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sábado, 23 de marzo de 2013
The Stooges
El rock más básico, la actitud más cafre, las emociones más primarias… Iggy Pop, los hermanos Asheton, Dave Alexander… Los Stooges, sí, amigos míos, los Stooges debutando a las ordenes de, no podía ser otro, John Cale en 1969. La otra cara de la moneda del high energy parido en Detroit, MC5, fustigaba al sistema y lo daba a conocer en formato físico meses antes mediante un inconmensurable elepé en vivo llamado Kick Out The Jams y publicado por Elektra. The Stooges, a pesar de ver la luz con la misma compañía, pasaba del sistema y petrificaba en canciones asesinas un entorno hostil y peligroso al que se respondía con mayor hostilidad y peligro. El aburrimiento y el sexo dan lugar a estampas anticostumbristas interpretadas por quien todavía es Iggy Stooge y galvanizadas por el wah-wah de Ron Asheton, la percusión de su hermano Scott y el bajo de Alexander. El ritmo y los riffs aprendidos de Bo Diddley y los Stones, la electricidad arrebatada a la Velvet y el desparpajo de quien hace de sus limitaciones valor absoluto penetran los surcos y salen de ellos en forma de lo que hoy son clásicos incontestables como 1969, I Wanna Be Your Dog, No Fun, Real Cool Time, Not Right y Little Doll. Los Stooges más experimentales, que habían disimulado con excesos estéticos su falta de pericia mientras aprendían a tocar sobre los escenarios, se diluyen en el estudio para concentrar su poder en temas más cortos y concisos que servirán como inspiración directa al punk rock. Solo la cadencia lenta y ácida de Ann y el drone de diez minutos que articula We Will Fall —en el que Cale incorpora su viola— se escapan de esta tónica, pero inciden por igual en el ambiente de paranoia estática que informa todo el disco. A diferencia de sus maestros, que habían inventado el rock and roll y transformado la sociedad mientras hacían bailar al personal y no perdían la sonrisa de la cara, los Stooges no estaban para bromas y su música podía disfrutarse sin mover músculo alguno. El mundo iniciaba la decadencia tras el (comienzo del) fin de las utopías, y el grupo de James Osterberg se encargaba de reflejarlo, no como preocupado analista de la izquierda anticapitalista, sino como correo indiferente de tal hórror vacui. La dicotomía MC5/Stooges quedaba, así, planteada en lo político, si bien en lo artístico ambos daban fe de una personalidad extraordinaria que se vería confirmada y aumentada en sus siguientes trabajos. Imitadores, claro, los tendrán a porrillo, pero la autenticidad se quedará en aquellas grabaciones todavía infinitas a las que The Stooges tiene la fortuna de pertenecer por derecho propio.
miércoles, 1 de febrero de 2012
Raw Power
En febrero de 1973, días después de la firma de los Acuerdos de Paz de París, por los cuales Estados Unidos se comprometía a abandonar Vietnam —un fracaso monumental para la maquinaria bélica norteamericana que no pudo con un pueblo heroico y sacrificado hasta el paroxismo—, se publicaba Raw Power. Si hasta ese momento se habían conocido decenas de canciones de los artistas más relevantes en las que se criticaba la invasión del país asiático, el encarnizamiento con que actuaba el ejército yanqui y otra serie de hechos (laterales o colaterales) relacionados con la guerra, el tercer disco de los Stooges era la Guerra del Vietnam llevada al rock and roll. No había juicios sobre el bien o el mal, sino el vitando latir que aquella confrontación armada había dejado en la sociedad americana, sí, pero, sobre todo, en los soldados que habían sido enviados al pandemónium en nombre de los intereses económicos camuflados de grandes ideales. Les suena, ¿no?
