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martes, 11 de septiembre de 2012

Total 13


Querían comerse el mundo. Querían grabar un nuevo Never Mind The Bollocks, un nuevo Appetite For Destruction que incendiase el planeta con el punk y el hard como combustible. Querían, en definitiva, ser los más grandes en el negocio del rock and roll. Corría entonces el año 1998, y, obvio es decirlo, no lo consiguieron. Pero lograron que su fe ciega no cayera en saco roto y registraron un álbum digno de tan pretencioso título: Total 13. Nunca estuvieron los Backyard Babies tan cerca como aquí de los Hellacopters, Gluecifer o Turbonegro, quizá los tres grupos más brillantes surgidos del prolífico boom del rock escandinavo en la década de 1990.

Son precisamente los Hellacopters la banda que forma el guitarrista Dregen tras la publicación en 1994 de Diesel & Power, el primer disco de los Babies, tiempo de barbecho durante el cual el grupo de Nick Royale graba sus dos primeros elepés. Con las pilas cargadísimas —Supershitty To The Max! y Payin' The Dues son dos pepinazos de órdago—, Dregen entra en el estudio con sus antiguos compañeros y todos se dejan la vida en trece canciones de testosterona a flor de piel y claro potencial comercial. No hay lugar para balada o relax alguno —el "Rock Chaos" que reza junto al título en la portada— en esa plaza entre el sleaze y el high energy que habitan el disco y unos Backyard Babies a los que se nota totalmente convencidos de la calidad de su material a la hora de interpretarlo. Orgullosa, crecida, agresiva, la banda sueca nos achicharra al gritar sus estribillos, nos golpea con su base rítmica y nos escupe melodía distorsionada de sus guitarras falocráticas para repetir un ritual, el del rock, al que se hace cobrar vida, luego sentido —como si no hubieran pasado cuarenta años desde el debut de Little Richard—, sin inventar nada pero apropiándoselo hasta el tuétano con clase.

No diré, sin embargo, que Total 13 se sitúe a la altura de los citados y magistrales modelos dejados por Sex Pistols y Guns N' Roses, no, pero cierto es que, escuchado del tirón, su exhaustiva coherencia puede hacer que la duda le ronde a uno. Quizá sea pasajera, pero cada vez que mis viejos y cascados oídos vuelven a degustar el segundo álbum de los Backyard Babies, soy asaltado por ella. Alguna razón habrá.