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lunes, 23 de enero de 2023

Despegando

En pleno viaje de la dictadura a la democracia guiados por Juan Carlos I y su espada lampedusiana (bien agarrado a los gavilanes en su afán de que todo cambiara para que todo siguiera igual), o, si me prefieren pulcro y oficialista, en plena transición española, Enrique Morente publicaba un espléndido paso adelante cuyo título —por el momento histórico en el que ve la luz— rebasa la condición de mero avance musical que Despegando (1977) evidencia en sus surcos. Es un artista genial el que despega, sí, pero también es un país el que lo hace; es un cantaor que mira más allá del purismo y busca nuevas formas de expresar el flamenco, sí, pero asimismo es una población harta de represión y miseria moral que quiere encontrar un camino de libertad a pesar de que el supuesto adalid haya sido educado y nombrado por el mismo tirano a olvidar.

Estrella y su flamenco de tendencia orquestal es un comienzo ciertamente perturbador para el aficionado que no quiere evolución en su arte. Aunque la perturbación vaya a multiplicarse con Mírame a los ojos, seguiriyas en las que la guitarra de Pepe Habichuela es sustituida ¡por un órgano! ¡Cómo! Sí, un órgano fantasmagórico que en dos minutos largos estampa un bofetón en la cara del purista. Purista que tiene que callar si tiene algo de dignidad, pues la sobrecogedora adaptación de la Elegía a Ramón Sijé de Miguel Hernández, llamada Compañero por el autor de Omega, es realizada por Morente y Habichuela respetando la tradición que tanto aman y han estudiado, como ese mismo año demostrará su Homenaje a D. Antonio Chacón. La realidad política se hace explícita en Defender Andalucía, jaleos clásicos que "con pisadas verdiblancas" piden "que se nos caiga la venda / que los ojos nos tapaba". El cajón adorna Tú vienes vendiendo flores para seguro espanto del inmovilista al que nos venimos refiriendo. Las seguiriyas vuelven rabiosas en Me faltan las fuerzas y no pierden arte ni poderío, aun moviéndose de palo, en Alegrías de Enrique. Extractos del poema Recuerdo infantil de Antonio Machado, Yo escucho los cantos son bulerías modélicas que preceden a Que me van aniquilando, despedida en forma de tangos que demuestra que Enrique Morente era tan jondo como el que más al mismo tiempo que un renovador vanguardista que acabó en sus últimos quince años de carrera desbordando todas las barreras y etiquetas —exactamente igual que el monarca campechano a la hora de degradar su imagen y la de la democracia que esperanzó al músico granadino— hasta convertirse en un creador extraordinario y universal. Y eso que ya llevaba mucho tiempo Despegando. Díganselo a las nueve canciones que —contradiciendo a Franz Zappa— hemos intentado convertir en palabras.


 

 

jueves, 16 de junio de 2022

Nueva York-Granada

El que devendrá el mayor revolucionario del flamenco y el que lo había sido de la guitarra flamenca se juntaban justo antes de morir el segundo para realizar un doble elepé perteneciente, como se dice en el interior de la carpeta, "a la tradición del arte flamenco", si bien "una recreación personal de Enrique Morente y Agustín Castellón (Sabicas)". Une Nueva York-Granada (1990) cuatro ciudades (sumen Pamplona y Madrid a las dos del título, lugar de nacimiento del guitarrista, la primera, y estancia del cantaor, la segunda) en un quejío universal que reivindique la cultura flamenca de la mano de dos de sus máximos representantes. Y queda, además, como una fonoteca de los diversos palos del género servida con generosidad y todo el arte imaginable, despampanante el de Sabicas, jugándose la vida el de Morente, si hacemos caso al primer verso del soneto que le dedica Joaquín Sabina (igual que al guitarrista) en la funda de los dos plásticos. Decía adiós, o regalaba sus últimos acordes y rasgueos, el músico navarro siguiendo los deseos del andaluz, norte y sur de la península Ibérica en busca de la perfección formal, de la palabra última que compile y explique tarantos, soleás, fandangos, tangos, alegrías, bulerías, seguiriyas, malagueñas… Una obra maestra impecable que sobrevuela el océano desde Nueva York camino de Granada.


