jueves, 26 de mayo de 2016
Carta a Godo
Querido Alfredo:
No te creas
que porque hayan pasado
treinta años
te hemos olvidado.
No sabes
lo diferentes que son
ahora las cosas.
Tengo un hijo
que se llama Aitor
al que todavía
no le he hablado de ti,
pero lo haré,
no lo dudes.
Vivimos en Carabanchel,
en Madrid,
la capital del estado represor
para quienes te mataron.
La primera novedad es ésa,
que ya no matan,
aunque lo siguen haciendo otros
—más poderosos—
sin mancharse sus trajes
y con una frialdad horrible.
El mundo adulto
es muy diferente
al que nos pintaban
en la vieja Iruñea
nuestros padres y los curas,
demasiado complejo
para que quepa en este poema
todo lo que tendría
que decirte.
Después de ti
se fueron
Riqui Aranaz,
Daniel Ajona,
Santi Gutiérrez
y Patxi Iribarren:
está maldita
aquella generación
navarra, blanca y burguesa
de 1971.
Santi y Patxi fue un accidente,
lo de Riqui y Daniel
fue casi tan trágico
como lo tuyo.
Recuerdo aquel día
de mayo de 1985
con una nitidez
que me sigue sorprendiendo.
Estaba escuchando
el fútbol en la radio
cuando dijeron
que había habido
un atentado en Pamplona.
Lo del atentado no me extrañó,
¡había tantos!
Pero cuando supe
que eras tú
me eché a llorar
igual que lo hago ahora
al teclear estas letras.
Estas letras.
Habías repetido curso,
y ya te veíamos menos,
lo que no era obstáculo
para que siguieras siendo
el tío más cachondo del cole,
pura vida
cercenada
por una bomba que
—dijeron—
no iba dirigida contra ti,
sino contra el policía
que se fue contigo.
Sin embargo,
amigo Godo,
las bombas
no pueden ir dirigidas
contra nadie.
Sencillamente,
las bombas no se ponen.
Había pensado
contarte algo más de mí,
pero no te voy a molestar
con mis problemas,
mis ansiedades,
mis emociones,
mis sentimientos,
mis libros,
mi blog.
Solo quería que supieras
que a veces me vienes
a la cabeza con tu nombre entero
—Alfredo Aguirre Belascoáin—
e intento que no haya pena
en el recuerdo
—suficiente es la de tu pobre madre—,
sino alegría
por aquella infancia
para ti perdida
pero que continuó
con tu sonrisa
marcada en el rostro
de quienes fuimos
tus compañeros.
Los pelos de punta al leer tus palabras, tuvo que ser muy duro perder a un amigo de esa forma, como bien escribes las bombas no se ponen, nadie merece pasar por algo tan trágico, que grande Aróstegui. Love.
ResponderEliminarGracias por compartir tus sentimientos, que hermoso.
ResponderEliminarTristes recuerdos de aquellos ensombrecidos años de plomo.
ResponderEliminarDe repente, aquí y ahora, el sobrevenido flashback de un ser querido, un amigo... para confirmarnos el absurdo de un devenir jalonado de pérdidas.
Un abrazo.
Al final las guerras suelen acabar en tablas, solo pierden los que no tienen nada que ganar, contaminación ideológica que confunde a los soldados ignorantes del auténtico cometido de la contienda, un beso.
ResponderEliminarMuchas gracias, Sara, guapa. Fue duro y triste, sí.
ResponderEliminarDe nada, gracias a ti.
Sí, menudos años, Teo. Me imagino que cada cual tendrá su recuerdo, pero la violencia —por muchos orígenes políticos que tuviera— fue lo que dices, absurda.
En Euskal Herria y en España se vivieron una muerte y una destrucción que no condujeron a nada, Addi. En el caso de Alfredo perdió él y toda su familia, que acabó rota.
Abrazos para los cuatro.
Emociona leer ese poema, homenaje a la vida sustraida a un joven amigo, con tanto por delante, con sus amigos y su familia tragicamente rota. El poema puede ser la mejor manera de contarselo a Aitor.
ResponderEliminarAbrazos,
JdG
Muchas gracias, Javier. Tomo nota de tu consejo, amigo.
ResponderEliminarAbrazos.
Lo siento mucho. Bonito poema, homenaje, recuerdo. Comparto esa misma sensación en cuanto a lo complejo que se hace dar una explicación al mundo que vivimos. A veces ante ciertas preguntas de mi hijo sólo puedo mirarle, no me sale nada coherente que pueda entender. Puto mundo adulto que justifica la muerte de un niño, sea de aquí o de allá. Saludos y un fuerte abrazo.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarTodavía recuerdo cuando me lo contaste hace ya algunos años, hablamos largo y tendido del tema. Gran homenaje, con él permanece mejor el recuerdo de su persona y el recuerdo de aquel cobarde acto que acabó con su vida. Abrazo.
ResponderEliminarJoder Gonzalo, qué montón de emociones. Yo apenas conocí a Alfredo - yo era de otra sección, de la D, y entonces eso era ser casi de otro planeta - pero fue muy impactante para todos. Recuerdo días negros, de una tristeza brutal en el colegio. Es hermoso que sus amigos no lo olvidéis, y qué verdad más elemental y limpia recoge ese verso tuyo: "las bombas no se ponen, sencillamente"...
ResponderEliminarHáblale a Aitor de Godo, haz mejor el mundo... un abrazo inmenso.
Muchas gracias, Chals. Compartimos esa dificultad con nuestros hijos, a veces pienso que debería matizar más, a veces que menos, muy difícil, la verdad.
ResponderEliminarMuchas gracias, Johnny. Cierto que lo hablamos, es una cosa que me ha marcado mucho. Yo creo que hay que mantener vivos a los muertos, es parte esencial del ser humano.
Sí, cada uno de una letra, Jorge, mundos que luego confluyeron. La tristeza era enorme, tienes razón. Le hablaré a Aitor de Godo, claro. Muchas gracias, amigo, por estar siempre ahí.
Abrazos.
Precioso homenaje, Gonzalo. Esté donde esté, se debe sentir orgulloso de haber sido tu amigo, al igual que yo. Un besazo, "compi".
ResponderEliminarPrecioso homenaje, Gonzalo. Esté donde esté, se debe sentir orgulloso de haber sido tu amigo, al igual que yo. Un besazo, "compi".
ResponderEliminarMuchas gracias, querida Tere. Me has emocionado con tu comentario, de verdad.
ResponderEliminarUn abrazo, amiga.
No creo que esa tristeza te abandone, nunca del todo que tan fatalmente lo sabes, pero con esto me has conseguido que se detenga la vorágine de locura, siquiera unos minutos, para que abrace a Godo en el ánimo, dejando -de paso- bien claro que su escasa vida fue infinítamente más importante que la de demasiados otros cuya supuesta condición humana es, directamente, inexistente. Demasiado, texto, recuerdo y emoción, como para añadir más.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo, Gonzalo.
Muchas gracias, Guzz. Ese abrazo lo siento mío también.
ResponderEliminarUn abrazo.
Buen homenaje, se ve que era un gran chaval.
ResponderEliminarAbrazo.
Gracias, Savoy. Lo era, sí.
ResponderEliminarUn abrazo.