sábado, 25 de diciembre de 2010

Peter & The Wolf And The Incredible Jimmy Smith

Una advertencia para empezar: que nadie se acerque a esta grabación con la intención de escuchar Pedro y el lobo, la obra de Sergéi Prokófiev. Estamos ante un disco de Jimmy Smith con sus clásicas improvisaciones al órgano, una orquesta de jazz que sustituye a la sinfónica y un narrador que ha desaparecido. Si alguien quiere conocer la obra original del compositor ruso, algunos de los mejores directores de la segunda mitad del siglo XX la han grabado con las más prestigiosas orquestas existentes, así que tiene donde elegir.

No hay, no hace falta decirlo, falta de respeto alguno en rendir homenaje a Prokófiev partiendo de su obra para convertirla en jazz. Oliver Nelson se encarga de dirigir a la orquesta y de hacer los arreglos necesarios para adaptar la obra. Y va más allá. Si el primer tema, o movimiento, reproduce la estructura de la obra de Prokófiev —utilizando para presentar a cada uno de los personajes uno o más instrumentos, respectivamente, que interpretan las melodías compuestas por el compositor ruso—, el resto de la grabación, en la que Smith muestra su maestría al órgano y se expande a sus anchas, está íntegramente basada en composiciones de Nelson que tanto remiten al original de Prokófiev como a la explosión pop que se vive en 1966, año en que se graba y publica Peter & The Wolf And The Incredible Jimmy Smith. Es una maravilla escuchar a Smith en Jimmy And The Duck, entrando majestuoso en respuesta a los vientos y percusión de la big band; desatado en Peter's Theme y Cat In A Tree, iconoclastas e irreverentes la orquesta y el organista que desde Prokófiev desembocan en un guateque yeyé; al igual que en Elegy For A Duck, donde un inspiradísimo, soberbio, Smith improvisa sobre lo que bien podría ser un tema de la banda sonora de una película de James Bond.

De la Unión Soviética de 1936, año en que Prokófiev escribe Pedro y el lobo, a los Estados Unidos de 1966 hay un trecho. Lo hay también de la música (y el arte) que propugnaba el gobierno soviético a la que realizaba el compositor ruso, cuyo estilo vanguardista nunca fue bien visto por las autoridades de su país. La ambición de Oliver Nelson y Jimmy Smtih tumbó distancias estilísticas y temporales —trece años después de la muerte de Prokófiev— para alzarse victoriosa en uno de los mejores discos que grabó Smith para Verve, con un organista tan lúcido como el de sus trabajos más logrados para Blue Note.

sábado, 18 de diciembre de 2010

End Of The Century

La polémica que existe alrededor de Road To Ruin y End Of The Century (cuarto y quinto disco en estudio, respectivamente, de los Ramones) siempre me ha parecido exagerada. Mínima es la evolución que se aprecia en ambos discos en el estilo monolítico, pero único, del grupo neoyorquino, por mucho que las canciones fueran un poco más largas, Johnny Ramone incluyera algún solo de guitarra o Phil Spector produjera el disco del que vamos a hablar, editado en 1980.

Cierto es que en el sonido de End Of The Century se nota la mano de Spector, su famoso muro de sonido, pero las canciones, como las de Road To Ruin, mantienen intacto el espíritu adolescente de los Ramones, su querencia por el rock and roll de los años cincuenta. Composiciones simples que nadie más que ellos puede escribir, aunque no parezca difícil hacerlo y sea sencillo el interpretarlas. ¿Que en Do You Remember Rock 'N' Roll Radio hay un órgano y un saxofón? ¿Que la producción de Spector exagera algunos redobles en I'm Affected? ¿Que Danny Says y Baby, I Love You (coescrita por el propio Spector para que la cantaran las Ronettes en los sesenta y orquestada aquí siguiendo los parámetros de aquella época) son tiernas baladas? Pues sí, pero las dos primeras son canciones estupendas y las dos siguientes no están nada mal. Por si acaso, ahí están los ochos cortes restantes —todos por debajo de los tres minutos excepto The Return Of Jackie And Judie, que recupera a los personajes del primer disco— para constatar que End Of The Century, aun siendo una producción de Phil Spector, no deja de ser un disco de los Ramones con todas las de la ley. Chinese Rock, Let's Go, I Can't Make It On Time, This Ain´t Havana, Rock 'N' Roll High School, All The Way, High Risk Insurance son nuevas perlas que añadir al cancionero de un grupo que en 1980 es ya un clásico de un movimiento, el punk, que parece hundirse en la memoria colectiva tres o cuatro años después, tan sólo, de su explosión.


