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lunes, 22 de enero de 2018

Twelve


No se fue a rebuscar en el cubo de las rarezas. Para su álbum de versiones, Patti Smith escogíó doce canciones de algunos de los artistas más clásicos y conocidos de la historia del rock que dejaran claro de dónde venía, quién le había influido y a quién admiraba. Twelve aparecía en 2007, pues, cual vademécum de y sobre la autora de Easter, ayudándonos a conocerla mejor e incluso a atender a su obra de nuevas y acumulativas maneras. No quiero decir con esto que estemos ante un disco imprescindible como Horses o Gone Again —no—, pero si ante una notable y muy honesta reinterpretación de una serie de composiciones eternas que vuelven a refulgir tratadas a la manera de Smith y su banda: Lenny Kaye (guitarras), Tony Shanahan (bajo, teclados y voces) y Jay Dee Daugherty (batería).


Escuchar cómo el Soul Kitchen de los Doors es convertido al lounge o el Smell Like Teen Spirit de Nirvana se estira transformado en bluegrass psicodélico —¡toma ya!— son solo dos ejemplos, aun llamativos y relevantes, de lo que nos vamos a encontrar por el camino que se recorre. Ahí están también el Are You Experienced? de Jimi Hendrix enriquecido por la viola de Giovanni Sollima y el clarinete de la propia Smith; el Everybody Wants To Rule The World de Tears Fors Fears aferrándose a su pureza pop; el Helpless dejándonos tan indefensos como el inconmensurable original de Neil Young (acordeón de Jay Dee Daugherty incluido); o el Gimme Shelter stoniano poniéndonos los pelos de punta de nuevo con Flea al bajo y Tom Verlaine a la slide guitar. En el Within You Wtihout You no tenemos el sitar de George Harrison, pero sí hay unas percusiones de Daugherty y una forma de tratar la guitarra acústica de Jack Petruzzelli que nos traen a la memoria la canción de los Beatles. La guitarra eléctrica de Lenny Kaye, el bajo de Flea, la batería de Daugherty y la fuerza de la voz de Patti Smith dan con una poderosa lectura del White Rabbit de Jefferson Airplane. El Changing Of The Guards dylaniano, un tema que siempre me ha gustado mucho, es llevado a un plano folk e intimista seguramente aprendido por Smith del mismo Dylan. En un The Boy In The Buble muy fiel melódica y armónicamente al de Paul Simon, no así sonoramente, es un placer escuchar el dulcémele de Rich Robinson. Llegan entonces las mencionadas adaptaciones de los Doors y Nirvana, justo antes de que las de los Allman Brothers y Stevie Wonder, brillantes, hagan caer la cinta de llegada. La primera, Midnight Rider, con Rich Robinson a la guitarra; la segunda, Pastime Paradise, con Paul Nowinski al contrabajo, Mario Resto a la batería y su hermano Luis al piano.


El libreto que acompaña al CD contiene un pequeño texto de Patti Smith acerca de cada una de las canciones escogidas, así como el nombre del elepé original que las contenía, por si alguien necesita refrescar la memoria o —joven e iletrado— desea sumergirse en la mejor música popular de la segunda mitad del siglo XX. La homenajeada ardientemente  y sin asomo de nostalgia en este Twelve.

sábado, 20 de abril de 2013

Horses


Recordaba el año pasado, viéndola junto con su banda en directo, que la voz de Patti Smith es un medio tan poderoso de transmisión que se eleva por encima de quienes la acompañan, por mucho que éstos lleven a cabo una labor impecable. De las cuerdas vocales de Smith sale verdad —a veces limitada, a veces simplista, a veces demagógica— expresada con tanta fuerza como dulzura; la verdad de una artista cuyo gesto estético está íntimamente ligado a su humanidad. De ahí surge una entereza —si es que podemos llamarla así— expuesta a incomprensión, en el mejor de los casos, o a pitorreo, en el peor. A aspirar a la integridad muchos le llamarán ingenuidad, pues nadie se libra de pecado y todos somos (o podemos ser) esclavos de nuestras contradicciones. No se puede separar el trabajo de Patti Smith, pues, de su compromiso político, utópico o espiritual, me da igual.

