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lunes, 5 de junio de 2023

Pequeños incendios

Concluida la carrera de Malconsejo con el espléndido Vivir bajo el agua, Santi Campos cambiaba de ciudad y se trasladaba a Madrid con la intención de iniciar un trayecto en solitario que dos décadas después se significa como uno de los más brillantes del rock en castellano. Bien estrictamente a su nombre, al de Campos y Amigos Imaginarios o Herederos o como Amigos Imaginarios (banda que fabricará tres discos), el músico segoviano ha construido un cancionero personalísimo que, embadurnado de miedos, tristeza, fragilidad y cobardía, comenzaba en 2002 mediante Pequeños incendios.

Se percibe desde que el trabajo arranca En penumbra una querencia folk en el arropamiento y acompañamiento de los temas a la que St#2 suma la del country. Balada para un cuerdo ejerce de epítome de las obsesiones de Campos, respaldadas por un magnífico y emocionante trabajo instrumental. Folk rock que debe bastante a Neil Young, el de Si nada cambió se desliza hacia el pop en su estribillo, cosa que también hace St#3 en un tempo más lento y sufrido. Despierta la imaginación está dibujada con trazo naíf que contrasta con el tono crepuscular que desprende Mi canción de humo, mensaje de ayuda a la persona amada:

"Nunca me dejes marchar
sin ti me vuelvo oscuro
nunca me dejes marchar
sin ti soy solo humo".

Sigue narrando Campos las penas de su alter ego en Un ángel enfermo, los ecos de Young de nuevo en una composición que explota en su último y exultante tramo. Nana (para ahuyentar el miedo) lleva su pop folkie en el título, si bien no duda en añadir una deriva eléctrica en su desarrollo final. Folk y rock pantanoso se alían en Palabras, corte contundente y previo a Como un hielo en el sol. El undécimo y más largo fuego del álbum pone fin radicalmente existencialista y negativo ("Me fundiré como un hielo en el sol") ayudado por una música espléndida que no cauteriza ni hace menos desolador el viaje a los infiernos de su autor pero que lo expone con inquebrantable belleza. Grandes o Pequeños incendios que nunca han abandonado a Santi Campos, aquí se muestran ya muy notables, lo que no obsta para afirmar que los habrá mejores e incluso más vanguardistas. Cualquiera que bucee en este blog podrá dar fe de ello.

domingo, 30 de junio de 2019

La alegría


La línea que unía Una hora sin televisión y Museo de reproducciones —Malconsejo-Santi Campos-Santi Campos y Amigos Imaginarios-Amigos Imaginarios— la rompía el autor de Pequeños incendios en 2016 al volver a publicar en solitario Cojones. Se replanteaba Campos toda su carrera de una tacada con un elepé que se sumergía en sonoridades aparentemente ajenas a su credo estético. Y no es que el del músico nacido en Segovia hubiera sido uniforme o poco ambicioso, pero la vuelta de tuerca que suponía aquel álbum le situaba en otro nivel compositivo y sonoro. El resultado fue excelente, dejando muy altas las expectativas: ¿por dónde irían los tiros en el momento en que Santi Campos decidiera grabar una nueva colección de canciones?

Desde que a principios de 2019 se anunciara la campaña de mecenazgo múltiple para ayudar a que La alegría viera la luz supimos que no sería "exactamente un álbum doble, sino dos discos complementarios (…) con cuatro capítulos temáticos de cinco canciones cada uno", en palabras de Campos, "mi proyecto más suicida, la forma de dinamitar de una vez por todas la posibilidad de una salida comercial a mis desvaríos". No entraremos en lo de la salida comercial, pues es un asunto en el que prefiero ni pensar; sí lo haremos en la elegante y complementaria presentación de ambos volúmenes, en la significación de cada uno de los capítulos, en el análisis individualizado de las veinte composiciones y en la impresión global de un disco que no es solo de Santi Campos sino también de Herederos. Así es. A la voz, piano, otros teclados y guitarra de Campos se suman —sin contar invitados— la guitarra, sintetizadores, percusiones y coros de J.J. Extremera; los mismos instrumentos más el piano eléctrico de Joel García; la batería y percusiones de David Martínez; y el bajo, guitarra, teclados y percusiones de Alex Vivero.


Una educación católica —guiño explícito a Teenage Fanclub, influencia básica de Campos— es el título del capítulo 1. Cualquier oyente que haya ido a colegio de curas y tenga una mínima sensibilidad reconocerá muchas de las cosas que se nos cuentan. Cartas inicia el trayecto con unos versos que pasan por declaración de intenciones o introducción en positivo:

"Tengo cartas por abrir
que escribí desde el pasado
para que me recordaran
que siguiera intentando

Ser la mejor versión de mí".