 

lunes, 20 de diciembre de 2021

Morente sueña la Alhambra

"Empecé este trabajo por encargo de José Sánchez-Montes para el documental Morente sueña la Alhambra. Al plantearse la publicación discográfica de la banda sonora original me di cuenta que era mi siguiente disco y esto me ha llevado a hacer unas variantes que se diferenciarán del trabajo hecho en la película, sin dejar de ser fiel a la primera intención." Lo deja claro Enrique Morente en el breve texto que acompaña a las letras de Morente sueña la Alhambra (2005), el álbum que sucede a Omega, Lorca y El pequeño reloj, trabajos que han colocado al artista andaluz en lo más alto. Un disco que parte del documental para —sin traicionarlo— encontrar voz propia.

El Morente que investiga y no se detiene es el del Martinete en latín que encabeza los diez temas del conjunto. Todas las voces que escuchamos (la que canta la letra y las rítmicas y armónicas) son del cantaor, que crea una de sus características atmósferas acompañado de percusión, baile y palmas. Generalife es un prodigio que resultaría imposible escuchar a alguien que no fuera el autor de Despegando. Su hija Estrella imitando el sonido de los pájaros y haciendo coros, Pat Metheny tocando guitarras, bajo, teclados y programación, y Morente cantando un tema popular que prologa un poema de María Zambrano, además del baile y las palmas, crean una filigrana de flamenco, pop progresivo y jazz que fractura fronteras y se ríe de los purismos para devenir ambrosía musical. Se queda solo Morente con la guitarra de Paquete en la Seguirilla de los tiempos, contraste de los que gusta el maestro, pues nunca abandona la tradición que conoce mejor que nadie y de la que disfruta (y nos hace disfrutar) igual que la vanguardia. La Cristalina fuente de San Juan de la Cruz (aun castellano, el poeta también tiene vínculos con Granada) suena a fantasía nazarí en las gargantas de Enrique y Estrella arropadas por guitarras clásica y flamenca, piano, violín, contrabajo y violonchelo. El tango compuesto por Astor Piazzola y Horacio Ferrer que cantara Amelita Baltar, Chiquilín de Bachín, rezuma nostalgia tratado por Morente entre el fandango y el fado en compañía de guitarras flamenca y clásica, violín, piano y percusión. Vuelve nuestro hombre al palo flamenco clásico de la mano de Tomatito y sus seis cuerdas en la Soleá de la ciencia y no se aleja demasiado de él en La Alhambra lloraba, solo que aquí también hay palmas y cajón y Morente canta con sus hijos Estrella y José Enrique y con Monti. Escrito por Isidro Muñoz (que asimismo se encarga de la guitarra española), Donde habite el olvido pone música a un poema maravilloso de Luis Cernuda y se beneficia por segunda vez de un Pat Metheny espléndido a las guitarras eléctrica y sintetizada. Versos como "Memoria de una piedra sepultada entre ortigas / Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios" o "Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo / Disuelto en niebla, ausencia / Ausencia leve como carne de niño" cuentan también con los coros de Estrella y la batería y el bajo, respectivamente, de los geniales Tino di Geraldo y Carles Benavent.

El disco llega a su fin, deja ya Morente de soñar su Alhambra, pero antes hay tiempo para el tercer dúo del cantaor en Taranto Veneno (si antes han sido Paquete y Tomatito, ahora es Juan Habichuela quien le acompaña adaptando esta partitura popular) y para "La última carta que es una variante del Martinete con el texto de la última carta que escribe Miguel de Cervantes al Conde de Lemos cinco días antes de morir". Palabras de Morente extraídas del texto mencionado al arrancar el mío, las de un Cervantes al que ya han dado la extrema unción emocionan doblemente al salir de la boca del creador del sensacional Morente sueña la Alhambra que acaba. "(…) el tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan y con todo esto llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir": se desploma y se despide el autor de Don Quijote al igual que Morente de los monumentos arquitectónicos de su ciudad natal de manera inopinada pero enormemente bella. Uniendo pasado y presente y diversas formas artísticas en una pieza magistral que volvía a desbordar todos los límites que cruzó el granadino en sus últimos veinticinco años de carrera.


