No es la intención de este pequeño texto desmenuzar el contenido de la pantagruélica caja que nos ocupa, pues podría volver loco al lector, sino, simple y llanamente, el de recomendarla por si alguien quiere conocer de verdad la música de Duke Ellington. 24 Carat Gold Edition ponía en circulación en el año 2002 (como ya había hecho, verbigracia, con Charlie Parker, Count Basie o John Lee Hooker) un recipiente de cartón con diez CDs en los que se recogían cronológicamente y con excelente sonido alrededor de doscientos temas del maestro de Washington D.C. grabados entre 1938 y 1946. Y no es baladí el asunto de las fechas, porque aunque Ellington ya llevaba tiempo tocando y sus habilidades estaban muy desarrolladas, hablamos de los años en que el fascismo —tras hacerlo en España— lanza al mundo a una guerra brutal durante cuyo inicio, nudo y desenlace el músico norteamericano siguió alegrando la vida de las personas. Asimismo, 1938 es el año en que Billy Strayhorn se une a la banda de Ellington como compositor y arreglista, escritor del emblemático Take The "A" Train que aquí aparece en versión de febrero de 1941. Entre los intérpretes que encontramos quiero destacar, aparte del jefe, a Juan Tizol, coautor de otro de los clásicos inmarcesibles del pianista, Caravan, que, aun compuesto a mediados de la década de 1930, Portrait aporta en versión de mayo de 1945 sin Tizol y su trombón a bordo; y a Ben Webster, cuyo saxo tenor se incorpora vigoroso a principios de 1940 a la big band de nuestro hombre, siendo la explosiva lectura de Cotton Tail realizada en Hollywood el mes de mayo ejemplo inmejorable. Por encima de diez horas —concluimos— para saber de las múltiples facetas y matices del arte de Duke Ellington, a quien los términos jazz y swing no hacen completa justicia. No sería, en caso contrario, uno de los monstruos sagrados de la cultura estadounidense del siglo XX.
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lunes, 3 de diciembre de 2018
Duke Ellington. Portrait
No es la intención de este pequeño texto desmenuzar el contenido de la pantagruélica caja que nos ocupa, pues podría volver loco al lector, sino, simple y llanamente, el de recomendarla por si alguien quiere conocer de verdad la música de Duke Ellington. 24 Carat Gold Edition ponía en circulación en el año 2002 (como ya había hecho, verbigracia, con Charlie Parker, Count Basie o John Lee Hooker) un recipiente de cartón con diez CDs en los que se recogían cronológicamente y con excelente sonido alrededor de doscientos temas del maestro de Washington D.C. grabados entre 1938 y 1946. Y no es baladí el asunto de las fechas, porque aunque Ellington ya llevaba tiempo tocando y sus habilidades estaban muy desarrolladas, hablamos de los años en que el fascismo —tras hacerlo en España— lanza al mundo a una guerra brutal durante cuyo inicio, nudo y desenlace el músico norteamericano siguió alegrando la vida de las personas. Asimismo, 1938 es el año en que Billy Strayhorn se une a la banda de Ellington como compositor y arreglista, escritor del emblemático Take The "A" Train que aquí aparece en versión de febrero de 1941. Entre los intérpretes que encontramos quiero destacar, aparte del jefe, a Juan Tizol, coautor de otro de los clásicos inmarcesibles del pianista, Caravan, que, aun compuesto a mediados de la década de 1930, Portrait aporta en versión de mayo de 1945 sin Tizol y su trombón a bordo; y a Ben Webster, cuyo saxo tenor se incorpora vigoroso a principios de 1940 a la big band de nuestro hombre, siendo la explosiva lectura de Cotton Tail realizada en Hollywood el mes de mayo ejemplo inmejorable. Por encima de diez horas —concluimos— para saber de las múltiples facetas y matices del arte de Duke Ellington, a quien los términos jazz y swing no hacen completa justicia. No sería, en caso contrario, uno de los monstruos sagrados de la cultura estadounidense del siglo XX.
lunes, 5 de febrero de 2018
Money Jungle
Entre los dos elepés que en agosto y septiembre de 1962 Duke Ellington graba para Impulse! en compañía de, respectivamente, Coleman Hawkins y John Coltrane, el músico de Washington registra otro no menos espléndido para United Artists el 17 del segundo mes: Money Jungle. Y lo es por la belleza de las nuevas composiciones del maestro, la de las antiguas que suenan magníficas remozadas y por la prestancia de los dos genios que completan el trío: Charles Mingus y Max Roach. El contrabajo de aquél y la batería de éste se funden con el piano de Ellington y dan con una expresividad superlativa en la que no hay asomo de nostalgia sino presente y ganas de vivir.
Bien sea el tema que abre vehemente y pone título al disco, la delicadeza cuasiatonal de Fleurette Africaine o la soberbia versión del Caravan que Juan Tizol escribiera en los años treinta para el grupo de Ellington —por entresacar tres ejemplos de los siete cortes que conforman el plástico—, swing, bebop y hard bop son allanados por nuestros intérpretes para ejecutar la música sin prejuicios y tal y como les viene en gana. No hay más clasicismo en uno que vanguardia en otros; al igual que las estilísticas, las barreras entre profesor y alumnos van cayendo conforme avanza el álbum, como obstáculos de una carrera destinados a ser derribados —no saltados— por los atletas, si bien sus piernas son aquí teclas, cuerdas, caja, timbal, bombo y platos condensados en una unidad poética.
