jueves, 27 de diciembre de 2018

Heptágono


El comienzo del siglo XXI traía consigo un proyecto que unía a dos de las más personales bandas españolas del momento. De espíritu kraut y querencia vanguardista, Manta Ray y Schwarz generan su discurso en coordenadas similares, con lo que Heptágono (2001) es un trabajo que a nadie podía extrañar. Dos temas de los asturianos, dos de los murcianos, uno conjunto, una versión de Kraftwerk y otra de Brian Eno (2+2+1+1+1=7, los siete ángulos y lados del heptágono) dan forma a un disco excelentemente interpretado al que es difícil poner un pero que no sea el de la obviedad de los artistas elegidos para adaptar sus originales, objeción algo forzada dada la belleza que conservan Antenna y On Some Faraway Beach en manos de ambos grupos. Samples, loops, guitarras, bajos, baterías, percusiones, teclados y órganos varios, voces y un theremin dan vida a una mixtura que, aunque no sorprenda, funciona a la perfección. Si cinco de los cortes son tocados por ambos grupos, Manta Ray se encarga en solitario del I'm Bored With Rock'N'Roll de Schwarz y Schwarz hace lo propio con el If You Walk (By Love) de Manta Ray, logrando cada uno adaptar a sus características el sonido del otro. De las lecturas de Kraftwerk y Eno, la primera destaca por su paso del lenguaje electrónico al del rock, si bien rock cimentado en la misma escuela alemana de los años setenta, y la segunda por doblar en duración a la grabada para Here Come The Warme Jets, regodeándose los siete músicos durante diez minutos en las emociones allí registradas por Eno. Siete músicos que nos remiten de nuevo al inevitable título de esta hermosa colaboración de la que muy pocos deben de acordarse: Heptágono.

lunes, 24 de diciembre de 2018

Veo, veo… mamoneo!!


Criado musicalmente en el mejor hard y blues rock de los setenta, Rosendo Mercado edificó sobre él su estilo, al que añadió su castizo, obrero y urbanita modo de afilar el lápiz con el que escribiría sus historias. Veo, veo… mamoneo!! (2002) es el disco de un roquero maduro cercano a los cincuenta que sigue en sus trece, pero que cuando se despega de la distorsión (Para cuando desatino, Todo lo que sigue) lo hace sin perder entidad. Acordes y ritmos construidos de asfalto, los de Rosendo, Mariano Montero y Rafa J. Vegas se benefician de la ausencia de teclados decidida uno años antes por Mercado a raíz del álbum A tientas y a barrancas. Sonido recio y crudo, pues, que encabeza el popular single Masculino Singular, una de las canciones más exitosas del de Carabanchel. Que te acompañe la suerte mezcla metal lento y reggae con las cadencias clásicas del autor de Loco por incordiar. El bajo de Vegas tiene mucho protagonismo en Quincalla o no!, tema poderoso y pleno de groove que acerca el heavy metal a la dinámica del funk. Para nada se mueve en la línea de Masculino singular, mientras que Sufrido acelera el tempo para ofrecernos un notable rock and roll. La mencionada Para cuando desatino es una de las dos composiciones que rebajan la electricidad, precioso interludio previo a que Veo, veo… mamoneo!! —corte que da título al conjunto—, Entre dientes y Ven y ve recuperen la dureza de las cinco primeras canciones. Asimismo nombrada, Todo lo que sigue culmina el trabajo con una pieza de folk rock reposado y reflexivo que anuncia: "Es tiempo de empezar la cuenta atrás", lo que algunos pensamos con la misma edad que Rosendo Mercado al escribir dicho verso. Unos sueños se cumplen, otros no, pero los años se acumulan y Veo, veo… mamoneo!! sigue siendo una buena banda sonora con la que verlos pasar. Los años y los sueños.



jueves, 20 de diciembre de 2018

Helikopter-Streichquartett


"A principios de 1991 recibí un encargo del profesor Hans Landesmann del festival de Salzburgo de componer un cuarteto de cuerda. El Arditti Quartet tenía que estrenarlo mundialmente en 1994.

Y entonces tuve un sueño: oí y vi a los cuatro intérpretes de cuerda en cuatro helicópteros volando en el aire y tocando."