 

miércoles, 22 de mayo de 2019

Morente Lorca


"He tratado de acercarme a la sensibilidad que desprende su poesía. Sé que es imposible abarcar todas sus facetas y sus gustos en una disco de una hora. Porque él era muy flamenco, pero tenía dentro mil músicas distintas. La de los moros y la de los negros, el blues y las canciones populares de Castilla, las gallegas, las que tenía Walt Whitman, Nicolás Guillén…" Decía esto en El País Enrique Morente a colación de la publicación en 1998 de Morente Lorca, y pareciera que hablase de sí mismo. Dos años antes, su acercamiento al poeta andaluz (y a Leonard Cohen) en compañía de Lagartija Nick, Omega, le había supuesto al autor de Despegando aplausos infinitos, si bien él ya había cantado a Lorca antes en un elepé muy poco conocido titulado En la Casa-Museo Federico García Lorca de Fuente Vaqueros. Es Lorca para Morente "un clavo donde colgar la ropa, como si mañana canto a Cervantes o a Miguel Hernández: será un motivo para continuar expresándome".

Este tercer Lorca de Morente es, digámoslo ya, excelente y generoso, recuerdo emocionado y emocionante del artista, pero también del ser humano vilmente asesinado que retrata la pintura de José Caballero que sirve de portada al álbum. Entre tangos, fandangos, bulerías, rumbas y tarantos asistimos a una lección de música y cante flamencos tras los pasos de García Lorca, aunque la mayor intensidad y vanguardia surge cuando Morente se une a las Voces Búlgaras en el Cantar del alma de San Juan de la Cruz y, especialmente, en las impresionantes, extensas y finales Campanas por el poeta, encendido colofón grabado "en directo en la plaza de la catedral de Barcelona", así como nos hacen saber los créditos. Tañen los metales, chocan los badajos contra las copas invertidas, invitándonos a recordar un pasado de odio, crúor y fascismo que en 2019, cuando escribo esto, se repite y extiende por Europa cual cáncer maldito.

El cambio de siglo continuará con un Morente desaforado, el de El pequeño rejoj, el que Sueña la Alhambra, el que canta a Pablo de Málaga… El mismo que se entregaba a Federico García Lorca para homenajear musicalmente a su teatro y su poesía y exclamar de nuevo —tácitamente, sin que el panfleto se apodere del artista— aquello de "No pasarán", aunque todos sepamos que, al menos en España, sí pasaron. Lorca Morente, Morente Lorca.

lunes, 9 de julio de 2018

Homenaje a D. Antonio Chacón


El artista innovador que fue conocía la tradición al dedillo y era ya un cantaor espléndido con varios discos a sus espaldas cuando en 1977 publica el extenso y sentido Homenaje a D. Antonio Chacón acompañado de Pepe Habichuela a la guitarra. Los temas populares que en su momento cantara Chacón cobran nueva vida a través de la soberana voz de Morente y la excelente guitarra de Habichuela. Como decía el productor José Blas Vega en las notas del doble elepé, "Cuando pensamos en poner en práctica este proyecto no quisimos que estos discos fueran una simple y fidedigna copia de sus grabaciones, con sus virtudes y defectos. Se pensó principalmente en el esquema vivo de los cantes, y en la exploración de un legado musical con un sonido artístico de hoy". Ya en su momento "acusado de vanguardista y desviacionista" (y todavía eran desvíos mínimos), Morente da muestra de su "amplia cultura" flamenca al viajar a finales del siglo XIX y principio del XX y regresar con una lección de respeto por las raíces que no será óbice sino acicate para sus futuras y rompedoras propuestas. No habrá traición ni menosprecio en Omega, El pequeño reloj o Pablo de Málaga, habrá la ampliación y la investigación de quien ha estudiado su arte a fondo y lo ha practicado y difundido mejor que nadie (o casi nadie). La admiración de Morente por quien "convirtió en obra maestra" aquello "que era savia y sencillez popular" no es rendición o inmovilismo (lo que querrían los puristas, lo que son los puristas), es asunción de unas esencias que servirán de formación y aprendizaje, no de esclavitud formal. Un hermoso homenaje al maestro de Enrique Morente y Pepe Habichuela que, sea como fuera, sigue dando gusto escuchar.

