miércoles, 30 de junio de 2021

This Is Our Music

This Is Our Music, registrado en el verano de 1960, es un paso más en la carrera de Ornette Coleman en su radical apuesta por la improvisación y el sonido, pero tiene algunas peculiaridades que, sin alterar la apuesta estética del saxofonista tejano, le otorgan ciertos matices. El cuarteto del anterior elepé, Change Of The Century, sufre una modificación, pues, si Charlie Haden y Don Cherry mantienen su puesto en el mismo, Ed Blackwell sustituye a Billy Higgins para dar con una formación que solo grabará el álbum del que hablamos; por primera vez, Coleman incluye un tema ajeno, en concreto el Embraceable You de los hermanos Gershwin, y, por último, This Is Our Music es el paso previo a Free Jazz —allí donde volarán todas las barreras a la manera schönbergiana—, madre de las improvisaciones colectivas, en general, y de la más extraordinaria de ellas bajo mi punto de vista (Ascension), en concreto.

Desde los primeros compases de Blues Connotation corroboramos que en el free jazz el primer vocablo tiene más peso que el segundo y que saxo alto de Charlie Parker —no en vano el instrumento del autor de Ornette!— y el bebop sentaron las bases de cualquier digresión que afectara a la música de Louis Armstrong en la segunda mitad del siglo pasado. Beauty Is A Rare Thing afirma la segunda de las piezas, la más extensa y especial del lote, suerte de balada amiga de la atonalidad que contradice durante todo su recorrido a su título y en la que Haden toca su contrabajo con el arco y Blackwell inventa una percusión muy original. La relativa tranquilidad del tema invita al cuarteto a desmadrarse en Kaleidoscope, fiel a su credo en los agudos solos de Coleman y Cherry y la poderosa base rítmica (en especial las baquetas de Blackwell).

La cara B del disco comienza con la mencionada versión de Embraceable You, adaptación a situar entre el clasicismo propio de la composición y el tratamiento de vanguardia que recibe Beauty Is A Rare Thing. Muy hermosa, sea como fuere. Posie, Humpty Dumpty y Folk Tale, los otros tres cortes de la segunda mitad, se mueven en coordenadas similares a las de Blues Connotation y Kaleidoscope, velocidad y ritmo sobre los que la trompeta de bolsillo de Cherry y el saxo alto de Coleman crean progresiones vertiginosas y muy audaces, sin olvidar la intervención solista de Blackwell en la pieza que clausura This Is Our Music, espléndida colección que quedaba a la espera de treinta y siete minutos en un único movimiento que pondrán patas arribas el mundillo del jazz y harán sangrar a carcas y puristas.



lunes, 28 de junio de 2021

Junkyard

Criado en las miasmas sonoras de White Light/White Heat, Trout Mask Replica, Fun House, Suicide y similares artefactos hechos de ruido y rock and roll, The Birthday Party publicaba en 1982 el que sería su segundo y último elepé (Junkyard) entregándose a su acción ritual de descomposición y enardecimiento —de la que, solo en el País Vasco, Los Bichos, Akauzazte y Atom Rhumba tomarán buena nota— cual unos Cramps, The Gun Club o Joy Division taladro en mano. Funk hecho pedazos y achicharrado, salvajismo punk ilustrado, el blues más pantanoso, free jazz, post punk: todo esto y cosas peores es lo que encontramos en este agresivo aquelarre que puede asustar a quien crea que el rock no va más allá de AC/DC. La intensidad es tremenda incluso cuando el grupo levanta el pie del acelerador, aunque al fuego eléctrico y la estridencia rítmica sobreviva cierta querencia melódica que crea un contraste retorcido pero de gran belleza. La banda de Nick Cave y Mick Harvey habla directamente a nuestro yo primitivo y violento, sin cortapisas ni eufemismos, escupiendo pus y utilizando la música del diablo para rociar de radioactividad al oyente. Quizá los seis minutos de She's Hit que inician el álbum —de cadencia lenta y bluesy— carezcan de la distorsión y los riffs asesinos que nos vamos a encontrar (en Dead Joe, sin ir más lejos: ¡vaya brutalidad!), mas ya hay en su estructura, su atmósfera y en algunos exabruptos sonoros bastantes gotas de la tormenta que hasta el tema que titula y clausura el conjunto —atemperándose en Several Sins, de maneras similares a las de She's Hit si bien la mitad de larga— golpea inmisericorde nuestros sentidos. Una tormenta llamada Junkyard y a situar mucho más cerca de las que descargó el último Coltrane que las de Ramones o The Clash. Por si sirve de referencia.


