Clasificar a un trío tan peculiar como Primus es muy difícil, y situarlo en algún lugar entre King Crimson y Metallica, por ejemplo, no parece demasiado original. Que en su música hay elementos de rock progresivo, funk, heavy metal y psicodelia es evidente; que sus miembros los baten sin atenerse a normas y en busca de una voz diferente, también. Sí a alguien contemporáneo podemos comparar a los autores de Sailing The Seas Of Cheese (1991) es a Jane's Addiction, por practicar ambas bandas un rock contundente a la vez que sutil y enemigo de lo ajeno. Si buscamos los ecos del pasado, agarrémonos a los de Franz Zappa, The Police y Tom Waits, que, no por casualidad, colabora en el tercer disco (segundo en estudio) de los de California. El camino de ritmo construido por el extraordinario bajo de Les Claypool y la no menos tremenda batería de Tim "Herb" Alexander y adornado por las seis cuerdas de Larry LaLonde no tiene un segundo de desperdicio, pero se hace absolutamente exultante en las dos piezas que, casi al final del trabajo —largas y surrealistas—, exponen a un grupo que va más allá del manido sonido propio. En efecto, Those Damned Blue-Collar Tweekers y Fish On son pequeñas sinfonías que viven en un planeta que resulta inútil adscribir a este o aquel género o subgénero o sancionar como popular o culto. Da igual, es el planeta Primus, que con unos cuantos invitados se despide con nueva versión del Here Comes The Bastards que hemos escuchado al principio de la función. Los Bastardos, así, en castellano, cierra un magistral Sailing The Seas Of Cheese, cumbre de sus creadores y una de las mejores grabaciones en mi opinión de la década en la que vio la luz. Ten, sin ir más lejos, lo hará pocos meses después con un resultado remotamente inferior, si bien Pearl Jam mejorará bastante en siguientes publicaciones. Y con esta digresión provocadora digo adiós chapotendo en los mares de queso.
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lunes, 6 de diciembre de 2021
domingo, 30 de agosto de 2015
Antipop
Ambicioso y excesivo —no hay más que ver su duración y el número de invitados—, el último disco de la primera etapa de Primus, Antipop (1999), mantiene en mi opinión el altísimo nivel de creatividad, irreverencia y frescura de un grupo —raro, raro, raro, que diría aquél— que no se casa con estilo, tendencia o escena alguna. El mellotron de Tom Waits —quien devuelve al trío la visita hecha al magistral Mule Variations— sirve de brevísima introducción para que Les Claypool, Larry LaLonde y Brain compartan su música con más o menos ilustres miembros de la comunidad roquera durante una hora larga e intensa. El obsesivo cruce de funk y metal de Primus —fusión de subgéneros que no es fin sino medio, muy alejada del infantilismo y la estulticia que dominan el nu metal— es aquí servido con la ayuda del mencionado Waits, Tom Morello, Stewart Coppeland, Martina Topley-Bird, Matt Stone, Jim Martin, James Hetfield y Fred Durst; o lo que es lo mismo: ecos del autor de Rain Dogs, Rage Against The Machine, Police, Tricky, South Park, Faith No More, Metallica y, ¡horror!, Limp Bizkit, que jamás se imponen a la personalidad de la banda, si bien se dejan notar. Coproduciendo y tocando su inconfundible guitarra en tres temas (Electric Uncle Sam, Mama Didn't Raise No Fool y Power Mad) y plantando su vozarrón y su mellotron y produciendo el corte final, Cottails Of A Dead Man, Morello y Waits son, respectivamente, los intérpretes más prominentes de los ajenos al trío, pero el bajo marciano de Claypool, la seis cuerdas psicodélicas y agresivas de LaLonde y la percusión imparable y riquísima en detalles de Brain inciden en el camino surreal e intransferible —hermanado con el de Jane's Addiction— establecido por Frizzle Fry y Sailing The Seas Of Cheese a principios de los noventa. Como regalo oculto (tan típico de muchos CDs en aquella época), la versión en estudio de The Heckler, tema que se hallaba en el debut en vivo del grupo en 1989, Suck On This. Puede que la relaciones entre los miembros de Primus no fueran las mejores cuando se grabó Antipop, o que la presencia de tanta estrella del rock hiciera recelar a muchos, pero la escucha del disco hoy sigue siendo fuente de placer y garantía de diferencia, lo cual siempre resulta grato entre tanta uniformidad militante, vacua y facilona de la que nunca han sabido los autores del Brown Album.
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