jueves, 27 de abril de 2017
The Psychedelic Sounds Of The 13th Floor Elevators
Revolver, Pet Sounds, Blonde On Blonde, Roger The Engineer, Freak Out!, Boom, Fifth Dimesion, Aftermath, Love… 1966 es el año, y a las incontestables obras maestras citadas del tirón sumamos The Psychedelic Sounds Of The 13th Floor Elevators, el singular, seminal e influyente debut del grupo de Austin, Texas. Psicodelia, garage, guitarras, bajo, batería… y una jarra (más bien cantimplora) amplificada: ¿alguien da más? Marcados por los adalides de la British Invasion (Kinks, Who, Animals, Yardbirds, Stones, Beatles, etc.), los 13th Floor Elevators añadieron ese elemento lisérgico que anuncia el título del elepé y dieron con ese toque diferenciador que es la cantimplora de Tommy Hall. Junto con ella, la voz y la guitarra rítmica de Roky Erickson, la solista de Stacy Sutherland, la batería de John Ike Walton y el bajo de Ronnie Leatherman (excepto en los dos temas en que es sustituido por Benny Thurman) ponen en escena un mundo extraño y surrealista relacionado con las drogas y la alteración sensorial a la que éstas conducen. El plástico es un delicia en su totalidad, construido a base de canciones cortas muy de su época aunque a la vez muy peculiares. Entre ellas destaca inevitablemente Roller Coaster, por irse hasta los cinco minutos y convertir lo que es garage rock en lo que más adelante se conocerá como progresivo (psicodelia avanzada). El high energy de Detroit, MC5 y los Stooges es asimismo prefigurado en cortes como Reverberation o Fire Engine, claros ejemplos de eso que llamamos protopunk, y anteriores a la publicación del The Velvet Underground & Nico; e, incluso, el hard primigenio que parte del blues es la base de Kingdom Of Heaven. Refiriéndonos al sonido general del álbum, el renacer que el garage tendrá en los ochenta debe mucho a los Elevators y a este su primer disco, y no hay más que escuchar a los Chesterfield Kings, los Lyres o los Cynics tras haber catado You're Gonna Miss Me, Thru The Rhythm, You Don't Know o Monkey Island para corroborar dicha información.
La inexperiencia de International Artists —compañía independiente de frugal recorrido—, unida a la falta de respeto por la secuencia de los temas elegida por la banda y la mezcla en mono realizada, hizo que los Elevators se encontraran con un vinilo de pobre sonido y prensado y con unas canciones ordenadas de tal manera que contradecían las notas de Tommy Hall respecto al sentido que dicho orden poseía y que el oyente iba a leer extrañado*. Dicho esto, la escucha del trabajo décadas después (convenientemente remasterizado, eso sí) revela la anticipación de la música —cruda, salvaje, excitante— de los Elevators y la creatividad de un quinteto lleno de ideas que nutrirán el futuro del rock and roll, y no solo es su vertiente más underground como es lícito suponer. Sonidos psicodélicos para una debut obligatorio que, no debería hacer falta decirlo, han de adquirir todos aquellos que todavía no lo hayan degustado.
*La espléndida y lujosa reedición de Charly Records que yo poseo —y que vio la luz en 2010— trae en su segundo CD la remezcla en estéreo llevada a cabo al mismo tiempo que el elepé se preparaba para salir al mercado, colocados los temas tal y como el grupo hubiera deseado.
lunes, 24 de abril de 2017
Psychedelic Pill
Soy Neil Young, tengo sesenta y seis años, hago lo que me da la gana y estoy más vivo que nunca. Es lo que se me ocurre que pudiera haber pensado el maestro de Ontario tras registrar con sus compañeros de Crazy Horse los cerca de veintiocho minutos de Driftin' Back, la pieza extrema que abre Psychedelic Pill, su segundo en disco en 2012 después de haber publicado meses atrás —asimismo en compañía del trío eléctrico— Americana. El concepto improvisador de Young y Crazy Horse es alargado hasta el infinito —como si se hubieran tragado la pastilla psicodélica que da título al álbum—, reestructurando sónicamente el ideario hippie de los sesenta mediante la distorsión y el ruido patentados por la crudeza de las guitarras y la base rítmica de los autores de Zuma. Así las cosas, no es de extrañar que el trabajo al completo se acerque a la hora media y que de las ocho pistas restantes dos superen el cuarto de hora, duración en realidad enorme pero que parece nada en comparación con el primer corte.
Como si quisiera jugar al despiste, Driftin' Back comienza siendo una canción acústica para mutar en el monstruo de rock duro que acaba deviniendo. Evidentemente, no hay canon alguno que obligue a llevar a la media hora el tema. Neil Young, Poncho Sampedro, Billy Talbot y Ralph Molina siguen sus instintos ácidos sin cortapisas hasta completar lo más parecido a un viaje astral hecho de notas musicales. Psychedelic Pill —tremendo contraste— no pasa de los tres minutos y medio y hace honor a su nombre, pues es pura psicodelia lo que contiene. Ramada Inn, sin embargo, se va hasta casi los diecisiete y utiliza riffs y acordes de mucha emoción para vertebrar las diferentes jams que se suceden entre estrofa y estrofa cantada. Born In Ontario retoma la brevedad con el objetivo de reivindicar el origen canadiense de Young.
El segundo CD lo inicia la igualmente corta Twisted Road, cuyos dos primeros versos reviven una sensación por mí también experimentada:
"La primera vez que escuche Like A Rolling Stone
Sentí su magia y me la llevé para casa".