 

jueves, 24 de junio de 2021

La cuenta atrás

Inevitablemente algo por debajo de La vida mata, obra maestra de Los Enemigos, el siguiente disco del grupo madrileño es un más que notable La cuenta atrás (1991), cuarto trabajo de una banda consolidada como una de las mejores y más personales del rock patrio. La cuenta atrás, el tema que da inicio y titula la función, indica las ganas de indagar de Josele Santiago, al incorporar violín, viola y trompa a una canción que parte de su gusto por los Damned de segunda generación y cita el Canon de Pachelbel vía Camel, tal y como Santiago ha reconocido. "¿Por qué has tenido que crecer? / Maldita la hora", se queja el eterno adolescente en lucha contra el rígido, envarado y aburrido mundo de los adultos. El soft rock, con cierto sabor a bossa nova, de La otra orilla entra deliciosamente antes de un atmosférico Blues en el que destaca el órgano del maestro Reverendo. Hienas (que en un momento concreto recuerda al Helter Skelter) y Occidente se acercan al punk y al hard funk y reivindican el lado rocker de los autores de Un tío cabal. Hay un agujero tiene algo de balada southern mientras que Paracaídas retoma la distorsión y (si hace falta) el puño en alto que celebre el himno enemigo. Brindis trae una de las melodías más pegadizas de la función: "Brindemos al sol", pues, "de un extraño rock and roll". Entre la rumba y el pop se afirma la relajante No se hable más. También se mueve en terrenos pop Quillo (he vuelto a nacer), o el ciclo eterno que nos obliga a hundirnos y levantarnos… hasta que caigamos de nuevo. Las guitarras y el rock and roll vuelven a mandar en El lado sano (de mi cabeza), justo antes de que Hasta el lunes cierre el álbum a ritmo lento describiendo socarronamente el trabajo esclavo que queda definido a la perfección en estos dos versos —"En un mar de horas extras / es donde veranea papá"— y es rechazado y enfrentado en estos dos otros que los parafrasean en negativo: "En el mar de horas extras / yo no me pienso bañar". Tomen nota mientras seguimos esperando que La cuenta atrás no termine demasiado pronto.


 

lunes, 21 de junio de 2021

"Asumo", un relato de "La figura de cartón"

Como sabéis quienes seguís este blog, en el año 2019 se publicaba mi tercer libro, una colección de relatos titulada La figura de cartón. Relatos de juventud, dolor y violencia. Dentro del apartado Dolor aparece un pequeño texto llamado Asumo cuya tristeza me han resaltado varios de los lectores de la obra. Comparto aquí, pues, una de las doce piezas que componen el libro, esperando que os guste y, si es que aún no lo habéis hecho, os anime a leer las otras once, "Una breve colección de heterogéneos escritos donde el autor articula, acaso sugiere, un discurso vital brillantemente secuenciado (…) una inquietante antología (…) repleta de pequeñas bombas de relojería que no siempre acabarán explotando", en palabras escritas por Marce Becerring para Ruta 66.


ASUMO

Hoy me he incorporado a mi nuevo trabajo. Es una tienda de complementos situada en el mejor barrio de la ciudad. El horario es de tres a nueve, y como tengo un trayecto bastante largo para llegar, he tenido que adelantar mi hora habitual de comida. Pero es algo que puedo asumir.

    En la entrevista me dijeron que tenía que quitarme los piercings que llevo, pues no era la imagen que los clientes esperaban de la tienda. No me dijeron que fuera una mala imagen o que a ellos no les pareciera idónea, sino que eran los clientes los que no darían su aprobado. Bueno, es algo que puedo asumir, incluso entender, así que ayer por la noche, antes de acostarme, me los quité, los piercings, y me despedí de ellos. Me dio un poco de pena, porque a mí sí que me gustan, y me veo bien con ellos, pero, en fin…

    El salario que me van a pagar es de seiscientos euros al mes; una miseria, lo sé, pero, como vivo con mis padres, no pago alquiler ni tengo hipoteca, así que puedo asumirlo.