Presidiendo toda la grabación están la fragilidad, el desasosiego y el romanticismo que trasmite Joey Ramone, la humanidad y el sentimiento escapando por los poros de un cantante tan cercano, que no establece barreras con el oyente. El instrumento más brillante de los que dan vida a los Ramones, al menos para mí, su voz suena mejor que nunca en End Of The Century. En el contraste entre la sequedad y la dureza de las guitarras, el bajo y la batería y la ternura de la voz de Joey puede estar parte del secreto de la fórmula que dio como resultado discos como éste.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Music From Big Pink

El 17 de mayo de 1966, en el Free Trade Hall de Manchester, Bob Dylan es llamado "Judas" por un asistente a un concierto en el que la electricidad penetra igual que lo ha hecho en sus grabaciones de estudio para modificar el presente y futuro del rock and roll. El grupo que le acompaña en el conocido como The "Royal Albert Hall" Concert (lugar en el que erróneamente se creía que se había llevado a cabo la actuación), el que interpreta un arrollador Like A Rolling Stone junto a Zimmerman en respuesta al badulaque que le acusa de traidor, es The Hawks, aunque ya ha cambiado el nombre cuando debuta (con Levon Helm encargándose de nuevo de la percusión) en 1968 con Music From Big Pink: The Band.

Obra maestra atemporal, es fácil rastrear en la música del disco el folclore que trajeron los inmigrantes europeos en su colonización de América del Norte y el blues que obligaron a llevar consigo a los esclavos africanos; ambos, blues y folk, son el sustrato de toda la música popular norteamericana del siglo XX, que tiene en The Band uno de sus máximos exponentes. Si bien podemos afirmar que Music From Big Pink es un disco de rock, su modernidad radica en mirar hacia atrás sin renunciar a los elementos propios de su tiempo, en un momento en que los hallazgos de Beatles, Byrds o Dylan ya han lanzado al rock hacia un camino sin retorno. Tears Of Rage, compuesta por Richard Manuel y Bob Dylan, nos introduce en un mundo de añoranzas, de sabores perdidos de antaño que se recrean con exquisita y paciente instrumentación. To Kingdom Come, uno de los cuatro temas compuestos por Robbie Robertson, muestra que también hay gospel y soul en el bagaje del grupo, una delicia con hermosos piano y guitarra eléctrica. In A Station (Manuel) mantiene el nivel en lo más alto, pareciera que uno estuviera en un cielo en el que también habitan los Beach Boys. Bluegrass y honky tonk tienen tratamiento pop en las dos joyas consecutivas de Robertson, Caledonia Mission y la cinematográfica The Weight, single del álbum que también suena en Easy Rider y cuya letra está inspirada en películas como Viridiana y Nazarín, del genial Luis Buñuel. Tras We Can Talk (Manuel) y la versión de Long Black Veil, Chest Fever (Robertson), con ese órgano que parece tocado por Jon Lord, acerca a The Band a la psicodelia de finales de los sesenta sin salirse del tono del disco. Lonesome Suzie (Manuel) retoma el discurso pausado —como recreándose en sí mismo— del elepé. Rick Danko compone junto a Dylan This Wheel's On Fire, y el de Duluth regala, además de la portada, esa maravilla que es I Shall Be Released para cerrar Music From Big Pink de forma mágica y emocionante.

Extraño, distante, quizá molesto, observa el primer disco de The Band su entorno. Los años no han hecho mella alguna en él, y se mantiene como el mejor elepé del grupo canadiense. Clásico adorado por montones de artistas, Music From Big Pink sigue a día de hoy siendo un misterio que se repliega ante el acecho del exterior, pero tampoco parece buscar una opacidad que oculte sus influencias. Es posible que el secreto se halle en ser vanguardia alejándose de ella, pero tampoco rehuyéndola. Complicado equilibrio en el que vive un disco tan singular, aunque de prístina belleza.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Body Count

No sólo de rap vive el hombre, debió de pensar Ice-T al formar Body Count y grabar el debut homónimo del grupo, publicado en 1992. Macarra, procaz y malhablado, no cambia el rapero al liderar esta correosa aleación de hardcore y heavy metal directa al mentón de los Estados Unidos conservadores y biempensantes, ésos que ponen el grito en el cielo porque dos tetas salen por la tele y miran a otro lado cuando su ejército invade Panamá o Irak matando a miles de personas.

