lunes, 16 de octubre de 2017

The Black Saint And The Sinner Lady


Cuando Charles Mingus se dispone a grabar en enero de 1963 The Black Saint And The Sinner Lady es un músico con una carrera a sus espaldas suficiente para ocupar un espacio definitivo en los anales más conspicuos del jazz. Extraordinariamente libre y feliz, elepés como Pithecanthropus Erectus, The Clown, Mingus Ah Um, Oh Yeah o Money Jungle (éste compartiendo protagonismo con Duke Ellington y Max Roach) son testigos inmarcesibles de la docta heterodoxia mingusiana y se bastan y se sobran para dar fe de su categoría. Sin embargo, el disco que va a salir de aquel estudio neoyorquino llevará su arte a un nivel superior para codearse con cualquiera de las más sublimes creaciones del medio.

Escrito al completo por Mingus y estructurado como si de un ballet se tratara, el álbum se divide en cuatro piezas (la última de ellas subdividida a su vez en tres movimientos) para diferente número de bailarines cuya riqueza compositiva, orquestadora, interpretativa e incluso sonora maravilla sin cesar al oyente. Once son los músicos encargados de dar vida a la teoría que el autor ha traído al estudio, entre los que dominan los vientos: saxofones de todo tipo, trompetas, flautas, trombón y tuba. Además, batería, guitarra clásica, piano y contrabajo, instrumentos estos dos últimos de los que se encarga, claro, Charles Mingus (junto con Jaki Byard si hablamos de las teclas). La big band estruendosa que funciona cual fanfarria —tan del gusto de Mingus— aparece aquí y allá, e incluso vertebra la mayoría del plástico, pero no solo de ella viven partitura e improvisaciones. Retazos de sonata en su forma tradicional, folclore centroeuropeo, flamenco, disonancias cercanas al free jazz, ragtime, gospel y la sempiterna influencia de Duke Ellington sobre nuestro hombre completan y colorean la tela estampada por un grupo exquisito.

La yuxtaposición de elementos muy diferentes (unas notas de piano, por ejemplo, seguidas de unas potentes armonías de los vientos; unos acordes de guitarra flamenca antes de una rumbosa fanfarria; etc.) protagoniza la soberbia cuarta y definitiva pieza, cerca de diecinueve minutos de órdago que corroboran todas la certezas expuestas hasta ese momento multiplicando sus posibilidades y llevando el conjunto del elepé a su verdadera envergadura. La de la obra maestra de un tipo único que todavía tenía muchas cosas que decir pero que con The Black Saint And The Sinner Lady alcanzaba su cima. Aunque la verdadera grandeza de Charles Mingus resida en que incluso si no la hubiera registrado seguiríamos refiriéndonos a él como una de las figuras más indómitas, singulares y geniales surgidas de la música del siglo XX. Tal es la prestancia del resto de su discografía.

6 comentarios:

  1. Cómo muy a menudo un buen motivo para volver a escucharetomar este gran disco. Hay algunos momentos en los que Mingus es pura "esencia Ellingtoniana".

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  2. Pues que lo disfrutes, Luis. Mingus es el verdadero heredero de Ellington, por coger su esencia sin renunciar a un discurso original.

    Saludos.

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  3. Decir que Mingus es uno de mis artistas de jazz favoritos sería casi una obviedad, a pocos aficionados se les escapa el talento, su estilo, sus obras, como este "The Black Saint..." que mencionas que, en definitiva, han hecho de su figura uno de los gigantes de este género musical. Como sabes, tengo que ir bajando mi tono (el ruido, vaya...) para entrar de nuevo en otros paisajes más benevolentes, y Mingus seguro que andará por allí.
    Abrazos,
    JdG

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  4. Menos ruidoso que el metal extremo, lo es, pero la música de Mingus, a su manera, es muy potente. Si quieres paz ponte mejor con Dave Brubeck.

    Abrazos, Javier.

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  5. Un genio en su cenit ... que mas se puede pedir don Gonzalo . El track C es de una calidad majestuosa que dan ganas que esos siete minutos no acaben nunca con esos trillazos de Jaki Byard ,saludos y buena semana

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  6. Mi favorito es el cuarto movimiento, pero el tercero, por supuesto, es otra maravilla. Un genio, Mingus.

    Saludos, amigo Luther.

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