Obviamente, otras lecturas pueden ser tan o más acertadas, pero lo que es incontestable es la música que contiene Raw Power, una de las obras maestras más absolutas que ha conocido el rock. Milagrosamente, mantenía el estratosférico nivel de Fun House, el anterior álbum de los Stooges, aunque Ron Asheton quedase relegado a las cuatro cuerdas al ser sustituido por el también excelente, pero diferente, guitarrista James Williamson. La mítica imagen de Iggy Pop en la portada —animal distante, morboso y peligroso— presenta el sangrante y deletéreo ataque que inicia Search And Destroy —tema basado directamente en un artículo sobre la Guerra del Vietnam—, cuyo fuego destruye pero acendra al mismo tiempo. Gimme Danger es lo más cerca que jamás estuvieron los Stooges de una balada, aunque el resultado sea igual de amenazador y cortante, si no más, que Your Pretty Face Is Going To Hell, el salvaje y veloz tercer tema de la primera cara. Penetration, el último, nos invita a navegar por mundos alucinatorios y explícitamente sexuales, la hermosa pesadilla de un marine muerto de miedo en la selva, siguiendo con nuestra metáfora. La segunda mitad nos ofrece el "auténtico rock básico" del que habla Iggy Pop y pone título al elepé, Raw Power; una nueva deconstrucción del blues, I Need Somebody, operación que ya había dado una pieza maestra como Dirt en Fun House; el mejor riff salido de la punzante guitarra de Williamson, Shake Appeal; y el viaje final a la perdición y el escombro, Death Trip, la vuelta al hogar vencido y humillado, aunque la victoria habría significado la misma miseria, la misma repelencia. Cierto es que, como afirma Jaime Gonzalo, Iggy Pop cantaba "al sadomaso y el sexo torturado, a la dominación y la sumisión, a la heroína, a la paranoia", pero el trauma y el horror bélicos se pueden medir según parámetros similares. Frente al buen rollo hippie, el "corazón lleno de napalm" de los Stooges atacaba al oyente negando cualquier utopía, sustituyendo las pancartas de protesta por la descripción inmisericorde de una realidad lacerante, cruda como el poder del título.
La miasma que desprenden la producción de Pop y la polémica mezcla final de David Bowie —en la que la base rítmica de los hermanos Asheton parece una fantasmagoría bajo los feroces punteos de Williamson y los alaridos de Pop— termina por completar un cuadro bellísmo hecho a base de elementos deprimentes y agresivos. La remezcla de Iggy Pop dada a conocer en 1997 —a pesar de haber sido duramente criticado por Williamson y Ron Asheton— mejora el sonido original, pero pierde parte de su cualidad arcana sin dejar de ser —tampoco perdamos el norte— el de un álbum esencial. Sea de esto lo que fuere, con Raw Power en las tiendas, el punk, claro, estaba servido, aunque ninguno de los mejores discos que surgirá del movimiento —entre otras cosas porque el grupo de Detroit jamás hubiera formado parte de movimiento alguno que no fuera uno bautizado con su nombre— resultará tan inquietante y original como el trabajo de unos Stooges que, para aquel entonces, ya habían dado la partida por finalizada.
lunes, 28 de junio de 2010
Fun House

Grabado en directo en los Elektra Sound Recorders de Los Ángeles, con algún overdub de Ron Asheton, el metálico riff de Down On The Street nos adentra en un mundo de droga y paranoia que se acentúa en Loose y T.V. Eye, dos bombas de relojería de las que beben por igual punk, hardcore y heavy metal. Los majestuosos siete minutos de Dirt, su particular visión bañada en ácido del blues (que los Stooges seguirán retorciendo en Raw Power), ponen fin a la primera cara. Es entonces cuando entra en escena el saxofón de Steven Mackay, epígono de John Coltrane y Ornette Coleman, y, junto a los hermanos Asheton y Dave Alexander, lleva el planteamiento stooge a su máxima libertad, radicalidad y lirismo en 1970 y Fun House, piezas que, siguiendo su propia lógica y la de toda la grabación, sólo pueden concluir en el paroximso atonal y feroz de L.A. Blues, cerca de cinco minutos de ruido infernal que tanto pueden poner fin como dar comienzo a la pesadilla.

Aunque pueda parecer imposible, dada la intensidad y dimensión del logro, los Stooges (Iggy and The Stooges, si hablamos con propiedad; Pop era la figura que fascinaba a David Bowie y a tantos otros, y el que podía dar mayor tirón comercial a la banda), con James Williamson a la guitarra, relegado Ron Asheton a las cuatro cuerdas, serían capaces, tres años después, de igualar el nivel de Fun House con Raw Power, otro álbum soberbio y definitivo. Nacidas de ordenar el caos a su manera, la perfección y coherencia a las que hacíamos mención más arriba, sin embargo, hacen de Fun House, en mi opinión y en último término, el mejor de los discos de los Stooges.
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