La línea que unía Una hora sin televisión y Museo de reproducciones —Malconsejo-Santi Campos-Santi Campos y Amigos Imaginarios-Amigos Imaginarios— la rompía el autor de Pequeños incendios en 2016 al volver a publicar en solitario Cojones. Se replanteaba Campos toda su carrera de una tacada con un elepé que se sumergía en sonoridades aparentemente ajenas a su credo estético. Y no es que el del músico nacido en Segovia hubiera sido uniforme o poco ambicioso, pero la vuelta de tuerca que suponía aquel álbum le situaba en otro nivel compositivo y sonoro. El resultado fue excelente, dejando muy altas las expectativas: ¿por dónde irían los tiros en el momento en que Santi Campos decidiera grabar una nueva colección de canciones?
Desde que a principios de 2019 se anunciara la campaña de mecenazgo múltiple para ayudar a que La alegría viera la luz supimos que no sería "exactamente un álbum doble, sino dos discos complementarios (…) con cuatro capítulos temáticos de cinco canciones cada uno", en palabras de Campos, "mi proyecto más suicida, la forma de dinamitar de una vez por todas la posibilidad de una salida comercial a mis desvaríos". No entraremos en lo de la salida comercial, pues es un asunto en el que prefiero ni pensar; sí lo haremos en la elegante y complementaria presentación de ambos volúmenes, en la significación de cada uno de los capítulos, en el análisis individualizado de las veinte composiciones y en la impresión global de un disco que no es solo de Santi Campos sino también de Herederos. Así es. A la voz, piano, otros teclados y guitarra de Campos se suman —sin contar invitados— la guitarra, sintetizadores, percusiones y coros de J.J. Extremera; los mismos instrumentos más el piano eléctrico de Joel García; la batería y percusiones de David Martínez; y el bajo, guitarra, teclados y percusiones de Alex Vivero.
Una educación católica —guiño explícito a Teenage Fanclub, influencia básica de Campos— es el título del capítulo 1. Cualquier oyente que haya ido a colegio de curas y tenga una mínima sensibilidad reconocerá muchas de las cosas que se nos cuentan. Cartas inicia el trayecto con unos versos que pasan por declaración de intenciones o introducción en positivo:
"Tengo cartas por abrir
que escribí desde el pasado
para que me recordaran
que siguiera intentando
Ser la mejor versión de mí".
Su solemnidad, marcada por el piano, contrasta con la virulencia del Ruido de fondo que dejan para siempre las "Personas estrechas y llenas de mierda" contra las que Campos carga nada más comenzar el tema. Rock, funk y ramalazos de techno sirven para acusar a quienes te han hecho la vida imposible y, a pesar de haberles perdido de vista, siguen ahí, en el camerino de tu psique, bien sean "Niños crueles en colegio de pago" o la eterna sombra de
"Todos tus antepasados
el niño Jesús, el apóstol Santiago,
tu abuelo Jacobo y Francisco Franco".
El giro final, en el que Campos se queda solo al piano para cantarnos:
"Perdona padre, no creo en ti,
buscaré la salida
y no volveré a venir por aquí",
enlaza con la tristeza de Los torpes, balada en plural mayestático sobre los diferentes, los que "No somos como los demás". Tatuaje es delicioso y muy elaborado pop que encierra una magnífica descripción del depresivo ahogado en su sufrimiento:
"Nunca te faltó ningún ser querido
pero sufres como quien ha vivido
una guerra que solo ocurrió en tu mente
y actúas como si fueras un superviviente".
Breve y fantasmagórica, Enid Blyton clausura Una educación católica con el retorno a la casa paterna por Navidad, al cuarto donde "Todo permanece intacto", entre otras cosas los libros de la escritora inglesa.
Podría llover, magnífica composición que tiene mucho de Beck y bastante de los Black Keys, navega entre el escepticismo, la esperanza y el conformismo y encabeza el segundo capítulo, El viaje, en el que se pasa a la edad adulta y al movimiento. Un ángel es la visión idealizada y poética de un indigente que supuestamente se suicida y
"Entonces fue cuando
pareció contento
entonces estuvo, al fin,
en paz y satisfecho".
Su exquisita instrumentación y sus hermosas armonías son confrontadas por la desnudez de Pueblo fantasma, o el cantautor que recuerda a aquéllos que
"Salieron buscando la gloria
menospreciando toda su historia,
no se percataron de que años después
no habría hogar al que volver".
El funk posmoderno y progresivo de la espléndida Barcelona es "tan solo es una canción de amor" y no "una declaración de guerra" a la ciudad condal. Las emociones se desbordan en Sismo, crónica de la supervivencia tras el terremoto que sirve para decir adiós a El viaje con otra canción inapelable. (Que no se nos olvide destacar los coros de la amiga imaginaria Ester Rodríguez, presente en el 80% del capítulo.)
El capítulo número 3 —Polizones— habla del amor (y el desamor) y me parece tanto musical como líricamente superlativo. Vino y diazepam es una pieza inmaculada soberbiamente ejecutada que habla de las cosas "Antes de cambiar el sexo / Por vino y diazepam", "Antes del apagón". Ecos de Nick Cave y Kim Salmon y un sentido del humor que se echaba en falta es lo que hay en Adosados, que se ocupa de mantener la altura creativa. Sentido del humor que desaparece en la escalofriante Dos mujeres, soul y pop cocinados a la manera de Santi Campos y Herederos (¡joder, qué personalidad tienen!) cuyo estribillo envuelve la melodía en lágrimas:
"Hay dos mujeres
que siempre vienen a mi habitación,
una no me quiere
y a la otra no la quiero yo".
¡Y cómo se yuxtapone el funk rock progresivo de Pasajeros! Qué pedazo de canción, qué habilidad la de los intérpretes en su complejo desarrollo instrumental adoptado del lenguaje jazzístico. ¿Santi Campos & Herederos o la Allman Brothers Band? Casa de arena y niebla es la culminación de Polizones mediante una balada perfecta a la que no faltan, de nuevo, ni los coros de Ester Rodríguez.
Casi un milagro es el cuarto y último capítulo de La alegría. Campos y sus compañeros se van a encargar de completar sin deslustrarlo un cuadro extraordinario. Afrancesado y su aire circense es el primer tema con que nos encontramos, dominado por el clavicordio de Víctor Valiente y el clarinete de Víctor Rodríguez. Pop de cadencia lenta, el de Espejos es arrebatador por igual en sus estrofas y su estribillo, despliegue diáfano de talento durante sus cinco minutos. Cobarde injerta trazas de bossa nova y flamenco en el imaginario de Chris Bell y Alex Chilton, poniendo música a las cavilaciones de quien no sabe "si es un cobarde o solo un hombre viejo". Los teclados dominan completamente la brevedad impactante de Casi un milagro, que se resume en estos dos versos:
"Todo un logro, casi un milagro
vivir sin que te duela y sin hacer daño",
y plantea la pregunta del millón, ¿qué pasa
"Cuando no quieres ser dueño
Ni tampoco ser esclavo"?,
duda ontológica, política y ética que a muchos nos asalta. Además de poner título a todo el trabajo, La alegría echa el telón con un mensaje positivo que entronca con el de Cartas y cierra un círculo de —ciertamente— dolor y miedos pero también de anhelos e ilusiones. El de dos discos (uno en realidad, contradiciendo a sus autores) de bella portada y acertado diseño gráfico, idéntica duración (37 minutos y pico cada uno), interpretaciones mayúsculas de composiciones enormes y coherencia e intensidad absolutas. Estamos en el año 2019 y te has salido, Santi. Y Herederos, por supuesto.