sábado, 29 de diciembre de 2012

Bottle Of Wine


Del afortunado encuentro de Roy Loney con Señor No no solo saldrán espectaculares conciertos y el alabado elepé Got Me A Hot One, sino también este coqueto EP de vinilo coloreado como su título puede presuponer: Bottle Of Wine (2007). En su interior, ya lo han adivinado, rock and roll del de toda la vida ejecutado por unos músicos más que solventes con la alegría que merece la reunión. Versiones de los Stones (Who's Driving Your Plane) y Tom Paxton (Bottle Of Wine), revisión de un tema de los Flamin Groovies compuesto por el propio Loney (The First One's Free), y uno nuevo (al menos inédito) del cantante y guitarrista de la mítica, y adorada en esta casa, formación californiana, The Critter. Cuatro canciones que no cambiaron el mundo, pero que servían para demostrar lo bueno que seguía (y sigue) siendo Roy Loney y lo buena que siempre ha sido también su inmejorable banda de acompañamiento. Y a nosotros nos sirven para despedir este catastrófico 2012. Esperemos equivocarnos, pero el futuro no augura que el próximo año vaya a ser mejor. En todo caso, ojalá lo sea para ustedes.

lunes, 24 de diciembre de 2012

Broken Arrow


Seguramente no alcance las cotas holladas por Ragged Glory, Weld y Sleeps With Angels en la primera mitad de la década, pero Broken Arrow (1996) me provoca emociones no muy distantes de las que aquellas magnas grabaciones infunden en mi interior. 

El álbum se divide en tres partes muy diferenciadas. La primera de ellas la conforman Big Time, Loose Change y Slip Away, tríada inicial de temas largos en los que Neil Young y Crazy Horse esculpen la electricidad como solo ellos son capaces. Las guitarras, el bajo y la batería se aplican por enésima vez a la épica del derrumbe, allanando la estrofa y el estribillo construidos previamente para dar con ese espacio donde las sensaciones —su arte— están a flor de piel; ese espacio donde el rock pierde y gana su nombre simultáneamente, prodigio de transustanciación de ida y vuelta en la que Young & Crazy Horse se hacen música y la música se hace Young & Crazy Horse. 

La segunda parte, al contrario, consta de cuatro canciones de duración estándar. Changing Highways nos ofrece country endurecido a la manera del canadiense y sus partenaires. Scattered (Let's Think About Livin') y This Town utilizan un tono reflexivo, íntimo que se prolonga en Music Arcade, aunque aquí las guitarras acústicas magnifiquen dicha impresión. Grabada en directo, la adaptación del Baby What You Want Me To Do del gran Jimmy Reed se convierte en la tercera porción de un riquísimo pastel, aunque por debajo, en mi opinión, de las otras dos.

Hasta aquí la versión en CD, que es la que un servidor posee. La prensada en vinilo añade un precioso tema acústico que data de 1990 y las sesiones de Ragged Glory. Su título es Interstate, y para quien no lo haya escuchado, una sencilla visita a YouTube le hará disfrutar de la canción. Estupendo remate para este Broken Arrow.

 

viernes, 21 de diciembre de 2012

Taj Mahal



Obra maestra del blues eléctrico, el debut de Taj Mahal de 1968 sigue proporcionando a finales de 2012 idéntico placer, si no más, que el año de su publicación. Rodeado de músicos blancos, Taj Mahal reescribe siete temas ajenos (a los que suma E Z Rider de su cosecha) con la ayuda de las guitarras de Jesse Ed Davis y Ry Cooder —con quien ya había coincidido en su grupo Rising Sons—, el bajo de James Thomas y la batería de Sanford Konikoff*, llenándolos de brío y ritmo y dotándolos de vida nueva gracias a su voz, su armónica y su slide guitar. Respetando los patrones del blues, la música de Taj Mahal se acerca en ocasiones al soul y al rock, pues como bien recordaba su autor entonces, "esto es 1968, no 1926". Vive Taj Mahal su tiempo, no escapa de él por muy agarrado que se encuentre a la tradición que celebran los casi nueve y arrastrados minutos de ese sensacional The Celebrated Walkin' Blues —en el que Cooder se ocupa de la mandolina y la base rítmica no está acreditada, aunque todo apunte a la pareja Thomas/Konikoff— que despide el elepé. En esa sabia dicotomía está la riqueza creativa de un maestro que desde su primer álbum ya lo es. La producción de David Rubinson es coherente con dichas premisas, siendo el poderoso sonido que exhibe la grabación el resultado. Un trabajo prácticamente perfecto, Taj Mahal, que tendrá su continuación meses después en el no menos espléndido The Natch'l Blues, haciendo de aquel 1968 año de gloria para los amantes del blues, y recordando que había vida más allá de dobles blancos y similares en la cultura popular anglosajona. Y ya que hablamos de portadas míticas, añadir que la que se ve en la reedición digital del disco es la que Taj Mahal hubiera deseado para el mismo, sin las aves y mariposas añadidas en la cubierta del elepé original. Mucho más sobria y hermosa, por supuesto, la que nos muestra al artista frente a su particular Taj Mahal victoriano. La que Columbia no quiso.

