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miércoles, 5 de octubre de 2016

Blizzard Of Ozz


Considerada en su conjunto, la carrera en solitario de Ozzy Osbourne queda lejos, muy lejos, de la que Black Sabbath desarrolló siendo él su cantante. No es el suyo un caso como los de Lou Reed o Ian Hunter, por ejemplo, artistas ambos capaces de rendir por su cuenta al nivel de la banda madre, dignos sucesores respectivamente de la Velvet y Mott The Hoople. Sin embargo, el primer Ozzy, el que tiene como escudero a Randy Rhoads, dejó un par de discos en estudio y uno doble en vivo (publicado seis años después de ser grabado) convertidos ya en clásicos del heavy metal. La temprana muerte del genial guitarrista nos privó de saber qué derroteros hubiera tomado el tándem de haber seguido colaborando, así que solo nos queda acudir a elepés como Blizzard Of Ozz (1980) —debut de Osbourne y su cuarteto— y celebrar lo que sí fue y sigue siendo. Al talento joven y explosivo de Rhoads, proveniente de Quiet Riot, se unían el del baterista de Uriah Heep Lee Kerslake y el de Bob Daisley, quien había sido bajista de Rainbow a finales de los setenta. Juntos formaron un grupo llamado igual que el álbum, pero los intereses comerciales hicieron que el nombre del vocalista de Black Sabbath se impusiera para iniciar un periplo individual que llega a nuestros días.


I Don't Know y Crazy Train, los temas que abren el album, son Ozzy en su esplendor, un Ozzy que, tras la temprana desaparición de Randy Rhoads en 1982, no volverá jamás. Sin los riffs y los solos de éste, técnicamente impecables, el conjunto perdería gran parte de su valor, valor cimentado en la combinación de excitación y habilidad, de virtuosismo y crudeza que ofrecen los dedos de Rhoads. Goodbye To Romance es una balada que, sin ser horrible, tampoco vuela alto, aunque el pomposo sintetizador que añade Don Airey (quinto blizzard en la sombra) al final del corte sea para echarse a llorar. El breve instrumental Dee lo protagonizan Rhoads y su guitarra acústica, dando paso a Suicide Solution, excelente y agresiva canción que generaría una terrible e injusta polémica años más tarde al llevar a un adolescente a quitarse la vida y ser Ozzy Osbourne juzgado por ello.


El mundo del ocultismo preside la segunda cará del elepé de la mano de Mr. Crowley, si bien el famoso mago y parapsicólogo no es el verdadero protagonista del tema. Imposible. Exultante, Randy Rhoads ejecuta dos solos de guitarra extraordinariamente lúcidos y dinámicos, dignos de Jimi Hendrix en clave metálica. Ante semejante exhibición digital —capaz de mantener la pasión en un entramado de notas urdido a velocidades inhumanas— lo que hiciera o dejara de hacer Aleister Crowley queda inevitablemente en segundo plano, a pesar de que la introducción de los teclados de Don Airey quiera plantarnos desde el principio en terrenos escatológicos y escalofriantes. Boogie y rock and roll animan y conforman No Bone Movies, la canción más marchosa del plástico, curiosamente situada antes de la más aburrida, larga y pretenciosa, Revelation (Mother Earth). Si sus riffs a lo Tony Iommi o la aceleración que sufre al final no están nada mal, hay en su parte central un solo de ascendencia romántica y decimonónica de Don Airey (con sintetizadores de fondo) absolutamente ridículo y espantoso que relativiza la categoría de lo que le rodea (por no decir que hunde el tema en la miseria). Menos mal que ahí está Steal Away (The Night) —vibrante y rotunda— para recuperar la dignidad de un álbum que la tiene y mucha.


Diary Of A Madman sería el siguiente, segundo y último trabajo que Ozzy y Randy registraran juntos, pues un fatídico accidente de avión acabaría con la vida de un Rhoads que no había pasado de los veinticinco años. Ya lo hemos dicho: se cortaba por lo sano el futuro de una pareja muy creativa y se condenaba a Osbourne (hoy lo sabemos a ciencia cierta) al ostracismo artístico. Una lástima, una auténtica pena, nos decimos cuando Blizzard Of Ozz vuelve a girar en nuestro tocadiscos —gastado por los lustros de escuchas sin haber perdido su frescura, y las impresionantes capacidades de su guitarrista y la inconfundible y extraña voz de su cantante nos siguen cautivando como el primer día.