miércoles, 23 de febrero de 2011

Zeno Beach

De los retornos que el siglo XXI ha visto (y verá) de grandes grupos de los sesenta y setenta, uno de los más jugosos es, en mi opinión, el que protagonizó Radio Birdman con el excelente Zeno Beach. El primer corte, We've Come So Far (To Be Here Today), además de poner las pilas al personal, informa de que el álbum transita los caminos por los que se mueven Rob Younger y su New Christs; o lo que es lo mismo: la influencia del cantante en Radio Birdman es mucho mayor que en la época clásica del grupo. Aunque Deniz Tek siga siendo el principal compositor del grupo —diez de las trece canciones del disco están escritas o coescritas por él—, el sonido de Zeno Beach remite a Lower Yourself o We Got This!, en lo que podría pasar, si me apuran, por un trabajo de los New Christs. Por supuesto que nada hay de malo en ello, pues la obra del grupo de Younger es una de las mejores del rock de los últimos veinticinco años.

No voy a decir, de todos modos, que Zeno Beach sea Radios Appear. Su onda expansiva es más reducida, pero su calidad es innegable, la de unos músicos maduros que si bien prefieren mirar para adentro, conscientes de que han pasado muchos años, siguen llenos de una energía que la edad canaliza de manera diferente (aunque haya balazos como Connected, ojo). Un disco que suena muy sólido y cohesionado; rock, es obvio, pero al que cuesta buscar émulos o ascendentes, algo que ya sucedía con Radio Birdman en los setenta y con los New Christs posteriormente, pues aunque sean los Stooges y MC5 sus fuentes principales, hay en ellos una vertiente pop y un dramatismo (tan peculiar en muchas bandas australianas) que les lleva a poner en práctica un discurso que —como en los artistas de mayor calado— utiliza sus influencias musicales para traducir a claves estéticas vivencias, sensaciones y pensamientos particulares. No es ajeno a lo argüido el que Radio Birdman sea un sexteto en el que las teclas tienen su importancia, mucha en Zeno Beach. Incluso es autor Pip Hoyle de los dos temas que cierran el elepé: The Brotherhood Of Al Wazah y Zeno Beach.


No hará falta insistir, tal y como hacía al hablar de Green Manalishi, en que los Strokes o los Libertines se quedan en nada —por no citar indecentes sinecuras— tras escuchar el álbum de Radio Birdman, a pesar de que aquéllos sean mucho más famosos y hayan acaparado más portadas que los australianos y que muy pocos de sus seguidores se enterasen siquiera de la publicación de Zeno Beach en 2006. Nada podemos hacer al respecto, simplemente recordar las palabras de Joe Tangari en 2001 al reseñar el espléndido recopilatorio The Essential Radio Birdman (1974-1978): "Desafortunademente, parece como si Radio Birdman hubiera sido el grupo adecuado en el momento inadecuado". Pudiera ser válida dicha afirmación para su segunda encarnación, pero tampoco hay que darle demasiada importancia. Si quieren saber mi opinión, yo no le doy ninguna.

sábado, 19 de febrero de 2011

Green Manalishi y Unknown Force


No ha sido así en el pasado, pero en los últimos años es evidente que el mejor rock está condenado a moverse en terrenos minoritarios. El ejemplo de Green Manalishi no puede ser más paradigmático. Si el anterior grupo del guitarrista y cantante Txetxu Brainloster, Mermaid, había dejado muy alto el listón con el estupendo Red Led Or Death, difícil era suponer que el homónimo debut de Green Manalishi (que toma su nombre de un tema de Fleetwood Mac versionado por Judas Priest) alcanzara tamañas cotas de excelencia.