*Gary Gilmore y Charles Blackwell tocan bajo y batería respectivamente en Dust My Brown y Diving Duck Blues, sendas versiones de Robert Johnson y Sleepy John Estes, mientras que Bill Boatman y su guitarra rítmica sustituyen a Ry Cooder en los mismos cortes.

martes, 18 de diciembre de 2012

The Meows


Bien sea por discreción y cautela o por pereza y falta de ambiciones —no se observe tono peyorativo alguno en mis palabras—, lo cierto es que los Meows solo han publicado cuatro elepés en sus quince años de existencia. Obviamente, la calidad de una discografía no se mide por la cantidad, sino por la melodía, el sonido y la interpretación (entre otros factores que para este análisis no vienen al caso) de las canciones que contiene cada uno de los diferentes álbumes que la forman. Y es ahí, en las canciones y todo lo que las rodea hasta que llegan a nuestros oídos en formato digital o analógico, donde los Meows han dado el callo desde sus inicios para que sus grabaciones sean siempre excelentes.

De título homónimo, The Meows (1999) quizá no esté a la altura de lo que el grupo catalán ha logrado con sus dos últimas y exquisitas entregas largas —At The Top Of The Bottom y All You Can Eat son de cata obligatoria—, pero muestra un saber hacer y un aplomo que descolocan en un primer disco. Rock and roll ejecutado con arte y soltura por un quinteto que lleva en sus genes tanto a los New York Dolls como a los Beatles o a Little Richard, y en el que destaca, en mi opinión, la magnífica voz de Francis Riera. Tiene mérito que las versiones de MC5 (One Of The Guys) y los Nerves (Stand Back And Take A Good Look) —dos referentes adicionales— elegidas para la ocasión no hagan desentonar el resto del material, temas de la banda compuestos, juntos o individualmente, por el cantante y el guitarrista Enric Bosser.

Parco pero sobresaliente, como decíamos, el camino ha seguido hasta nuestros días, haciendo que la carrera de los Meows no tengo mácula o pega que ponerle. Curioso que lo hayan logrado unas personas que no se dedican profesionalmente a la música, mientras que otras que sí lo hacen no consiguen, incluso siendo más prolíficas, acercarse ni de lejos al nivel alcanzado por los autores de More & Better. Será que algunos nacen con ello —llámenlo talento, llámenlo clase— y otros se esfuerzan en vano para conseguir lo que no tienen. Cosas de la vida, llámenlo así.

viernes, 14 de diciembre de 2012

Vivid


¿Cómo? ¿Cuatro negros en 1988 que no hacen hip-hop o intentan emular a Prince o Michael Jackson? ¿Qué? ¿Que encima tocan hard rock vestidos con ropas tremendamente vistosas y están apadrinados por Mick Jagger? Pues sí, las apariencias engañan, y Living Colour es el mejor ejemplo de ello. Al igual que el criterio geográfico —como ya hemos señalado en alguna que otra ocasión—, utilizar argumentos raciales para clasificar la música (u otro arte) puede ser orientativo, pero cuando se hace de manera abusiva deviene falso e inútil. Con el agravante, en este caso, de la peligrosa deriva moral a la que se expone el asunto del color de la piel. Dicho lo cual, pasemos a lo que nos ocupa: Vivid.