Son palabras de Karlheinz Stockhausen explicando en el libreto del CD el origen del Helikopter-Streichquartett, estrenado finalmente en 1995, grabado en el estudio por el cuarteto Arditti a finales de 1996 y publicado en 1999 por tres sellos franceses. La pieza del compositor alemán formará parte, además, de la ópera Mittwoch aus Licht, pero su germen y su singularidad hacen de este cuarteto para dos violines, viola y chelo y ¡cuatro helicópteros! una obra independiente que se sostiene sin ayuda externa. Con la edad a la que muchos ya están jubilados, Stockhausen se muestra tan extremo y vanguardista como treinta años atrás, sirviéndose de su imaginación sin dejar que ésta destruya o ablande su coherencia formal y su radicalidad compositiva. Obviamente, no es lo mismo asistir en directo a la puesta en escena de este Helikopter-Streichquartett —cuatro aeronaves surcando los cielos con cuatro músicos en su interior puede resultar sobrecogedor— que escucharlo registrado en un disco, mas la potencia de la partitura del artista germano queda fijada perfectamente en el álbum.


El sueño de Stockhausen convierte el formato clásico del cuarteto de cuerda —mediante la escritura atonal y la música concreta que traen aspas y rotores— en viaje físico y mental rigurosamente conectado con la búsqueda estética de su autor y la tradición rompedora nacida en el siglo XX con epicentro en Viena. El encendido y apagado de motores y hélices sirven de prólogo y epílogo para la media hora larga en la que el ruido de los pájaros de hierro anunciados por Juan de la Cierva convive en igualdad de oportunidades con los instrumentos de cuerda (y voz puntual) magníficamente tocados por sus dueños. Hasta que éstos callan y los helicópteros desconectan sus mecanismos la tensión acústica es máxima y solo esos dos minutos finales dejan respirar al oyente. El resultado es de una belleza deslumbrante, no lejos de las grandes creaciones de música electrónica de Stockahausen, aunque, dentro de su intransigencia, quizá más accesible. Un Helikopter-Streichquartett que debería poner en alerta a cualquiera que se quiera dedicar al arte de Mozart, Stravinsky, Paco de Lucía, Ornette Coleman o Lou Reed sin tener claro qué quiere aportar o si va a poder aportarlo.

lunes, 17 de diciembre de 2018

Tempest


Llegaba a los setenta Bob Dylan con la sabiduría de una carrera extraordinaria e inigualable: nada que demostrar pero con ganas todavía de cantar y contar. Tempest (2012) era un elepé doble de canciones largas, muy largas (la mitad por encima de los siete minutos) que venía a ser su Blonde On Blonde del siglo XXI. Y no digo que Tempest atesore la belleza de aquel disco, sería absurdo afirmar tal cosa, pero sí que las concomitancias son evidentes y que Dylan y su banda interpretan con mucha elegancia las hermosas composiciones del autor de Desire.

Duquesne Whistle aúna folk, swing y rock, sabores y rumores de antaño que son el acervo norteamericano que moldea a Dylan. Las pinceladas que dibujan Soon After Midnight son las de la balada sensual que concluye "Es apenas medianoche y solo te quiero a ti". Narrow Way nos trae al Dylan roquero, a su manera contundente, que se alimenta del blues eléctrico de Chicago como los hacían los Stones, los Animals o los Yardbirds. La tristeza que anuncia el título de Long And Wasted Years la confirman su música y su letra ("Lloramos una gélida mañana / Lloramos porque nuestras almas estaban desgarradas), pero es una tristeza que conlleva más hartazgo que pena. Pay In Blood retoma la energía de Narrow Way con una progresión sonora muy de Dylan, cierto regusto funk y ecos de Keith Richards.


"En Scarlet Town, donde nací
Hay hojas de hiedra y espinas de plata
Las calles tienen nombre que no puedes pronunciar
El oro ha caído a veinticinco centavos la onza",

así son los cuatro primeros versos que describen un pueblo atávico y misterioso, Scarlet Town, igual que las melodías y sonidos que moldean las palabras mediante el folclore eterno de las tierras estadounidenses.

Si el primer elepé contaba con seis temas, el segundo rebaja esa cifra a cuatro. Early Roman Kings es Dylan vestido de Bo Diddley y Muddy Waters, cosa que ya había hecho en otras ocasiones, claro. Tin Angel y Tempest son los dos cortes más largos de la función —nueve y catorce minutos respectivamente— , tragedias ambas que terminan con "Tres amantes (…) juntos en un montón", en el caso de la hipnótica Tin Angel, y aquel mítico transatlántico
que "Navegaba hacia el mañana / Hacia la edad de oro anunciada" hundido "En el hondo mar azul". Del Titanic a John Lennon —símbolos tan diferentes del siglo pasado— para echar el cierre. Roll On John emociona al recordar al beatle como Tempest lo ha hecho con el buque ahogado, un pasado que fue dolor y ahora es recuerdo hecho sentimiento, hecho arte. El del plástico doble que conecta con toda la obra —toda la vida— de Bob Dylan y el de los músicos que sabiamente le acompañan por sus surcos. Dios salve a Zimmerman.

