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jueves, 30 de noviembre de 2023

Whole Lotta Love

No fue un grupo de singles sino de elepés —tendencia que la década de 1970 consolidará por lo general—, pero éste extraído del segundo plástico de Led Zeppelin contiene una de las canciones definitivas de la música rock. Y es que Whole Lotta Love (1969) lo tiene todo para que así sea: un riff perfecto de la guitarra de Jimmy Page que millones de aficionados tienen clavado en el cerebro; las notas exactas para acompañarlo del bajo de John Paul Jones; una batería sincopada, asombrosa y por momentos muy prominente de John Bonham; un interludio de minuto y medio que apela a la psicodelia, al free jazz/jazz rock y a la música concreta y que incorpora al tema fórmulas vanguardistas que el cuarteto inglés implementará ampliamente en directo; una letra convertida en puro sexo por Robert Plant y tomada prestada parcialmente a Wille Dixon y You Need Love, que hace que incluso la polémica o controversia sobre la línea, a veces invisible, que separa la influencia del plagio en el arte se sume al acervo de la composición. ¿Lo tiene todo o no, amigos? En comparación, claro, Living Loving Maid (She's Just A Woman) puede parecer poco cosa al durar la mitad que la primera cara del sencillo y pisar terrenos más convencionales. Sin embargo, su rock de herencia blues y ecos ácidos entra muy bien y, aislándonos de cotejos dañinos y aburridos, logra un notable según nuestro criterio. Por mucho que Whole Lotta Love merezca el protagonismo y siga ganando adeptos y aplausos de generación en generación.


 

miércoles, 9 de octubre de 2019

Physical Graffiti


Si las comparaciones son odiosas, en el caso de Led Zeppelin, además, son osadas y peligrosas. Ni una sola de las bandas que ha crecido sobre su influjo (y las hay a patadas) puede igualar un currículum discográfico como el que dejó el cuarteto inglés y una destreza en el escenario que es casi sobrehumana. Led Zeppelin abrió caminos e iluminó líneas de trabajo, pero la originalidad de su propuesta (aun chupando sin pudor de determinadas fuentes), la variedad de su obra, su formalización definitiva y su prurito de grabar y publicar lo estrictamente necesario hizo del grupo cota inaccesible para epígonos de todo tipo.


Physical Graffiti (1975) es su sexto, doble y pantagruélico elepé, último plástico imprescindible de los cuatro magníficos —Page, Plant, Jones, Bonham—, que se vacían creativamente para ofrecer un caleidoscopio de hermosura eterna que deja muy claro que las etiquetas o categorizaciones son incapaces de atrapar o describir la ambición enorme de los autores de Houses Of The Holy. Es precisamente la senda de este trabajo la que se sigue aquí y, de hecho, la canción que le iba a dar título —hard funk de alta alcurnia que suena a híbrido de Dancing Days y The Ocean pero que fue descartado— se incluye en el primero de los plásticos antes de que otro tema lleno de funk, el espectacular Trampled Underfoot, se yuxtaponga. Ha empezado el álbum ardiendo con Custard Pie, de fulminantes guitarras rítmica y solista de Jimmy Page y con el teclado de John Paul Jones sonando desde el principio. También iba a aparecer en Houses Of The Holy la espléndida y emocionante The Rover, que antecede a los monumentales once minutos de blues pesado y progresivo de In My Time Of Dying. Mastodóntica, descomunal, la pieza muestra al Zeppelin más extremo, el que no pierde inmediatez o potencia (impresionante al respecto la batería de John Bonham) a pesar de la duración de un corte en el que Robert Plant nos habla de a quien ha llegado el "momento de morir". Es entonces cuando llegan las dos canciones anteriormente descritas (Houses Of The Holy y Trampled Underfoot), tras las cuales —exótica, majestuosa e hipnótica— entra Kashmir. Y entra la polémica. Su duración, su cadencia, su melodía, su orquestación y su sonido hacen de ella, para unos, sinfonismo petulante que nada tiene que ver con el rock and roll y sus (supuestas) intenciones o, para otros (entre los que me incluyo), magnífica suite cantada cuyo riff ha sido más de una y dos veces calcado.