    Mientras iba en el metro me he acordado de mi último empleo en una cadena muy famosa de restaurantes, en el que era la única española. Una jefa tiró de la coleta a una camarera que había derramado en el suelo todo el contenido de la bandeja que llevaba. Yo no hice nada por defenderla, es verdad, pero la consolé en la cocina, pues la pobre tenía una llorera mazo de gorda. La misma jefa que la había humillado me vio, y a los pocos días me despedían. Me imagino que un hecho tendrá relación con el otro; de todos modos, hay que asumir que en cualquier momento, y por cualquier motivo, te pueden despedir. Lo de «por cualquier motivo» me ha dado que pensar, y he pensado que, en esas circunstancias, quizás «el motivo» pueda convertirse en una mera excusa. Tampoco le he dado muchas vueltas, ya llegaba a mi destino.

    He caminado dos manzanas (en eso no me puedo quejar, la tienda está muy cerca de la boca del metro), pero ha sido suficiente para darme cuenta de dónde estaba: gente muy bien vestida y calles muy limpias. He llegado a la tienda con quince minutos de antelación para dar buena imagen (no como con los piercings, río). La dependienta del turno de mañana estaba sola, y me ha dicho que la encargada se había ido a tomar un café. Me he apoyado en el mostrador y he intentado hablar con la chica, pero no parecía una persona muy habladora. Todo han sido monosílabos y ninguna sonrisa. La encargada ha llegado a las tres en punto. La dependienta ha desaparecido por una puerta y ha vuelto muy poco después con la misma camiseta que llevaba puesta (con el nombre de la tienda) en la mano. «Toma», me ha dicho. «Te la tienes que poner», ha corroborado la encargada. La camiseta me queda pequeña y, lo peor de todo, huele a sudor. Me he mirado en el espejo del pequeño cuarto (más bien parece un ascensor) que esconde la puerta y he descubierto a una chica gordita y baja con las tetas aplastadas por la camiseta maloliente que le acababan de dejar. Pero tengo que asumir que así soy yo y así son los trabajos. Si pagan por ello, aunque sea poco, no puede ser muy bueno.

    Lo primero que me ha dicho la encargada es que todas las dependientas que empiezan tienen que llevar complementos de los que se venden en la tienda para que «los clientes se sientan cómodos» y más «predispuestos a comprar». He elegido un collar, dos pulseras y un par de pendientes. «Dieciocho euros». Ante la cara que he puesto me ha dicho que es un gasto que no asume la compañía. «¿Es obligatorio?», he preguntado entre perdida e inocente. «Sí quieres seguir aquí, sí». He entendido inmediatamente y he pagado. Aunque la empresa no pueda asumir el gasto, he pensado, yo sí puedo. Tampoco es para tanto.

    La verdad es que para ser mi primer día he vendido bastante, pero la encargada no lo ha visto así, y me ha echado en cara mi falta de actitud y de implicación. Ha sido una pequeña bronca, sí, pero no lo suficientemente grande como para no poder asumirla. Ya se sabe cómo son los jefes. Y más aún los que no son realmente jefes.

    Cuando faltaba poco para cerrar, la encargada me ha dicho que tenía que limpiar el baño y vaciar las papeleras. La he mirado boquiabierta, pero ella como si nada. «La fregona y el multiusos están en el cuartillo. Ya lo habrás visto». Cuando abría la puerta del cuarto he oído que añadía: «Y date prisa, por favor, que no quiero cerrar a las mil». He pasado el multiusos por los azulejos y el retrete. Mientras se secaban he vaciado las papeleras. La que se utiliza para las compresas, salvaslips y demás utensilios femeninos no tenía bolsa, y estaba pringada. Casi me muero del asco. Le he preguntado a la encargada si había bolsas para esa papelera, y me ha dicho que no con la cabeza. Así que la he dejado tal cual y he fregado. Me he cambiado de ropa y he metido la camiseta en el bolso para que mi madre la limpie y la planche mañana. Mientras lo hacía me he dicho a mí misma: no pasa nada, hay que asumir que en cualquier trabajo te puede tocar hacer estas cosas. Es una lástima, pero es así.

