Mostrando entradas con la etiqueta Manta Ray. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Manta Ray. Mostrar todas las entradas

jueves, 9 de noviembre de 2023

Manta Ray

Entre finales del siglo pasado y comienzos de éste Manta Ray fue uno de los mejores grupos que practicaron rock en España. Su homónimo debut en formato grande ya muestra a una banda seguidora de la tradición experimental —psicodelia, kraut, noise…— que la música del diablo asumió desde la segunda mitad de los años sesenta, aunque es evidente que es la estela del esencial rock alemán la que manda entre las influencias.

El arranque instrumental de Manta Ray (1995) en forma de Adamo habla claramente de las intenciones del grupo asturiano, sonidos oscuros de tempo lento puestos en escena por la guitarra y voz de José Luis García, la guitarra de Nacho Vegas, el bajo de Nacho Vegas, la batería de Juan Luis Ablanedo e, invitada pero importante, la viola de Álvaro García García. Hay también teclados puntuales que no se especifica quién los toca, pero que sirven de excelente adorno que se ajusta con precisión al tono del álbum. Las melodías, las interpretaciones, los arreglos y las letras navegan en un mar turbio de "acordes menores y atmósfera enrarecida", como bien afirma Estanis Solsona, que hacen de la experiencia de escuchar el disco un goce estético esculpido sobre una insistente desazón existencial. Los títulos de la canciones no se quedan atrás anunciado las sensaciones que van a transmitir. The Last Crumbs Of Love, Four Tears In Her Face, I Send To You My Blues, Secrets, Someone Else's Life o la final Canción de cumpleaños para el señor Miseria señalan caminos tortuosos de tristeza que se van confirmando nota a nota.

El resto de la discografía de Manta Ray corroborará y ensanchará —sola la banda o en compañía de Corcobado o Schwarz— una obra espléndida que ya en su primer paso mostraba un desprecio por los lugares comunes o las fórmulas sobadas. Manta Ray así lo afirmaba rotundamente.


 

miércoles, 17 de febrero de 2021

Pequeñas puertas que se abren y pequeñas puertas que se cierran

Tras los trabajos compartidos con Diabologum y Corcobado, Manta Ray registraba su segundo y excelente álbum (Pequeñas puertas que se abren y pequeñas puertas que se cierran, 1998), paso adelante de la banda asturiana y último con Nacho Vegas como miembro de la misma, acontecimiento que en nada perjudicará a los autores de Torres de electricidad y que sumará una gran carrera en solitario.

La gravedad, el dramatismo y el misterio conducen un disco en el que la osamenta básica del rock (guitarra, bajo, batería) se ve superada por la presencia de caja de ritmos, theremin, metalófono o samples (Maria Callas, Jacques Brel, Moonshake, Astor Piazzola, Einstürzende Neubaten y Marianne Faithfull) en la línea vanguardista que Manta Ray había heredado de los movimientos experimentales agrupados bajo etiquetas como psicodelia, krautrock y —posteriormente— post-rock. Cual ensimismada banda sonora de una película de David Lynch atravesada por la herencia de Kraftwerk, Neu!, David Bowie y Brian Eno, Pequeñas puertas… desarrolla una musicalidad exquisita, esmero instrumental que refulge especialmente en "X" Track, Sandun, Wide-o Blues y Sad Eyed Evil, que con su magnífico crescendo se encarga de completar las once canciones del conjunto.

No nos dejamos en el tintero las colaboraciones de Chris Brokaw en esa desconstrucción country que plantea Smoke y de Thalia Zedek en la nana sui géneris Stars In Your Eyes; es decir, de la columna vertebral de Come. Dos nombres que siempre aportan y que sirven para dar aún más prestancia a unas puertas tras las que se esconderá —solo habrá que esperar dos años— la obra maestra de los de Gijón: Esperanza.



jueves, 27 de diciembre de 2018

Heptágono


El comienzo del siglo XXI traía consigo un proyecto que unía a dos de las más personales bandas españolas del momento. De espíritu kraut y querencia vanguardista, Manta Ray y Schwarz generan su discurso en coordenadas similares, con lo que Heptágono (2001) es un trabajo que a nadie podía extrañar. Dos temas de los asturianos, dos de los murcianos, uno conjunto, una versión de Kraftwerk y otra de Brian Eno (2+2+1+1+1=7, los siete ángulos y lados del heptágono) dan forma a un disco excelentemente interpretado al que es difícil poner un pero que no sea el de la obviedad de los artistas elegidos para adaptar sus originales, objeción algo forzada dada la belleza que conservan Antenna y On Some Faraway Beach en manos de ambos grupos. Samples, loops, guitarras, bajos, baterías, percusiones, teclados y órganos varios, voces y un theremin dan vida a una mixtura que, aunque no sorprenda, funciona a la perfección. Si cinco de los cortes son tocados por ambos grupos, Manta Ray se encarga en solitario del I'm Bored With Rock'N'Roll de Schwarz y Schwarz hace lo propio con el If You Walk (By Love) de Manta Ray, logrando cada uno adaptar a sus características el sonido del otro. De las lecturas de Kraftwerk y Eno, la primera destaca por su paso del lenguaje electrónico al del rock, si bien rock cimentado en la misma escuela alemana de los años setenta, y la segunda por doblar en duración a la grabada para Here Come The Warme Jets, regodeándose los siete músicos durante diez minutos en las emociones allí registradas por Eno. Siete músicos que nos remiten de nuevo al inevitable título de esta hermosa colaboración de la que muy pocos deben de acordarse: Heptágono.

