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lunes, 2 de septiembre de 2019
Ya Gotta Let Me Do My Thing
Su carrera con los Scientists, los Beasts Of Bourbon y los Surrealists debería situar el nombre de Kim Salmon entre el de los creadores más destacados e incorruptibles del rock fabricado en las últimas cuatro décadas. El hecho de que el extraordinario doble álbum Ya Gotta Let Me Do My Thing (1997), último trabajo de la primera época de Kim Salmon & The Surrealists, no solo no aparezca en ninguna lista de lo mejor de la década en la que ve la luz, sino que sea prácticamente ignoto, demuestra la decadencia e indolencia de la parroquia rocker, atenta básicamente a los nombres de toda la vida y a nuevos y falaces placebos en lugar de preocupada por investigar proyectos arriesgados y genuinos.
Grabado por Salmon en la cocina de su casa en Melbourne (imagino, aunque desconozco, que convertida ad hoc en estudio) y mezclado en Memphis por el maestro Jim Dickinson, el disco basa su arquitectura esencial en la voz y la guitarra de Salmon, el bajo de Stu Thomas y la batería de Gain Bainbridge, pero añade múltiples matices con los instrumentistas invitados, teclas, cuerdas y vientos siempre enriquecedores y nunca superfluos o vanidosos. Órgano, sintetizador, violines, viola, chelo, contrabajo, mandolina, trombón, saxo tenor y flauta (más la trompeta de Thomas y la cítara de Salmon) se suman puntualmente a un trío que suda litros de funk rock lascivo y poderoso en canciones espléndidas. El influjo de Jimi Hendrix, Funkadelic y Sly Stone se deja notar a lo largo del álbum, incluso en piezas disidentes como I Am A Voyeur, susurro del observador oculto; Medium, tremendo trance de casi diez minutos que muestra la vertiente más kraut y psicodélica de la banda; o el desenfadado single, country pintado de rock and roll, Put Your Trust In Me.
Publicado originalmente en Australia como la suma de un CD titulado Ya Gotta Let Me Do My Thing y un epé extra (You're Such A Freak) que repetía la canción que le daba nombre, ya presente en el disco, la imprescindible discográfica vasca Bang! Records lo rescataba del olvido en 2015 en una magnífica edición en vinilo que —presentando el trabajo como una unidad en forma de doble elepé y no duplicando You're Such As A Freak— nos permitía apreciar en carpeta grande los planos de Memphis y Melbourne que servían—respectivamente— de portada y contraportada. Lugares de cocción y aderezo de un guiso espectacular que solo han probado minorías muy selectas, que diría mi querido Juanjo Mestre. Una pena, pues en nada envidia, verbigracia, a obras maestras contemporáneas como Being There o Songs From Northern Britain. De ese nivel es del que hablamos.
domingo, 15 de marzo de 2015
Grand Unifying Theory
Veterano de batallas antípodas libradas a favor del bourbon y la ciencia, la lucha de Kim Salmon en este siglo sigue siendo la del francotirador que, atado a determinadas influencias, las expulsa con la máxima de las libertades posibles a un espacio visceral muy difícil de compartir. Resucitando a su grupo Kim Salmon & The Surrealists y utilizando técnicas de corta y pega ya usadas por otros (Can, Miles Davis…) y por él mismo, el músico australiano entrega un espléndido collage en el que kraut, high energy, funk, psicodelia, hardcore, progresivo y jazz son herramientas que el trío maneja para llevar a cabo su propio viaje científico-artístico. Como portada y título establecen, Grand Unifying Theory (2010) recoge exploraciones cuánticas del grupo grabadas en directo en el estudio en septiembre de 2008 y febrero del año siguiente. Kim Salmon (guitarra y voz), Phil Collings (batería) y Stu Thomas (bajo) liberan energía en forma de notas y sonidos y Michael Stranges se encarga de registrarla, además de tocar la percusión adicional que escuchamos. Si el prensado definitivo del elepé —tras la selección previa del material— da con una primera cara de siete canciones de duración convencional (no así su contenido y estructura), la otra mitad del vinilo expurga cualquier atisbo de normalidad mediante una extensa pieza de free form rock (dividida en dos partes sin solución de continuidad: Grand Unifying Theory I y Grand Unifying Theory II)) que insiste a su manera en esa (sana) tradición improvisadora que va de Amon Düül II y la Velvet Underground a Godspeed You! Black Emperor y Acid Mothers Temple —por ejemplo—, y que necesita del oyente abierto y cómplice para hacer suyo el trance en el que entran los intérpretes. Sin embargo, a nadie que haya notado los (evidentes) ecos de Funkadelic, Stooges y Jimi Hendrix y gozado de la querencia experimental, ácida y lo-fi de Turn Turn, The Order Of Things, RQ1, Pathological, Predate, Childhood Living y Kneel Down At The Altar Of Pop puede sorprender que su radical consecuencia sean los descarnados veinte minutos largos que se yuxtaponen al dar la vuelta al plástico. En ellos, la gramática sensorial de la orgía de feedback, el mantra eléctrico de hard funk y el noise minimalista —que deshace mientras exhibe el acervo aprehendido por el power trío sin caer en oxímoron o contradicción (solo en la habitual paradoja artística)— hace creer que, si no original, el rock and roll todavía puede ser bello, vivo y transformador. Aunque venga de la mano de un minoritario grupo australiano y esté editado por un pequeño y coqueto sello vasco (Bang! Records), Grand Unifying Theory dignifica la música modelada por Chuck Berry mucho más que toda la discografía de U2, Simple Minds, Muse y Lenny Kravitz. Y me quedo corto.
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