El segundo de los discos abre ahondando en las premisas establecidas por Kashmir. In The Light es también una canción larga (especialmente extensa es su introducción) cuyo rock progresivo de aromas asiáticos tiene como protagonista sonoro a los teclados y sintetizadores de Jones, compositor principal del corte. Salida de las sesiones de Led Zeppelin III, Bron-Yr-Aur es una miniatura acústica que juega al contraste. Down By The Seaside es una maravilla folk rock (atención a la digresión que introduce a medio camino) que se remonta a la grabación del cuarto plástico del dirigible y bebe claramente de las aguas de Neil Young. Las brumas de la nostalgia envuelven Ten Years Gone desde su título hasta la última de sus notas, y uno no puede dejar de sentirse ciertamente sobrecogido mientras la escucha. Night Flight y Boogie With Stu, la segunda con el gran Ian Stewart al piano, vienen también de los días en que se gestaba Led Zeppelin IV, composiciones algo menores pero llenas de encanto y groove. Entremedias —que no se nos olvide— se ha colado un zarpazo hard en la línea de Inmigrant Song, The Wanton Song. Entre el folk, el honky tonk y el boogie-woogie se mueve Black Country Woman, que en un principio debería haber pertenecido a Houses Of The Holy. Sick Again echa imponente el cierre a la hora y veintidós minutos de Physical Graffiti, un trabajo genial que no se resiente de mezlar descartes de elepés pretéritos con registros producidos ex profeso para formar parte del mismo. Solo falta citar la portada troquelada de Peter Corriston para completar la visión del homérico esfuerzo hecho por Led Zeppelin. Como Odiseo, llegaban sus miembros a su Ítaca particular, en la que Penélope les esperaba en forma de composiciones, armonías e interpretaciones guardadas solo para ellos.

miércoles, 12 de junio de 2019

Coda


No fue un grupo que se anduviera por las ramas. Poco dejó fuera Led Zeppelin de sus elepés de estudio, pero alguna cosa había, como demostraba Coda, publicación póstuma de 1982. La explosiva versión del We're Gonna Groove de Ben E. King que inicia el álbum es un híbrido de la registrada en directo en enero de 1970 en el Robert Albert Hall —apertura de un impresionante concierto que se puede ver entero en el doble Led Zeppelin DVD— y los posteriores retoques a los que la guitarra de Jimmy Page, regrabada totalmente, será sometida. Los créditos del disco aseguraban que la canción correspondía a una sesión londinense del 25 de junio de 1969, un día después de que el cuarteto inglés hubiera grabado su mítica lectura del Travelling Riverside Blues de Robert Johnson, pero aquellos datos no se ajustaban a la realidad. Poor Toom es un descarte de Led Zeppelin III que tiene el aire folk de aquel trabajo y es un buen tema, aunque se comprende que quedara fuera pues no hubiera estado a la altura del soberbio material que conformaba el tercer paso del dirigible. De la misma función de la que sale We're Gonna Groove es un magnífico I Can't Quit You Baby que se asegura en los créditos procede de los ensayos previos, si bien, podado por delante y por detrás, el blues que escribiera Willie Dixon recoge a la banda en vivo sobre las tablas eliminado el sonido ambiente. Walter's Walk no entró en Houses Of The Holy a pesar de que hubiera encajado muy bien —funk rock pesado— en la quinta obra maestra consecutiva de Led Zeppelin.


La segunda cara de Coda la componen tres cortes salidos de las sesiones de su último y peor elepé, In Through The Out Door, y un instrumental escrito y grabado en Suiza en 1976 por John Bonhamn. Sin ocultar que cualquier comparación con el pasado puede causar sonrojo, Ozone Baby y Darlene son composiciones que no están mal, lo que no es suficiente para los autores de Physical Graffiti. Bonzo's Montreux es una especie de segunda parte de Moby Dick (con añadidos electrónicos de Page) que a mí no me dice nada. Intento del grupo de sonar tan agresivo como los punk rockers que de él habían hecho carne de cañón, Wearing And Tearing demuestra que Led Zeppelín no perdió nunca el orgullo ni el brío que hicieron de Page, Plant, Bonham y Jones nombres básicos en la historia del rock and roll. Que Coda no brille como sus extraordinarios logros del periodo 1969-1975 no les quita un ápice de mérito e importancia. Al fin y al cabo, hablamos de un remate para hacer caja.