Su solemnidad, marcada por el piano, contrasta con la virulencia del Ruido de fondo que dejan para siempre las "Personas estrechas y llenas de mierda" contra las que Campos carga nada más comenzar el tema. Rock, funk y ramalazos de techno sirven para acusar a quienes te han hecho la vida imposible y, a pesar de haberles perdido de vista, siguen ahí, en el camerino de tu psique, bien sean "Niños crueles en colegio de pago" o la eterna sombra de

"Todos tus antepasados
el niño Jesús, el apóstol Santiago,
tu abuelo Jacobo y Francisco Franco".

El giro final, en el que Campos se queda solo al piano para cantarnos:

"Perdona padre, no creo en ti,
buscaré la salida
y no volveré a venir por aquí",

enlaza con la tristeza de Los torpes, balada en plural mayestático sobre los diferentes, los que "No somos como los demás". Tatuaje es delicioso y muy elaborado pop que encierra una magnífica descripción del depresivo ahogado en su sufrimiento:

"Nunca te faltó ningún ser querido
pero sufres como quien ha vivido
una guerra que solo ocurrió en tu mente
y actúas como si fueras un superviviente".

Breve y fantasmagórica, Enid Blyton clausura Una educación católica con el retorno a la casa paterna por Navidad, al cuarto donde "Todo permanece intacto", entre otras cosas los libros de la escritora inglesa.

Podría llover, magnífica composición que tiene mucho de Beck y bastante de los Black Keys, navega entre el escepticismo, la esperanza y el conformismo y encabeza el segundo capítulo, El viaje, en el que se pasa a la edad adulta y al movimiento. Un ángel es la visión idealizada y poética de un indigente que supuestamente se suicida y

"Entonces fue cuando
pareció contento
entonces estuvo, al fin,
en paz y satisfecho".

Su exquisita instrumentación y sus hermosas armonías son confrontadas por la desnudez de Pueblo fantasma, o el cantautor que recuerda a aquéllos que

"Salieron buscando la gloria
menospreciando toda su historia,
no se percataron de que años después
no habría hogar al que volver".

El funk posmoderno y progresivo de la espléndida Barcelona es "tan solo es una canción de amor" y no "una declaración de guerra" a la ciudad condal. Las emociones se desbordan en Sismo, crónica de la supervivencia tras el terremoto que sirve para decir adiós a El viaje con otra canción inapelable. (Que no se nos olvide destacar los coros de la amiga imaginaria Ester Rodríguez, presente en el 80% del capítulo.)


El capítulo número 3 —Polizones— habla del amor (y el desamor) y me parece tanto musical como líricamente superlativo. Vino y diazepam es una pieza inmaculada soberbiamente ejecutada que habla de las cosas "Antes de cambiar el sexo / Por vino y diazepam", "Antes del apagón". Ecos de Nick Cave y Kim Salmon y un sentido del humor que se echaba en falta es lo que hay en Adosados, que se ocupa de mantener la altura creativa. Sentido del humor que desaparece en la escalofriante Dos mujeres, soul y pop cocinados a la manera de Santi Campos y Herederos (¡joder, qué personalidad tienen!) cuyo estribillo envuelve la melodía en lágrimas:

"Hay dos mujeres
que siempre vienen a mi habitación,
una no me quiere
y a la otra no la quiero yo".

¡Y cómo se yuxtapone el funk rock progresivo de Pasajeros! Qué pedazo de canción, qué habilidad la de los intérpretes en su complejo desarrollo instrumental adoptado del lenguaje jazzístico. ¿Santi Campos & Herederos o la Allman Brothers Band? Casa de arena y niebla es la culminación de Polizones mediante una balada perfecta a la que no faltan, de nuevo, ni los coros de Ester Rodríguez.

Casi un milagro es el cuarto y último capítulo de La alegría. Campos y sus compañeros se van a encargar de completar sin deslustrarlo un cuadro extraordinario. Afrancesado y su aire circense es el primer tema con que nos encontramos, dominado por el clavicordio de Víctor Valiente y el clarinete de Víctor Rodríguez. Pop de cadencia lenta, el de Espejos es arrebatador por igual en sus estrofas y su estribillo, despliegue diáfano de talento durante sus cinco minutos. Cobarde injerta trazas de bossa nova y flamenco en el imaginario de Chris Bell y Alex Chilton, poniendo música a las cavilaciones de quien no sabe "si es un cobarde o solo un hombre viejo". Los teclados dominan completamente la brevedad impactante de Casi un milagro, que se resume en estos dos versos:

"Todo un logro, casi un milagro
vivir sin que te duela y sin hacer daño",

y plantea la pregunta del millón, ¿qué pasa

"Cuando no quieres ser dueño
Ni tampoco ser esclavo"?,

duda ontológica, política y ética que a muchos nos asalta. Además de poner título a todo el trabajo, La alegría echa el telón con un mensaje positivo que entronca con el de Cartas y cierra un círculo de —ciertamente— dolor y miedos pero también de anhelos e ilusiones. El de dos discos (uno en realidad, contradiciendo a sus autores) de bella portada y acertado diseño gráfico, idéntica duración (37 minutos y pico cada uno), interpretaciones mayúsculas de composiciones enormes y coherencia e intensidad absolutas. Estamos en el año 2019 y te has salido, Santi. Y Herederos, por supuesto.

viernes, 29 de junio de 2018

Cojones


Malconsejo, Santi Campos, Amigos Imaginarios y, de nuevo, Santi Campos para publicar Cojones (2016). Y no es título zafio o estúpido, no, pues cojones era lo que necesitaba el autor de Pequeños incendios para atreverse a dar una patada en la mesa y alejarse de su obra previa (su zona de confort, que dicen ahora) grabando un disco que sorprendiese al oyente adicto que esperara una nueva colección de pop magnífico influido por Wilco, Teenage Fanclub, Neil Young, Big Star y otros de similares estirpes.

Al kraut más electrónico remite Flora y Fauno, que desde el primer momento explicita la voluntad de cambio de Campos. Descripción de dos modernos inocuos que viven y se encuentran en un barrio del centro de Madrid, chica y chico que

"Se acuestan con muchos, no duermen con nadie
no saben qué hacer, no saben qué hacer
no saben qué hacer para que su vida vaya bien",

símbolo de las distintas generaciones (españolas en este caso) criadas en el neoliberalismo desaforado y la despolitización que aquél conlleva. Tanto Flora como Fauno son víctimas del síndrome de Peter Pan que el sistema promueve para luego sancionar socialmente, sin que ello rebaje la culpa de ella, "rebosando drama / con el peso del mundo sobre sus espaldas", ni de él, "su padre no le habla y su madre aún le riñe". El patetismo de sus vidas es el patetismo de su estulticia, de su necedad, que Campos describe sin juzgar ni resolver. Lento baila entre la electrónica y el synth pop, pero aclara que nuestro hombre no va a renunciar a su lado emocional de toda la vida mediante un precioso estribillo que declara:

"Y dijo: He venido a quedarme
espero que aún no sea tarde
gracias por esperarme".

Fotos de famila viaja del folk indie al pop ochentero abonada a la nostalgia fatal y decadente al sentenciar pesimista:

"Miras y vas recordando
el tiempo perdido en hacer algo
y ahora te das cuenta de que es tarde".

Rock ácido, industrial y progresivo es lo que nos muestra Corazón de cuerda, donde mandan las guitarras de Campos y Julián Saldarriaga y los teclados y sintetizadores de Martí Perarnau porque

"Voy a cambiar este guion
voy a empezar a ser un cabrón
voy a ser el que se pega a ti en todas las fiestas".


Fuego y Aire y plomo —cierre y apertura, respectivamente, de la primera y la segunda cara del elepé— nos devuelven (ligeramente maqueado) al Santi Campos (Amigos Imaginarios, Malconsejo) melancólico de siempre, el anterior a la revolución sonora de Cojones, que vuelve a dominar, a imponerse en Gigantes, cuya letra incorpora versos tan lúcidos como los que siguen:

"Hay personas tan gigantes
que no saben que son grandes
Demostrando con sus actos
que es igual de malo andar dormido
que hacer daño".

El folk ligeramente noise de Arco del Triunfo (o Campos añadiendo "juguetes" al cantautor tradicional) da paso a la sensacional Hasta que sangre, rock psicodélico que es a la segunda mitad del plástico —por razones musicales y ordinales— lo que Corazón de cuerda a la primera. La potencia instrumental quizá responda a la advertencia explícita de:

"Tú ya te sabes el resto
de lo que esta historia cuenta
Así que apréndete esto
hasta que sangre la letra".

