jueves, 31 de agosto de 2023

Siren

Alejándose de la ceremonia arty, el quinto elepé de Roxy Music, y último de su primera y absolutamente imprescindible época, constituye otra obra maestra del grupo inglés aunque el peso de la vanguardia, sin desaparecer, disminuya. Que Siren (1975) se adhiera a parámetros más convencionales —afirmación que el lector debe relativizar y contextualizar— no apela bajo ningún punto de vista a su calidad, a su bruñido acabado, pues goza todo el álbum de una musicalidad exquisita.

Love Is The Drug, el exitoso single que encabeza el disco, coquetea con el funk, la música disco y el rock y resulta enormemente dinámico. Brian Ferry canta a la derrota sentimental en End Of The Line, magnífica balada en la que el sexteto suena compacto sin desdeñar las aportaciones individuales, entre ellas un solo de violín de Eddie Jobson. En su último minuto, el tema va perdiendo intensidad hasta fundirse sus últimas notas con las primeras de Sentimental Fool, allí donde la guitarra de Phil Manzanera es protagonista del prólogo de un corte que viaja del kraut al pop romántico y en el que el saxo de Andy Mackay también tiene bastante que decir. Por supuesto, no es necesario que me lacere, mi descripción se queda (muy) corta y solo los autores de Country Life son capaces de crear espacios sonoros semejantes. Whirlwind finaliza la primera parte de forma palmariamente roquera, diría que casi hard.

Music hall y funk rock se conjugan inopinada pero acertadamente en She Sells, primera de las cinco canciones de la segunda mitad de la función. La personalidad de Roxy Music es tal que definir Could It Happen To Me como una balada que no quiere serlo, o como una composición que no puede escapar de su hálito romántico cuando acelera el tempo y engorda el sonido, puede resultar pobre o raquítico pero es verdad que la banda rehúye constantemente clasificaciones. El segundo sencillo, Both Ends Burning, viste su contagiosa melodía con el prominente sintetizador de Jobson como máximo representante de una rica instrumentación. Nightingale es otra oda musical propia de la casa que me sirve para nombrar a la impecable y potente base rítmica (John Gustafson y Paul Thompson) y para recordar que también Mackay, cómo no, deja oír aquí su oboe. Los seis minutos y medio de Just Another High hacen de él el más largo de los temas de un Siren que llega a su fin con una canción igual de buena que las anteriores y que muestra las concomitancias entre el grupo y David Bowie, dos de los nombres esenciales de la música británica de los años setenta.

La portada azul protagonizada por Jerry Hall es otro de los atractivos de Siren, en mi opinión el último trabajo obligatorio de Roxy Music, y que sitúa el quíntuple arranque discográfico de los creadores de For Your Pleasure en el mismo lugar que el de los Byrds, la Creedence Clearwater Revival o Can, cotejo que hago para reivindicar en su justa medida la grandeza de una banda que no siempre lo ha sido. Difícil encontrar algo similar entre 1972 y 1975.


 

lunes, 28 de agosto de 2023

We Sweat Blood

No abandona la estela de su debut Danko Jones en We Sweat Blood (2003), y ya su título anuncia la chulería hard de su interior. AC/DC, Thin Lizzy, Kiss y gentes de semejante calaña siguen alumbrando el camino de los canadienses, que demuestran facilidad para dar con himnos calientes que, reconociendo su origen, patean culos con la convicción del que usa sus influencias sin complejos. El brío enardecedor de I Want You, la agresividad metálica de Heartbreak's A Blessing, la querencia punk de Wait A Minute o la potencia salvaje de The Cross epitoman razonablemente un disco (otra elección sería plausible) en el que la voz del cantante y guitarrista del trío domina la función, siendo en mi opinión su máximo atractivo. No hay invención, pues, en We Sweat Blood, ni es la intención de sus autores, pero el resultado del conjunto se beneficia de la sinceridad aplastante que transmiten unas canciones cuyos riffs, melodías y ritmos les traerán a la cabeza a esta o aquella banda sin por ello oler a estafa o a déjà vu. Si les gusta el rock and roll acerado, no se lo pierdan.


 

jueves, 24 de agosto de 2023

Castell de Pop

Una de las sorpresas musicales del pasado 2022 fue la puesta en marcha discográfica de la revista digital Exile Magazine. Y sorpresa por partida doble, pues su primer lanzamiento me permitió conocer a Baby Scream, proyecto del argentino afincado en la Comunidad Valenciana Juan Pablo Mazzola.