    Antes de salir, la encargada me ha dicho: «Si la caja no cuadra, se os descuenta de la nómina. Para que lo sepas cuando hagas caja». Ha debido notar mi debilidad, así que lo ha suavizado: «Aunque no suele suceder». No he entendido bien si se refería a que la caja no cuadrase o a que te lo descontaran de la nómina, pero lo he asumido.

    La encargada ha echado la persiana metálica y me ha dicho un «hasta mañana» un tanto frío. En sus ojos me ha parecido percibir cierto desprecio, no sé si a mí o a todo. No lo puedo explicar, pienso al observar cómo se aleja, pero sí puedo entenderlo. E incluso asumirlo.

miércoles, 16 de junio de 2021

The House Of The Rising Sun

Aplicar fórmula propia a composiciones ajenas. Ésta podría ser una descripción general de la música de los Animals, aquélla donde prima la interpretación, como en el jazz, pero no la improvisación, ciñéndose al formato de canción hecha de rhythm and blues y rock and roll. La adaptación que el grupo de Newcastle realizó en 1964 del tema tradicional The House Of The Rising Sun, que Nina Simone había incluido en su directo en el Village Gate y Bob Dylan en su debut discográfico dos años atrás, es un ejemplo de cómo convertir a tus axiomas estéticos un material previamente existente y una de las cimas de su arte. Si toda la banda brilla a un nivel muy alto, es la dramática, casi solemne, puesta en escena de la voz de Eric Burdon y el órgano de Alan Price (encargado también de los arreglos) la que da el sello definitivo y la belleza descomunal a la pieza. Menos atmosférica y más frenética, la versión que el otro cincuenta por ciento del sencillo trae del Talkin' Bout You de Ray Charles está recortada por debajo de los dos minutos, perdiéndose el magnífico solo de Price y el largo apareamiento que el corte completo —salvaje, entregado y conocido mucho después de su grabación— hace de la canción de Charles con el Shout de los Isley Brothers. Una compañera digna, sea como fuere, de una primera cara soberbia que, por muchas décadas que pasen, sigue sonando inmaculada.

lunes, 14 de junio de 2021

Ramona, Say Yes


Este olvidado single de 1966 está liderado por una deliciosa canción de Chuck Berry —Ramona, Say Yes— en la que destacan el incesante órgano y el eco de la potente guitarra de Berry. La sexualidad y el rock and roll del tema contrastan con la desnudez de la cara B, un Havana Moon registrado en 1956 que parte del Calypso Blues de Nat King Cole para desarrollar su cadencia hipnótica y repetitiva. Situado en el primer elepé del arquitecto de la música de diablo —After School Session—, su influencia llegará también al segundo mediante La Juanda, composición en la que podemos escuchar el mediocre castellano de Chuck Berry. En inglés es otra cosa, di que sí, Ramona, y enséñanos cómo el autor de Johnny B. Goode es mucho más que su inmortal himno.


jueves, 10 de junio de 2021

The Clash

Tenía razón el querido amigo Don Guzz (y experto en lides roqueras) al decir que los tres álbumes que más evidentemente servirían para explicar qué es el punk rock serían los debuts de Ramones, Sex Pistols y The Clash. Más allá de disquisiciones protopunk y high energy (y sin olvidar el singular caso de los Dictators), cualquier mocoso o adulto curtido reconoce como punk primigenio los acordes sencillos y ruidosos de Blitzkrieg Bop, God Save The Queen o I'm So Bored With The U.S.A., por mucho que el mayor de los eruditos les diga que los Kinks, los Who, Mott The Hoople o los Pink Fairies (en el Reino Unido) y la Velvet Underground, los Stooges, MC5 o los New York Dolls (en los Estados Unidos) ya habían sentado las bases de aquellas canciones.

