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jueves, 8 de junio de 2023

Love Will Tear Us Apart

La rutina y el resentimiento saltan a la palestra en los tres primeros versos de Love Will Tear Us Apart, causas siempre presentes, aunque no únicas, en la rupturas sentimentales. El mal rollo, la desesperanza, la angustia y el agobio se habían apropiado del universo de Joy Division desde el principio, a lo que este single de 1980 suma el morbo del suicidio de Ian Curtis un mes antes de que vea la luz. Un matrimonio roto, un cantante joven y único que se quita de en medio, una letra sobre el amor como arma de destrucción, una melodía decadente: elementos de un éxito alimentado por la oscuridad, grabado con intenciones artísticas totalmente ajenas a vender más o menos copias de Love Will Tear Us Apart, post punk ejemplar y perfecto —la versión definitiva se graba en marzo, pues la de enero no ha convencido a Curtis y a Martin Hannett— que continúa diciendo adiós a un oyente del que se mantiene distante. La otra canción, These Days, no es tan impactante ni espectral como la titular del sencillo, pero no está nada mal. Aun siendo consciente de dónde reside el verdadero interés del plástico,

"Cuando la rutina muerde con fuerza
y las ambiciones están por los suelos
y el resentimiento está por las nubes
pero las emociones no crecen".
 

 

lunes, 25 de octubre de 2021

Unknown Pleasures

La actitud punk, la musicalidad kraut y el Bowie de Berlín sobrevolando. La producción de Martin Hannett añadiendo ruidos y efectos y canalizando la energía de la banda. La negritud de la mítica portada de Peter Saville. Todo eso (y más) está en el genial debut de Joy Division —clásico del post punk británico e influencia mil veces rastreable—, pero en la conjunción de cuatro chavales de los alrededores de Manchester y en la oscuridad de su cantante y letrista reside la personalidad y las claves últimas de Unknown Pleasures (1979). El bajo de Peter Hook, la guitarra (y teclados) de Bernard Sumner y la batería de Stephen Morris crean un universo sonoro austero y místico sobre el que gravitan las letras de Ian Curtis, igual de lóbregas que los textos de "autores de ciencia ficción como William Burroughs y J.G. Ballard, pero surgiendo emociones por debajo, tanto más poderosas por estar tan controladas: culpa, miedo, rabia, claustrofobia, asco, odio a uno mismo y, en una última instancia, un extraño fatalismo". Las palabras de Jon Savage pueden ser utilizadas para describir por igual la frialdad de la interpretación vocal y la severidad instrumental que pone en pie ritmos y melodías. Un agujero, un abismo, se abre ante el oyente petrificado por el dolor y la distancia que transmiten las canciones, la hoja de una navaja que se alza lentamente hasta quedar erguida sobre el mango en la última de todas, cuyo título tajante y desolador —I Remember Nothing— se confunde con el filo nihilista y fatal. El rock and roll (re)nacido del punk para darle el significado inverso (aquí no hay fiesta que celebrar ni sistema que destruir) y dejarse arrastrar por unos Unknown Pleasures que en un año serán Closer, suicidio y final. El desasosiego y la frustración imponían su lógica dando paso a New Order y dejando a Curtis en el altar de las estrellas desesperadas y desaparecidas.

jueves, 14 de marzo de 2013

Closer


Superados por el drama existencial —anulado el instinto de supervivencia por su sensibilidad—, son muchos los que deciden quitarse de en medio. Cuando lo hacen, las especulaciones acerca de los motivos se multiplican cual estúpida metástasis en busca de una razón única y definitiva, coyuntural para más males. Son ajenas, dichas especulaciones, a la triste realidad de que hay personas incapaces de arrostrar la vida, derrotadas de antemano, víctimas de la insoportable levedad del ser de la que hablaba Milan Kundera. Ian Curtis era una de ellas, y no solo lo demostró suicidándose, sino grabando semanas antes de su muerte junto a su grupo Closer (1980), segundo y último álbum de Joy Division, y uno de los más oscuros y desoladores que haya dado la música rock.

La belleza de su debut, Unknown Pleasures, se mantiene intacta, pero la desaparición de Curtis antes de su publicación convierte a Closer en un imposible y espeluznante réquiem cantado por el mismo a quien se llora. Da la impresión de que éste hubiera sabido en aquellas sesiones de marzo que el elepé vería la luz una vez llegado su fin, terrible y macabro presentimiento que acompaña la escucha desde que los redobles de Stephen Morris abren Atrocity Exhibition. Su batería repiquetea impasible la misma figura acompañada del bajo, mientras la guitarra (tocada por Peter Hook en este corte inicial) nos aturde mediante ruido eléctrico y desintegrador. Isolation introduce esos sintetizadores de Bernard Sumner que caracterizarán el sonido del álbum al igual que su guitarra y la voz ceremonialmente lúgubre de Curtis. Passover y Colony inciden en la mecánica frialdad que tan unida va a Closer, y de la que nacen las tristes emociones que transmite, pues no dejan de ser lágrimas las que enrojecen los ojos del robot. Así, cuando llegamos a A Means To An End, se ha instalado la consciencia de un mundo aparte, que viene del kraut, del punk, del high energy, pero que reacciona a estímulos ajenos a géneros o subgéneros (aunque de ellos se nutra). Heart And Soul sigue llevándonos por caminos arcanos e hipnóticos, la base rítmica repitiéndose insistentemente al tiempo que teclas y guitarra dibujan la caligrafía de la desesperación. En dicha caligrafía persiste Twenty Four Hours, cuya letra finaliza hablando de "encontrar mi destino antes de que sea demasiado tarde". Pero lo es: The Eternal es una balada abismal, tremenda; una caída de solemne cadencia por ese precipicio en el que solo queda ver "los arboles y las hojas que caen" asimismo. Para cuando Decades quiere decir adiós, pues, la sentencia está —ineluctablemente— firmada. "Abatidos por dentro, ahora nuestro corazón se ha perdido para siempre"; Ian Curtis queda condenado por sí mismo —corro a sabiendas el riesgo de unir vida y arte— tras haber hecho Joy Division este mortífero "retrato del trauma y la degeneración", capaz de hundir en la miseria a cualquiera que se lo tome al pie de la letra.

Ejemplo de que la constatación del dolor no sirve para paliarlo (o no tiene por qué servir), Closer lo utiliza para articular un trabajo extraordinario en el que el desasosiego es el fin y el rock es el medio. De ahí su personalidad y su fortísima atracción. Si solo miras fuera —parece decirnos— podrás lograr, a lo sumo, el más perfecto de los mimetismos. Si también lo haces dentro y sabes plasmarlo, aspirarás a la emoción estética plena y diferenciada, aun (o precisamente) imperfecta. No aspirarás, sin embargo, a la salvación. El suicidio de Curtis —volvemos a derribar la barrera que separa ficción y realidad— parece avalarlo. Quizá a él se refiriera el título del adiós de Joy Division: Closer, más cerca. Claro como el agua o conciso y criptográfico al mismo tiempo cual oxímoron. Más cerca, más cerca, más cerca…