NOTA: Esta entrada está  dedicada a Joserra Rodrigo, quien ya sabía en 2012 que Tempest había venido "para quedarse con nosotros".

miércoles, 12 de diciembre de 2018

Everybody Digs Bill Evans


Escribíamos hace pocas semanas sobre el mítico Portrait In Jazz de Bill Evans, y citábamos en aquel texto —además del Kind Of Blue— un disco anterior del pianista como ejemplo de que la prestancia de sus dedos era previa a dicho hito. No he parado desde entonces de escuchar Everybody Digs Bill Evans, alumbrado a finales de 1958 por un fantástico trío que no volverá a asomar en grabación alguna: Evans, Philly Joe Jones y Sam Jones.

Llama la atención, de entrada, una portada que recoge, bajo el título del álbum, halagos de Miles Davis, George Shearing, Ahmad Jamal y Cannonball Adderley a Bill Evans. De ellos nos quedamos con el del saxofonista de Florida por ser el más concreto y agudo: "Bill Evans tiene la rara originalidad y gusto y la aún más rara habilidad de hacer que su concepción de un tema parezca la manera definitiva de interpretarlo", pues siendo versiones la mayor parte de los cortes, todas acaban sonando a Evans y es difícil imaginar lecturas o adaptaciones de mayor belleza.

Centrado en unas baladas exquisitamente resueltas por el trío (y que denotan la formación clásica de su líder), el elepé tiene también espacio para el esparcimiento bop gracias a Minority, Night And Day y Oleo, piezas en las que la batería de Jones compite con las teclas de Evans para llevarse el protagonismo. En el resto, como decimos, la lentitud y la melancolía sirven de forma de expresión a un Evans primoroso que hace del piano extensión de su espíritu, bien ayudado por una base rítmica que se ajusta impecable a la sensibilidad que él demanda, bien en solitario como en la sublime Peace Piece (única composición propia e excepción de los dos breves epílogos), extensión del minimalismo de Etik Satie al mundo del jazz que deviene cima de Everybody Digs Bill Evans, un trabajo sobresaliente de un artista de quien todavía estaba lo mejor por venir. O lo que es lo mismo: de un genio absoluto.

lunes, 10 de diciembre de 2018

Somos droga


Metido en gran número de proyectos desde finales del siglo pasado (bien como lider, bien como colaborador necesario), Iñigo Garces, Cabezafuego para los amigos (y enemigos), ha viajado del hard rock de Mermaid al rock arty de Atom Rhumba —pasando por Basque Country Pharaons, Royal Canal o Bizardunak— hasta llegar a una carrera en solitario que en su segunda entrega explotaba en la cara de todo el mundo. Muchas veces utilizamos mal el adjetivo inclasificable, pero con Somos droga (2017) es justo su uso: un elepé que por continente y contenido —un vinilo y un tebeo editados conjuntamente que guardan canciones de lo más singular— merece ser definido como raro y diferente.


"Cabezafuego ya vuelve
Dando tumbos dando eses
Viene con sus tonterías
Ya dirán qué les parece",

cantan en forma de jota Los Hermanos Cubero como prólogo de Chino Blues, rock retorcido que puede remitir a Tom Waits y a Juan Perro, y en el que Cabezafuego empieza a contarnos "sus tonterías" en compañía de los citados hermanos (voces, cuerda y madera), Dan Wilson (voces), Broken Brothers Brass Band (vientos) y los dos hombres que le acompañan a lo largo la grabación: Oskar Benas (guitarras, voces, flautas) y Daniel Ulecia (producción, mezcla, bajos, teclados y guitarras). Caramelos 6 de julio responde a una especie de pop electrónico (se admiten definiciones o descripciones complementarias o diferentes), añadiéndose a la voz de Garces las de Cristina Martínez y Rober! De una canción que empieza declarando que:

"Ya sé lo que quiero ser
Precisamente no es
El tipo de persona que mata por placer",

se puede esperar cualquier cosa, entre otras que, trayéndonos a la cabeza el humor socarrón de Franz Zappa, se entone un fragmento del Psycho Killer de Talking Heads en medio de la misma. Visiones, con las voces y teclados de Jose Domingo, se me antoja un tema lounge interpretado por una banda que cruza a Derribos Arias con Kraftwerk. Minueto del arribista empieza siendo música clásica robada ("Ya lo sé, esta canción no es mía") antes de pasarse al funk y al techno para burlarse de ése que va "a hacer una canción que no diga nada" con el objetivo de triunfar y "petar los festivales". Las voces, por cierto, de Kelley Stoltz, Cristina Martínez y Jon Ulecia. Dividido en dos partes, Busco título empieza cual balada que truncan a mitad de camino las Drummer Neskak (fanfarria de fondo) acusando a su autor de aburrido, quien, asumiendo el reto, convierte el tema en "una canción de los ochenta / Nada ocurrente, pero efectista y se pega" que termina con Aitor Ibarretxe rapeando sobre un fondo funk. Dos composiciones por una, balada, fanfarria, canción de los ochenta, rap, funk: sí, eso es Somos Droga.


Damos la vuelta al plástico y lo primero que escuchamos es La balada del irritante, donde Martínez y Jon Ulecia cantan junto con Cabezafuego sobre alguien (él) a quien "en la escuela le pegaba todo dios / Porque era más tonto que el copón". Varios samples abren Telarañas, tras los que Garces hace un auto de fe ("La culpa colapsa todas mis arterias") con los pianos de Anton Barbeu y Alicia Cuesta y la garganta de Isa agregándose a la banda del navarro. El pop bailongo sostiene El suplente de los minutos basura, cachondo relato de un "yonqui a tiempo completo" que deja las drogas sin que vea nada positivo en ello. Jose Domingo es aquí el invitado, poniendo voces y teclados. Si lo que les he contado hasta ahora les parece extraño, no aparten sus ojos del texto, por favor. Guitarras y drones de Rich Millman y Andy Duvall, Motorik Boogaloo fusiona —su título lo avanza— ritmos latinos y alemanes, el latin jazz con el krautrock, pero, no conformándose con hacer convivir a Neu! con Jerry González, Cabezafuego introduce una conversación entre dos vecinos (el catalán Roger Estrada y la latinoamericana Yasmín Ramirez) porque al primero le molesta el ruido en el piso de la segunda. Tal cual es el colofón del álbum.


Un cómic de varios ilustradores y treinta y seis páginas complementa fabulosamente el carácter iconoclasta y el humor negro de la música que hemos descrito y hace de Somos Droga —sumándose a los ilustres y mencionados asistentes a la fiesta sonora— objeto de deseo absoluto para melómanos y coleccionistas. Normal que en una entrevista concedida a MondoSonoro su creador dijera: "La verdad que el tarro se ha quedado casi casi seco… No creo que haya sido tanto sudar sonidos muy diferentes y darme una ducha… Más bien ha sido vomitarlos y tirarme al suelo a restregarme en mierda". Pues eso.

miércoles, 5 de diciembre de 2018

Ragged Glory cumple diez años (14). Las palabras de Juan Miguel Contreras


Estos tiempos de internet son extraños, y lo son en muchos aspectos, sobre todo vitales y personales. Para una generación (la que mejor creo conocer) nos ha descosido las costuras por muchos rincones. ¿Es una exageración que considere a Gonzalo un amigo? Nos hemos visto cara a cara una vez. Una vez muy agradable, por cierto, con la feria del libro de Madrid como marco y el parque del Retiro como fondo. Un rato fugaz pero que nos dio la clave de lo que en el fondo es la literatura, ese "¿Y si?", ese condicional desde el que uno puede crear mundos, distintos a este, pero que lo explican, he ahí la paradoja. Ni siquiera sé cómo nos conocimos, y por conocernos me refiero a la primera vez que intercambiamos un mensaje. Seguramente fuese un comentario en alguno de nuestros blogs, quizá yo me atreví a poner algo en el suyo, o seguramente fuese al revés. A partir de ahí surgieron correos, mensajes cortos como telegramas del siglo XXI, la lectura de nuestros libros… y la admiración, el reconocimiento y los puentes fue haciéndose. La distancia como medio. Me gusta leerle porque es como si hablara con ese amigo que en mi vida cotidiana echara de menos tener pero que la red de redes me ha brindado, igual que con otros tantos cuya voz no conozco pero con los que tengo algo el común, porque las relaciones de amistad se basan en eso, en eso que creemos propio y que reconocemos en otro. Igual que con Nikochan, con Aitor, con Guzz… En el caso de Gonzalo y yo es la música (como en los citados), pero también la sensación de que hay algo más: una manera de entender la vida, de afrontar el futuro y una manera de ver nuestro pasado. Me gusta leerle porque me reconforta en mi soledad diaria, me gusta ver mi melomanía reconocida y reafirmada, me gusta descubrir discos que no conozco o, si conozco, me gusta que me descubra cosas en las que no había reparado. Me gusta el feedback que me crea (a la manera de tito Neil, ruidosa y eléctrica). Pero también me gusta lo que no compartimos, lo que nos separa y nos hace definirnos, su urticaria frente a la laca y el spandex, que Coverdale le horrorice mientras que a mí me gusta entonarlo en la ducha… pero como luego sé que Lemmy y Lynnott nos sonríen a la vez desde los bordes de los espejos, sonrío, me sacudo las canas y sigo para adelante, como Rafa, el personaje de su potente y necesaria novela que es algo así como el Frankenstein de todos nosotros, el guardián entre el centeno carabanchelero. Diez años de blog son muchos, no así de descubrimientos, muecas, sonrisas atisbadas y comentarios como mensajes en botellas lanzadas al mar. Aunque solamente me hubiera descubierto Theme de Yoyo, de Art Ensemble of Chicago, ya le tendría que estar agradecido de por vida, pero por suerte ha habido más. Por supuesto, hay más cosas, pero eso ya queda para mí (y Lemmy), ¿verdad Phil?. Cuídese, Gonzalo, y no deje de escribir.