lunes, 20 de noviembre de 2017

Torres de electricidad


Todavía quedaban dos años para dar su carrera por finiquitada cuando Manta Ray publicaba el que a la postre sería su testamento discográfico. Torres de electricidad (2006) clausuraba, pues, la obra de una banda esencial que forjó su camino sin cesiones al mal gusto que le desviaran de sus objetivos artísticos. Aun no brillando al nivel de la que considero su obra maestra, Esperanza, el álbum es una muestra más del talento del grupo asturiano y cuenta con una mayoría de canciones tituladas en castellano, pérdida del predominio del idioma inglés que los autores de Estratexa venían ya acentuando en los dos trabajos que acabamos de citar.

Con Kaki Arkarazo repitiendo en la producción, los diez temas que contiene el CD suenan a Manta Ray por los cuatro costados y son dueños de una pujanza inquebrantable. El rock electrónico e industrial de la banda puede ser taciturno o torrencial, pero nunca deja de ser parcialmente áspero, esquivo, distante, como si no se entregase del todo al oyente o lo hiciera con tirantez. Instrumentalmente los cuatro miembros fijos del grupo lo bordan, asistidos por los vientos de Igor "Fino" Ruiz, Jon Elizalde y Aritz Lonbide y la viola de Sara Muñiz. Las atmósferas que tejen Xabel Vegas (batería y coros), Nacho Álvarez (bajo y teclados), José Luis García (guitarra y voz) y Frank Rudow (teclados, bajos y samples) son tan opresivas y arcanas como de costumbre, altivos retazos existenciales de herencia kraut que reclaman su espacio propio.


El río de melodía y ruido desemboca en los diez minutos de Torres de electricidad, compendio del conjunto cuya inicial y morbosa languidez acaba convertida en una descarga de high energy digna de Union Carbide Production completada por un sample repetido en bucle —música concreta en toda regla— que cierra ominoso el disco y el paso por los estudios de grabación de Manta Ray. Un cuarteto —aquí ampliado cuando es necesario— que demostró una personalidad arrolladora dentro de la tradición más vanguardista del rock and roll.

viernes, 7 de septiembre de 2012

Esperanza


Si algunas etiquetas son para echarse a temblar, ante aquéllas que llevan delante el prefijo "post" es mejor salir corriendo. El rock tampoco ha sabido librarse de una denominación tan indeterminada capaz de generar todos los significados que se desee. El término "post-rock", creado por Simon Reynolds a mediados de los años noventa, sin embargo, contiene en su vacuidad su propia y terrible ¿virtud? (que suena a bíblica advertencia): el reino musical fundado por Elvis Presley ya nada nuevo tenía que ofrecer y solo valía aferrarse a patrones pretéritos para repetirlos con mayor o menor gusto, mayor o menor acierto. El crítico pliega las velas, se rinde ante la evidencia e intenta disimular el desastre con neologismos abstrusos en su simpleza. ¿Intenta el crítico salvar el rock o su culo? ¿Estamos, por lo contrario, ante un caso de incapacidad (o falta de riesgo) léxica? ¿No será que se esquiva el análisis del objeto particular con la pretenciosa afirmación de que el rock ha muerto?

No lo esquivaremos aquí e iremos al grano. Tercer disco de Manta Ray, primero sin Nacho Vegas, Esperanza (2000) es, en teoría, un álbum de un grupo de post-rock. Incluso admitiendo que dicha etiqueta sirva, según la Wikipedia, "para describir el sonido de algunas bandas de rock que utilizan instrumentos propios del rock, pero incorporando ritmos, armonías, melodías, timbres y progresiones armónicas que no se encuentran dentro de la tradición del género", hay cientos de ejemplos que prueban que ese post-rock corre en paralelo, prácticamente, a la historia del rock, con lo que atándonos a esta acepción concreta vemos también —así de triste y radical— que es falsa y no sirve para nada. Escuchemos, pues, los sonidos de la banda asturiana, coproducidos por Kaki Arkarazo, y veamos qué nos ofrecen.