She's Always Dancing hubiese encajado —¡qué diáfanos, expresivos e incluso solemnes los solos de Young!— muy bien en el olvidado Sleeps With Angels o en el parido con Pearl Jam Mirror Ball. For The Love Of Man es una balada muy bonita que aparece aislada al contrastar con la descarga de vatios que le ha precedido y la que Walk Like A Giant va a continuar. En la línea de Ramada Inn o She's Always Dancing, el tema está hecho de la misma materia con la que se construyeron Cortez The Killer, Like A Huricane u Over And Over —sin volar tan exageradamente alto, pero tampoco quedando muy lejos—, y es el tercero en superar los quince minutos. Una remezcla de Psychedelic Pill culmina un disco muy notable de uno de los artistas más personales y prolíficos que la era del rock and roll —con su muerte, la de Dylan, la de Little Richard y la de los miembros vivos de Beatles y Stones habrá llegado a su fin— ha conocido. Valiente y heterodoxo también (a su puta bola, en román paladino), aunque eso se dé por descontado citando de nuevo Driftin' Back, la pieza extrema que abre…
jueves, 20 de abril de 2017
Darklands
Rebajada la lujuria eléctrica de su extraordinario debut y ausentes la batería de Bobby Gillespie y el bajo de Douglas Hart, el segundo disco de The Jesus And Mary Chain (Darklands, 1987) reduce a dúo el grupo de los hermanos Reid, encargándose Jim y William de cantar, tocar las guitarras y bajos y programar la caja de ritmos que sustituye las baquetas de quien ha pasado a dedicarse en cuerpo y alma a Primal Scream. Como afirma el querido Johnny JotaJota, los escoceses "pierden en distorsión para ganar en melodías preciosistas", lo que —ni siendo bueno ni malo a priori— limita el impacto de un trabajo hermoso pero inferior a Psychocandy. Hay una obviedad mayor en las composiciones de Darklands y un peligro menor en la manera de interpretarlas, lo que aleja a la banda de la Velvet, los Stooges o Joy Division pero cimienta el sonido del que beberán tantos y tantos artistas y grupos —los Pixies le deben la vida— adscritos al movimiento independiente que hará eclosión en los primeros años noventa. En este sentido, The Jesus And Mary Chain actúa como el visionario que se convertirá en influencia, pues lo que tres décadas después nos parece trillado, no lo era en el momento en que ve la luz. Las diez canciones que dan forma al plástico son de una calidad fuera de duda y se beben con placer de un solo trago, si bien el conjunto carece de la solidez y la radicalidad que hace de su primer elepé una de las obras maestras e indispensables de la historia toda del rock. Eliminado el cotejo, que a veces incomoda (e incluso asusta al cobarde), Darklands tiene el mérito de no contener tema alguno malo o regular, de haber sido fuente de inspiración para un generación nombrada como alternativa (aunque triste y mayormente despolitizada y parte acrítica del capitalismo) y de —ya superado el futuro que auspiciaba— seguir sonando estupendamente. Lo que no podemos decir de muchas de las grabaciones posteriores de los epígonos de la banda británica.
lunes, 17 de abril de 2017
The Great Radio Controversy
Nos ganó a muchos el corazón en su momento por ese sensacional álbum acústico y en vivo llamado Five Man Acoustical Jam, pero Tesla era antes y siguió siendo después un grupo de hard rock criado en los ochenta y a las normas dictadas aquella década unido para siempre. Sin embargo, a diferencia de otras bandas similares, la de Jeff Keith ha mantenido una carrera digna sin denigrar su arte, hacer el ridículo o escuchar voces que pidieran su desmantelamiento. Segundo plástico en estudio (y previo al mencionado doble en directo), The Great Radio Controversy (1989) es una muestra perfecta del hacer del quinteto californiano y contiene la que es su canción más famosa: Love Song. Publicado por Geffen, el disco es largo —norma de la casa— y no oculta la influencia de Aerosmith, influencia común a los grupos del sello, estilo y época, convenientemente metalizada y adaptada a los gustos de una mayoría de los compradores de vinilos, casetes y CDs de entonces. Los dos temas que dan inicio al elepé van a marcar indefectiblemente lo que vamos a escuchar durante casi una hora (en ese sentido no hay sorpresas, sí buenas composiciones), utilizando un método a la sazón muy típico, la suma de un medio tiempo especialmente poderoso (Hang Tough) y un corte rápido (Lady Luck) que ponga las cartas sobre la mesa noqueando al oyente desde un principio. A partir de ese momento van a seguir sonando canciones brillantes pero no mejores que sus antecesoras (Be A Man, Makin' Magic o Flight To Nowhere entre ellas) que completen un trabajo competente que casi tres décadas después de su aparición se escucha con gusto. Pasada la mitad de la segunda cara aparece la mentada Love Song, balada hecha de tópicos sonoros y líricos que —sin caer en lo hortera o la blandenguería— sorprendentemente funciona. Solo quedarán ya dos temas para cerrar The Great Radio Controversy, título que alude a la polémica sobre la paternidad de la radio que afecta a Guillermo Marconi y a Nikola Tesla. Un buen álbum que solo oscurecerá un año después el formidable, sorprendente y nombrado Five Man Acoustical Jam. Pero, bueno, ésa es otra historia y de ella dimos cuenta en Ragged Glory hace unos años.
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