Registrado en Pamplona durante el verano de 2004, pero publicado en 2005 por la pequeña discográfica catalana Rock On! (gracias), Green Manalishi se merienda a todas esas bandas con las que día sí, día no, la prensa musical inglesa (sobre todas) quiere salvar el rock and roll, como si éste necesitase ser salvado o las bandas a las que se promueve pudieran salvar nada. No tiene Brainloster la desfachatez de dar gato por liebre, no inventa la música del diablo, pero la calidad de las canciones es tal que sí parece reinugurarla en cada una de ellas. Nos encontramos al escucharlas con Blue Öyster Cult, Black Sabbath, Grand Funk Railroad, AC/DC, Pink Floyd (periodos Barret y Waters), los Who, UFO, Led Zeppelin o Thin Lizzy, pero lo que se regurgita —sin negar sus orígenes— es inmenso, pues inmenso es el talento de Brainloster. No quiero destacar ningún tema: los doce cortes que contiene Green Manalishi son fabulosos, pero es al escucharlos juntos cuando uno se da cuenta de lo que su variedad (gana el hard rock, pero también hay pop, baladas e instrumentales) aporta al álbum completo, de ésos que no admite escuchas parciales. Y no sólo las canciones: las guitarras y voces de Brainloster, la batería de Johnny Wildthin y los teclados de Félix Sola están tocados con gusto, garra y, sobre todo, precisión. Sé que algún lector me tachará de exagerado, pero no exagero lo más mínimo. Llevo cinco años escuchando este disco y el tiempo no hace sino confirmar mi opinión.

Sin resultados tan espectaculares, pero también muy estimulantes, Unknown Force (2007, GP Records) mantiene las coordenadas de su predecesor, quizá aquí más explícitamente cercanas al hard rock FM de los setenta (Cheap Trick y Boston son los primeros nombres que vienen a mi mente), como se puede comprobar escuchando el título que abre y da nombre al disco; al mismo tiempo que ciertos riffs tienen bastante de stone (Sweet Damnation, Take The Money And Run) y alguna estructura vocal puede recordar a los Beatles (Fear Alive, Just Like A Richman). Estamos hablando, que quede claro, de un pedazo de disco igual de bien interpretado (¡qué voces!) que Green Manalishi (Sarri se ocupa del bajo que tocaba Brainloster en el debut), pero cuyas canciones —Happy On My Knees, Before You Say Goodbye y Endless Beach claman por desdecirme— no son tan exageradamente buenas como las de su debut.


"Hay que estar bastante colgado para esto, tanto si eres músico, como si organizas conciertos o llevas un sello. Hay que tener cierta inocencia, de algún modo de eso trata el rock and roll", decía Txetxu Brainloster en una entrevista concedida a Indyrock a raíz de la publicación del primer trabajo del grupo navarro. Inocencia y más paciencia que un santo, quiero añadir, al ver a tanta medianía triunfar y que (casi) nadie sepa de tu excelente trabajo. Los que tenemos la suerte de conocer los dos álbumes que Green Manalishi ha editado hasta la fecha (y de haber disfrutado del grupo en directo) lo sabemos muy bien. Un diez daríamos a la banda si en Ragged Glory pusiéramos nota. Pero la perfección no existe (¿o sí?) y hace tiempo, por fortuna, que dejamos el colegio.

miércoles, 9 de febrero de 2011

It's Only Rock'n Roll

No nos engañemos: si la sublime exuberancia de Exile On Main St hubiera puesto punto y final —un fatídico accidente, el hartazgo de los años— a la carrera de los Rolling Stones, ésta tendría a día de hoy la misma significación. Goats Head Soup, It's Only Rock'n Roll y Some Girls (a partir de 1978 considero que el bajón es ya excesivo) son muy buenos discos, por supuesto, pero quedan muy lejos de Beggars Banquet, Let It Bleed, Sticky Fingers y el mítico doble elepé que cerraba un periodo, el que va de 1968 a 1972, de extraordinaria fecundidad y sobre el que suele haber consenso a la hora de calificar como el más brillante del grupo.

