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miércoles, 27 de junio de 2018
Clutching At Straws
Una cita del Elogio de la locura de Erasmo en la contraportada, un título que alude a la última de las esperanzas (bien débil, bien utópica, bien falsa) y la presencia en la portada y en la contraportada de Robert Burns, Dylan Thomas, Truman Capote, Lenny Bruce, John Lennon, James Dean y Jack Kerouac dan a Clutching At Straws (1987) un atractivo, quizá un misterio, previo a su escucha. El último elepé en estudio de Marillion con Fish, por supuesto, no se conforma con las apariencias y despliega un espléndido pop progresivo que enlaza con el poderío melódico y emocional de su anterior Misplaced Childhood. Los referentes citados van tomando sentido en las letras y en la voz de Fish mientras que Steve Rothery (guitarra), Mark Kelly (teclados), Pete Trewavas (bajo) y Ian Mosley (batería) demuestran su habilidad instrumental y compositiva. A pesar de su carácter desmitificador o paródico, la única canción que desentona es Incommunicado, uno de los singles más radiados de la banda británica. Ni su tono ni su tempo casan con la cadencia y la belleza del resto del álbum —nacidas mayormente de la preocupación, la culpa y la incertidumbre de quien se agarra a un clavo ardiendo, como anuncia su título—, el cual, perdido en la noche (That Time Of The Night), abrazado a la denuncia política (White Russian) o entregado a la balada perfecta (Sugar Mice), navega en un ambiente grave que solo se disuelve en el desaforado final de función en que se convierte The Last Straw durante sus últimos segundos. Un mordaz Happy Ending prácticamente imperceptible clausura Clutching At Straws y la obra de Marillon con su primer cantante, el exclusivo periodo del grupo al que he prestado atención y que sigue sonando fantásticamente.
jueves, 9 de enero de 2014
The Thieving Magpie (La Gazza Ladra)
Lo admito: jamás he prestado atención a Marillion pos Fish, ni a lo que éste ha hecho en solitario. Para mí, Marillion es el grupo de Fish, y Fish, el cantante de Marillion; no por cotejo, que faltaría a la verdad, sino porque nunca pude concebir al quinteto británico sin el escocés al frente, ni imaginar a éste por su cuenta sin la compañía de Steve Rothery, Pete Trewavas, Mark Kelly y Ian Mosley. Obviamente, son prejuicios de adolescente de lo que hablo, pero, aunque la mayoría los tumbe y anule la razón (adulta), otros siguen ahí sin apearse del burro. Tampoco he sabido nunca muy bien por qué me han seguido gustado discos como Fugazi o Clutching At Straws, pues no es un tipo de música la suya —el rock progresivo— que servidor escuche habitualmente. Muchas bandas de las que disfrutaba antaño hoy en día me parecen sencillamente espantosas y ridículas, pero Marillion y Fish han seguido ahí inmutables incluso aceptando la influencia evidente de un grupo tan pretencioso y falaz como Genesis. Quizá sea que hay más pop de lo que parece en su propuesta; quizá la melancolía de sus melodías y sus letras; o, quizá, que, con catorce años, empecé a fumar y tuve mi primera novia mientras escuchaba sin parar, durante aquel inolvidable verano de mediados de los ochenta, Misplaced Chilhood y —¡sí, ambos!— Never Mind The Bollocks.
The Thieving Magpie (La Gazza Ladra) fue el doble elepé en vivo que —reuniendo materiales de diversas épocas grabados entre 1984 y 1987 y publicados en 1988— resumía cuatro álbumes en estudio realmente logrados y despedía a Fish para dar paso a Steve Hogarth. No son muchas, la verdad sea dicha, las diferencias que la música de Marillion ofrece en directo respecto a sus discos, aunque sí gana en intensidad, ésa que provoca la presencia de un público enamorado de la banda. Así que para lo que nos sirve —realmente— The Thieving Magpie es para disfrutar de unas canciones que siguen relucientes a pesar del paso del tiempo. Tras el fragmento de la obertura de la ópera de Rossini que da título al trabajo, Slàinte Mhath enseña a un quinteto seguro de sí mismo sin llegar a la arrogancia, que continúa poderoso con He Knows You Know y se ancla en la tristeza de Chelsea Monday para no dejarla al repasar por completo la primera cara de Misplaced Chilhood. Toda la nostalgia de la infancia perdida que indica el título, los amores rotos y demás marcas arduas de sobrellevar que nos va dejando la existencia se concentran por igual en las notas que desgrana la banda y las palabras que salen por la boca de Fish, especialmente en Kayleigh, el más famoso de los temas del grupo. La primera parte del segundo elepé repasa Fugazi, el segundo disco de Marillion, mediante Jigsaw, Punch & Judy y el tema homónimo, entre los que se cuela la balada Sugar Mice, del cuarto trabajo del grupo y último con Fish al frente, Clutching At Straws. Es éste precisamente el que protagoniza la cuarta cara, si bien a la parodia (sigo dudando si fallida o no) que es Incommunicado y la enorme White Russian —denuncia de los rebrotes nazis de aquel entonces—, antecede Script For A Jester's Tears, el largo y complejo corte que ponía nombre al debut de la banda.
Finiquitaba así a un disco en directo, sí, pero —mucho más allá— se clausuraba una etapa de una banda —Marillion— que con Fish ya fuera de la misma parecía ciertamente, si no imposible, muy diferente e incierta. No puedo yo juzgarla, repito; fui de los que me retiré a la sazón y decidí olvidarme de quien tantas alegrías (¿o sería más apropiado decir tristezas?) me había dado. Quién sabe, quizá algún día me dé por escuchar Season's End o Afraid Of Sunlight (Vigil In A Wilderness Of Mirrors o Internal Exile en el caso de Fish) para saber si realmente hice bien o no; mientras tanto, volveré a pinchar The Thieving Magpie —por ejemplo— y me dejaré envolver por su hermosura y el recuerdo de un tiempo ya totalmente muerto a mi edad, pero vivo en mi memoria.
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