Dedicado "A los desamparados" —rango en el que tiene cabida un número de personas mayor del imaginable—, Castell de Pop fabrica en su escueta y escasa media hora un folk pop de cámara de exquisita sensibilidad, solipsismo lírico (Castaway es arranque explícito al respecto; "Me gusta el sonido que hace la gente cuando se calla / Me gusta estar solo bajo el sol" son versos que en Chillin' se yuxtaponen) y sonido melancólico de tendencia minimalista que igual debe a las composiciones, voz y guitarra acústica de Mazzola que a la producción, arreglos e instrumentos de Nick Schinder, a saber, órgano Hammond, piano, sintetizadores, programación, bajo y coros. De Big Star a Wilco, los paralelismos e influencias que hallamos en las canciones de Baby Scream no ningunean la categoría de su autor, pues de lo que aquí se trata es de expresar sentimientos y darles forma artística desde una perspectiva personalísima, lo que no es incompatible con que la música que has absorbido se cuele aquí y allá de manera natural.

Editado en vinilo de tirada limitada por el naciente sello español, este elepé cantado en inglés, con nombre de calle valenciana e intérpretes argentinos es una delicia internacional e introspectiva de principio a fin, todo un catálogo de miedos, inseguridades y contradicciones existenciales esculpido tema a tema como un conjunto en el que cada corte expresa matices y querencias propias sin desviarse excesivamente de la mirada unívoca que dé coherencia a Castell de Pop. El descubrimiento, en mi caso, de un músico (dos si sumamos a Schinder) a tener muy en cuenta.



lunes, 21 de agosto de 2023

Songs Of Leonard Cohen

Tan insondable como inconcusa —paradoja de las que se nutre al arte—, la tristeza espectral del debut de Leonard Cohen —farallón amurallado de su carrera— se cuela en los huesos del oyente a la par que su belleza, a pesar de las divergencias entre el artista canadiense y el productor John Simon durante el proceso de grabación. Visto el resultado, y acercándose a él tantos años (y tantas decepciones, tantos errores, tantas dudas, tantas sendas equivocadas, oscuras y falaces) después, no creo que importen mucho dichas divergencias: la visión del compositor y cantante que, guitarra en mano, quiere pureza y singularidad; la del productor que a la calidad debe sumar discos vendidos aun operando de buena fe (la pugna entre arte y comercio es inveterada). Songs Of Leonard Cohen (1967) es una catedral folk hecha de diez piezas en la que hay que sumergirse anudando melodías, arreglos instrumentales y letras. Entre Suzanne y One Of Us Cannot Be Wrong hay un viaje descarnado por las pasiones humanas que desborda el concepto cantautor para dar con poderosas y austeras construcciones musicales íntimamente ligadas, luego inseparables, a los versos y la forma de cantarlos de Cohen. No hay que despreciar esa orquestación, esos coros femeninos, ese bajo, esos arpegios de guitarra eléctrica, esa flauta, ese acordeón, esa batería, ese violín, esa mandolina, etc. Los instrumentos que aparecen y desaparecen son bienvenidos, hacen su aporte con discreción aunque sin ocultarse: quieren ser parte también de esta obra maestra. Si bien no todos los arreglos apunten en la dirección exactamente deseada por el canadiense, son matices que, como he explicado, el tiempo ha soslayado en favor de una unidad creativa sin mácula. La que sustentan una canciones eternas que nos hablan abiertamente del arcano existencial, Songs Of Leonard Cohen.

jueves, 17 de agosto de 2023

Kafka en Los Ángeles a finales del siglo XX

Cineasta de escaso interés por lo general, Joel Schumacher dio lo mejor de sí mismo en Un día de furia (1993), construyendo un relato de ajustado crescendo, paranoia kafkiana y crítica social sobre la base de un guion del actor Ebbe Roe Smith. Michael Douglas interpreta a William Foster (o D-Fense, el código de su matrícula personalizada), un hombre desconfiado e irritable del que sabremos que tiene una orden de alejamiento de su ex mujer y su hija (a la que quiere ver por su cumpleaños a pesar de la negativa rotunda de su madre) y fue despedido del trabajo un mes atrás. Desde que deja su coche tirado en medio de un atasco en Los Ángeles, Foster vivirá una serie de sucesos que incrementará su hastío, multiplicará la violencia y sacará a colación los problemas y desigualdades latentes en la enorme urbe californiana. 