Si bien Living Colour llevaba desde 1984 fogueándose en los escenarios, no será hasta el mencionado año de 1988 que publique su primer elepé, quizás el mejor de una carrera que, en su primer tramo, solo dejó tres. Cult Of Personality inicia la descarga con un poderoso riff de Vernon Reid, guitarrista y compositor, solo o acompañado, de todos los temas del álbum, a excepción de Memories Can't Wait, versión de Talking Heads. Si aquel medio tiempo se inspira en Led Zeppelin o Black Sabbath, la habilidad instrumental de Reid, la rítmica funk de Muzz Skillings (bajo) y William Calhoun (batería) y la voz de Corey Glover hacen que el cuarteto, desde un primer momento, muestre un punto de vista diferente a la hora de enfrentarse a un género tan definido (manido en el peor de los casos) como el rock duro. El resto de la primera cara sigue la línea de distorsión eléctrica marcada por Cult Of Personality, mediante temas muy brillantes. En la segunda, sin embargo, llegan las novedades. El funk y el hard se alternan en Funny Vibe, en la que colaboran Chuck D y Flavor Flav, devolviendo el favor a un Reid que ya había hecho lo propio en el arrollador debut de Public Enemy, Yo! Bum Rush The Show. La excelente apropiación de la citada Memories Can't Wait da paso a una balada, Broken Hearts, donde Mick Jagger toca la armónica. Y no se queda ahí. En esa cachonda conjunción de calipso, pop y metal que es Glamour Boys, su satánica majestad produce y hace coros. What's Your Favorite Color? (Theme Song) devuelve a Living Colour al funk, para endurecerlo en Which Way To America?, vibrante punto y final que también tiene a Jagger a los controles.


Con las relatadas y stonianas excepciones, el nítido sonido de Vivid se debe a Ed Stasium, que repetirá producción en el siguiente disco de la banda, asimismo muy recomendable, Time's Up, del que seguro daremos cuenta en otra ocasión en Ragged Glory, si es que el gobierno, pues todo puede ser, no decide incluirnos en sus recortes. Mientras tanto, volveremos a disfrutar a todo trapo del comentario político y social de Corey Glover y los suyos. Que los problemas no empezaron ayer, oigan, y ya por entonces existía la Desperate People de la que nos cantan.


 

domingo, 9 de diciembre de 2012

Hank


Asesinado a la salida de un concierto en marzo de 2009, Hank era natural de Zumárraga, Guipúzcoa, pero vivía en Barcelona y era, al parecer, bastante conocido en los círculos musicales alternativos de la Ciudad Condal. Hank (2011) es también el título del tercer disco de Suzy & Los Quattro, dedicado a quien el grupo, en sus propias palabras, consideraba "más que un amigo, un hermano". Hank narra el proceso que va del dolor de la pérdida a la asunción de que por muy luctuosa que sea hay que seguir viviendo, sin que la memoria del finado suponga un lastre, sino un recuerdo respetuoso e inspirador. Es por ello que las melodías que acompañan a las letras fantásticamente cantadas por Suzy Chain son optimistas y alegres, y suponen, en mi opinión, la mejor colección de temas compuestos por BB Quattro para su banda.

Excelentemente producido por Robbie Rist, el álbum —cuya risueña portada casa inmejorablemente con su contenido— defiende e impone su clasicismo a base de mucha clase, convencimiento y variedad. Freak Out! recuerda inevitablemente a Blondie, dando el pistoletazo de salida mediante una canción espectacular que debería gobernar las listas y sonar a todas horas en las radios comerciales que nos golpean día sí, día también con un pop insulso, plano, horroroso. La preciosa Don't Wanna Talk About It trae al mismo tiempo ecos de Phil Spector y sus girl groups de los sesenta y de Belle And Sebastian o Teenage Fanclub. Move On da un giro al soul, en el que Suzy & Los Quattro también se mueven como pez en el agua. Es a Bob Diddley, sin embargo, a quien resucita el riff principal de The Quiet Man, con un estribillo veloz y muy poderoso que huele a gospel. Kick Ass, más veloz aún, pone fin a la primera cara enarbolando la bandera del punk rock.


