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lunes, 7 de enero de 2019

Ascetismo tras los barrotes


En su estudio clásico y esencial sobre El estilo trascendental en el cine, Paul Schrader dice: "Bresson desprecia lo que más le gusta al aficionado al cine. Sus películas son frías y aburridas; les falta esa excitación vicaria que normalmente va unida al hecho de ver una película". La descripción que Schrader hace del cine de Robert Bresson avanza con exactitud la característica principal del arte del director francés: el ascetismo. El ascetismo como ausencia: ausencia de dramatización, ausencia de gesticulación, ausencia de acción…

Hay que esperar a su cuarto largometraje para que su radical estilo se vea reflejado en pantalla con absoluta rotundidad. A partir de Un condenado a muerte se ha escapado (1956), Bresson fija unas normas visuales y auditivas que desarrollará sin concesiones hasta su último trabajo (El dinero, 1983), pero que en la historia de la fuga carcelaria de un miembro de la resistencia francesa en Lyon en 1943 se exponen ya con el máximo rigor. El autor desnuda los escenarios sin que dejen de ser reconocibles, anula la interpretación de unos actores no profesionales —rostros inexpresivos que rehúyen del método del Actors Studio— y centra su puesta en escena en los objetos, los movimientos, las relaciones y las conversaciones que conducen al teniente Fontaine a la huida de la prisión. Los sonidos y el fuera de campo tienen igual importancia, si no más, que las imágenes austeras —secas— rodadas por Bresson en busca de la esencia de su relato. Esta esencia es a lo que Shrader llamó "estilo trascendental", aplicado asimismo a los maestros Yasujiro Ozu y Carl Theodor Dreyer, concepto filosóficamente discutible que no anula el extraordinario valor de su apuesta. La importancia de Un condenado… estriba en su coherencia formal, sin negar su contenido religioso o el perfecto engranaje del guion del que se parte.


Al rechazar cualquier énfasis, ya sea en las motivaciones de los personajes, los giros argumentales o la presencia militar del ocupante alemán (los soldados son apenas cuerpos o sombras), Bresson descoloca al espectador mientras describe milimétricamente los preparativos, problemas y ansiedades relacionados con la evasión. Como La fuga de Alcatraz (Don Siegel, 1979) —por otro lado muy notable—, pero sin caras conocidas, diálogos afilados o un mínimo entretenimiento. Pickpocket (1959), El proceso de Juana de Arco (1962), Una mujer dulce (1969) o Lancelot du Lac (1974) seguirán habitando idéntico territorio estético en diferentes épocas y con otros protagonistas; sin embargo, Un condenado a muerte se ha escapado, además de rememorar sin querer la lucha antifascista, es una obra maestra de la misma talla de las que continuarán el camino insobornable de Robert Bresson.