miércoles, 9 de agosto de 2017

Led Zeppelin II


Padre de los riffs de Smoke On The Water y Highway To Hell e hijo de los de You Really Got Me y Foxy Lady —entre otros tantos posibles—, el de Whole Lotta Love abre inconfundible y explosivo el segundo y extraordinario elepé de Led Zeppelin, publicado meses después de que el grupo hubiera asombrado al mundo con un debut no menos antológico. Pero no solo es el riff, claro. Es el bajo de John Paul Jones, la percusión sincopada de John Bonham, la voz sexualmente imperativa de Robert Plant, el largo trompo psicodélico en medio de la canción, el solo de la guitarra de Jimmy Page cuando aquél acaba, el grupo roqueando conjuntamente, el blues que sobrevuela toda la interpretación y la polémica apropiación del You Need Love para atestiguarlo… Es todo eso y más lo que hace de Whole Lotta Love una experiencia única y un inicio incendiario para un disco que no va a decaer.


What Is And What Should Never Be va y viene del susurro psicodélico de raíces blues y cadencia bossa nova al hard rock. The Lemon Song es uno de los momentos privilegiados del álbum, seis minutos de magia en el estudio —parcialmente improvisada— que alimenta su belleza de la conjunción, y no antítesis, de la rítmica funk de Jones y Bonham y la melódica sexualidad de Plant y Page, partiendo ambas del Killing Floor de Howlin' Wolf. Thank You cierra la primera cara con una balada a emparentar con el Your Time Is Gonna Come del primer plástico del dirigible, siendo el elegante órgano de John Paul Jones nexo obvio y prominente entre ambas canciones.


Heartbreaker se encarga de que la segunda cara se inicie con un puñetazo de rock duro y plasticidad infinita que los hermanos Young tuvieron que escuchar muchas veces antes de fundar AC/DC. Living Loving Maid es un tema corto, preciso y rápido que no abandona la potencia, cosa que sí hace Ramble On en su comienzo acústico. Y digo comienzo porque no van a tardar en aparecer las guitarras distorsionadas de Jimmy Page. Eléctricas o no, son éstas las protagonistas espléndidas de un corte asimismo marcado por la doble percusión de Bonzo, la de su batería y la de lo que sea que toque cuando las texturas folk mandan. Es Bonham también quien, casi de principio a fin, domina Moby Dick, convirtiendo la mítica novela (y ballena) de Herman Melville en un solo de batería —manos y baquetas en acción— del que han bebido miles de músicos, especialmente en directo. Y así llegamos a Bring It On Home, blues acústico que torna hard rock y ejemplo sencillo de cómo Led Zeppelin fue parte creadora del heavy metal, haciendo duro y progresivo el género del que todo nace. Expansivo y poderoso punto y final, pues, del segundo disco que la banda británica editaba en 1969, una colección de canciones claramente diferenciadas entre sí pero unidas por su apabullante calidad, más allá de que la primera sea la de mayor referencia universal. Una calidad que hasta su sexto y doble álbum —Physical Graffiti— se mantendrá incólume para hacer de sus autores uno de los pocos grupos absolutamente imprescindibles de la historia del rock and roll.

jueves, 14 de julio de 2016

Led Zeppelin III


Si de la épica vikinga de Inmigrant Song tuviéramos que deducir el contenido completo del tercer elepé de Led Zeppelin erraríamos en el diagnóstico garrafalmente. Ni sus escasos dos minutos y medio ni su prefiguración del heavy metal tienen una relación relevante con el resto de un disco que hace de la variedad virtud y lleva a sus surcos —siquiera parcialmente— el sosiego que Jimmy Page y Robert Plant encontraron en el campo galés tras más de un año girando por Estados Unidos.