NOTA: Juan Miguel Contreras, o La Pecera del Caimán, es el autor del blog El caimán sincopado, de las novelas La muñeca rusa y Canciones de cuna —esta última se publicará en breve— y de rabia y del libro de relatos Cardiopatías.

lunes, 3 de diciembre de 2018

Duke Ellington. Portrait


No es la intención de este pequeño texto desmenuzar el contenido de la pantagruélica caja que nos ocupa, pues podría volver loco al lector, sino, simple y llanamente, el de recomendarla por si alguien quiere conocer de verdad la música de Duke Ellington. 24 Carat Gold Edition ponía en circulación en el año 2002 (como ya había hecho, verbigracia, con Charlie Parker, Count Basie o John Lee Hooker) un recipiente de cartón con diez CDs en los que se recogían cronológicamente y con excelente sonido alrededor de doscientos temas del maestro de Washington D.C. grabados entre 1938 y 1946. Y no es baladí el asunto de las fechas, porque aunque Ellington ya llevaba tiempo tocando y sus habilidades estaban muy desarrolladas, hablamos de los años en que el fascismo —tras hacerlo en España— lanza al mundo a una guerra brutal durante cuyo inicio, nudo y desenlace el músico norteamericano siguió alegrando la vida de las personas. Asimismo, 1938 es el año en que Billy Strayhorn se une a la banda de Ellington como compositor y arreglista, escritor del emblemático Take The "A" Train que aquí aparece en versión de febrero de 1941. Entre los intérpretes que encontramos quiero destacar, aparte del jefe, a Juan Tizol, coautor de otro de los clásicos inmarcesibles del pianista, Caravan, que, aun compuesto a mediados de la década de 1930, Portrait aporta en versión de mayo de 1945 sin Tizol y su trombón a bordo; y a Ben Webster, cuyo saxo tenor se incorpora vigoroso a principios de 1940 a la big band de nuestro hombre, siendo la explosiva lectura de Cotton Tail realizada en Hollywood el mes de mayo ejemplo inmejorable. Por encima de diez horas —concluimos— para saber de las múltiples facetas y matices del arte de Duke Ellington, a quien los términos jazz y swing no hacen completa justicia. No sería, en caso contrario, uno de los monstruos sagrados de la cultura estadounidense del siglo XX.

miércoles, 21 de noviembre de 2018

La figura de cartón: doce relatos rompedores

Julián Campos sobre Madrid 3 en Ruta 66, 2005: (…) el autor se sumerge en la realidad circundante y describe la más cínica autodestrucción de unos personajes que enseguida reconocemos, atrapados en la fútil cotidianidad de la precariedad laboral, los pisos compartidos y los destinos inciertos.

Pablo Iglesias sobre En los antípodas del día en Jot Down, 2015: Hay un libro maravilloso (…) donde [Gonzalo Aróstegui Lasarte] cuenta sus experiencias como teleoperador nocturno de Vía Digital. Y lo cuenta con enorme conciencia de clase. Explica cómo funcionan las relaciones laborales allí, la precariedad de los trabajadores, incluso las envidias y las lucha entre ellos, la intervención de los sindicatos y cómo eso también genera competiciones porque el papel de los sindicatos muchas veces es feo.

