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viernes, 11 de abril de 2014

Travelling Lights


Paseo por el planeta y sus continentes —al igual que Vivaldi lo hizo por las estaciones—, Travelling Lights (2004) es la descripción sonora que François Carrier hace del lugar en el que vivimos en clave de free jazz de primer orden. Interpretada por un cuarteto en el que Michel Lambert toca la batería, Paul Bley el piano, Gary Peacock el contrabajo y Carrier intercambia los saxos alto y soprano, la música registrada en Montreal justo al comienzo del verano de 2003 es espléndida de principio a fin, regodeándose en su calidad de libre e improvisada y siendo consecuente con dicho mandato hasta el final. Si comparamos esta grabación con Compassion —publicado cuatro años atrás y ya tratado en Ragged Glory—, el Carrier de Travelling Lights ha optado definitivamente por el camino abierto por Ornette Coleman, Albert Ayler o Cecil Taylor, y la presencia de dos figuras tan representativas de la vanguardia jazzística como Bley y Peacock no hace sino remarcarlo. François Carrier y Michel Lambert saben estar a la altura de los dos veteranos, tan jóvenes, irredentos y experimentales aquí como habitualmente. Los cuatros son conscientes de que la belleza hará acto de aparición si no pierden la concentración, son firmes en sus intenciones y cada instrumento sabe responder a las insinuaciones del otro; es decir, si confían en las capacidades enormes que tienen por separado y se multiplican en conjunto. Y como lo hacen, no hay error en el diagnóstico, ya lo hemos señalado: el resultado es impoluto, sin fisuras que lo agrieten, muy al contrario que la Tierra que habitan esos seres vulnerables y perdidos llamados humanos, si bien en determinadas ocasiones nos den alegrías como las ocho contenidas en la hora larga de Travelling Lights. Al menos, nos queda la música, que diría José Luis Casado.

sábado, 1 de septiembre de 2012

In Motion



Que en el año 2010 se vea proyectada por un saxofonista canadiense en suelo ruso —o antiguo suelo soviético, ahora que el capitalismo todo lo destroza—, habla de lo alargada (infinita le parece a uno) que es la sombra de John Coltrane. Vive con ella, que no de ella, François Carrier sin problema alguno, pues ha sabido alumbrar maneras sin eludir el influjo del genio, asumiéndolo en la búsqueda de vías contemporáneas para una música que dio lo mejor de sí en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado.

Tercera referencia consecutiva que ve la luz para dejar constancia de su paso por el país de Tolstói, In Motion (2011) da fe de una actuación en San Petersburgo el 21 de diciembre de 2010, al igual que All Out la daba de un concierto el día anterior en la misma ciudad, e Inner Spire capturaba al trío en Moscú el 19 del mismo mes. Junto a su baterista Michel Lambert y al pianista Alexey Lapin, Carrier nos ofrece cinco temas “completamente improvisados”, tal cual se asegura en la contraportada del CD y percibe el oyente mínimamente avezado al reproducirlo. Libres de cualquier atadura o corsé —la coartada o el parapeto del himno hundidos en el recuerdo—, los tres intérpretes se mueven entre el expresionismo atonal que desarrolla en sus últimos años de carrera el autor de A Love Supreme (This Grand?, tour de force de dieciocho minutos) y la música concreta (Is He…, All Of A Sudden, About To Go), si bien desde la perspectiva de un jazz orgánico que no abandona la caza de la melodía que siempre acecha. Love In Space, para finalizar, sintetiza ambas tendencias en el tema más corto de un trabajo hecho de improvisaciones magníficas que asumen una herencia evidente, pero que, a su vez, no quieren ser dogmáticas o concluyentes, sino parte de ese movimiento al que alude el título.

No puedo terminar este texto sin hablar de quién no está, pues la ausencia de contrabajo en la grabación hace inevitable recordar a Pierre Côté, habitual de Carrier en sus primeros discos y músico superlativo cuya habilidad con su instrumento impresiona. No quita esto valor alguno a In Motion —que nadie piense mal—, pues Carrier, Lambert y Lapin expulsan sobre el escenario tal cantidad de belleza que no es necesario añadir nada a lo que esculpieron —valiéndose de “un montón de libertad”, como escribe Roger Chenier en el libreto del álbum— aquella jornada en San Petersburgo.

NOTA: Esta entrada fue escrita a petición de mi amigo y gran experto en jazz Pachi Tapiz, quién la publicó originalmente en su blog el 24 de febrero de este año. A él y al no menos querido Agente Cooper, siempre atento a mis textos "jazzeros", va dedicada.


martes, 1 de marzo de 2011

Compassion

Aunque he leído en algún lado que es su tercer disco, Compassion (2000), si yo no estoy equivocado, es el cuarto trabajo de François Carrier y su trío, a los que en esta ocasión se suma Steve Amirault al piano —de ahí lo de François Carrier Trio + 1— en los tres temas más extensos del álbum. No engaña el título del álbum a quien se haya adelantado, pues es John Coltrane quien guía los pasos del saxofonista quebequense, más aún en los cortes, como el primero y homónimo, en los que colabora Amirault, en los que es imposible dejar de sentir el espíritu del cuarteto que en la primera mitad de los años sesenta reinventó el hard bop (y el jazz en general) violentando sus estructuras.

Ocho son los temas de Compassion, de entre los que cabe destacar —en un conjunto homogéneo y coherente— Nying Ye ("compasión" en tibetano), en el que los cuatro músicos se expanden durante doce minutos y medio y dan por finalizado el disco —ajenos a modas, pero también a pretensiones desorbitadas— con un muy buen sabor de boca. Parece la misión de Carrier y los suyos la de mantener vivo un arte que ya tocó techo, pero que él lleva en la sangre. Estamos hablando, es evidente, de músicos de primera categoría, maestros de la improvisación que siguen caminos conocidos, pero que lo hacen con convicción y sensibilidad. Curiosamente no es el líder de todos ellos quien más destaca, sino el contrabajista Pierre Côté, que lleva a cabo un trabajo de ésos que quitan el hipo. Las ejecuciones de Michel Lambert a la batería, Carrier y Amirault son muy notables, no lo niego, pero la técnica de Côté llama tan poderosamente la atención que llega a dejar a sus compañeros en segundo plano, incluso cuando son ellos los que improvisan (y eso que hablamos de un instrumento que tiende a estar en la retaguardia por su propia sonoridad). Si escuchan ustedes Compassion —placer oculto que gana con el tiempo— tendrán la oportunidad de comprobarlo.