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lunes, 10 de noviembre de 2014

Agila


No es que cambiase la peculiar morfología de sus canciones; no es que éstas fuesen sustancialmente mejores que algunos de los temas más redondos grabados por el grupo; no es que las teclas y los vientos no hubiesen aparecido ya en elepés previos; no es que esa mezcla de procacidad y sensibilidad no formase parte del ADN de las letras de Robe Iniesta desde el primer álbum. No. Es la manera en que cada pequeño elemento es matizado para alcanzar una mayor sofisticación y —esencial— el sonido logrado por la producción de Iñaki "Uoho" Antón lo que hace que lo que hasta entonces había sido notable en Extremoduro se vuelva sobresaliente en Agila (1996).

Citando a Machado, Miguel Hernández y Neruda e invocando a "Gillespie, Zappa, Mercury y Camarón", la tríada de arranque (Buscando una luna, Prometeo y Sucede) endurece el discurso progresivamente para acercase al metal en el tercero de los cortes, cuya primera estrofa (el primer verso, de Neruda) define muy bien lo que siempre ha sido Iniesta:

"Sucede que me canso de ser hombre
sucede que me canso de mi piel y de mi cara
y sucede que se me ha alegrado el día ¡coño!
al ver al sol secándose, en tu ventana: tus bragas".

So payaso es, en mi opinión, el punto álgido del disco, espléndida composición redondeada por el trombón de varas y el piano. El romanticismo según Extremoduro se define por letras como:

"Quiero ser tu perro fiel,
tu esclavo sin rechistar
que luego me desato y verás,
¡a ver qué me dices después!".


El día de la bestia —de la película homónima de Alex de la Iglesia— pasa del funk al punk y del heavy metal al rock progresivo sin inmutarse. Esa pequeña broma llamada Tomás precede a ¡Qué sonrisa tan rara!, en la que Albert Plá es invitado para cantarnos

"¿Cuánto tiempo hace que no follaba?
me abrazaste y se me puso dura,
yo ya empiezo a notar desbordarse
los pantanos de toa Extremadura".

Cabezabajo, Ábreme el pecho y registra y Todos me dicen mantienen ese difícil equilibrio estructural de las canciones de la banda, yendo de aquí para allá, cambiando de registro de manera brusca, encontrando la poesía en versos que son oxímoron ("Perdido entre montañas, no conozco este lugar / y tengo la sensación de haber estado, aquí, antes ya"); contraste burlón ("El cielo estaba rojo como una amapola / los ojos también rojos de no haber dormido"); o fantasía:

"Tú te crees que yo me invento
de qué color es el viento,
me lo encuentro por la calle
y siempre paro a hablar con él".

Al trotar vacilón de Correcaminos estate al loro se yuxtapone ese trallazo llamado La Carrera, macarrada de tomo y lomo que no puede ser más explícita:

"Al final de la carrera
ningún título te van a dar,
sólo te han dado un carné
politoxicomanía total
y te quedan muchas venas por chutar",

al hablar de los estudios tan especiales que sigue dicho individuo. Sin abandonar el mundo de las drogas, pero cambiando punk por flamenco, Me estoy quitando despide el álbum con una versión de Tabletom que dice mucho —si no la han dicho ya de sobra sus canciones— sobre la personalidad intransferible de Roberto Iniesta y su grupo, Extremoduro, que en Agila alcanzaba su nivel más alto hasta ese momento y que, a día de hoy, es un clásico del rock español. Por mucho que los gafapastas se espanten o los más finos echen pestes.