Lo prometido es deuda, así que vamos allá. Como muchos sabéis, además de llevar diez años escribiendo en Ragged Glory, he publicado dos novelas, Madrid 3 (2004, Edición Personal) y En los antípodas del día (2012, Baile del Sol), de las que tenéis más información en el lateral de blog. Pues bien, para que mi tercer libro vea la luz, he lanzado una campaña de crownfunding o micromecenazgo a través de libros.com. En La figura de cartón. Relatos de juventud, dolor y violencia podréis encontrar a Bob Dylan, Lou Reed e Iggy Pop en el País Vasco. Leeréis acerca del regreso de Teresa, de una partida de cartas, de una extraña figura de cartón y del triunfo de las máquinas. Veréis cómo una chica asume la precariedad laboral, sabréis que pasó en febrero de 1977 o por qué alguien está harto. Y solo faltará una guitarra eléctrica, un antidisturbios y un escritor que decide autoeditarse —tres armas bien diferentes— para completar el cuadro. Me gustaría que me apoyarais haciéndoos mecenas aquí. Existen diferentes recompensas, desde la reserva del libro hasta el manuscrito original entre otras. Si entre todos logramos el objetivo podréis disfrutar de doce relatos sin pelos en la lengua. Ya hemos llegado casi al 25% gracias al apoyo de más de veinte mecenas, ¡cuento también con vosotros!

domingo, 18 de noviembre de 2018

Un proyecto con muchas letras


¿Qué hacen Bob Dylan, Lou Reed, un antidisturbios y una figura de cartón, entre otras personas y objetos, reunidos en una isla vasca en febrero de 1977? Paciencia, muy pronto lo podréis saber y formar parte del proyecto que hay alrededor. Los años escribiendo no pasan en balde; las horas de lectura, los discos escuchados, las experiencias vividas o las historias oídas, tampoco. En breve más información sobre Iggy Pop, Teresa, una guitarra eléctrica, las máquinas y el hartazgo existencial… o unas cuantas palabras a su alrededor. Mientras tanto, que el espíritu de los Undertones os guíe e ilumine.

miércoles, 14 de noviembre de 2018

Hollywood Town Hall


El salto de Twin/Tone a American Recordings iba a significar el comienzo de la etapa de gloria de los Jayhawks, ésa que hizo del grupo norteamericano uno de los nombres indispensables del rock de los años noventa. Hollywood Town Hall (1992) será su primer disco para el sello de Rick Rubin, una esplendorosa colección de canciones "de una delicadeza indescriptible", sirviéndonos de las palabras de Juanjo Mestre, que —¡oh, paradoja!— aquí vamos a tratar de glosar. Rock herido de country que desciende de los Byrds, Neil Young o los Flying Burrito Brohers y conecta asimismo con Long Ryders o Cowboy Junkies, aunque esto sea casi evidente, el de los Jayhawks en su tercer intento es el de una banda madura que se deshace de las influencias para integrarlas en un sonido propio que, aun refiriéndose a décadas pretéritas, no tiene nada de rancio y anticuado. La calidad compositiva de Mark Olson y Gary Louris la atestiguan sin altibajos las diez canciones que hallamos, pero es para mi gusto en Crowded In The Wings, Take Me With You (When You Go), Wichita y Nevada, California cuando alcanza —la emoción desaforada— niveles de hazaña pop. Las voces de Louris y Olson, las guitarras eléctricas del primero, las acústicas del segundo, el bajo de Marc Perlman, la batería de Ken Callahan (y la de Charlie Drayton cuando le sustituye) suenan de lujo producidos por George Drakoulias, al igual que el piano y el órgano de los invitados: nada más y nada menos que Nicky Hopkins y Benmont Tench. Si bien su siguiente álbum, el excepcional Tomorrow The Green Grass, es considerada unánimemente su obra maestra, la banda de Minnesota ya volaba muy alto con este fantástico Hollywood Town Hall. Ajena, por supuesto, al grunge que todo lo reventaba a la sazón.

lunes, 12 de noviembre de 2018

The Last Album


Construido con la sobras de Music Is The Healing Force Of The Universe, grabado a finales de agosto de 1969, The Last Album se iba a publicar en 1971, meses más tarde del trágico final que significó el suicidio de Albert Ayler con solo treinta y cuatro años. Tajante, seco y realista, el título del álbum informa de un hecho objetivo contra el que nada se puede hacer, así que, sabiendo que la resurrección carnal no es posible, se rescatan los sonidos aparcados para recordar al artista irredento y extremista que fue el autor de Spiritual Unity. Que la descripción científica no nos impida ver, de todos modos, el grito de socorro poético que hay detrás de las interpretaciones de Ayler, a sabiendas de que —probablemente— nadie iba a responder y de que, si lo hiciera, él mismo rechazaría la oferta de ayuda incapaz de asimilarla. 