Dividido en dos caras bien diferentes —el rock y la electricidad, que todavía pesan en la primera, son sustituidos gradualmente por el folk acústico en la segunda— y protegido por una portada muy original (que se perdía en la edición en CD), Led Zeppelin III (1970) es la tercera obra maestra consecutiva del cuarteto británico y habla de su enorme capacidad para no estancarse y reinventarse sin que la excelencia se vea dañada. Unas voces captadas en el estudio sirven de introducción a Friends, un tema que se sitúa en los antípodas de Inmigrant Song. La guitarra acústica de Page, la percusión de John Bonham, la cuerdas y el sintetizador de John Paul Jones crean un ambiente misterioso sobre el que Plant hace una excelente interpretación vocal. Celebration Day devuelve al Zeppelin más roquero y sobrado de groove aunando boogie y funk en una composición que Jones se ha encargado de fundir con la anterior mediante su sintetizador. El blues y la balada van de la mano en los extraordinarios siete minutos y medio de Since I've Been Loving You, tour de force en el que es imposible destacar el solo de guitarra de Page, la pegada de Bonham, las notas del Hammond de Jones o las lastimeras palabras que canta Plant, pues hablamos de una banda en la cumbre de su arte. En comparación, el brillante hard de Out On The Tiles que clausura la primera mitad del plástico parece poca cosa, pero la escucha atente y justa (aislada, si se quiere) desmiente cualquier atisbo de medianía.

Adaptación de un tema tradicional, Gallows Pole empieza suavemente y va aumentando su intensidad añadiendo instrumentos a la guitarra acústica y la voz. La mandolina, el bajo, la batería, el banjo y la guitarra eléctrica se suman progresivamente y acaban convirtiendo el susurro inicial en high energy rock digno de los Stooges. La belleza no exenta de cierta laxitud de Tangerine se prolonga en That's The Way, dos canciones maravillosas en las que se experimenta el definitivo paso, ya mencionado, del rock al folk, que todavía conviven en la primera de ellas. Bron-Y-Aur Stomp celebra, en forma de skiffle, la cabaña galesa donde descansaron y pergeñaron el álbum Page y Plant, quienes se van a quedar solos en Hats Off To (Roy) Harper para cerrarlo. Blues rural y ancestral, estas felicitaciones a Roy Harper guiadas por la slide de Page son el colofón de un tercer paso mayúsculo —Led Zeppelin III— que, si bien no fue alabado por todo el mundo en su momento, expandía la grandeza de una banda inigualable e inigualada. Súmenle los dos elepés que habían antecedido a éste y los tres que le seguirían y díganme si, a pesar de su clase, Nirvana, Black Crowes, Wilco, Queens Of The Stone Age o Jayhawks —por ejemplo— han hecho algo remotamente parecido.
 

jueves, 20 de febrero de 2014

Led Zeppelin DVD

Cierto que su discografía en estudio no supera a la de otros monstruos sagrados del rock and roll —llámense Chuck Berry, Elvis, Beatles, Beach Boys, Dylan, Stones o Neil Young—, pero en directo no habido, hay o habrá nadie que haga sombra a ese excelso cuarteto que respondía al nombre de Led Zeppelin (y, por favor, no fastidien mi apotegma recordándome que existen los Who: ¡ya lo sé!). Desde que hace diez años me regalaron el doble DVD editado por el grupo inglés en 2003 (Led Zeppelin a secas o Led Zeppelin DVD), mi opinión al respecto se ha hecho inamovible. Contemplando y escuchando de nuevo el Live At The Royal Albert Hall de 1970 que ocupa casi todo el primer disco para escribir esta texto, no hago sino reafirmarme en qué, ¡dios mío!, no hay magma sonoro en vivo como el que muestra este documento tan impresionante, el que captura a una banda en un momento en el que la adrenalina del directo y la juventud (todavía no perdida) se conjugan con un desarrollo instrumental que alcanza su cénit. Sentir la sexualidad de Robert Plant al cantar y mover su maravillosa melena; caer rendido ante la voracidad técnica de un Jimmy Page absolutamente magistral; ver a John Bonham fundirse con su batería mientras la aporrea con las manos en Moby Dick —las baquetas, que no tarda en recuperar, parecen pertenecer a un futuro remoto, pues Bonzo ha entrada en trance al conectar con su yo primitivo (aun sofisticado)—; o captar la perfección de cada nota pulsada en su bajo por John Paul Jones, son sensaciones particulares y plenas que —sumadas— resultan abrumadoras hasta la extenuación de quien observa una exhibición de talento(s) no ya extraordinaria, sino única. La mejor. Transformadas por el ardor guerrero de Led Zeppelin, la noche del 9 de enero de 1970 en el mítico Royal Albert Hall joyas como Dazed And Confused, How Many More Times, la dicha Moby Dick, Whole Lotta Love o Communication Breakdown son convertidas —definitivamente— en odas al inconformismo estético y en arte de la más alta categoría, amén de espectáculo rock sin parangón. Que además los orígenes de su música sean honrados mediante vibrantes versiones de Eddie Cochran (C'mon Everybody y Something Else), hace que el cuadro se complete y quede dibujada cristalina e indubitada la línea por la que la formación transita hasta dejarla tensa e irrompible en su tramo final, el tramo del que los autores de Physical Graffiti se encargan. El primer DVD lo completan un clip promocional de la mencionada Communication Breakdown y tres pequeñas apariciones en televisión (por supuesto que en directo) de 1969 (Dinamarca, Francia y Gran Bretaña), cuyas limitaciones hicieron que el grupo no volviera a aparecer en dicho medio. A pesar de ello, las actuaciones son todo lo contrario a malas (impagables las imágenes del Tous en scène galo), como ya imaginarán, especialmente la danesa, la más larga de ellas y brillantemente recogida en blanco y negro.