Reeditado en numerosas ocasiones, Money Jungle vería la luz por primera vez con material extra en 1986 y de la mano de Blue Note. Los cuatro temas nuevos que añadirá el exquisito sello norteamericano salen de la misma sesión que asocia a Elington, Mingus y Roach, y quizá estén un punto por debajo de los que acabaron en el elepé original, pero no creo que nadie se hubiera quejado si hubiesen aparecido en él ni, desde luego, hubiese dejado de ser el formidable trabajo que es. Una joya única que aumentará el brillo de la discoteca de quien —despistado, incrédulo o ajeno al jazz por miedos inveterados e irracionales— todavía no la posea.
lunes, 8 de junio de 2015
Duke Ellington & John Coltrane
Uno no se sienta un 26 de septiembre de 1962 en un estudio de grabación y, de la nada, graba un disco tan soberbio como el que aquella jornada de luz unió a Duke Ellington y a John Coltrane. Los años de aprendizaje, el reconocimiento mutuo y toda la historia del jazz se dieron cita —concentrados y sublimados— con el fin de producir un elepé en el que no hay nota, melodía, sonido o ritmo desechables. Aunque el protagonismo de Coltrane es mayor, la comunión entre ambos músicos es absoluta, funcionando como un cuarteto en el que se alterna (e incluso mezcla) la base rítmica de cada uno.
La versión de In A Sentimental Mood, primero de los siete cortes del álbum, traduce como pocas veces se ha hecho el humor que explicita su título. La bellísima plasmación de su motivo (debido a Duke Ellington) en la introducción es seguida del sosiego melancólico de Coltrane y Ellington —apoyado en la indispensable labor de Elvis Jones y Aaron Bell—, cuya clase e introspección derrite almas y encandila sensibilidades. Take The Coltrane es una composición-homenaje de Ellington que contiene la clásica exhibición de Coltrane, Jones y Jimmy Garrison, aun sin pisar terrenos de salvajismo extremo. Repiten pasión y modales el saxofonista, el baterista y el contrabajista en Big Nick, única aportación escrita de Trane al disco, que aquí cambia el tenor por el soprano, mientras que Duke Ellington contribuye con el ritmo de sus teclas y un pequeño y elegante solo. En Stevie y My Little Brown Book, Elvin Jones y Jimmy Garrison son sustituidos por Sam Woodyard y Aaron Bell, compañeros de viaje de Ellington y su orquesta a principios de los sesenta. No tan espectacular como Jones (misión imposible), Woodyard demuestra su habilidad con las baquetas y su delicadeza con las escobillas, al igual que Bell su destreza para adaptarse a cualquier tempo o textura. El primero de los cortes es dominado por el saxo tenor de Coltrane —violento en algún instante y absolutamente inspirado— y completado por el swing de Duke Ellington. My Little Brown Book es una balada de Billy Strayhorn en la que Coltrane nos enamora, si bien los platos y la caja de Woodyard suenan igual de precisos y emocionantes. Al igual que Stevie, Angelica es un tema compuesto por Ellington que fusiona boogaloo primitivo y hard bop, pero que acaba siendo la enésima demostración de fuerza, talento y vida de John Coltrane. Si Elvin Jones y Jimmy Garrison habían recuperado aquí su trono rítmico, The Feeling Of Jazz (Duke Ellington, George Simon, Bobby Troup) pone la guinda al suculento pastel devolviéndoselo a Sam Woodyard y Aaron Bell. El nombre del tema (y sus maravillosas sensaciones) nos viene que ni pintado para resumir y fijar lo que posee la música que hemos trasladado al lector, pues si las letras del término jazz fuesen sustituidas por cuatro de sus intérpretes para ser reescrito, no hay duda de que John Coltrane y Duke Ellington serían dos de ellos. Y el álbum que los traía de la mano no hacía sino corroborarlo.
miércoles, 5 de diciembre de 2012
Duke Ellington Meets Coleman Hawkins
Aunque sean más conocidas y recordadas sus colaboraciones con Charles Mingus y Max Roach (Money Jungle) y John Coltrane (Duke Ellington & John Coltrane) —materializadas ambas en septiembre de 1962—, la reunión del rey del jazz con Coleman Hawkins solamente un mes antes merece la misma atención, pues son sus cualidades igual de apreciables a la hora de conformar tan excelente trilogía. Junto a seis miembros de su orquesta —Johnny Hodges, saxo alto; Harry Carney, barítono y clarinete bajo; Ray Nance, corneta y violín; Lawrence Brown, trombón; Aaron Bell, contrabajo; Sam Woodyard, batería—, el pianista y el saxofonista completan un octeto fabuloso que no se aleja de las sonoridades de la big band de Ellington, pero que las intervenciones de Hawkins y su saxo tenor enriquecen. Producida e inducida por Bob Thiele, como en el caso de Coltrane, la sesión de la que saldrá Duke Ellington Meets Coleman Hawkins es de aquéllas cuya beldad parece inexorable a priori, y que su escucha no hace sino confirmar. Su musicalidad no reinventa ni revoluciona, pero se alza inflexible en su aparente modestia. Es la de intérpretes sabios, redondos que llegados a su madurez —la misma de la que su compatriota John Ford acaba de hacer gala en aquel 1962, regalándonos la extraordinaria El hombre que mató a Liberty Valance— no van de nada aunque lo sean todo. Ocho artistas para ocho temas (entre ellos lo míticos Mood Indigo y The Jeep Is Jumpin') que se engarzan como si de uno solo se tratara en su transcurrir ajeno a los altibajos. Sin cláusulas ocultas ni letra pequeña, si acaso la humanidad garante de sus virtudes, el álbum ofrece un discurso claro y sin dobleces, ejecutado a la perfección y, en su valoración final, resplandeciente. Hoy como ayer, cincuenta años después de su grabación, el brillo que emana sigue dándonos motivos para la alegría aun cuando la realidad sea tan adversa.
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