Piobaireachd, free jazz y blues eléctrico convergen en el magnífico y radical Untitled Duet, apertura implacable que corre a cargo de la gaita de Ayler y la guitarra de Henry Vestine, que venía de participar en el mítico festival de Woodstock con su grupo, Canned Heat. Mary Parks, pareja de Ayler que firma la composición de todos los temas (cinco en solitario, dos en compañía), canta en Again Comes The Rising Of The Sun, en compañía de un Ayler que cambia gaita por saxo tenor para asfixiarlo respaldado por la base rítmica y el piano. All Love mantiene el pulso free durante nueve minutos, aunque sin Parks y con Stafford James tocando su contrabajo con el arco. Toiling recupera a Vestine, y el grupo nos regala un delicioso blues en el que Bill Follwell se hace con el bajo. Desert Blood, Birth Of Mirth y Water Music completan el trabajo incidiendo en el discurso del segundo y el tercer corte, si bien en el primero de los tres Ayler añade su voz al saxo tenor, y en el tercero Muhammad Ali no nos obsequia con su frenético baqueteo, lo que da mayor prominencia al piano de Bobby Few.


Aun hecho de descartes, The Last Album informa igual y póstumamente de la creatividad feroz de un músico que no debió morir tan pronto, pues hubiera podido aportar mucho al lenguaje jazzístico de los años setenta. Sin embargo, el dolor y el ahogo de los que nacía su arte hicieron que la vida necesaria para desarrollarlo fuera tristemente segada por quien era su único valedor. El genial Albert Ayler.

miércoles, 7 de noviembre de 2018

Both Directions At Once. The Lost Album


Como si de un milagro se tratara, la noticia, conocida en la primavera de este 2018, de que se iba a publicar un álbum perdido de John Coltrane registrado cincuenta y cinco años atrás superaba, en palabras del periodista Iker Seisdedos, "los sueños más salvajes de los aficionados". Y no era para menos. La información previa a que el plástico se pusiera a la venta hacía salivar a cualquiera: una grabación del cuarteto mágico de Trane del día anterior a la sesión de la que saldría el magistral elepé junto con Johnny Hartman y, por supuesto, en el mismo estudio de Rudy Van Gelder en Nueva Jersey. Las alarmas se disparaban y solo cabía esperar —sin destrozarse las uñas o despertarse de madrugada comido por la ansiedad— a que Both Directions At Once. The Lost Album cayera en la manos del admirador compulsivo (como es mi caso) del creador de Ascension.


Catado a fondo durante varias semanas por quien esto escribe, es evidente que las expectativas no se ven defraudadas lo más mínimo si uno tiene claro por dónde andan en ese momento Coltrane y los suyos: antes de la radicalización de A Love Supreme y subsecuentes, pero en plena búsqueda e imparable avance. El cuarteto tiene todavía un pie en el jazz modal, el bebop y el hard bop, pero lanza dentelladas sobre el free jazz en el que quedará clavada totalmente la mandíbula de su líder los dos últimos años y medio de su existencia: ambas direcciones al mismo tiempo.


La primera toma de Untitled Original 11383 ejemplifica lo dicho mediante los solos consecutivos del saxo soprano de Coltrane, el piano de McCoy Tyner y el contrabajo de Jimmy Garrison, excelso con arco y con los dedos. El Nature Boy que cantara Nat King Cole se convierte en manos de Trane, Garrison y Elvin Jones (Tyner ausente) en una tensa pieza liderada por el tenor del primero. Untitled Original 11386, también en su toma número 1, muestra el lado más duro del cuarteto y deja sitio para que improvisen todos sus miembros (Coltrane de nuevo al soprano), excepto un Jones que derrocha talento con sus baquetas apoyando a sus tres compañeros. Vilia (toma 3), a partir de un fragmento de La viuda alegre de Franz Lehár, propone a una banda relajada que respira cool y hard bop.


La famosa composición del saxofonista de Hamlet Impressions (y título del elepé que Impulse! editará ese mismo año) inicia la segunda cara con la tercera versión de la jornada y un John Coltrane modélico al saxo tenor que ya no va a abandonar. Los once minutos y medio de Slow Blues son para mí el punto álgido de la grabación, delicioso blues hecho jazz (lento y modal) y gobernado por los dos solos de Trane, entre los que McCoy Tyner hace gala del buen gusto de sus manos. One Up, One Down (toma 1), culmina el trabajo en la línea poderosa de Untitled Original 11386, y con improvisaciones —por fin— del cuarteto al completo.


