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jueves, 20 de enero de 2022

Réquiem para soprano, mezzosoprano, dos coros mixtos y orquesta

Compuesto entre 1963 y 1965, exactamente igual que el Laborintus 2 de Luciano Berio comentado en nuestra anterior entrada, el apoteósico Réquiem para soprano, mezzosoprano, dos coros mixtos y orquesta de György Ligeti cobró fama por la inclusión de uno de sus cuatro movimientos (Kyrie) en la mítica película de Stanley Kubrick 2001: Una odisea del espacio, añadiendo mayor relevancia si cabe a sus imágenes. A diferencia de otros nombres claves de la música culta de la segunda mitad del siglo XX, el húngaro abraza la vanguardia al mismo tiempo que reclama el pasado lejano, pues su misa de difuntos se acerca a la polifonía renacentista con técnicas de escritura contemporáneas. En esta "en extremo densa red vocal" debido a cuyo poder "la melodía y el ritmo han sido pulverizados bajo el mandato de un lujurioso cromatismo", en hermosas y precisas palabras de Jorge Fernández Guerra, laten por igual las antiguas partituras de Guillaume de Machaut, Johannes Ockeghem o Tomás Luis de Victoria y las nuevas formas de Karlheinz Stockhausen, Mauricio Kagel o Iannis Xenakis. Viven los sonidos acongojantes de este Réquiem de la fuerte personalidad de su autor, especialmente en el mencionado Kyrie, segundo movimiento que afronta varios crescendos de insoportable intensidad y belleza extrema, difícil encontrar un creador similar o tan inspirado. Curiosamente podemos emparentar la música de dicho movimiento y de la obra en general con la del último y radical John Coltrane y su obsesión por el timbre antes que por la variación de notas o acordes. Siguiendo sus instintos y siendo fiel a su criterio —cinco siglos entre las manos y el papel pautado, las edades moderna y contemporánea aireadas en menos de media hora— Ligeti logra una pieza particularísima que ya es eterna, siendo su actualidad hoy la misma que cuando se dio a conocer. No ha envejecido un solo segundo.