El debut de Van Morrison tiene en su contra varios factores que a priori no le favorecen, pues Blowin' Your Mind! (1967) no fue un elepé concebido como tal por su autor sino por su productor Bert Berns; su título y portada aluden a un supuesto contenido psicodélico a la sazón en boga y pujante y en la discografía del irlandés es sucedido por los extraordinarios Astral Weeks y Moondance. Teniendo en cuenta estas consideraciones o salvedades, pinchamos el disco y suena Brown Eyed Girl, el precioso y universalmente conocido clásico pop: cualquier reticencia es entonces soslayada por la nostálgica inmediatez de unos ojos castaños y la cascada de recuerdos a las que nos arrastran y uno de los coros onomatopéyicos más pegadizos que existan. No va a seguir este camino el álbum, sin embargo. He Ain't Give You None y, más aún, la extensa T.B. Sheets escenifican una amalgama a fuego lento de folk, soul y blues que preludian lo que vendrá en el segundo trabajo de Van Morrison y que alejan sin vuelta atrás al autor de Hard Nose The Highway del periodo Them. Spanish Rose sigue un patrón parecido al de Brown Eyed Girl pero utilizando un sonido cercano al folclore festivo sudamericano y africano. Escrita por Berns y Wes Farrell, Goodbye Baby (Baby Goodbye) es un buena pieza de R&B que antecede a Ro Ro Rosey, blues rock que supone el momento más potente del elepé y —ciertamente— una excepción en él. Who Drove The Red Sports Car retoma la estela pausada de He Ain't Give You None y T.B. Sheets, si bien escorándose aquí explícitamente al blues. La archiconocida, archiversionada y tradicional Midnight Special concluye Blowin' Your Mind! con una buena lectura de Van Morrison… y de los instrumentistas que le acompañan. Músico de sesión no tiene por qué ser sinónimo de mercenario desalmado, como demuestran cuando les corresponde las guitarras de Eric Gale, Al Gorgoni y Hugh McCracken, el piano de Paul Griffin, el órgano de Garry Sherman, el bajo de Russ Savakus, la batería de Gary Chester y los coros de las Sweet Inspirations. Todos al servicio de esa esplendorosa y sin igual voz de Belfast que pisaba el primer peldaño de su (que diría Led Zeppelin) escalera al cielo.
lunes, 24 de junio de 2024
lunes, 2 de enero de 2023
Astral Weeks
Lo que la música va a corroborar ya lo dicen los créditos antes de que ésta suene. Donde en Blowin' Your Mind! hay guitarras eléctricas, armónica, piano, órgano, bajo y batería, en el siguiente y segundo disco de Van Morrison (Astral Weeks, 1968) hay guitarras acústicas, flauta, saxo soprano, percusión, vibráfono, contrabajo y batería, a los que la escucha sumará cuerdas y un clavecín puntuales. El R&B, el soul y el pop del debut en solitario de Van Morrison, que todavía huele a Them, es encerrado con varios candados para ser sustituido por un folk progresivo de rasgos jazzísticos (no en vano de este mundo son los intérpretes que acompañan al autor de Hard Nose The Highway) que deviene el viaje espiritual e intimista que las "semanas astrales" del título sugieren. La abstracción poética de las letras es musicada de una manera radicalmente hermosa, sencillez compositora que los arreglos y adornos instrumentales enriquecen sin anular. Son, pues, muchos los matices que advertimos mientras el león de Belfast canta, canta y canta, ya que su voz es la guía de este torrente de calma en el que conviven la luz y el dolor. Que con solo veintitrés años alcance Van Morrison semejante maestría hecha de introspección y sonido, de partituras volátiles que acaban siendo materializadas, es realmente llamativo, pero la aparición un años y pico más tarde de Moondance nos vendrá a decir que de casualidad o milagro, nada: talento, sensibilidad y trabajo. Y una carrera por delante que le situará en el lugar de los nombres más importantes (sí, ésos en los que están pensando) que los tiempos del rock and roll nos han dado.
lunes, 11 de febrero de 2019
Moondance
La introspección y la austeridad de Astral Weeks daban paso a la expansión instrumental en Moondance, tercer elepé de un Van Morrison que en 1970 llegaba a la misma perfección que Beatles, Dylan, Beach Boys y Love habían logrado la década anterior con, respectivamente, Rubber Soul, Blonde On Blonde, Pet Sounds y Forever Changes. Hablamos, pues, de una obra maestra sin ambages, bella hasta decir basta, éxtasis estético del genio irlandés bailando a la luz de la luna.
Porque no estamos simplemente antes diez temas excelentes escritos por el autor de Blowin' Your Mind!, que también; estamos ante un Van Morrison que canta como nunca escoltado por unos arreglos musicales extraordinarios que subliman con su calidez las melodías que ejecutan. Guitarras, saxos tenor, alto y soprano, flauta, piano, órgano, clavicordio eléctrico, vibráfono, coros, bajo, batería, tumbadoras y pandereta construyen una masa sonora irresistible que eleva la materia prima —las composiciones como esqueleto a cubrir— a ese nivel donde incluso los creadores más privilegiados llegan en escasas ocasiones. Es imposible encontrar en Moondance una nota de más, un ritmo mal encajado, un motivo desarrollado con desgana o una línea dibujada en vano. Que haya folk, que haya pop, que haya jazz, que haya R&B, que haya soul puede ser un dato informativo, pero que casi nada ilustra sobre la maestría desplegada por Van Morrison y los intérpretes que le secundan. Pocas veces la delicadeza tuvo tal consistencia, tal firmeza; pocas veces una idea artística fue plasmada con mayor coherencia; pocas veces los géneros o subgéneros sucumbieron y perdieron su significado en pos de un sonido único hecho por igual de melancolía y profesionalidad; y pocas veces —ninguna— la diosa Selene y su danza tomaron el espíritu de un poeta para que éste las homenajera en un álbum redondo como el satélite terrestre.
Por supuesto que la carrera de Van Morrison no había hecho sino empezar en 1970, pero un trabajo de la talla de Moondance no volverá a aparecer por el camino. Los habrá espléndidos, brillantes, magníficos, sí; sin embargo, los casi cuarenta minutos de magia acústica, de matices y detalles eternos trabajando a favor del conjunto, de canciones inolvidables que amplifican el susurro solo pueden ocurrir una vez, acaso dos si contamos el anterior y mencionado Astral Weeks. Milagros de la naturaleza, se les llama, y sirven para olvidar la vulgaridad de lo que nos rodea.