Con el segundo de los discos no se alcanzan las cotas de excitación inherentes al anterior, pero el interés sigue siendo máximo por dos razones: por ofrecernos al cuarteto en diferentes periodos de su existencia y porque el nivel musical se mantiene en la estratosfera, lejos, muy lejos, de los simples mortales. Inmigrant Song — el vídeo tomado en Sidney, el audio, en Los Ángeles; ambos en 1972— abre como el trueno, pese a su aislamiento y la mezcolanza descrita. Junto  con éste, los cuatros temas recogidos en el Madison Square Garden neoyorquino en julio de 1973 (Black Dog, Misty Mountain Hop, Since I've Been Loving You, The Ocean); los seis en el Earls Court londinense en mayo de 1975 (una primera mitad acústica compuesta por Going To California, That's The Way y Bron-Y-Aur Stomp, y otra segunda formada por un excepcional In My Time Of Dying, Trampled Under Foot y Starway To Heaven); y los siete en el pantagruélico festival de Knebworth en agosto de 1979 (Rock And Roll, Nobody's Fault But Mine, Sick Again, Achilles Last Stand, In The Evening, Kashmir y Whole Lotta Love nueve años más tarde y rematando la faena), son perfectos para conocer y asimilar la evolución del dirigible —siempre dentro del exceso que desde sus primeros días le define—, siendo esencial la importancia que van cobrando los teclados de John Paul Jones, quien también toca la mandolina en el apartado acústico del que hemos dejado constancia. Cabe resaltar, si acaso y no porque sea mejor (quizá sea la menos redonda), la porción extraída de Knebworth para afirmar —más aún varias décadas después y sirviéndonos de la, si no objetividad, calma que da la distancia— que el punk, muy a su (razonable) pesar, no había podido con cuatro músicos ajenos a modas, coyunturas, pasatiempos… o crestas desafiantes (lo cual no invalida —para nada, no le den la vuelta a la tortilla— la todavía enhiesta obra de los Pistols o los Clash, superior a la que Led Zeppelin produce entre 1976 y el final de sus días).


Los extras que quedan hasta completar las cinco horas de duración (dos entrevistas y los videos promocionales de Over The Hills And Far Away y Travelling Riverside Blues para la publicación en 1990 de la famosa caja remasterizada) y la sobresaliente presentación del DVD hacen de él uno de los mejores artefactos que puede adquirir cualquier amante y coleccionista de rock and roll, aparte de imprescindible para tener una visión total de la banda. Si alguien no queda ahíto, además,  ese mismo 2003 veía también la luz How The West Was Won, otro soberbio —los adjetivos se me hacen cortos— triple CD sobre las tablas registrado en 1972 en California, que tendrá su hueco en Ragged Glory más adelante, pues Led Zeppelin DVD no admite añadido a su grandeza. Ni que decir tiene, si han leído atentamente mis palabras, que quien no lo haya visionado debe salir rápidamente corriendo a hacerse con una copia o solicitarla ahora mismo por internet. Ni el vocablo perentorio es suficiente.