lunes, 21 de diciembre de 2015

Omega


Si bien el libreto que acompaña al disco establece que "Omega es la visión de Enrique Morente sobre Poeta en Nueva York de Federico García Lorca" —lo cual no es incierto—, hay que dirigirse a su portada para tener una perspectiva completa del cuadro antes de pasar a su análisis: expandiendo autoría e intenciones, los nombres que allí encontramos nos hablan de un trabajo conjunto que no solo se sirve del poeta granadino. "Morente & Lagartija Nick en Omega con Vicente Amigo, Cañizares, M. A. Cortés, Montoyita, El Paquete, J. A. Salazar, Isidro Muñoz, Tomatito cantando a Federico García Lorca y Leonard Cohen" es la expresión previa y exacta de lo que vamos a encontrar (de lo que podemos encontrar, más bien) en el álbum, dejando en lacónica intención la primera frase entrecomillada. La conjunción de los doce artistas que iluminan la portada (y alguno más como Estrella Morente, la hija del maestro, o Tino di Geraldo) va a ser lo que verdaderamente dé sentido y forma —abriendo la senda sugerida por el autor de Despegando— al descomunal ejercicio que bajo el título de Omega y en 1996 se servirá del flamenco, el rock, el folk y la poesía para crear una obra única, exhaustiva e inmortal.


Omega inicia imperativo el disco que titula, cerca de once minutos abracadabrantes en los que las palabras de Lorca son vestidas por un ejercicio musical donde la electricidad de Lagartija Nick, el cante de Morente, la guitarra de Miguel Ángel Cortés y los coros y las palmas de Antonio Carbonell y El Negri pintan una estructura levantada sobre el requiebro y a la que llaman desde el pasado —pasado convertido en presente y en vanguardia convenientemente sampleado— Antonio Chacón, Manuel Torres, Manuel Vallejo, La Niña de los Peines y Manolo Caracol. El Pequeño vals vienés adaptado al inglés y musicado por Leonard Cohen (Take This Waltz) vuelve al castellano magníficamente cantado por Morente y arreglado por las teclas y el acordeón de Tomás San Miguel, el cajón de El Bandolero, el contrabajo de Javier Losada y la percusión de José Antonio Galicia. A El pastor bobo le pone música José Antonio Salazar para que Morente se suelte por bulerías acompañado de las guitarras del propio Salazar y El Paquete, las palmas de Carbonell y El Negri y el cajón de este último. Mahattan es otra pieza del I'm Your Man de Cohen (First We Take Manhattan) que alcanza cotas máximas de emoción al fundirse las voces de Estrella Morente y su padre, la furia noise de Lagartija Nick, la guitarra de Cañizares y las palmas de Aurora Carbonell y Estrella, transformando en una nueva canción la original del canadiense. Los acordes y la guitarra de Vicente Amigo y las palmas de Antonio Carbonell y El Negri caminan junto con Morente en La aurora de Nueva York, quien hace suyos los tremendos versos de Lorca:

"La aurora llega y nadie la recibe en su boca
porque allí no hay mañana ni esperanza posible.
A veces las monedas en enjambres furiosos
taladran y devoran abandonados niños".


