El enorme interés de Olivier Messiaen por el sonido de los pájaros, uno de "los tres núcleos gravitacionales sobre los que orbita su pensamiento artístico", en palabras de Gregorio Benítez, llegará a su paroxismo en el Catologue d'oiseaux, pantagruélica obra para piano que el francés compone entre 1956 y 1958. Descomunal y deslumbrante, este tour de force es dividido por Messiaen en siete libros que a su vez se subdividen en trece cuadernos, utilizando el canto de setenta y siete aves diferentes como inspiración para su ambiciosa aventura musical. El trabajo de vanguardia del compositor llega en esta partitura a su máxima aspiración formal, apoyándose en la pureza consustancial a escribir para un solo instrumento. Durante más de dos horas y media —reto excepcional que asume el intérprete— las teclas exponen una gama mayúscula de posibilidades, cual Clave bien temperado atonal, dueñas de una belleza extraordinaria que parte de una premisa del mundo animal y, nutriéndose explícitamente de ella, la sublima y convierte en arte de primera categoría y gran complejidad. Sí crucial es la calidad de las notas escritas sobre papel pautado, no menos importante es la autoridad del pianista que se enfrenta a un material como el del Catálago de pájaros, y la de Anatol Ugorski en esta grabación de 1993 publicada en el 94 por Deutsche Grammophon es, en mi opinión, incontestable. Una experiencia única la de sumergirse en el universo estético del autor del Cuarteto para el fin de los tiempos de la mano del músico siberiano. Messiaen y Ugorski, solos frente al mundo.
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