Se dio cuenta inmediatamente de que era un empleado. Pero al ver que era negro pensó que no había perdido su coche, sino que se lo habían robado. No hubiera podido decir por qué, pero estaba completamente seguro de ello.
(…)
La reacción del negro fue igual de rápida, pero distinta. Al ver al blanco borracho que se le acercaba haciendo eses, pensó automáticamente: "Ya tenemos el lío armado. Cada vez que voy a sacar la basura tiene que aparecer un cabrón blanco con ganas de follón".
(Corre hombre, Chester Himes)
No existe un solo tipo de arte, y el que así lo piensa se engaña. O si se prefiere, razones de todo tipo son las que impulsan y sostienen el arte. Hay una clase de artista que busca las formas puras de su disciplina sin hacer referencia alguna a la realidad que vive. Hay otra que utiliza sus capacidades estéticas para propagar su pensamiento político, social o filosófico. Y entre medio, miles de matices y posibilidades. El objeto resultante de cada operación —lo que habitualmente se conoce como "la obra"— merecerá análisis particular y sosegado, pues, de eso no cabe duda, es en la forma donde —definitivamente— reconocemos al creador, es la forma la que se somete a valoración, aunque a aquélla la puedan sostener concepciones radicalmente alejadas, bien en la teoría, bien en la práctica.
En el caso que hoy traemos, Public Enemy, la denuncia es lo que pone en pie y da sentido a su música, pero esto sería completamente indiferente si ella fuese como la de otros grupos que, defendiendo ideas nobles, nos lanzan zafios panfletos cuya fealdad hace difícil escuchar sus canciones, no digamos ya sus discos, en su totalidad. Podrá acusarse a Public Enemy de bordear la demagogia, pero nunca utilizarse ésta como excusa que anule un trabajo excelente y arriesgado que tendrá como máxima recompensa It Takes A Nation Of Millions To Hold Us Back (1988), en mi opinión una obra maestra incontestable de la música popular estadounidense, tan vanguardista como el inmortal Daydream Nation, que ese mismo año publica Sonic Youth, y tan funk como el no menos glorioso Sign 'O' The Times de Prince y el año anterior.
Llevando el arte del sample a su máxima expresión, rapeando como si les fuera la vida en ello, Chuck D, Flavor Flav, Terminator X y el Professor Griff fabrican un elepé en el que la complejidad jamás impide la fluidez, la intensidad es hija de la convicción y cuya escucha anula cualquier tipo de reparo o prejuicio. Quien todavía siga con la historia del riff de Slayer es que no se ha enterado de la misa la mitad. ¡Por supuesto que lo utilizaron, de eso es de lo que se trata! Crear capas de sonido a bases de elementos ajenos con los que dar vida a algo diferente, inteligible aunque iconoclasta (y al revés). Y lograr —volvamos a él— un objeto plásticamente supremo con el que contar con dignidad los ataques sufridos, así de simple, por los de su raza en su país. Mira Public Enemy, quizá sin quererlo, siglos atrás para recordarnos la etimología que ética y estética comparten, a pesar de que sea la segunda la única vara de medir que nosotros podamos usar para defender, a capa y espada, no sólo el segundo álbum del grupo, sino el anterior y los dos que vendrán. Es decir, una tetralogía imbatible en su terreno y tan consistente como las mejores de la historia del rock.