Quizá cercano a la demagogia en su extremismo, con el "fuck" (y vocablos con la misma raíz) constantemente en la boca, Ice-T nos habla de droga, cárcel, racismo y violencia con la experiencia de quien ha vivido ese mundo, utilizando un sentido del humor negrísimo (en todos los sentidos) que palia la dureza de sus historias y nos hace ver a alguien que relativiza, en el fondo, más de lo que pueda parecer. Capaz del moralismo más abyecto (The Winner Loses) y de la brutalidad más injustificable (Cop Killer, retirada del álbum y sustituida por el Freedom Of Speech de Ice-T en solitario: la defenderé como el que más, pero la libertad de expresión no da patente de corso), la rijosa y desternillante KKK Bitch indulta al rapero que nos cuenta cómo la hija de un líder del Ku Klux Klan —una hembra impresionante— le chupa la "polla como una puta aspiradora" y es sodomizada por Ice-T mientras su padre suelta un discurso fascista. Y añade: "Lo que realmente queremos decir es que Body Count ama a todo el mundo. Amamos a las chicas mejicanas, a las negras, a las orientales, no importa. Si eres de Marte y tienes un coño, te follaremos". Puede resultar zafio y grosero, sí, pero es, en mi opinión una manera tremendamente divertida de burlarse del racismo y la ignorancia que conlleva.


En lo musical, Body Count no inventa el punk ni el hard, pero los ejecuta con destreza y arrogancia, con la fuerza del ofendido, y es que los negros siempre han tenido muchas razones para estarlo en el país de Ronald Reagan. Ice-T y sus compinches no solucionan los problemas, pero al menos se quedan a gusto noqueando al personal con Body Count, buen y bestial debut.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Van Halen II

Cuenta Andy Shernoff que una noche de tres que, en 1977, tocaban los Dictators en el Whisky a Go Go de Los Ángeles unos "desconocidos Eddie Van Halen y David Lee Roth" acudieron al mítico local californiano. Una tal Suzie Warner, sigue Shernoff, le dijo que "Eddie tocaba mejor la guitarra que Ross [The Boss]… ¿Mejor que Ross? ¡Imposible!", respondió Shernoff. Comprensible la reacción de éste, conociendo la calidad digital de su compañero y amigo, que ya siendo niño tocaba el violín aunque lo sacrificase por la electricidad de las seis cuerdas y el rock and roll. Comprensible, si bien no podamos negar que la influencia del estilo de Eddie Van Halen haya sido mucho mayor, aun cuando ambos maestros tengan en común el tener la técnica como un medio, no como un fin, y el servir de apoyo a la canción, no pervertirla para que se convierta en exhibición robótica falta de sentimiento.

Se comprueba lo dicho al escuchar Van Halen II (1979), que, al igual que el debut de Van Halen, funde el sonido heavy y la técnica refinada con la inmediatez del rock and roll de los cincuenta, como si Little Richard y Judas Priest conviviesen sin problemas en el mismo piso. Temas que rondan los tres minutos cuya metálica densidad no es enemiga del groove y la ligereza que imprime un cachondo, desenfadado David Lee Roth. Desde la versión de You're No Good que da comienzo al disco hasta el Beautiful Girls que lo cierra, Van Halen II es un festín de hard rock, un placer sensorial gracias a un grupo que consolida su estilo y unos músicos excelsos, siempre en su punto, que dotan al conjunto de un sonido intransferible. La guitarra de Eddie Van Halen, el bajo de Michael Anthony y la batería de Alex Van Halen (tan creativo como Stewart Copeland, aunque tan disímiles) logran lo que tantos buscan y casi nadie encuentra: ser singular sin perder las características propias del género practicado. Dance The Night Away (single y precedente de Jump), Somebody Get Me A Doctor, Outta Love Again, Light Up The Sky, D.O.A.… ejemplos de lo expuesto entre los que se cuela una pequeña y elegante floritura acústica de Eddie Van Halen, Spanish Fly.

No eran ya esos desconocidos que asistieron a un concierto de los Dictators los David Lee Roth y Eddie Van Halen quienes entraban en el estudio para grabar su segundo elepé. Se habían convertido en estrellas del espectáculo e integrantes de uno de los mejores grupos de hard rock existentes. Salir con Van Halen II bajo el brazo no haría sino confirmar su condición.