Mostrando entradas con la etiqueta Jean-Pierre Jeunet. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Jean-Pierre Jeunet. Mostrar todas las entradas

domingo, 12 de abril de 2015

El ingenio, los artificios y la joven parisina



Curiosa la apuesta de Jean-Pierre Jeunet, que con Amélie (2001) retomaba su carrera francesa y dirigía su segundo proyecto en solitario tras el absoluto fracaso artístico de Alien: Resurreción (1997 ) —cuarta parte de una saga finiquitada de sobra por Ridley Scott en la primera—, tímida aplicación a la maquinaria hollywoodiense de su praxis cinematográfica. Ya en solitario, sin la compañía de Marc Caro, Jeunet recuperaba el universo de Delicatessen (Jean-Pierre Jeunet y Marc Caro, 1991), su primera y divertida película, y firmaba su mejor obra, a base de un desmesurado estilo de acumulación que recordaba, en parte, al Terry Gilliam de Miedo y asco en Las Vegas (1998). Un estilo en el que el ingenio se sitúa por encima de la verdadera creatividad, aunque en este caso las virtudes sean innegables y el resultado positivo, al contrario que en La ciudad de los niños perdidos (Jeunet y Caro, 1995) y la mencionada Alien: Resurección, que parecen chistes malos contados por algún graciosillo.


Amélie Poulain es una joven parisina que trabaja en un café. Un día —el mismo día en que muere Diana de Gales— descubre en su casa una caja con los recuerdos de infancia de alguna persona y decide buscar a su propietario. Si éste muestra alegría al entregársela se dedicará a hacer el bien; si no, será indiferente. Con este planteamiento, y haciendo como Rohmer hincapié en las casualidades, Jeunet construye un mosaico de personajes y situaciones surrealistas —que no son sino hipérbole del costumbrismo galo— en el que tiene más importancia el desarrollo de cada una y la descripción de cada uno que la trama en sí, la cual adolece —prácticamente inexistente de manera consciente— de una construcción más sólida, cayendo por momentos en arritmias indeseables.


Cargado de angular y todo tipo de artificios visuales y sonoros, Jeunet cuenta, en el fondo, una pequeña historia cotidiana —llena de amor por el detalle— de una forma diferente, siempre vistosa y atractiva para el espectador. Que este estilo sea discutible ya es agua de otro cantar. Las películas de Jeunet son un collage en las que todo cabe (desde la publicidad hasta el cine de Tati, pasando por un gusto indudable por los juegos infantiles), y esa dispersión hace temer lo peor de los criterios estéticos tan latos que, por querer ser mucho, acaban convertidos en nada. Pero creo que en esta ocasión dichos criterios no sirven para crear un delirio vacuo, sino más bien una entrañable historia de sentimientos a todos cercanos, o al menos fácilmente identificables. No es Amélie, en definitiva, una película por la que yo pondría la mano en el fuego, pero sí una que defiendo, aunque airee ciertas dudas o reticencias que me asaltan sobre su verdadero valor. Las mismas dudas o reticencias que puede guardar una caja como la que la protagonista del film encuentra.