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viernes, 1 de febrero de 2013

Live At The Harlem Square Club, 1963. One Night Stand

Dejó escrita Ernesto Sábato una obviedad que, a veces, se nos olvida: nada tiene que ver la calidad de una obra con el éxito cosechado por la misma. Y no para defender que existan patrones objetivos y universales que la definan, sino para aclarar que es de necios utilizar como criterio lo que no es más que un dato que funciona a la manera de prejuicio (se esté con la mayoría o la minoría). Lo mismo podemos decir de la manida y agotadora  división —por no ser groseros y llamarla asquerosa— entre arte culto y popular, mero parapeto para olvidarse de lo fundamental: la emoción que se transmite mediante el uso de la técnicas que el creador dispone y moldea según sus capacidades o intenciones.

Con el propósito de derribar estas barreras —construidas por la estupidez humana—, traemos hoy a Ragged Glory Live At The Harlem Square Club, 1963. One Night Stand, el mítico disco en vivo de Sam Cooke, que, aunque publicado en 1985, nos retrotrae a Miami hace exactamente medio siglo. La calidez y cercanía de Sam Cooke sobre las tablas no oculta a un artista tan refinado como en el estudio pero mucho más poderoso, una faceta del vocalista que gracias a esta grabación conocemos en todo su lustre. Porque no hace falta ser el más cultivado de los estetas para quedar atrapado por este alubión de sensaciones que Cooke y su banda nos hacen llegar delante de un público (entregado es poco) que se funde con el cantante y los músicos. Vocablos como "comercial" o su (teórico) antónimo "independiente" se derriten hasta desaparecer, al igual que la audiencia, en la distancia que va de ella al escenario y viceversa. Del micro y los instrumentos sale arte tan estremecedor y desbordante como el de la Música para cuerda, percusión y celesta de Bartók o la Quinta Sinfonía de Beethoven, asumiendo diferencias culturales y de procedimiento, pero no de valor estético. La relación entre los recursos manejados y los resultados obtenidos es inmejorable, y del concierto poco más se puede decir que es perfecto en su totalidad; lo cual no es óbice para que exprese mi debilidad por la cara B del elepé, cuyas sucesivas Somebody Have Mercy, Bring It On Home To Me, Nothing Can Change This Love y Having A Party ponen mi vello de punta. Al igual que se le pondrá, espero, a quien se acerque por primera vez a esta joya de los años sesenta… u ochenta. Tan necesaria como Pet Sounds o Songs The Lord Taught Us, digamos, sean ustedes de una u otra década, y por si acaso todavía queda algún incauto sin escuchar (si es posible la primera mezcla en vinilo) a Sam Cooke en el Harlem Square Club. En directo y sin trampas, por supuesto.