Tercer tema de Leonard Cohen, Sacerdotes es el Priests que grabara —onírico y arcano— Judy Collins en 1967, cedido por quien aquel mismo año publicara su exquisito debut, Songs Of Leonard Cohen. Aunque muy notable, la versión de Morente no alcanza aquí la belleza de la registrada por Collins, amplificada por las guitarras de Tomatito y Montoyita, el cajón de Tino di Geraldo, los coros de Las Negri, Aurora Carbonell, Estrella y Enrique y las palmas de El Negri y Aurora. El cante de Morente, la guitarra de Cañizares y las palmas de Antonio Carbonell y El Negri parecerían llevarnos por algún palo tradicional flamenco, pero la presencia de Lagartija Nick hace que Niña ahogada en el pozo devenga insulto merecido al purismo rancio. Como compensación, que no justificación o disculpa, Morente se va por soleares en Adán, cuyas notas y guitarra se las debemos a Isidro Muñoz. Vuelta de paseo empieza también clásica con las seis cuerdas españolas de Cañizares cubriendo al autor de El pequeño reloj, pero la irrupción de la banda de Antonio Arias violenta el tema y hace imposible, al menos a mí, que el verso de Lorca nacido de la hostilidad neoyorquina, "Asesinado por el cielo", no se convierta en petición de responsabilidades al fascismo por haber terminado con la vida del poeta en 1936. Aunque sin Lagartija Nick, Vals en las ramas —musicado por Isidro Muñoz— tiene la misma vehemencia del grupo en Morente, la percusión de Tino di Geraldo y la guitarra del propio Muñoz. La última aportación de Leonard Cohen a Omega es su Hallelujah, Aleluya, en los antípodas de la apropiación que hiciera Jeff Buckley tres años antes, pero igual de imprescindible. Flamenco, rock and roll y música barroca se advierten en este réquiem en el que no hay rastro de la alegría que anuncia su título, y en el que, además de Morente y Lagartija, tocan Vicente Amigo (guitarra), Tino di Geraldo (cajón) y Las Negris, Aurora, Enrique y Estrella (coros). Tercera composición de Isidro Muñoz, Norma y paraíso de los negros lleva la poesía lorquiana al compás de los fandangos gracias a Morente, la guitarra de Muñoz, la percusión de Di Geraldo y los mismos coristas del corte precedente. Ciudad sin sueño es la encargada de poner fin al trabajo mediante una canción de intensidad casi insoportable, furiosa respuesta sonora que Lagartija Nick, Morente y las palmas y coros de Antonio Carbonell y Estrella Morente dan al no menos desbordante surrealismo de Lorca arrancado a Nueva York:

"No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Hay un muerto en el cementerio más lejano
que se queja tres años
porque tiene un paisaje seco en la rodilla;
y el niño que enterraron esta mañana lloraba tanto
que hubo necesidad de llamar a los perros para que callase".


Fortísimas imágenes para cerrar este retorno a la ciudad norteamericana recorrida por García Lorca en el pasado y subsumida décadas después por Enrique Morente, Lagartija Nick y una serie de colaboradores sobresalientes sin cuyas aportaciones el disco no sería tal y como lo conocemos. Solo dos años tardará Morente en volver sobre el creador del Romancero gitano —tal era su obsesión por él— con una obra llamada escuetamente Lorca, en cuyo excelente acabado no tendrán ya cabida Leonard Cohen ni los autores de Inercia, cuyos nombres y el del poeta fusilado han quedado para siempre unidos bajo la mirada, si no la égida, de uno de los músicos más grandes que España haya dado jamás y la que posiblemente sea la más importante de sus obras maestras: Omega.