Solo quiero: yo quiero y su brevedad pop echan la llave a un álbum brillante y arriesgado que engrandecía la categoría de su autor —Cojones, Santi Campos—, pues, sin perder su reconocido mundo propio ni rebajar la calidad, añadía el riesgo a los factores en juego. Es decir, el logro del verdadero artista.

viernes, 6 de abril de 2012

Amigos imaginarios


Nacida del desmantelamiento de Malconsejo —grupo a reivindicar que grabó un disco ya clásico del pop español, Vivir bajo el agua—, la carrera de Santi Campos en solitario se iniciaba en 2002 con el precioso Pequeños incendios. Su música recogida e inestable —como una vela que parece a punto de apagarse pero que no deja de alumbrar— se manifestaba hermosamente temblorosa en su debut y dibujaba viñetas de miedo y duda que sólo una sensibilidad exacerbada podía plasmar. No será hasta 2005 que aquel álbum tenga su continuación, titulada Amigos imaginarios. Sin salirse del eje que sostiene Pequeños incendios, el segundo trabajo de Campos supera, en mi opinión, al anterior. No sólo porque las composiciones sean más redondas, sino por el tratamiento instrumental —todo mimo y distinción— que reciben.  

Tres veces tiempo, corte inaugural muy en la onda de Wilco, crece horrores gracias a la slide de Campos y el órgano y el piano de Pablo Sbaraglia en su despertar de seis minutos. La acústica Fin de fiesta brilla más debido al contrabajo de Fernando Lupano y el propio Sbaraglia de nuevo. De qué sirve, con Campos regodeándose en la tristeza, y Despiértame, que funciona hasta cierto punto como antítesis, tienen arreglos más comedidos. En Tras el silencio, canción de sublime contención, son la guitarra eléctrica de Campos y los coros de Ana Béjar quienes enriquecen el tema. Nfkdo fn sduek es un breve instrumental para que Campos luzca sus guitarras. Superman es otra joya en la que el piano, el órgano y los sintetizadores de Sbaraglia apuntalan la emoción de la melodía y la letra. En Vendiendo arena la voz levemente ronca de Santi Campos trasmite como diez tenores juntos, si no más. Tiovivo cuenta como bazas ganadora con la slide y Ana Béjar, y Mejor dormir pone el broche con todos los músicos espléndidos, pero con Sbaraglia reincidiendo en su magisterio (¡bendito delito!) y añadiendo un mellotron a sus habituales teclas.

Por si alguien no creyera esto suficiente, Campos perfeccionará su discurso al año siguiente con el inconmensurable El invierno secreto, en el que Los Amigos Imaginarios ya no serán el título de un disco, sino su grupo de acompañamiento; su grupo a secas en 2007 al publicar El maestro de Houdini. De acuerdo, es ésta otra historia, pero me viene como anillo al dedo para denunciar que el que quizá sea el mejor artista pop de este país pase tan desapercibido. En Ragged Glory solicitamos el reconocimiento de su categoría como si de cuestión de estado se tratara.

jueves, 10 de diciembre de 2009

El invierno secreto

Mientras grupos y solistas de contrastada, por reincidente, mediocridad copan las listas de éxitos, artistas tan personales y sensibles como Santi Campos son pasto de minorías en nuestro país. El pop melancólico de este gran compositor ha ido evolucionando desde mediados de lo noventa cuando militaba en Malconsejo hasta la actualidad que lo hace en Amigos Imaginarios, siempre con notables resultados. Ya sea formando parte de un conjunto o en solitario jamás ha grabado Campos un mal disco. Todo lo contrario: Vivir bajo el agua (con Malconsejo), Amigos imaginarios (firmado en solitario y nombre de su futuro grupo) o El maestro de Houdini (con Amigos Imaginarios) son discos espléndidos.


Pero si hay un álbum que refleja en toda su plenitud la delicadeza y fragilidad de Santi Campos, ése es El invierno secreto. Publicado en 2006, un año después de Amigos Imaginarios, está firmado por Santi Campos y Los Amigos Imaginarios antes de que Campos sea absorbido por el grupo. Ya la portada, que parece la de un libro de cuentos, nos advierte de que estamos ante un disco muy especial. Aunque es verdad que las referencias que van de los Kinks a Teenaage Fanclub (es decir, las de la mejor tradición pop) siguen siendo ineludibles, El invierno secreto es un trabajo exquisito de sonido y maneras propios. Las confesiones autoconmiserativas de Santi Campos son musicadas con excelente gusto y arregladas con mimo, añadiendo a la habitual armazón rock chelo, trombón e incluso flauta travesera en varios de los temas.


Trabajo de orfebre, El invierno secreto es una delicia para los oídos de principio a fin, sin altibajos. Con el mérito añadido de que las tres versiones incluidas (Neil Young, Bee Gees y Colin O'Marah), adaptadas al castellano, se funden con los originales del grupo —tal es el nivel alcanzado y la personalidad exhibida— sin problema alguno. Qué lástima (¿o no?) que luego sean otros los que se lleven la fama; la fama, porque en lo musical y en lo lírico, la mera mención de melendis, estopas, orejas y sabinas cuando hablamos de Santi Campos causa, cuanto menos, sonrojo.