Dicho esto, no tenemos más que olvidarlo para disfrutar sin problemas del mencionado It's Only Rock'n Roll. El último álbum que graba Mick Taylor con los Stones se publica en 1974 y quizá tenga algo de lo que su título anuncia: el retorno a los pioneros de los años cincuenta de los que el rock (sin el roll) había alejado a tantos músicos desde mediados de la siguiente década del siglo XX. Y digo quizá porque aquel alejamiento, como es bien sabido, no fue gratuito ni baladí; fue plenamente consciente, creador de un estilo del que no era posible desprenderse para volver virgen a los riffs de Chuck Berry o la sencillez de Buddy Holly, por mucho que fueran la inspiración primigenia que dio pie a (casi) todo. If You Can't Rock Me, la versión del Ain't Too Proud Too Beg de los Temptations, It's Only Rock'n Roll y Dance Little Sister (macarrísima acercamiento al hard rock) son los cortes más inmediatos del elepé, impregnados todos de soul y funk; negritud muy de ese momento que se traslada al sonido stone. Hay, además, tres baladas, dos de ellas de más de seis minutos, de las que quiero destacar Time Waits For No One, con una bellísima guitarra solista de Taylor y un fantástico piano de Nicky Hopkins. Con la misma distorsión en las seis cuerdas que en Dance Little Sister atacan los Stones Luxury, inclasificable tema en el que algo hay de reggae sin serlo en absoluto. El blues/honky tonk de Short And Curlies, con el piano de Ian Stewart como protagonista, y el funk de Fingerprint File, con guitarras en wah-wah y teclados que beben de Sly Stone, Funkadelic y similares, clausuran el disco con, curiosamente, el tema más corto y más largo, respectivamente, de los diez que forman It's Only Rock'n Roll.

Mick Taylor, que veía que "el grupo no iba a ninguna parte", deja los Rolling Stones a finales de ese mismo 1974. Siempre impecable, el guitarrista será sustituido por el también espléndido, aunque bien diferente, Ron Wood, con el que Jagger y Richards compondrán material de menor valía, pero que en directo mantendrá al grupo en lo más alto, como bien demuestra el en mi opinión injustamente infravalorado doble elepé Love You Live, y, en concreto, esa "autentica fiesta" de la que habla nuestro amigo Lou Rambler al referirse a la cuarta cara del plástico, en la que It's Only Rock'n Roll, Brown Sugar, Jumpin' Jack Flash y Simpathy For The Devil recuerdan que los Stones todavía tenían mucha mecha que quemar. La que todavía ardía, a pesar de lo expuesto en el primer párrafo, en It's Only Rock'n Roll.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Jaco Pastorius

En 1976 se publican Black Market (Weather Report, grupo del que formaría parte durante los siguientes cinco años el protagonista de esta reseña), All American Alien Boy (Ian Hunter), Hejira (Joni Mitchell) y Land Of The Midnight Sun (Al Di Meola). No sólo tuvo tiempo de colaborar en todos ellos Jaco Pastorius, el gran bajista estadounidense, sino que también lo tuvo para debutar en solitario con Jaco Pastorius.

La versión del Donna Lee de Charlie Parker, con un Pastorius acompañado sólo por las congas de Don Alias, pone las cartas sobre la mesa de un músico que no esconde su virtuosismo para lucirse en los menos de dos minutos y medio que dura el corte. El funk de Come On, Come Over, con un excelente riff de Pastorius, incorpora, alejándose de la sobriedad inicial, trompetas, saxofones, trombón bajo, batería, los teclados de Herbie Hancock y las voces de Sam & Dave. Todo un festín. La atmosférica y hermosa Continum pone un nuevo contrapunto; contraste que vuelven a provocar Kuru y Speak Like A Child, dos temas en uno, con una orquesta de cámara que acompaña a unos soberbios Hancock al piano, Pastorius, Alias a las congas y los bongós y Bobby Economou a la batería. Portrait Of Tracy deja al bajista solo en su exquisito hacer antes de dar paso al exótico, ligeramente atonal Opus Pocus (Wayne Shorter al saxo soprano, tan característico en Weather Report). Okonkolé y Trompa muestra las habilidades de Peter Gordon al corno francés, que improvisa sobre una monótona y repetitiva melodía que me trae a la cabeza a Kraftwerk y los King Crimson de Discipline. Los casi nueve minutos de (Used To Be A) Cha-Cha son una delicia total de clásico hard bop interpretado por un quinteto formado por Pastorius, Hancock, Alias, Lenny White a la batería y Hubert Laws al flautín. El piano de Hancock y, de nuevo, la orquesta de cámara ponen fin, con la miniatura Forgotten Love y sin que el bajista esté presente, a Jaco Pastorius, cuyo principal atributo quizá sea la variedad. Un disco primoroso, ¿lo he dicho ya?, y cima no igualada de una carrera cercenada a los treinta y cinco años —la misma edad con la que falleció Mozart— por una muerte violenta a la que Pastorius fue arrastrado por una precaria salud mental y el alcoholismo en la que ésta, al parecer, derivó. Producto ambas, tragedia y creatividad, de la misma sensibilidad que las hizo indisociables.