viernes, 1 de noviembre de 2013

Pablo de Málaga


Se fue de este mundo en 2010, pero dos años antes tuvo tiempo para demostrar por última vez su autoridad moral y artística. Como había hecho con Miguel Hernández, Antonio Chacón, Lorca y Leonard Cohen, Enrique Morente canta a Picasso (que también fue poeta) y lleva su concepto flamenco, digo musical, a niveles por nadie soñados y solo por él alcanzables. Y lo hace desde las primeras notas de Pablo de Málaga, sin ocultar su compromiso y filiación políticos. Uniendo el bombardeo de Guernica con la guerra de Irak —que las palabras de Carsten-Peter Warncke sobre el primero nos hacen ver tan cercanos: "El objetivo del ataque no tenía ninguna relevancia militar, y la destrucción fue un puro acto de terror"— en un solo y estremecedor título, Guern-Irak, Morente denuncia la brutalidad fascista de ayer y hoy partiendo del palo tradicional (la seguiriya en este caso), pero modificándolo y perturbándolo con sus coros asfixiantes, el bajo de Maca y la batería in crescendo de Eric Jiménez. Fundidas en un único nombre, la barbarie pasada se desvela intuitivamente idéntica a la presente, sin falaces retóricas o consignas democráticas que valgan. Siempre al encuentro, que diría Picasso, de ideas originales que plasmar, el artista andaluz pasa de la experimentación de vanguardia a la de retaguardia en Tientos griegos (llamadas anónimas), retroformulando su cante al incorporar —enésima vuelta de tuerca a sus planteamientos— el Grupo de laúdes y bandurrias del Albaicín para apoyar al bajo, la percusión programada y la guitarra de Pepe Habichuela. Autorretrato empieza con una grabación del pintor en la que asegura que "Yo nunca me he olvidado de España (…)", a la que sigue un tema en el que el sobrio acompañamiento hace destacar aún más la extraordinaria voz de Morente. Percusión y bajo desaparecen, y, sin darnos cuenta, nos encontramos en Pintao en un papel verde, donde el granadino se queda a solas con la guitarra de Miguel Ochando en esta hermosa miniatura del maestro Matrona de poco más de sesenta segundos. Borrachuelo con aguardiente recupera la percusión de Bandolero y el bajo de Maca, y suma palmas y coros en los que Estrella Morente acompaña a su padre. Otra vez con la guitarra (de Paquete) como única compañía (y una esporádica campana que tañe de fondo al principio y al final), Morente se encarga de "voces y silencios" en Malagueña de la campana, que se funde —la campana como nexo— con los impresionantes ocho minutos de Compases y silencios. Continúa aquí el cantaor ocupándose de las voces y los silencios, que alarga y contrae a su gusto en una demostración sin par de técnica y poderío. Si bien él es el protagonista del tema, no hay que desdeñar las aportaciones de Eric Jiménez a la batería, Florent a la guitarra eléctrica, Vani al sintetizador y las campanas de "Lloréns Barber y de la ciudad", que por momentos sitúan Compases y silencios en el ámbito de la música concreta. En Montes de Málaga, junto con Miguel Ochando, Morente nos canta que:


"Nacieron para volar
los pajarillos del cielo
nacieron para volar
y las manos de Picasso
pa pintar y dibujar
la paloma de la paz",

antes de que su hija y una orquestina de verdiales animen la tonada e introduzcan una triste canción popular de amor que los versos transcritos parten en dos al repetirlos Morente. En Soleá de los números tiene mucho peso el bajo, aunque desaparezca medio minuto cuando haga su aparición la guitarra de Josemi Carmona y el tema tome otro rumbo. Palmas, cajones y bajo mandan en la muy rítmica Pan tostao, que antecede a Soneto X, bellísimo poema de Luis de Góngora musicalizado por Morente y reforzado por la Orquesta Chekara de Tetuán que finaliza diciéndonos que —por si alguien se cree todavía historias del más allá— acabaremos convertidos "en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada". Angustia de mensaje y Adiós, Málaga completan el disco compacto como bonus tracks, dos buenas canciones con David Cerreduela a la guitarra, palmas, percusiones, coros, arreglos electrónicos y la voz de Soleá Morente, otra de la hijas del autor de Omega, junto a la de su padre. Difícil imaginar —recapitulamos— un homenaje más espléndido a Pablo de Málaga que el que Enrique Morente le hace en este disco, cuyo libreto, además, "va ilustrado con guitarras originales de Pablo Picasso dibujadas en 1924". La despedida de un genio cantando los poemas de otro (con las excepciones mencionadas) que fue conocido por sus pinturas.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