El tráfico , el coste de la vida, las pandillas, la publicidad engañosa, la tenencia de armas, el neonazismo, el abismo entre pobres y ricos, la escasez de medios de la policía para proteger a las mujeres acosadas, el engaño al que la clase política somete a la población… éstos temas (que la gran ciudad y los Estados Unidos comparten con diferentes países) y otros asaltan al espectador mientras Foster cae en un agujero sin fondo (Falling Down es el título inglés original) en el que la frustración existencial se presenta bajo un prisma trágico (los pandilleros muertos en un accidente tras matar a varios transeúntes) o humorístico (no tienen precio las escenas en la que un niño negro que piensa que Foster es el protagonista de un rodaje le enseña a utilizar un lanzacohetes que el segundo se ha llevado de la tienda de un supremacista blanco al que ha quitado la vida o la del campo de golf privado en el que uno de sus miembros intenta dar con una pelota a Foster y sufre un ataque al corazón tras sacar aquél un arma).

En contraposición al personaje que encarna Douglas, el de Robert Duvall. Martin Prendergast es un policía en su último día de trabajo (topicazo del cine de Hollywood) que se jubila para cuidar de su mujer y que perdió una hija. Ambos se encontrarán en el desenlace al que conducen —cual brevísimo y perentorio viaje iniciático de destrucción— unos hechos y situaciones rocambolescos que, eso sí, dejan meridianamente claro que la línea entre la normalidad y el horror es muy fina y casi nadie está exento de cruzarla en un momento dado. Schumacher y sus actores se encargan de hacer creíble este descenso a los infiernos (angelinos), sin que el exceso de lo contado devenga exceso audiovisual y apoyándose en la excelente música de James Newton Howard. El calor, el agobio y la tensión creciente se palpan por igual en el rostro de Douglas y en la planificación del autor de Asesinato en 8mm (1999), quien realiza en Día de furia su trabajo más logrado y personal. Por encima, desde luego, de adaptaciones de John Grisham o recreaciones del universo de Batman.


 

lunes, 14 de agosto de 2023

Don't Come Close

 

Igual que el single que comentamos hace unos meses y que encabezaba Do You Remember Rock 'N' Roll radio?, éste que hoy traemos juega también al contraste mediante la selección de dos canciones (la tercera y la cuarta) de Road To Ruin, cuarto plástico de los Ramones del año 1978. El delicioso pop sentimental de Don't Come Close choca con la rabia punk de I Don't Want You, cuyo riff desciende del del primer tema del elepé, I Just Want To Have Something To Do, que a su vez lo hacía del de The Next Big Thing de los Dictators. Las melodías pizpiretas de regusto amargo y el rock and roll de alta energía, aunque el segundo predomine en la obra de los autores de Pleasant Dreams, son parte indisociable del ideario creativo de los Ramones, y las dos composiciones de este sencillo lo afirman taxativamente. A gozar de ambas sin exclusiones.

viernes, 4 de agosto de 2023

Young Blues

El segundo disco de Larry Young proviene de una sesión del 30 de septiembre 1960, es decir cuando el organista de Nueva Jersey solo cuenta con diecinueve años. No importa. El tema que inicia y da título a Young Blues muestra desde el principio su solidez técnica y su capacidad imaginativa, soul jazz influido evidentemente por Jimmy Smith pero interpretado sin ataduras. En compañía de Thornel Schwartz (que había sido guitarrista de Smith), Wendell Marshall (contrabajo) y Jimmie Smith (hasta en el nombre del batería encontramos concomitancias con el autor de Back At The Chicken Shack), Young cocina una función de siete cortes que alcanza su cenit, para mi gusto, en los dos últimos. Something New, Something Blue desarrolla con gravedad y parsimonia sus siete minutos y medio comandados por los solos de Young y Schwartz y Nica's Dream —que Horace Silver había compuesto para los Jazz Messengers y recuperado, precisamente, poco antes de las sesiones de Young Blues al registrar Horace-Scope en julio— curiosea entre el mambo y el hard bop y clausura alegremente el elepé homenajeando a la mítica Pannonica de Koenigswarter. Si bien el prestigio de un Larry Young que morirá joven (treinta y siete años nada más) está cimentado sobre todo en su paso por Blue Note y en sus colaboraciones con Miles Davis, John McLaughlin y Tony Willliams (es decir, un músico cada vez más vanguardista y que se aleja del fraseo smithiano a partir de mediados de los sesenta), el que todavía incipiente graba el álbum que hemos comentado es un instrumentista del que se disfruta sin problema alguno.