No puede ser: el mismo hortera insufrible que en los ochenta cantaba I'm Still Standing, I Don't Wanna Go On With You Like That y Sacrifice es quien en 1973 había publicado un doble elepé tan excitante y creativo como Goodbye Yellow Brick Road. Es lo primero que se me vino a la cabeza cuando, tras años ahuyentándolo por los prejuicios, me enfrenté a la que aquí y allá se considera la obra maestra de Elton John. Y con toda la razón, digo ahora que la calidad de su música me ha hecho renegar de un pensamiento construido a base de suposiciones que adjudicaban al trabajo pretérito del autor de Madman Across The Water las cualidades infames de sus éxitos de los ochenta.
Producción y sonido netamente setenteros, los del séptimo de John —grabado en Francia tras desistir de hacerlo en Jamaica— se me antojan ideales para el turgente caudal de melodías que el cantante y pianista compone con las letras de Bernie Taupin en mente. Las baladas (y derivados) elegantemente construidas ocupan la mitad de la hora y cuarto del álbum (orquesta incluida en varias), pero también hay sitio para el rock progresivo (Funeral For A Friend/Love Lies Bleeding); los intensos medios tiempos (Dirty Little Girl); el pop de aroma a R&B (Grey Seal y la triste All The Girls Love Alice); el reggae y el soft rock a pachas (la cachonda y procaz Jamaica Jerk-Off); el rock and roll —yuxtaponiéndose Your Sister Can't Twist (But She Can Rock 'N Roll) y la maravillosa Saturday Night's Alright For Fighting para viajar del primer latido de la música del diablo al periodo, actualidad entonces, glam—; y el bluegrass y el honky tonk de colores (Social Disease).
Utilizada un cuarto de siglo después para despedir a Diana de Gales —muerta junto con su amante y su chófer en un túnel parisino—, Candle In The Wind estaba cantada originalmente en recuerdo de Marilyn Monroe, es la pieza más conocida, que no la mejor, de Goodbye Yellow Brick Road y es posible que su vomitiva sobrexposición en honor de una privilegiada sin valor o interés algunos haga a muchos huir de un trabajo tan excelente y de su autor. Se equivocarán, como yo, pero no soy quien para dar consejos. Adiós, en todo caso, a El mago de Oz, bienvenidos al mundo de los adultos, del que ya no hay escape por mucho que se quiera.