El segundo vinilo de la edición de lujo que yo tengo añade tomas alternativas de cuatro de los siete cortes comentados, todas ellas de mucho interés, aunque no tanto como para hacer mejor Both Directions At Once, perdido para el aficionado desde el 6 de marzo de 1963 y felizmente recuperado en pleno siglo XXI. Por supuesto, y de largo, el mejor disco que verá 2018: la llama de John Coltrane sigue ardiendo en el pebetero de los dioses.

lunes, 5 de noviembre de 2018

Ragged Glory cumple diez años (13). Las palabras de Lorbada


Llego tarde. Sí, casi siempre sucede. Me pasa en mi vida cotidiana, en el trabajo, me afecta a los plazos burocráticos, a que se me peguen las sábanas en la cama y me despierte una hora después, cuando quiero cocinar para comer a las dos y son las tres y aún nada de nada, cuando descubro un grupo o un disco y soy el último mono en disfrutarlo y no me siento acomplejado por ello. Me acepto como una catástrofe natural. Aún me quedan cuatro episodios de The Sopranos y todavía no me he escuchado un disco completo de Tom Petty. ¿Y? Es muy emocionante ese cosquilleo de saber que te enfrentas a algo sagrado que el resto de los mortales conocen de "pe a pa" y asumir que ahora te toca a ti coger las riendas de ese caballo emocionante y ya curtido en mil batallas del que mucha gente habla.

Algo así me sucedió con Ragged Glory. Hace más de 5 años ya, en el meridiano de su andadura, me sedujeron para ver a los gloriosos Dogs D’amour en la Sala Caracol en Madrid allá por febrero de 2013. Entre los personajes que pudimos disfrutar de semejante torbellino en directo se encontraban algunos ilustres blogueros como Tyla DeVille, Savoy Truffle, Lu (luluonthebridge) o el susodicho Gonzalo. Un rato después comentando la jugada del concierto entre garito y garito de Malasaña no podía parar de preguntarle. Gonzalo lo mismo te hablaba del mítico concierto que vio de The Cramps con Motorhead de teloneros en el cual casi colapsa de emoción como de lo ególatras que eran la mayoría de personajes del mainstream que se autoproclamaban artistas. Como una tela de araña me atrapó lo gran conversador que era y sobre todo el jodido entusiasmo y fe que le ponía a cada coma y tilde que salía por su boca. Como es normal al día siguiente estaba devorando su blog.

Lo que allí había era un fiel reflejo de su autor. Como un knockout en cada post. Directo, a la mandíbula y certero. También rápido. No había entradas de más de 5 párrafos. Está el guitarrista onanista que se quiere lucir y hace un solo de guitarra de diez minutos y está el hacha que solo quiere comunicarte algo instantáneo para que lo que luzca sea la canción y el global de la música. Gonzalo era Chuck Berry en vez de Yngwie Malmsteen, no había duda. Y el rango dinámico de su conocimiento era y es apabullante. De los New York Dolls a Miles Davis; de Los Enemigos a Sam Cooke; de The Soundtrack of Our Lives a los New Bomb Turks! Con buena prosa, ritmo, enciclopédico, irónico y mordaz. Ni que decir tiene que poco después ya asaltaba el apabullante "En los antípodas del día", un libro de su autoría que pone los pies en la tierra a los idealistas como él con una buena dosis de realidad, no exento de mala baba pero con mucho corazón y bastante sentido común, algo muy necesario y deficitario en los tiempos que ahora vivimos. ¡Imprescindible!

En definitiva… Ragged Glory cumple una década mostrándonos brillantes fragmentos de la arqueología musical, con unos textos que son lo más parecido a un noticiario que no miente o a un disco que nunca te cansas de pinchar. Textos desde las entrañas y desde el entusiasmo que desprende alguien que cree en lo que escribe sin tapujos y sin artificios. No hay hipérboles ni circunloquios baratos. Hay claridad, entusiasmo y autenticidad. Y además ha conseguido cultivar mucha buena música en el corazón de cientos de personas. Diez años haciendo esto no solo es meritorio sino emocionante. Por todo ello, Gonzalo, ¡gracias! Felicidades por estos diez años tan bien cumplidos y larga vida a este tu blog, Ragged Glory.

NOTA: Lorbada es el autor del blog Búnker Sónico.