miércoles, 30 de abril de 2014

Wild In The Streets


Más de los mismo, pero con temas más largos. No sería ésta una mala síntesis del segundo disco de Circle Jerks, pues si su debut, Group Sex, duraba un cuarto de hora, Wild In The Streets (1982) se va hasta los veinticinco minutos sin que sus quince canciones abandonen el aldabonazo hardcore o la brevedad como marca. Cierto: tanto las composiciones propias como las versiones de Garland Jeffreys (el tema que da nombre al elepé) y Jackie DeShannon (Put A Little Love In Your Heart) —adaptadas ambas a la gramática de los Jerks, escuchen las originales— no conocen de sofisticación o florituras, pero su capacidad para ir al grano y su coherencia estilística hacen que la poesía nazca donde no aparenta tener sitio. El álbum significa la consolidación de los Circle Jerks como voz propia —procaz e irónica— en el mundo del rock, influencia absoluta de las bandas de punk y hardcore que surjan en generaciones posteriores, más palpable a veces —incluso— que la impulsada por el 77 británico. Golden Shower Hits, siguiente elepé del grupo californiano, todavía le mantendrá cercano a las letanías herejes y el espíritu de Sid Vicious, aunque la pureza original habrá desaparecido para cuando grabe Wonderful, su cuarta incursión en el estudio de grabación. Quizá el mismo Keith Morris me mandase a la mierda si leyese esta última frase, si bien yo le diría que está animada del mismo humor negro que desprende Wild In The Streets. Sea como fuere, dejaré que Leave Me Alone o 86'd (Good As Gone) vuelvan a infectar mi cuerpo de ganas de ser alguien, y no un esclavo más de este sistema "cuyo único fin es organizar la explotación más vasta del trabajo en provecho del capital". Lo dijo Bakunin —ya que ha soplado por aquí el viento libertario— hace ciento cuarenta años, y las cosas han cambiado muy poco.

3 comentarios:

  1. Espero que alguien los ponga en el dia del trabajo pero temo que no caera esa breva

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  2. Rock combativo que echamos mucho de menos. Saludos

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  3. Al menos los escucharé yo mismo, Bernardo.

    Pero que mucho, Antonio.

    Un abrazo.

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