jueves, 16 de septiembre de 2021

Un nido de víboras, I Won't Look Back

Salvajismo en estado puro, el de la primera formación de Nuevo Catecismo Católico se manifiesta en este single de 1995 mediante el tercer corte de su tremendo segundo plástico (En llamas) describiendo a ritmo de punk rock inmisericorde Un nido de víboras —"esperando salir, intentando huir / antes de que sea tarde, antes de que sea tarde"— que a mí me trae a la cabeza, entre otras cosas, a Bored! y los Dead Boys. Dead Boys a los que los vascos versionan en la segunda cara acudiendo al polémico We Have Come For Your Children y su I Won't Look Back, lectura más potente que la original y que ha influido en futuras canciones de los autores de Generación perdida como Mi verdad o la reciente Queremos la verdad. Un hálito melódico en una música principalmente ruidosa, rítmica y sin concesiones.


 

lunes, 13 de septiembre de 2021

Solid Gold Easy Action

Este single de 1972, rockabilly convertido al glam producido y orquestado por Tony Visconti, sigue la senda marcada unos meses antes por The Slider, tercer elepé de T. Rex con el nombre acortado y sus nuevas maneras musicales, y del que Solid Gold Easy Action bien podría ser un descarte (o un adelanto del posterior Tanx). La canción que sí formará parte de este último es la cara B del sencillo, un Born To Boogie que hacer honor a su título y lleva el boogie y el rock and roll al universo más minimalista de Marc Bolan, sin orquestación y con la guitarra acústica y la eléctrica compartiendo protagonismo. Dos composiciones deliciosas, aunque las tiene mejores, de quien murió joven pero nos dejó un legado en buena parte espléndido.

jueves, 9 de septiembre de 2021

Extended Revelation For The Psychic Weaklings Of Western Civilization

Alimentado de material no utilizado para su primer disco así como de canciones hechas ex profeso para formar parte de Extended Revelation For The Psychic Weaklings Of Western Civilization (1998), el segundo trabajo de The Soundtrack Of Our Lives refuerza la melancolía psicodélica del grupo sueco (digamos que aquí hay todavía menos rock que en su debut, ensanchando la distancia con Union Carbide Productions), pero mantiene intacto su sello, ése que extrae sonido propio de evidentes influencias de los años sesenta. El desencanto y la ironía fina se funden en las letras que canta el gran Ebbot Lundberg, musicadas soberbiamente en piezas como Psychomantum X2000, Century Child, Impacts & Egos, So Far, Black Star, Love Song #3105 (menudo título o forma casi objetiva de satirizar sin excluirse a uno mismo), Jehovah Sunrise u All For Sale. El mejor pop (lisérgico o power) de los noventa lo hacían los autores de Behind The Music y Teenage Fanclub, olvídense de Oasis o timos (brit) similares. Que las debilidades psíquicas de la civilización occidental a las que alude este brillante álbum no les cieguen.

lunes, 6 de septiembre de 2021

The Miller's Daughter

El nivel de los Drones bien puede medirse por un disco como este The Miller's Daughter, construido mediante canciones que habían quedado fuera de sus dos primeros trabajos y publicado en 2005 por Bang! Porque el resultado de aunar sobrantes es de una calidad desbordante que en nada envidia a sus elepés oficiales. Siguiendo la tradición del rock australiano más retorcido y punzante (Birthday Party, Scientists, Beasts Of Bourbon, Kim Salmon & The Surrealists…), el álbum alcanza su cénit en el tema que le da título, I Believe y su blues desquiciado y noise, Henry Ford y los diez minutos finales de The City, si bien el resto del material supura similares acordes disonantes y gusto por la provocación. Las versiones que acompañan a las composiciones del grupo son llevadas a su imaginario sonoro, aunque la elección del Slammin' On The Brakes de Spencer P. Jones y el Well Well Well de John Lennon (solo en vinilo) lo hace más fácil e indica el gusto por la distorsión, la furia y el fuego de los Drones. Distorsión, furia y fuego que en vivo se duplican, por cierto, como un servidor tuvo ocasión de comprobar un año después (coincidiendo con la publicación de Gala Mill) tras el paso de la banda por Carabanchel en un arrollador concierto que ha quedado para la posteridad gracias al DVD de Munster Live In Madrid. No se dejen llevar a engaño por mi hipérbole y reproduzcan The Miller's Daughter en su casa con el volumen alto: en estudio la banda de Gareth Liddiard no se domesticaba.


 

jueves, 2 de septiembre de 2021

Street Hassle

¿Por dónde empezar? Siempre que he pensado en escribir sobre Street Hassle (1978) me ha asaltado esa cuestión, retrayéndome de hablar sobre uno de mis discos favoritos de Lou Reed. ¿Por el hecho de que se trata del primer álbum que utiliza el sistema de grabación biaural? ¿Por que mezcla temas en vivo registrados en Alemania y retocados en el estudio de Nueva York con otros grabados en dicho estudio? ¿Por la aparición sin acreditar de Bruce Springsteen, al igual que en otro plástico esencial de aquel año, el dictatorial Bloodbrothers? ¿Por dónde?

Gimmie Some Good Times abre aludiendo a Sweet Jane tanto en lo musical como en lo literario, una buena canción que es mejorada por Dirt, o la agresividad hecha rock and roll durante cerca de cinco minutos. Hasta aquí, todo normal si lo comparamos con Street Hassle, el corte central de la función. Suerte de suite dividida en tres partes (en la tercera es donde se escucha al autor de Born To Run), hablamos de una pieza dominada por las cuerdas, con una mínima percusión al final y de casi once minutos, y protagonizada por la muerte, la marginación y la oscuridad.

La segunda cara la inicia el funk velvetiano y vacilón de I Wanna Be Black. Más Velvet Underground en Real Good Time Together, versión esquizoide de lo que en la banda de Reed había sido pop de matriz rocanrolera. El rock aguerrido de tendencias disonantes de Dirt vuelve a lucir en Shooting Star y Leave Me Alone (que ya conocía una lectura previa realizada, que no publicada, durante las sesiones de Coney Island Baby), temas ambos contundentes y espléndidos en los que brilla el saxo de Marty Fogel (acreditado Fogle por error), especialmente desquiciado en el segundo y recordándome a Steve Mackay en el Fun House de los Stooges. La suavidad cuasi naíf de Wait (aunque sus inclinaciones atonales la maticen) hace que Street Hassle termine con la tensión rebajada y complete un elepé formidable y peculiar —hijo de su creador, eso sí— al que me ha costado años acercarme para glosarlo por no tener clara la manera de enfocarlo. Queda resuelto, pues, a la espera de un impresionante doble en directo (Take No Prisoners) a finales del mismo año y un The Bells que culminará la década con otra composición larguísima y extraordinaria en su interior que, asimismo, dará nombre al trabajo completo.