Al igual que Ser o no ser (Ernst Lubitsch, 1942), La ventana indiscreta (Alfred Hitchcock, 1954) o Río Bravo (Howard Hawks, 1959), Cantando bajo la lluvia (Stanley Donen y Gene Kelly, 1952) es un modelo de narración perfecta de la época dorada de Hollywood que trasciende géneros cinematográficos. Películas hechas de guiones exactos y puestas en escena que los subliman, ninguna de ellas renuncia a ser comedia, suspense, western o musical —son todas emblemas de sus respectivas categorías—, pero acudir simplemente a la taxonomía para su disección resulta inútil y superficial.

De las tres películas salidas de la colaboración entre Gene Kelly y Stanley Donen, Cantando bajo la lluvia me parece la más extraordinaria, aun cuando Un día en Nueva York (1949) y Siempre hace buen tiempo (1955) sean asimismo totalmente necesarias. Y me lo parece por su condición metacinematográfica, utilizada sin vanas pretensiones intelectuales para hablar de los mecanismos fílmicos; por su engranaje visual, encadenando secuencias con una naturalidad pasmosa, ya sean habladas o cantadas y bailadas; por su maravilloso colorido; o por saber incrustar elementos vaguardistas y rompedores en un relato fundamentalmente clásico. Por ser, en definitiva, una obra maestra absoluta de su medio creativo que gusta por igual a los críticos más exigentes y al público más frívolo. A todos nos hace olvidar durante sus cien minutos —risas, carcajadas y felicidad— cualquier cosa que no sea la que sucede en pantalla. "I'm singing in the rain…"