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lunes, 8 de junio de 2020

Car Wheels On A Gravel Road



El retorno de Lucinda Williams seis años después de Sweet Old World no solo trajo su obra maestra (Car Wheels On A Gravel Road, 1998), sino uno de los más brillantes discos que el rock americano entregó aquella década, a la altura de lo mejor que hayan grabado Los Lobos, John Hiatt o Steve Earle (que también anda por aquí). Trece canciones soberbias (doce propias y una versión de Randy Weeks, Can' Let Go) iluminan la casa solitaria a la que nos dirige la carretera sin asfaltar de la portada. Rodeada de un plantel de músicos excelente (entre los que destacan el mencionado Earle, Emmylou Harris y, sobre todo, Roy Bittan, que produce además de tocar órgano y acordeón), Williams desarrolla su rock melódico y melancólico alimentado de pop, folk y guitarras magníficas de todo tipo. Conforme el trabajo avanza y las composiciones se van sumando la emoción desborda al oyente, a lo que la ejecución impecable contribuye por igual que la calidad de las melodías y las letras. El sonido fundamentalmente rock del conjunto lo rompen, sin ahuyentar a las musas ni perder la felicidad armónica, Concrete And Barbed Wire (folk y country), la ya comentada lectura de Can't Let Go (country, blues y rock), Greenville y Jackson (folk) —otorgando una (deliciosa) variedad que siempre es de agradecer—, mientras que, ya en las postrimerías (cuando las ruedas del título empiezan a frenar), Joy lo endurece para dar con el momento más aguerrido de un trayecto hecho de perfección, sensibilidad y clase: tres vocablos que casan inmejorablemente con este sensacional Car Wheels On A Gravel Road.