Extensión del espléndido Buena Vista Social Club —que también dará lugar al documental de Wim Wenders—, Ibrahim Ferrer (1999) fue, a sus más de setenta años, el debut en solitario del mítico cantante cubano. Tanto aquel disco como éste —producidos por Ry Cooder— recuperaban a una de las figuras de la música de la isla caribeña, retirada a principios de la década en la que veían la luz ambos trabajos. Maestro del son y del bolero, es en este último donde más brilla Ferrer, siendo en mi opinión sus interpretaciones en Herido de sombras, Silencio (junto a Omara Portuondo), Cómo fue y Aquellos ojos verdes (canción lenta, en realidad) los puntos álgidos del álbum; si bien no hay que desdeñar sones tan sabrosos como Bruca Maniguá, Marieta y Qué bueno baila usted, o guajiras como la del Guateque campesino. El sonido y los arreglos instrumentales son sencillamente espectaculares, sirviendo de colchón perfecto para la voz de Ibrahim Ferrer, pero tejiendo también una hermosa malla que tiene valor propio. Guitarras eléctricas y acústicas, laúdes, tres, saxofones, trompetas, trombones, violines, violas, chelos, pianos, maracas o congas son algunos de los instrumentos que en ingente número arropan al cantante y hacen crecer en armonía un trabajo idóneo para recordar este verano que ya se ha marchado y tantos otros de juventud, amoríos y esperanzas deshechas. Como nos dice Ibrahim,
"No sé decirte cómo fue.
Ni sé explicarme qué paso,
pero de ti me enamoré".