viernes, 17 de mayo de 2013

Led Zeppelin IV


"Hey, hey mama, said the way you move / Gonna make you sweat, gonna make you groove" aúlla Robert Plant, y ya hemos sido abducidos por Zoso, Four Symbols, Led Zeppelin IV o el disco sin título —portada, contraportada y lomo no llevan rótulo— de la banda británica. Escogemos la tercera opción por comodidad, pero hemos de darnos prisa porque Jimmy Page, John Bonham y John Paul Jones ya hacen temblar al planeta entero acompañando a Plant en ese soberbio medio tiempo llamado Black Dog, en el que el hard rock viene del blues y apunta al hevy metal partiendo del Oh Well de Fleetwood Mac. El redoble que abre el Keep A Knockin' de Little Richard, tocado casualmente por Bonham en el estudio, da lugar al quizá más fastuoso Rock And Roll de los años setenta, que no podía llevar otro nombre que el de la música del demonio. Con The Battle Of Evermore el elepé da un giro brusco al presentarnos un corte acústico construido mediante guitarra y mandolina y testigo de la heterodoxia y curiosidad de Led Zeppelin. Llegamos entonces a la balada de las baladas, Starway To Heaven, cuyo espectacular y hermosísimo desarrollo —de la suavidad inicial a la electricidad final— no es deslucido por el hecho de que su introducción tenga "un sospechoso parecido con Taurus de Spirit y que otro de los pasajes pare[zca] extraído de And She's Lonely de la Chocolate Watchband", como bien afirma J.F. León. Ya sabemos que Page, además de guitarrista extraordinario, era bastante amigo de tomar prestadas ideas ajenas… sin decir de quién las había tomado ni pagar dinero por ellas.


Misty Mountain Hop hace que la cara B se inicie con otro medio tiempo, si bien no tan duro como Black Dog, al aunar hard, funk y pop —anticipando lo que en el futuro creará el dirigible— y sobresalir el piano eléctrico de Jones. Four Sticks es el tema más peculiar del álbum: por su extraño compás; por los dos cuerpos que se alternan y complementan (uno marcado por el riff de la guitarra eléctrica, otro por la guitarra acústica); por las cuatro baquetas que utiliza Bonham (y que dan título a la canción) para ejecutar su original percusión; por el sintetizador que toca Jones. El tercer tema de este lado del vinilo, Going To California, imita a su homólogo de la cara A, arropando guitarra acústica y mandolina a Plant en una canción grandiosa en su desnudez, en su austeridad. Partiendo de un blues registrado en los años veinte por Memphis Minnie y Kansas Joe McCoy, When The Levee Breaks cierra el disco con potencia y tempo similares a los de la citada Black Dog, destacando la armónica humeante de Robert Plant y el golpear tajante de John Bonham.

Ya que la hemos nombrado tres veces, lo hacemos una cuarta y nos situamos de nuevo en Black Dog para congelar el momento en el que Plant termina los versos transcritos y los instrumentos le responden. Es un instante al que podemos llamar ficticio, pues en realidad no hay solución de continuidad entre uno y otros, o si la hay es tan infinitesimal que el cerebro humano no puede captarla. Pero ficticio o no, es justo entonces —la voz de Plant se pierde y es sustituida por bajo, guitarra y batería unos segundos antes de aparecer de nuevo— cuando la maestría de Led Zeppelin IV (o como quieran llamarle) ya está asegurada, cuando una señal inefable penetra en tu alma (aunque también ésta sea imaginaria) y te indica que te prepares —y esa sensación (aun nacida del artificio, o sea de la mentira), se lo aseguro, es bien cierta— para un trabajo descomunal. Lo era en 1971 al publicarse; lo es hoy, en mayo de 2013, al dar yo mi opinión sobre él.


martes, 11 de octubre de 2011

Led Zeppelin


No creo que haya discusión acerca del hecho de que era sobre las tablas donde Led Zeppelin cobraba todo su sentido y explotaba todas sus virtudes y excesos. Las grabaciones en directo que han ido saliendo a la luz y los testimonios de la época lo atestiguan de manera tan contundente que parece difícil negar que el zepelín del escenario era, no sólo diferente, sino —directamente— mejor que el del estudio. Pero dejando a un lado esta controversia —aunque repita que me cuesta trabajo pensar que la haya—, salta a la luz que la mayor parte de los álbumes que nos legó el grupo inglés es de tal importancia y categoría —y, sobre todo, habla por sí sola— que, por muy sobresalientes que sean las capacidades de Led Zeppelin en vivo, no anulan el valor de una obra inmensa y crucial. Menos aún si hablamos de su primer y homónimo elepé.

