Pizza, hamburguesas, tías, broncas… y la antorcha de la Estatua de la Libertad. ¡Sí! Los Dictators estaban de vuelta tras veintitrés años de sequía discográfica, y la portada de D.F.F.D. (2001) no engañaba. Si bien para cualquier fan de la banda el único y sensacional álbum de Manitoba's Wild Kingdom —publicado en 1990 bajo el título de …And You?— es un disco más de los únicos dictadores que sólo ejercen como tales sobre las tablas; si bien el grupo nunca se disolvió, llevando a cabo numerosas giras (con España como destino preferente en los años noventa y principios de siglo) cuando los proyectos paralelos dejaban tiempo; y si bien tres de los doce cortes de D.F.F.D. ya habían visto la luz en formato single, no es menos cierto que, objetivamente, desde Bloodbrothers y 1978 no había nuevo elepé en estudio de los Dictators. Y si el dibujo de la cubierta hablaba claro, el contenido del trabajo apabullaba, y era dueño de una calidad que rivalizaba sin problema alguno con la obra clásica del grupo neoyorquino.
Who Will Save Rock And Roll? es, quizá, el mejor tema de los Dictators, una soberbia composición de Andy Shernoff de emocionante y adictiva melodía y excepcional letra que mira con preocupación el futuro de una música a la que le cuesta dar más de sí y huir de caminos trillados. Caminos que con los Dictators fuera de de juego pocos parecen conocer.
"En mi generación no está la salvación
Así que, ¿quién salvará el rock and roll?
Vi a los Stooges llenos de magulladuras
¿Quién salvará el rock and roll?",
canta clarividente y poético Manitoba respaldado por las voces de Shernoff y Thunderbolt Patterson y protegido por cuatro músicos que suenan como un cañón, tanto el bajista y el baterista como las guitarras de Top Ten y Ross The Boss, quien ejecuta para la ocasión un solo memorable. I Am Right transita veloz emparentada con el material más contundente de Manitoba's Wild Kingdom. Pussy And Money reflexiona acerca de lo que mueve el mundo a ritmo de punk rock clásico. Moronic Inferno es un inmejorable pezado de hard con sección de vientos que para sí quisiera Aerosmith. It's Alright ahonda en el lado metálico de los Dictators en base a un obsesivo riff a lo AC/DC. What's Up With That es un fabuloso rock and roll, de ésos que es posible que no sepan hacer las generaciones venideras. Se suceden así irrefutables los temas, y si los seis primeros son espléndidos, la media docena que sigue no lo es menos. The Savage Beat se desliza hacia el garage haciendo una mención específica al maestro Bo Diddley. In The Pressence Of A New God y Avenue A son dos cargas de profundidad para no parar de saltar y gritar mientras suenan. Channel Surfing, un corte instrumental que en su título lleva su descripción, y Jim Gordon Blues, acerca del mítico baterista de Pet Sounds que mató a su madre, dan variedad al trabajo antes de que la dinamita explote de nuevo con Burn, Baby, Burn!! para poner punto y final a esta joya discográfica de los Dictators. Escúchenla entra Rocket To Russia y Highway To Hell, no sólo para ubicar con exactitud el álbum, que también, sino para comprobar que ante ninguno de los dos le tiembla el pulso.
Dictators Forever Forever Dictators, como esconden la siglas del título, porque en ellos prende una llama que puede apagarse (ya lo intuye un Andy Shernoff desde hace tiempo metido a enólogo). Pocos discos de rock en lo que va de siglo rayan al nivel que raya el retorno dictatorial, y difícil parece coger el relevo en su terreno. Terminemos pues: la felicidad es una quimera, de acuerdo, pero qué placebo tan perfecto es D.F.F.D. para que —al menos mientras suena en el reproductor— lo pongamos en duda. E incluso mientras su recuerdo, minutos después, pugna por no echarse a dormir en algún recoveco de nuestro cerebro. Haya o no sustituto, conformémonos con ello.