El pequeño reloj


De homenajear a Antonio Chacón a compartir escenario con Sonic Youth va un mundo: el mundo intransferible y singularísimo de Enrique Morente. De maestro del cante flamenco a músico integral y aglutinador, dominado por la curiosidad y el empeño investigador, Morente construyó en vida una obra rica, heterodoxa y, sobre todo, libre, cuyo mérito a buen seguro aumentará el dictamen de Cronos. Y de entre los discos que la componen, quizá el más atrevido y polifacético sea El pequeño reloj, exquisita producción de 2003 que sucede en el tiempo a grabaciones no menos soberbias y cruciales como Omega o Lorca.

El álbum se sostiene por una estructura sorprendente que dice mucho de la idiosincrasia de Morente, que a esas alturas todavía era vista como una provocación por la intelligentsia purista, y no como el despliegue creativo de una sensibilidad exacerbada. Los diez primeros temas de El pequeño reloj se mueven por los palos tradicionales, pero cuando entramos a analizarlos uno a unos descubrimos que:

  • Tres de ellos (A Ramón Montoya, A Manolo de Huelva, Caña del tío José "El Granaíno") están cantados por Morente sobre grabaciones de los años treinta de los históricos guitarristas, la primera de Ramón Montoya, las otras dos de Manolo de Huelva. Es decir, se utilizan técnicas modernas para conectar el presente con el pasado, haciendo de la tradición, vanguardia (y viceversa).
  • En otros tres (El pequeño reloj, Policaña y Bulerías de Bécquer) suena el bajo eléctrico de Alain Pérez.
  • Alegría Sabicas es una "Grabación realizada por Enrique Morente en un fiesta familiar", tal y como especifican los créditos del disco, otra mirada atrás con el genio navarro a las seis cuerdas españolas.
  • Plaza Vieja está "Grabada en directo en Almería, 1990", siendo está vez Tomatito el guitarrista.


Calles de Cádiz y Cinco ventanas completan los diez cortes de esta, digamos, primera parte. Y es entonces —todo parece transitar por la normalidad flamenca (aún sin miedo a actualizarla o a jugar con ella, como hemos visto)— cuando Morente se adentra en el latin jazz (así lo llaman) de la mano de la trompeta de Jerry González y la batería de Horacio "El Negro". Caramelo de Cuba se alarga hasta los nueve minutos, por si hubiera alguna duda de las intenciones, de los planteamientos del cantaor. Alain Pérez, el cajón del Piraña y las teclas (creo, no están acreditadas) de Caramelo componen la otra mitad de este fantástico Enrique Morente Sextet ad hoc. Vendiendo flores vuelve al territorio de Policaña y Bulerías de Cádiz, haciendo que nos preguntemos si lo anterior no habrá sido una excepción, un sueño. Nada más lejos de la realidad; es más: todo lo contrario. Durante más de quince minutos asistimos absortos a un cierre sobrecogedor en dos movimientos que explicita sin reparos la tendencia ideológica de su autor: Alegato contra las armas, una adaptación de la famosísima sonata de Beethoven Claro de Luna, en la que Morente es respaldado por Javier Limón (piano) y Caramelo (teclados); y Reloj molesto (para Lula, esperanza de Brasil), una pieza inclasificable en la que la guitarra del Niño Josele, las voces espectaculares de Enrique Morente, su hija Estrella (también excelente, por cierto, en A Ramón Montoya y El pequeño reloj), Soleá y Pelota y los arreglos y programaciones de Carlos Jean llevan el disco, en su último tramo, a una suerte de abstracción armónica que es puro éxtasis.

Antes de fallecer en 2010, todavía tendrá tiempo Morente para cantarnos que Sueña la Alhambra o hablarnos de Pablo de Málaga. Se detendrá, pues, El pequeño reloj de su vida, pero no el de su arte, que con trabajos como el que hoy nos ha ocupado sigue emocionándonos por su exigencia, su capacidad de indagación y su ruptura de fronteras. Siendo tan grande en su terreno original, el mérito es doble.