La segunda mitad del elepé se podría dividir, a su vez, en dos partes. En la primera convivirían pop y punk, llámenle power pop si quieren. In My Dreams Again suena a los Beatles, los Beach Boys y los Barracudas, entre otros y sin menoscabo de la personalidad del grupo. Perspicaz como pocos, Lindsay Hutton dice de I.O.U. (I Owe You), con mucho sentido del humor, ser una canción de Andy Shernoff —asimismo admirador del cuarteto catalán— compuesta para Abba. Luego lógico que su estribillo y el de I Want You, Tonight!, de Manitoba's Wild Kingdom, tengan tanto que ver. En una línea similar, Love Never Dies completa este primer cincuenta por ciento establecido por nosotros. El restante, también triple, cuenta con la siguientes razones para ser considerado diferente: una versión soberbia del You Angel You de Bob Dylan, que Suzy & Los Quattro mutan para hacerlo suyo y terminar coqueteando con el noise rock; un perfecto tema cantado a capela con el acompañamiento de los Rubinoos, Still Mad About You; y una sobria y sencilla despedida en la que el piano de Tim Cross y la voz de Suzy dicen adiós a Hank y hacen que las lágrimas, si no habían acudido todavía, se derramen por nuestro rostro. "La canción que más me ha costado escribir jamás", según BB Quatro, recibe el título, tan obvio como emocionante, de The Goodbye Song. 

Suelen ser los discos conceptuales sinónimo de aburrimiento y pretenciosidad, peligro que aumenta si abordan la muerte de alguien. Suzy & Los Quattro, por el contrario, hacen de la catarsis diversión sin caer en frivolidad alguna, convirtiendo lo lúdico en trascendental (y viceversa) de la más natural y honesta de las maneras. No se me ocurre ninguna mejor que esta pequeña obra maestra del más reciente rock español para, terminamos cediendo la palabra al grupo, "aceptar que Hank se ha ido para siempre, pero al mismo tiempo darnos cuenta de que vivirá en cualquier cosa que hagamos a partir de ahora".

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Duke Ellington Meets Coleman Hawkins


Aunque sean más conocidas y recordadas sus colaboraciones con Charles Mingus y Max Roach (Money Jungle) y John Coltrane (Duke Ellington & John Coltrane) —materializadas ambas en septiembre de 1962—, la reunión del rey del jazz con Coleman Hawkins solamente un mes antes merece la misma atención, pues son sus cualidades igual de apreciables a la hora de conformar tan excelente trilogía. Junto a seis miembros de su orquesta —Johnny Hodges, saxo alto; Harry Carney, barítono y clarinete bajo; Ray Nance, corneta y violín; Lawrence Brown, trombón; Aaron Bell, contrabajo; Sam Woodyard, batería—, el pianista y el saxofonista completan un octeto fabuloso que no se aleja de las sonoridades de la big band de Ellington, pero que las intervenciones de Hawkins y su saxo tenor enriquecen. Producida e inducida por Bob Thiele, como en el caso de Coltrane, la sesión de la que saldrá Duke Ellington Meets Coleman Hawkins es de aquéllas cuya beldad parece inexorable a priori, y que su escucha no hace sino confirmar. Su musicalidad no reinventa ni revoluciona, pero se alza inflexible en su aparente modestia. Es la de intérpretes sabios, redondos que llegados a su madurez —la misma de la que su compatriota John Ford acaba de hacer gala en aquel 1962, regalándonos la extraordinaria El hombre que mató a Liberty Valance— no van de nada aunque lo sean todo. Ocho artistas para ocho temas (entre ellos lo míticos Mood Indigo y The Jeep Is Jumpin') que se engarzan como si de uno solo se tratara en su transcurrir ajeno a los altibajos. Sin cláusulas ocultas ni letra pequeña, si acaso la humanidad garante de sus virtudes, el álbum ofrece un discurso claro y sin dobleces, ejecutado a la perfección y, en su valoración final, resplandeciente. Hoy como ayer, cincuenta años después de su grabación, el brillo que emana sigue dándonos motivos para la alegría aun cuando la realidad sea tan adversa.