Nazca de donde nazca la inspiración, de todos modos, Patti Smith es una creadora sensibilísima que ya en su primer elepé se destapa como tal. Horses (1975) no solo es uno de lo grandes debuts de todos los tiempos, sino que —confirmado por el tiempo, frente al que se mantiene enhiesto— se ha hecho un hueco entre las obras maestras privilegiadas de las historia del rock. Y repito lo de rock porque, por muy cercana que se halle a la génesis del punk, la música de Smith es más facil de situar entre Born To Run y Rock Bottom —por citar dos elepés contemporáneos tan distantes— que junto al Go Girl Crazy de los Dictators, también su primer disco. La conjunción del Gloria in excelsis Deo cristiano con el Gloria profano de Them y Van Morrison puede considerarse punk por su actitud provocadora; incluso las teclas de Richard Sohl, la guitarra de Lenny Kaye, el bajo de Ivan Kral y la batería de Jay Dee Daugherty remiten al high energy de Detroit mientras respaldan contundentemente a Patti Smith. Pero llega Redondo Beach y nos topamos con una canción en la que el reggae es el elemento más importante. Le siguen los nueve minutos de Birdland, en los que escuchamos a una Smith poderosa y a unos músicos libres y sobresalientes —excepto Daugherty, que no interviene— escribiendo una exquisita partitura que se va intensificando hasta que vuelve a relajarse en los momentos finales. Free Money es una maravilla más, dura, rápida y adrenalínica como Gloria. Kimberly vuelve a coquetear con el reggae, o el dub, desde perspectivas pop. Break It Up, escrita por Smith y Tom Verlaine, cuenta con la guitarra de este último y anticipa el estilo tan peculiar de Television, que será conocido, y reconocido, por Marquee Moon. Land es un tríptico tan largo como Birdland en el que hallamos todas las señas de identidad hasta ahora descritas, y que corrobora las excelencias de una cantante y un grupo que suenan a ellos mismos y han encontrado la luz que les guiará y será musa de miles de artistas. Dos composiciones propias, Horses y La mer (de), y una versión del Land Of A Thousand Dancers, de Chris Kenner, a propósito, conforman dicho tríptico. Elegie, un hermoso tema de Patti Smith y Allen Lanier, pone punto y final, trayéndonos su guitarra ecos de Blue Öyster Cult, su grupo, por supuesto.

Semejante inspiración en el primer paso puede ser capaz de condicionar, o lastrar, cualquier carrera. Y no es que sea mediocre la de Patti Smith —todo lo contrario—, pero justo es reconocer que el nivel de Horses solo lo alcanzará la neoyorquina de adopción en Easter y Gone Again, parte de una discografía largamente interrumpida por su matrimonio con Sonic Smith, culpable de que en diecisiete años solo vea la luz un elepé, Dream Of Life. Sea como fuere, lo importante aquí es que el debut de la Smith y su banda sigue sonando a gloria, la misma que pone título al tema que lo abre (aunque bien se lo podría poner a todos). Y que la voz que yo escuchaba en directo hace bien poco mantiene las esencias de la que, a mediados de los setenta, sorprendía por su belleza y autenticidad capitaneando un álbum insignia de su tiempo. Ya saben su nombre.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Gone Again

la muerte viene conduciendo
la muerte viene arrastrándose
la muerte viene
no puedo hacer nada
la muerte se va
debe haber algo
que quede

(Un fuego de origen desconocido, Patti Smith)

cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado
fue mejor

(Coplas a la muerte de su padre, Jorge Manrique)


Ocho años separan Dream Of Life y Gone Again. Ocho años y un abismo. Si en el primero, publicado en 1988, Patti Smith celebraba la vida junto a Fred Smith y los dos hijos nacidos del matrimonio con el ilustre guitarrista de MC5, nada que celebrar había en Gone Again (1996), si acaso la muerte pueda ser motivo de festejo. Robert Mapplethorpe, su marido, su hermano, Richard Sohl (teclista en sus dos primeros discos) y Kurt Cobain —ídolo generacional elevado a la ridícula categoría de mártir del rock and roll (y, por desgracia, no el primero), cuyo suicidio dio lugar a un poema que musica Smith en este disco: About A Boy— habían quedado en el camino, y Smith trata de conjurar a los fantasmas que tan luctuosa herida han provocado.

La lozanía, el arrojo y el desparpajo de Horses son sustituidas por la letanía (laica), el susurro y la madurez, pero son en ellos donde Patti Smith consigue recuperar sus mejores valores musicales —aun pudiendo resultar paradójico— y grabar la obra maestra que complementa a su primer y crucial trabajo. Arropada por una estupenda banda y las colaboraciones de lujo de Tom Verlaine y Oliver Ray (cuatro temas cada uno) —además de otras cuantas puntuales entre las que destacan los nombres de John Cale y Jeff Buckley (también muerto al año siguiente de la publicación de Gone Again)—, Patti Smith canta al dolor y a la pérdida (o por ellos inspirada) en la intimidad (excepción hecha de los dos temas compuestos junto a Sonic Smith, Gone Again y Summer Cannibals, y la versión del Wicked Messenger de Dylan, más roqueros los tres) mayormente acústica de perlas como Beneath The Southern Cross, My Madrigal, Dead To The World, Wing y Ravens. Aunque quizá los momentos más brillantes del álbum estén reservados para la mencionada About A Boy y Fireflies, mántricas, hipnóticas canciones de ocho y nueve minutos respectivamente.

Muy difícil parece que Patti Smith vuelva a igualar este jalón de su discografía, pues las circunstancias que le precedieron —totalmente irrepetibles— influyeron insoslayablemente en la concepción y concreción de Gone Again, bellísimo exorcismo musical de una gran artista.