadora del ser humano que transmiten unas imágenes incalculablemente bellas tiene mucho que ver con la que los dramas del inglés y las novelas y relatos del checo legaron llenos de pesimismo.
Ya el famoso plano secuencia que abre la cinta —una cámara en movimiento durante tres minutos— hace que ésta arranque soberbia, uniendo física y metafóricamente México con Estados Unidos mientras asistimos a la colocación de una bomba en el primer país para explotar en el segundo. Los acontecimientos se desarrollan con los créditos y la música en forma de mambo de Henry Mancini como contrapunto juguetón de un Welles irónico y técnicamente apabullante. Atado como siempre a los grandes angulares y las composiciones expresionistas, el director norteamericano despliega su talento descomunal para fabricar un mundo de perdición en el que la realidad aparece extraña y distante sin perder su esencia destructiva. Los abusos y la arbitrariedad de la autoridad —encarnada en el seboso jefe de policía Hank Quinlan—, la debilidad de sospechosos y subordinados y el entramado de intereses comunes de quien defiende la ley y de quien se la salta son retratados con exactitud por Welles sin renunciar a la pátina de rareza que confiere su particularísima puesta en escena, deudora de quien escribiera Hamlet y enemiga de la normalidad. La visión hiperbólica de Orson Welles hace que a veces parezca que estemos viviendo un sueño, o quizá una mascarada, pero la máscara acaba cayendo ante la ineluctabilidad de los hechos y la tragedia a la que se ven abocados varios de los personajes.
Que Welles no simpatice con el policía que tan perfectamente interpreta, incluso que lo deteste, no quiere decir que defienda la actitud de Vargas y su mujer (Charlton Heston y Janet Leigh) o la delación de Menzier (Joseph Calleia), y las escenas finales son explícitas al respecto. Nuestro director no deja fuera sus ambigüedades y contradicciones, no quiere que nadie sea absolutamente culpable aunque sus acciones así nos lo hagan ver: todas tienen su reverso, su precio y su reacción. E, indepedientemente de ello, sabe de sobra que una obra de ficción no va a cambiar el mundo y no va a salvar a nadie, a lo sumo nos podrá conmover su extraordinaria envoltura, su acabado sin mácula, los fotogramas en blanco y negro que un genio del séptimo arte llenó del mejor celuloide imaginable. El que a pesar de los pesares Orson Welles logró sacar en ocasiones adelante. Sed de mal, una de ellas.
Extrordinaria reseña sobre mi film favorito de Welles. Incluso Heston pasa por un mexicano. Coincido con esa atmósfera onírica que rodea a muchas secuencias del film. Sublime la película y no menos tu texto.
ResponderEliminarAbrazos.
Lo de Heston haciendo de mexicano es la guinda del pastel, Addi. Yo quizá me quede antes con “El cuarto mandamiento”, a pesar de la manipulación que sufrió, pero “Sed de mal” es otra obra maestra. Gracias por tus palabras, es un texto que he reescrito mucho hasta dar con la versión que he publicado.
ResponderEliminarUn abrazo.
Una de las cinco mejores de Welles (y en la más cicatera de las cuentas) es por propia naturaleza una de las grandes películas jamás filmada. Coincido que esa "pátina de rareza que confiere su particularísima puesta en escena" es primordial. La imagen se va tornando más pesadillesca y sofocante según se va retorciendo el film y con eso logra esos valores de cuadro tan brutales y propios del genio que fue. Su vigencia inalterable dará siempre buena cuenta de ello, en definitiva. Maravillosa disección, Gonzalo.
ResponderEliminarAbrazo !
Totalmente de acuerdo, Guzz. Y gracias por el halago, siempre es un reto enfrentarse con las palabras a Welles.
ResponderEliminarUn abrazo.
Las imágenes que mejor recuerdo de la película tienen que ver con la de la frontera, con esa idea del límite, del paso hacia lo desconocido, acompañada además por una fotografía magistral, llena de claroscuros, de sombras, de miradas fuera de las caras, como si pretendieran exculparse. La película dice muchísimo más de lo que muestra. Ahora que caigo, me viene a la cabeza el Celine de "Viaje al fin de la noche".
ResponderEliminarAbrazos,
JdG
Arquitecturas extrañas ambas, Javier, las de Celine y Welles, jamás se me habría ocurrido comparar al escritor francés con el cineasta gringo, pero tiene su punto tu cotejo. Toda la razón en lo que dices, "Sed de mal" oculta mucho, es una sugerencia continua y retorcida. Como siempre, brillante y enriquecedora tu aportación.
ResponderEliminarUn abrazo.
A los ocho años de ser "expulsado" del paraíso, Welles regresó a Hollywood para incorporarse como actor al reparto de "SANGRE EN EL RANCHO" (Man in the Shadow) dirigida por Jack Arnold y producida por Albert Zugsmith. Este productor, un tipo ciertamente peculiar, quiso repetir experiencia con Welles y le ofreció un papel en la película que estaba preparando para Charlton Heston. Éste, recién salido de "LOS DIEZ MANDAMIENTOS", se empecinó con una tozuda y heroica insistencia (deseaba trabajar a las órdenes del genio de Kenosha) en que también le permitieran dirigirla. Así, lo que probablemente hubiera sido un vulgar thriller, se convirtió en una obra de portentosa fuerza visual, que se eleva desde lo imposible (a partir de la brillantísima, barroca, aérea, anonadante grúa que abre el film) sorprendiendo al espectador con audaces soluciones de puesta en escena que transforman y enriquecen materiales de derribo hasta integrarlos en la médula de una poderosa, insólita, enigmática tragedia que transita el interior de los pasillos, laberínticos y oscurecidos, del alma humana.
ResponderEliminarNota: en 1998, el film fue objeto de una "restauración" que supuestamente devolvía la versión sin manipular concebida por el realizador, recuperándose cinco minutos. Bueno, cotejando ambas versiones (muy parecidas) encontré opciones discutibles como, por ejemplo, la eliminación de la música de Mancini en toda la secuencia inicial.
En cuanto a lo que dices al final, Teo, yo creo que la música de Mancini funciona magníficamente en el plano secuencia inicial como ese contrapunto irónico que digo. Está claro que la puesta en escena de Welles es la clave toda de "Touch Of Evil".
ResponderEliminarSaludos.
Respecto a ese último párrafo mío, el de la nota, supongo que me expresé mal. Al parecer, en la versión primitiva, es decir, la que concibió Welles, en la famosa secuencia inicial, la de la grúa portentosa, no había música; solo los ruidos de la transitada calle. Por eso, utilizo el término "discutible" a ese aspecto de la restauración en la que por querer respetar la supuesta decisión de Orson Welles, eliminaron la vibrante partitura de Mancini. En su día, de quien fuera la decisión (a espaldas de Welles) de ponerle percusión musical a esos primeros cuatro minutos estuvo muy acertado.
ResponderEliminarNo, te expresaste bien, Teo. En general no soy muy amigo de la música en las películas, pero en el caso del inicio de "Sed de mal" creo que funciona magníficamente, opino como tú. A pesar de que Welles no quisiera.
ResponderEliminarUn abrazo.