Varios son los matices políticos y estilísticos, sin embargo, que diferencian The Clash (1977) de Ramones y Never Mind The Bollocks. Si en el segundo y en la carrera de sus autores mandan la diversión y los problemas ligados a la adolescencia, y en el tercero, la irreverencia y el nihilismo libertario, en el debut del grupo de Joe Strummer la izquierda antiimperialista y revolucionaria deja su impronta en el mensaje de unos temas en los que —punk mediante y dominante— se cuelan trazas de rockabilly, pop y reggae (la larga versión de Police & Thieves). Exceptuando esta última, mandan las composiciones breves (cinco no llegan a los dos minutos) y explosivas, misiles socialistas antisistema y piezas míticas del rock inglés como Janie Jones, White Riot, London's Burning, Career Opportunities, Protex Blue o Garageland.

Pensado para atizar y entretener al mismo tiempo, el primer elepé de los Clash tendrá su continuación sonora en el no menos excelente Give 'Em Enough Rope, pero no será hasta el tercero de sus trabajos cuando los responsables de London Calling abran su abanico estilístico y dejen un sello indeleble (portada incluida) en la música popular. Aunque punkis, eléctricos y salvajes sea como yo los prefiera, es de justicia reconocer que los ecos de dicho doble plástico han tenido una resonancia superior a la de los dos anteriores. Pero ¡que vivan las crestas, los imperdibles y la distorsión, hostia!


 

lunes, 7 de junio de 2021

Swingin' With Bud

Las palabras que utilizábamos el año pasado para introducir The Lonely One (disco grabado en 1955) nos sirven para explicar brevemente el contexto en el que Bud Powell registra Swingin' With Bud dos años más tarde, en concreto el 11 de febrero de 1957; " (…) un músico —decíamos— de (todavía) mucha sensibilidad y riqueza capaz de dejar la enfermedad en la puerta del estudio y plantar cara a su infierno interior en beneficio de su arte". La severa enfermedad mental y su tratamiento médico hacen daño a su capacidad técnica (y emocional), pero el pianista logra que sus dedos domestiquen el teclado para imponer la belleza de sus notas una vez en el estudio en compañía de George Duvivier y Art Taylor.

Entra el trío de sopetón, como si le hubieran pillado en medio de una jam session, interpretando torrencialmente Another Dozen, la única composición que aporta Duvivier, y delimitando el terreno bebopper que, sumado al swing del título del elepé, nos da las claves de la música que contiene. Responsable de la transformación del stride y el swing del genial Art Tatum en el nuevo lenguaje del jazz en los años cuarenta, el Powell que aquí encontramos es un músico ya tan clásico como Charlie Parker, Thelonious Monk o Dizzy Gillespie, de quien no por casualidad escoge dos temas para versionar: Shaw 'Nuff y un Salt Peanuts que también era ejecutado en el mencionado The Lonely One. Son sin duda las dos lecturas de Gillespie de lo mejor de un álbum excelente y sin desperdicio en el que la labor de Powell se ve constantemente refrendada y expandida por la felicidad rítmica de las baquetas de Taylor y el contrabajo de Duvivier. Si los últimos trece años de la vida de Bud Powell fueron muy difíciles para nuestro pianista, que moriría con solo cuarenta y uno en 1966, ello no impidió que nos dejara para la eternidad sonidos de la hermosura de este Swingin' With Bud que hoy nos apetecía reivindicar.

jueves, 3 de junio de 2021

Cerca de las estrellas

Curioso que un grupo especializado en música instrumental como Los Pekenikes alcanzara su cénit con una composición de Alfonso Saiz cantada por el baterista Félix Arribas. Cerca de las estrellas es un hito de la música popular española, single de 1968 que también encontramos en el álbum Alarma y que no desentonaría —por sonido y calidad— en el extraordinario Forever Changes de Love, aunque no es difícil encontrar asimismo concomitancias con Traffic o los Byrds. Vientos, guitarras, bajo y batería ponen en pie una joya absoluta de musicalidad desbordante y peculiar, pop psicodélico de tintes progresivos y letra espacial cuyo "lugar donde siempre brille la luz en las tinieblas" no volverá a encontrar la banda madrileña.  La otra mitad del sencillo la ocupa Soñar no cuesta nada, corte instrumental orquestado por Waldo de los Ríos cuyos aromas funk y soul nos invitan a bailar. Si quieren pasear, pues, Cerca de las estrellas acudan una y otra vez a estos sonidos mágicos registrados por Los Pekenikes y producidos por Rafael Trabucchelli. No lo olviden.