Exuberante mixtura de hard rock, garage, blues, folk y rock progresivo, Led Zeppelin es, ante todo, la plasmación de las ideas de Jimmy Page, que toman vida mediante su guitarra y los instrumentos de tres colaboradores que se anuncian desde el primer momento como perfectos e insustituibles. Extensión de los Yardbirds del propio Page, Led Zeppelin se mueve en territorios ya visitados por Cream, la Jimi Hendrix Experience y el Jeff Beck Group, pero obteniendo resultados particulares de los que nacerá el heavy metal y toda su parafernalia.

Versionando vigorosamente a Willie Dixon por partida doble (You Shook Me, I Can't Quit You Baby); apropiándose (de nuevo, ya lo había hecho Page con los Yardbirds) de un tema de Jake Holmes que debería haber figurado como tal y no como composición del guitarrista (Dazed And Confused); añadiendo rock al folk de Anne Bredon (Babe I'm Gonna Leave You); explicitando su naturaleza pesada en originales tan diferentes como Good Times Bad Times, Communication Breakdown y How Many More Times; y mostrando sus caras acústica (Black Mountain Side) y pop (Your Time Is Gonna Come, de soberbia introducción organística), Jimmy Page, Robert Plant, John Bonham y John Paul Jones accedían a una nueva dimensión de la que muchos aprenderán, pero en la que nadie podrá penetrar, siquiera con permiso. Tan privilegiado y rotundo será el universo Zeppelin.


"Fue tremendamente emocionante grabar ese disco. Habían ensayado en condiciones antes de venir al estudio. Nunca antes había escuchado unos arreglos de ese tipo, ni había visto a una banda tocar de ese modo. Sencillamente era increíble, y cuando estás en el estudio con una banda tan creativa, no puedes evitar nutrirte de ello." Son palabras de Glyn Johns (coproductor en la práctica, junto a Jimmy Page, de Led Zeppelin), que trascribe Stephen Davis en su libro acerca del dirigible por antonomasia de la historía del rock. Y si para Johns fue emocionante grabarla, para cientos de miles de personas lo fue el descubrir aquella obra maestra y deslumbrante con la que en 1969 hacían su debut discográfico cuatro músicos que dejarían huella como pocos en la música pop. Más de cuarenta años después, la emoción sigue intacta.

domingo, 7 de marzo de 2010

Houses Of The Holy

Punto de fricción, el quinto álbum de Led Zeppelin supone una fractura para muchos admiradores del grupo británico, aunque es verdad que otros la hacen en cualquiera de los cuatro primeros por diferentes motivos. Es innegable, sin embargo, la cesura estética que se establece entre IV y Houses Of The Holy (1973).

Quizá Houses Of The Holy pueda verse como un disco de transición hacia Physical Graffiti, en el que explotan todos esos aires orientales y excesivos que ya contiene el anterior trabajo, pero, sea como fuere, tanto uno como otro son, en mi opinión, los dos últimos grandes discos que grabó Led Zeppelin.

Dos características esenciales las de Houses Of The Holy: la variedad estilística y el peso específico que adquiere John Paul Jones en los arreglos de los temas. En cuanto a la primera, encontramos —adaptados al discurso del dirigible— funk (The Crunge), reggae (D'yer Mak'er), jazz (No Quarter), baladas (The Rain Song), pasajes acústicos y eléctricos que se complementan (Over The Hills And Far Away, que fuera single del álbum) y riffs pesados made in Page (The Ocean). En lo que al bajista se refiere, bien sea con el mellotron, el órgano, el sintetizador o el piano, decora con elegancia las canciones y las llena de matices que las enriquecen. Variedad y arreglos que de poco servirían, por supuesto, si las composiciones no fueran de la calidad —siempre ha de tenerla la materia bruta para que el producto final alcance la excelencia— de las que aquí hallamos.

Ocho hermosos temas, en definitiva, componen Houses Of The Holy, ocho temas que anuncian el que dos años después será el asalto final de Led Zeppelin: las cuatro caras de Physical Graffiti. Otra historia que en otro momento contaremos.