Rita abre en forma de instrumental lo que se percibe como una consolidación definitiva. Por muchas vanguardias noise, kraut o electrónicas que lo alimenten, Manta Ray vende un producto que tiene copyright estético y que solo el grupo fabrica. Soy quien no fui sigue transitando parajes esperanzadores que confirman y aumentan lo conseguido gracias al excelente y anterior Pequeñas puertas que se abren y pequeñas puertas que se cierran. Y por primera vez, si no me equivoco, nos muestra a la banda cantando en castellano. La vida continua (zu gabe) es otro instrumental subyugante al que se yuxtaponen las notas enfermizas pero adictivas de Esperanza. Tanto ésta como Nachtfrost —en parte por el piano de Xaime González Arias— recuerdan inevitablemente a David Bowie (no sólo el de finales de los setenta) y a Brian Eno. Frente a estos cinco primeros temas tan atmosféricos —guitarra, batería y bajo conviven con loops, ambientes, samples, micromoogs, bases, premezclas, etc.—, The Dirty Blues, If You Walk… y No me dicen nada —sin abandonar en absoluto el sustrato experimental— representan el lado más roquero, guitarrero (o cercano a "la tradición del género", como decía la Wikipedia) del conjunto gijonés, en el que se cuela un sample espectral del gran Robert Johnson. A estas alturas —mientras calificamos a The Ground Is Wet como rock industrial, incurriendo quizá en contradicción de la que somos conscientes— ya podemos afirmar que estamos ante un trabajo espléndido, pero los más de diez minutos de Cartografíes (divididos en tres partes, Mi, Última y Esperanza) catapultan al álbum, en mi opinión, a la más alta cota artística, dejando que la emoción de un crescendo sobrecogedor ponga el mejor de los colofones posibles.

Los más que dignos Estratexa y Torres de electricidad completarán la discografía de Manta Ray —a la que hay que añadir colaboraciones imprescindibles con Corcobado y Schwarz— antes de separarse en 2008, pero no superarán la obra que ha quedado como santo y seña —justo a la mitad del camino— de la idiosincrasia de un grupo que hizo rock a su manera, sin prefijos (o sufijos) que solo valgan de adorno gratuito. No hay ninguno en Esperanza, y aunque pueda estar de más, terminamos confirmándolo.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Estratexa

Finiquitada su trayectoria en 2008, los quince años de carrera de Manta Ray le descubren como a uno de los grupos más creativos y excitantes del rock español de su tiempo. En 2002, sin embargo, cuando entran en los Estudios Gárate de Guipúzcoa de la mano de Kaki Arkarazo para registrar lo que será Estratexa (2003), los asturianos han tocado techo con su obra maestra, Esperanza, y con el inmediatamente posterior Heptágono, álbum compartido con Schwarz en una fantástica e inolvidable experiencia.

No está Estratexa a la altura, era demasiado pedir, pero es un trabajo que mantiene un buen nivel. Sin renunciar a su particular articulación del kraut y el noise —base sobre la que construyen su rock oscuro y sofisticado, que no afectado—, Manta Ray endurece las guitarras y acelera el ritmo en temas cortos como Qué niño soy (con espléndido uso del wah-wah), Asalto, Monotonía y Ébola, reivindicándose frente a punkis y garageros de dos neuronas que rechazan a los asturianos por pretenciosos, por un lado, y recordando a sinfónicos y progresivos que ellos son un grupo de rock and roll (como pueda serlo Radiohead), por otro. El resto del álbum lo dedican a profundizar en el discurso cimentado en anteriores discos: cercanos a Kraftwerk en Take A Look o la instrumental Rosa Parks (dedicada a la famosa mujer negra que ocupó por primera vez un lugar destinado a los blancos en un autobús del estado de Alabama); con una cadencia y un sonido que remiten a Sonic Youth en Another Man; o en un terreno intermedio que les define a la perfección mediante la pieza también instrumental que intitula el trabajo, soberbiamente empalmada, por cierto, con Qué niño soy gracias a un cortísimo silencio que parece negar su condición de solución de continuidad, pues se utiliza la interrupción —ahí reside la magia del asunto— para servir de cadena de transmisión.

Más allá de la calidad concreta del trabajo, es indudable que no hay venalidad o concesiones en Manta Ray. No es ajeno a ello el que el título del disco y sus títulos de crédito estén en asturiano o que en Añada se pueda escuchar un sampler del grupo Muyeres de "el sonido de la leche cuando se revuelve para hacer manteca", tal y como afirma el grupo en los mencionados créditos. Manta Ray fue a su aire en los musical y en lo (llámese) político, nacional o cultural. Se podrá estar de acuerdo o no, pero —y todo está relacionado— gracias a ello tenemos discos tan especiales como Estratexa. Gracias a la coherencia y la libertad con la que Manta Ray construyó su carrera.