Como afirma el maestro Néstor Almendros en su esencial libro Días de una cámara, Las dos inglesas y el amor (1971) "Significa el principio de lo que yo llamaría la obra caligráfica de Truffaut. (…) Un cine muy trabajado, muy estilizado, que me permitió refinamientos en el encuadre que no había practicado yo hasta entonces". La unión de François Truffaut y Néstor Almendros ofrece sus resultados más brillantes en esta bellísima película, para mí la obra maestra del director francés y uno de los mejores trabajos de iluminación de Almendros. Adaptación de una novela de Henri-Pierre Roché (también el escritor de la base literaria de Jules y Jim, 1962), el film está construido mediante cortas escenas que relatan la relación que —a principios del siglo XX, durante varios años y por iniciativa de sus respectivas madres— se establece entre un acomodado joven francés y dos hermanas inglesas. Entre el cariño, el tormento, la amistad y el amor, las imágenes transmiten en todo momento un delicado romanticismo y dejan claro que lo que no muestran es tan importante, si no más, que lo que sí enseñan. La sutileza y la elegancia de la puesta en escena del autor de Los cuatrocientos golpes (1959) —mejor aquí que en su primera y más prestigiosa etapa— es ensalzada por una fotografía extraordinaria de Almendros, cada plano está lleno de hallazgos y matices, su luz es tan importante y definitiva como los rostros y las actuaciones de Jean-Pierre Léaud, Kika Markham y Stacy Tendeter. No pierde Las dos inglesas y el amor esa mirada aparentemente naíf y despreocupada (ligera, si se prefiere) de Truffaut y buena parte de la nouvelle vague, pero lo hace con una precisión técnica y una creatividad cuya solidez no siempre acompañó a su creador. Terminamos recordando la música de George Deleure y el fracaso comercial del largometraje, que Truffaut recortó en quince minutos tras su estreno y que volvió a reconstruir justo antes de su muerte. Realmente especial era para él, realmente lo es para nosotros.