Que lleves años trabajando en la sombra sin que tu obra logre el merecido reconocimiento, que seas pasto de minorías en tu país mientras las mayorías consumen productos sarnosos, no tiene demasiada importancia si tu carrera ofrece lecciones de buen gusto como las del sexto álbum de Los Marañones, publicado en 1999 bajo el título de Shangri-La. Pop (con guiños claros a Los Brincos), beat, hard rock, psicodelia, ska o bossa nova (a veces conviviendo en el mismo corte) dan al disco un eclecticismo elegante y preciso que, aunque siempre guiado por la consecución de la canción perfecta, significa un cambio de colores en la paleta que hasta ese momento manejaban Los Marañones. Además de las guitarras, la voz, el bajo y la batería, nos encontramos con adornos de piano, órgano, trombón, flauta, percusión y sección de cuerdas (compuesta de viola, chelo y violín) que hablan de un grupo que, sin rubor, ha madurado, no para aburrir al personal, sino para entregar uno de los trabajos más hermosos, variados y curiosos que ha conocido el rock español de los últimos quince años. No se quedan atrás, para redondear el asunto, unas letras deliciosamente naíf que casan muy bien con una música que se mueve de la ternura al vacile (y viceversa) con asombrosa facilidad. Todo en su sitio, sí, lástima que casi nadie conozca dónde está ese lugar.
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lunes, 26 de diciembre de 2011
Shangri-La
Que lleves años trabajando en la sombra sin que tu obra logre el merecido reconocimiento, que seas pasto de minorías en tu país mientras las mayorías consumen productos sarnosos, no tiene demasiada importancia si tu carrera ofrece lecciones de buen gusto como las del sexto álbum de Los Marañones, publicado en 1999 bajo el título de Shangri-La. Pop (con guiños claros a Los Brincos), beat, hard rock, psicodelia, ska o bossa nova (a veces conviviendo en el mismo corte) dan al disco un eclecticismo elegante y preciso que, aunque siempre guiado por la consecución de la canción perfecta, significa un cambio de colores en la paleta que hasta ese momento manejaban Los Marañones. Además de las guitarras, la voz, el bajo y la batería, nos encontramos con adornos de piano, órgano, trombón, flauta, percusión y sección de cuerdas (compuesta de viola, chelo y violín) que hablan de un grupo que, sin rubor, ha madurado, no para aburrir al personal, sino para entregar uno de los trabajos más hermosos, variados y curiosos que ha conocido el rock español de los últimos quince años. No se quedan atrás, para redondear el asunto, unas letras deliciosamente naíf que casan muy bien con una música que se mueve de la ternura al vacile (y viceversa) con asombrosa facilidad. Todo en su sitio, sí, lástima que casi nadie conozca dónde está ese lugar.
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